Juan Manuel Olarieta Alberdi. Abogado, escritor, represaliado político.
Desde los años setenta del pasado siglo venimos comprobando que también la meteorología se puede manipular políticamente hasta provocarnos una saturación desinformativa asfixiante con el deliberado propósito de sembrar el pánico por todo el orbe. Desde los tiempos del diluvio universal y las plagas de Canaá los fenómenos meteorológicos (huracanes, inundaciones, incendios, terremotos) los concebimos como ingobernables, fuera de nuestro alcance y, además, como una maldición irremediable. No hay nada que hacer. Frente a ese tipo de catástrofes todas las demás (paro, explotación) parecen menos catastróficas.
En junio de 1976 el Instituto de Medio Ambiente de la Universidad de Wisconsin presentó un largo informe a petición de la CIA sobre el cambio climático, llegando a la dramática conclusión de que el mundo se enfriaba inexorablemente. Como todos los centros seudocientíficos estadounidenses, la institución estaba considerada como “el organismo más especializado del mundo” en investigaciones sobre cambio climático, un término que entonces casi nadie utilizaba. Su director era Reid Bryson, que llevaba tres décadas analizando el asunto.
Normalmente, los informes dirigidos a la CIA son secretos y nadie destapa por las buenas su colaboración abierta con la agencia de espionaje, y menos en aquella época. Pero aquel informe lo hicieron circular en las portadas de todos los medios de comunicación del mundo, con el añadido de una entrevista con Reid Bryson. En este caso a la CIA le preocupaba que estuviésemos “bien informados” sobre las fluctuaciones futuras del termómetro.
El informe comenzaba recordando la historia de la evolución del clima. Desde 1600 a 1850 había existido una etapa neoboreal de gran sequía, hambre y, como consecuencia de ello, de intensa agitación social que había conducido a las revoluciones de aquella época, empezando por la inglesa y siguiendo por la norteamericana, la francesa, para acabar en la de 1848. En consecuencia, el motor de la historia no es la lucha de clases sino el barómetro, el mal tiempo. Incluso las grandes civilizaciones de la historia fueron arrasadas por los temporales o la falta de temporales. Quizá la CIA imaginaba que el control del clima era una manera de controlar las explosiones de descontento social. No es así pero la manipulación del parte meteorológico les sirve, al menos, para distraer la atención y fabricar señuelos tremendistas.
Según el informe, después de las grandes revoluciones del siglo XIX la lucha de clases se pudo controlar gracias a la benignidad meteorológica, que duró sólo cien años porque en el futuro, según la CIA, nos espera una nueva Edad de Hielo. Canadá, la URSS , China e incluso los mismos Estados Unidos iban a ser cubiertos casi totalmente por gigantescas capas de nieve que anegarían los cultivos, las cosechas iban a caer, provocando nuevas eras de hambre y, por tanto, de agitación social.
Este tipo de “investigaciones” seudocientíficas son de tipo malthusiano y se presentan con un formato seudoecologista según el cual los fenómenos sociales tienen causas “naturales”, independientes del modo de producción, de las sociedades y de los hombres. En ellas se atiende única y exclusivamente a las fuerzas productivas, poniendo las relaciones de producción a buen recaudo.
Los parámetros que se utilizan son la población y la alimentación: hay un exceso de población para los recursos existentes capaces de satisfacer sus necesidades; la población mundial crece mientras que la tierra cultivable permanece estancada. El dato de que la producción alimentaria mundial está bajo el control de cinco grandes multinacionales estadounideses, no aparece por ningún sitio.
El malthusianismo y la seudoecología son los discursos más característicos del imperialismo, el sesgo intelectual del protestantismo, de la predestinació n luterana, de ese tipo de índices de crecimiento exponencial con los que nos sacuden todos los días. Por ejemplo, las previsiones alarmistas de la CIA en el estudio de 1976 aseguraban que la población mundial en 2000 sería superior a los 7.000 millones de habitantes. Como podemos comprobar ahora, el error de cálculo es casi el doble.
Los índices de crecimiento exponencial del malthusianismo son una mentira y un fraude. Los años setenta estuvieron marcados por la denominada “crisis del petróleo” de 1973, que se atribuyó a la guerra entre árabes e israelíes y a la política “monopolista” de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, dominada por los árabes. A partir de entonces los imperialistas, agrupados en una serie de instituciones internacionales públicas y privadas, lanzaron una campaña acerca del agotamiento de los recursos energéticos mundiales, seguida luego por otra acerca del deterioro en la calidad de los mismos, especialmente la contaminación, todo ello relacionado siempre con el crecimiento de la población mundial, la formación de grandes megápolis insalubres, la insostenibilidad del “modelo de desarrollo”, la explosión demográfica, etc.
La agobiante campaña seudoecologista es una expresión distorsionada de la creciente rivalidad imperialista por el acaparamiento de las materias primas, especialmente de tipo energético, que ha disparado los precios, obligando a buscar nuevas provisiones y reservas. Lo mismo que la alimentación y el hambre, las materias primas no son un problema metereológico, ni geológico, ni químico, ni tecnológico, sino capitalista, es decir, al mismo tiempo son fuerzas productivas y relaciones de producción, están sometidas al mercado mundial y, por consiguiente, a las grandes multinacionales que controlan su abastecimiento y su precio, lo cual, a su vez, depende de la correlación de fuerzas de cada potencia dentro de la competencia imperialista. El dominio de las multinaciones de determinados países sobre las fuentes de abastecimiento, que es un problema tanto económico como militar, significa la sumisión de los demás países y sus propios monopolistas, los cuales se ven obligados buscar nuevas fuentes de provisión o fuentes alternativas.
Que luego ese proceso se vista elegantemente con un barniz “ecologista” no cambia en absoluto la esencia del problema, aunque a algunos les haya alucinado. Aquí sucede como con el seudofeminismo, que es la otra cara del malthusianismo y el control de la población. La burguesía ha impuesto un canon ideológico para la mujer volcado sobre la reproducción, la sexualidad, la natalidad, el aborto y los anticonceptivos que algunos paladines de la clase obrera han digerido como propio, olvidando que no cabe otro punto de vista acerca de la mujer que el punto de vista de clase, es decir, el problema de la mujer como trabajadora, como parte integrante de la clase obrera.
No cabe ninguna duda de que el capitalismo ha arrasado el planeta en todos los sentidos posibles. Si en el siglo pasado provocó dos guerras mundiales, asesinando a 50 millones de personas, es fácil imaginar los desastres que está provocando sobre la biosfera sin necesidad de caer en el malthusianismo. Pero esos desastres no son “naturales” sino sociales y, por consiguiente, su solución no es técnica sino social y política. La única alternativa ecologista es una alternativa al capitalismo, es decir, el socialismo.
La destrucción de los ecosistemas es consecuencia de una relación de producción cuya característica primordial es la propiedad privada. Para que la acumulación de capital privado se acelere es imprescindible que existan áreas de propiedad socializada susceptibles de ser expropiadas y destruidas en provecho de las anteriores de tal manera que, al mismo tiempo, el coste de esa destrucción también quede socializado. La única manera de romper esa dualidad perversa es socializarlo todo.
Plantear la cuestión de otra forma es pintar de verde el capitalismo, continuar sembrando falsas ilusiones. A mí personalmente las furibundas campañas seudoecologistas y seudofeministas de la burguesía me provocan un cambio climático: me dejan helado.
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