miércoles, 15 de agosto de 2012

El universo del carbón: relato autobiográfico de Manolo Arango.


EL UNIVERSO DEL CARBÓN


(Cuando éramos guajes)

Nuestras familias habían llegado a ese valle (Laciana) procedentes de las más diversas partes del Estado. Desde que llegaron, su rango más distintivo fue su pertenencia a la minería.

Para los hijos de los mineros (los guajes), todo giraba desde el principio en torno al carbón, era como si el origen de la vida fuera el carbón y no la Tierra.

El carbón nos unificaba a todos, lo mismo que la lucha por sobrevivir contra la intensa explotación y opresión. Esto me hizo comprobar la solidaridad que nos fundía a todos: era la solidaridad de clase.

El universo del carbón y la solidaridad de clase fueron el principio. Al mismo tiempo iban apareciendo otros factores que influyeron en mi infancia y adolescencia.

Junto a las duras condiciones de vida y de trabajo, que causaban numerosos muertos y heridos de toda variedad, estaba la represión.

Aquel lugar semejaba un campo de concentración sin alambradas presidido por los falangistas y los cuadros de la compañía minera. En un escalón más bajo estaban los jerifaltes del sindicato vertical y las redes católicas institucionalizadas; y, controlándolo todo, la numerosa guarnición de la guardia civil situada en un altozano dominador.

Otro aspecto que me dejó gran influencia fueron las primeras huelgas mineras de los años 60.

Eran luchas de carácter semiesponáneo, que se fraguaban en las profundidades de las galerías mineras o en los montes.

Aquellas luchas estallaban como respuesta a los numerosos crímenes que, disfrazados de “accidentes” laborales, se sucedían sin cesar.

Se realizaban también por mejoras económicas, en defensa de los mineros represaliados y como apoyo a los enfermos de silicosis y a los heridos de la mina, que en gran número existían en los pueblos del Valle.

Sin embargo, lo que más condicionaba mi pensamiento era el recuerdo, alimentado por mi familia y algunos mineros, de los episodios de la guerra civil revolucionaria y sus consecuencias.

Supe que parte de mi familia no había regresado después de los combates que, desde las filas del Ejército republicano, habían librado en el Frente de Asturias. El recuerdo siempre vivo de los

caídos en combate se convirtió para mí en una mezcla de leyenda heroica y, a la vez, de amargura porque no habían regresado y tampoco habíamos vencido.

Pertenecíamos a las filas de los perdedores de la Guerra, lo cual nos lo recordaban a diario no solo nuestras penosas condiciones de vida y de trabajo, sino también nuestra situación en las escuelas y la propaganda falangista-católica.  
Supe también, ya en aquel tiempo, de los cientos de fusilados en las campiñas próximas, situadas en Babia y en la planicie de Campo-Sagrado. También tuve conocimiento de los hechos sucedidos en San Marcos -aquel famoso edificio del siglo XVII situado en la capital leonesa-, que en los años más inmediatos de la postguerra fue lugar de exterminio físico de innumerables antifascistas.

Entrados los años 60, aunque las luchas de los mineros eran frecuentes, pronto se comprobaba que eran insuficientes: lo que a duras penas se conquistaba, se perdía no mucho tiempo después. Además, el régimen fascista arreciaba con todo tipo de represión, intentando que ninguna idea antirégimen pudiese llevarse a la práctica.

Cuando partí del Valle minero llevaba conmigo varias ideas: el gran valor de la unidad combativa de clase, la necesidad del comunismo, que había escuchado pero cuyo contenido me era desconocido salvo en algunos rasgos generales, y, sobre todo, llevaba fuertemente arraigado el deseo de que comenzase otra vez la guerra civil que diese continuidad a la existente varias décadas atrás.

Manuel Arango Riego
Preso Político del PCE(r)

Cárcel de Aranjuez
Febrero de 2012

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