lunes, 29 de octubre de 2007

TORTURAS: Denuncia Judicial por TORTURAS a una militante comunista


Denuncia Judicial por torturas.

Recogida y con Sello del Juzgado de la Audiencia Provincial de Vitoria-Gasteiz (ciudad de donde Arantza es natural y vecina) el 31 de mayo de 2007

Yo, María Aranzazu Díaz Villar, presa política del PCE(r), encarcelada en el Centro Penitenciario de Brieva (Ávila), y todos cuyos datos personales constan en la Audiencia Nacional, DENUNCIO:

Fui detenida la madrugada del 9 de junio de 2006 en Reus, Tarragona, por la Guardia Civil, irrumpiendo éstos de forma extremadamente violenta y destrozando todo lo que encontraron a su paso –puertas, cristales, enseres varios...-.


En el sobresalto me encontré a un encapuchado que con una pistola me apuntaba a la cabeza, y ordenándome que me tumbase boca abajo, para inmediatamente colocarme unos plásticos que ejercían como esposas. Tras esposarme me mandaron sentarme en la cama y mantener en todo momento la cabeza baja. Estando en esta posición se acercó uno de ellos y me dijo literalmente “Odio a los comunistas. Anda, hazme un favor, muévete un milímetro y así te puedo pegar un tiro”.


Tras la parafernalia de leerme mis supuestos derechos –cosa a la que no prestaron mayor atención- me sacaron de la vivienda, pero antes me pusieron una capucha en la cabeza que me impedía ver nada. Les indiqué que a mí no me importaba en absoluto que la gente me viese, y me contestaron con sorna que lo que pretendían es que yo no viese nada ni a dónde nos dirigíamos. Tras introducirme en un automóvil se dirigieron (eso lo supe más tarde) a la Dirección General de la Guardia Civil en Madrid. Lo hicieron a toda velocidad (perceptiblemente mucho más de la permitida) por lo que me iba zarandeando dentro del coche. No pararon en el trayecto ni un momento de darme fortísimos golpes en la cabeza, con lo que entre el zarandeo y la brutal golpiza la provocación de asfixia fue continua. Constantemente me gritaban que aquello no era nada con “lo que te espera si continúas sin hablar”, por el hecho de que me había negado en rotundo a contestar a ninguna de sus preguntas. La continua sensación de asfixia derivó en mareos y arcadas y uno de ellos me dejo claro que “como vomites te voy a hacer tragártelo todo de nuevo”. Llegaron a atarme también los pies con cinta aislante –supongo- para inmovilizarme aún más, pues yo me revolvía para evitar asfixiarme, pero la inmovilización me produjo aún más mareo y asfixia.


En el trayecto de Reus a Madrid pararon los coches en 2 ocasiones, y en una de ellas vinieron más agentes al coche en que me encontraba (eran nuevas voces), golpeándome con mucha fuerza a la vez que me gritaban “tú tranquila, que ya hablarás” y otras cosas en el mismo sentido.


En el trayecto, además de las golpizas y la asfixia provocada, se apoderaron por la fuerza –me robaron- de dos pulseras que llevaba puestas, una de ellas de plata. Además, se han apropiado de los pendientes, anillos y colgantes de plata que tenía en la vivienda, además del resto de pertenencias personales que a día de hoy no me han sido ni notificadas ni mucho menos entregadas.


Una vez en la D.G.G.C., nada más entrar, vino a cachearme una mujer, pero tuve que indicarle que no podía hacerlo allí en medio, delante de todos los demás agentes, pues ya había comenzado a hacerlo allí mismo y me había ordenado que me quitase el sujetador. Accedió y me metió en un calabozo donde finalizó el cacheo.


A partir de ese mismo momento las siguientes 48 horas aproximadamente (pude calcular el tiempo por los intervalos, ya que no perdí la noción tiempo-espacio) fueron un continuo ir y venir del calabozo a las dependencias de tortura, donde los fortísimos golpes, insultos, malos tratos y torturas fueron la dinámica con que los interrogadores me trataron en todo momento. De forma brutal me golpeaban una y otra vez en todas las partes de la cabeza, bien con las manos y los puños o bien con lo que parecían porras de cartón duro enrollado. Esto me produjo chichones y enormes dolores, que me han durado aún varias semanas tras pasar a la cárcel de Soto del Real.


En repetidas ocasiones me desnudaron totalmente, integra y violentamente, se reían, hacían comentarios sexistas, se burlaban... tras eso, y desnuda, me envolvían fuertemente con una manta y me tiraban al suelo, y mientras varios me sujetaban para que no pudiese moverme ni un centímetro, otro sentado sobre mi pecho y estómago me practicaba la tortura que todo el mundo conoce como “la bolsa” –introducir la cabeza en una bolsa de plástico y sujetarla y apretarla fuertemente por el cuello, con lo que al terminarse el aire interior empieza la sensación de ahogo-. Me quedaba constantemente sin respiración y la sensación de ahogo y asfixia era tal que a esta tortura uno de ellos llegó a denominarla “el juego de la apnea”. Además de en esa posición de tumbada, también me practicaron “la bolsa” en repetidas ocasiones sentada en una silla, y mientras dos me sujetaban los brazos, otro por detrás de mí se encargaba de ponerme la bolsa hasta acercarme al desmayo.


En varias ocasiones me amenazaron con introducirme un palo por el ano, llegando a preparar tal parafernalia y simulando que lo estaban intentando.
Otra práctica era la de llevarme al agotamiento absoluto, obligándome a estar de pies o cuclillas con los brazos en alto.


En todo el tiempo de este ir y venir, y en las mismas torturas, no faltó ni un momento las referencias despectivas a mi cuerpo “¡qué vieja estás!” “¡qué flacucha!”.
Una de las torturas sicológicas continuas que me llamó la atención especialmente era una que empleaban en forma de “juego” que consistía en preguntarme “¿Cómo te llamas Arantza?”, para a continuación y sin esperar ni un segundo golpearme salvajemente y seguir con el resto de torturas. Es decir, que en ese momento (y fueron muchos otros y en otras circunstancias), no buscaban información alguna, sino intentar doblegarme, pues en esos dos días apenas me realizaron alguna pregunta que fuera mínimamente lógica en busca de información policial.
El impedimento de dormir fue absoluto y las escasas veces que pude descansar un instante, eran alterados adrede con ruidos y control absoluto. La luz no la apagaron ni un instante en todo el tiempo que permanecía allí. En varias ocasiones vinieron al mismo calabozo preguntándome “¡si iba a hablar de una vez!”, amenazándome constantemente y llegando a golpearme allí mismo en una ocasión.


Ante mi negativa a comer y beber lo que me daban, decían con sorna que iba a quedarme muy débil y que iban a tener que pincharme para que comiera. Pero no debía ser tan grande su “preocupación”, pues llegaron a cortar el agua del baño donde a veces bebía algo para no deshidratarme.


Al tercer día el trato fue menos salvaje físicamente, aunque el acoso psicológico no cesó ni un instante e incluso aumentó con preguntas y amenazas a otras personas cercanas a mí, tuviesen o no relación con mi militancia comunista. Para entonces ya me habían enseñado la foto de una amiga personal –que nada tiene que ver con mi militancia política- y amenazado con detenerla e incriminarla. Además, se cebaron psicológicamente en referencia a mi compañero David Garaboa –preso político del PCE(r) detenido en mayo de 2005-, tanto por mi relación personal con él como por su militancia.


Es muy difícil por mi parte señalar el número de personas que participaron en mis torturas, pues durante todo el tiempo me efectuaron los interrogatorios, traslados y torturas encapuchada, a la vez que llevaba siempre puesto un antifaz. Únicamente ya dentro del calabozo me descubrían la cabeza, pero con la amenaza a cumplir de que cuando oyera la puerta debía colocarme inmediatamente de cara a la pared, hasta que me encapuchaban de nuevo.


Quiero señalar que en un momento dado, mientras me practicaban la tortura denominada “la bolsa”, uno de ellos me preguntó si sabía dónde estaba. Yo no contesté y ellos inmediatamente me dijeron “Bien, pues estás en la Dirección General de la Guardia Civil. ¿Y sabes?: No vamos a llegar hasta el final, pero de aquí puedes salir con muchas secuelas. Lo sabes ¿verdad?.


En otro momento llegaron a decirme que “no me estaban tratando tan mal”, y lo comparaban y comentaban con las torturas que habían efectuado 20 años atrás a otras y otros compañeros de mi organización, “cuando las detenciones duraban 10 o 15 días”. A esto le ponían la coletilla literal de “Ya estás comprobando que ahora no somos tan brutos ¿no?”.


Durante el tiempo que duró la incomunicación (unas 90 horas), me llevaron a la que decían era la médico forense, pero al no ver identificación alguna por su parte, me negué a hablar con ella, aunque a decir verdad, visto lo que me estaban haciendo y con qué impunidad, ni de la forense (si es que en verdad lo era) me hubiese fiado. El tercer día le pregunté por su identificación médica que tiene obligación de portar y me contestó que “sólo la necesitaba para entrar allí, y no hacía falta que me la mostrase”, con lo cual quién sabe quien era la susodicha. Mi médica forense oficial desde luego no.


Antes de llevarme a la Audiencia Nacional vinieron mis torturadores (varias voces conocidas), insistiendo en repetirme “no te hemos tratado mal ¿no?”.



***Cuando yo hablo de tortura, me refiero a los sufrimientos graves que se inflingen a una persona, sufrimientos éstos, que pueden ser físicos y/o psicológicos, que son ejercidos por funcionarios públicos o personas en el ejercicio de funciones públicas. Así se recoge en el Artículo Primero de la “Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes”. Yo he sido sometida a tales tratamientos, por lo que ejerzo esta DENUNCIA.

***Cuando hablamos de tortura, se trata, aparte de sacar información y confesión, de doblegar al detenido, tratando de destruirle psicológicamente. Se pretende humillar y degradar a la persona. Además del dolor físico, se pretende causar trastorno psicológico. Yo he sido sometida a tales humillaciones y degradaciones, por lo que ejerzo esta DENUNCIA.

***Antes, los cuerpos de los torturados y maltratados aparecían con magulladuras o huellas de tales brutales actos. Ahora cada vez son más sofisticados, no dejan huellas externas en la superficie corporal, y hay una irrupción de técnicas psicológicas de tortura. No se dejan ya (en la mayoría de los casos) marcas físicas, pero por dentro dejan a la persona rota. He sufrido la bolsa, golpes dados con “maestría”, tirones de pelo, humillaciones y vejaciones sexuales, se me ha impedido descansar o dormir ni un instante, etc, pero todo de forma que, aparentemente, no deja marca física alguna. Yo he sido sometida a esas nuevas técnicas de tortura física y psicológica, por lo que ejerzo esta DENUNCIA.

Arantza Díaz Villar.

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