Jabier Salutregi
Periodista, director de «Egin» y preso político
El Gobierno español se ha quedado de un aire y sabe que llega tarde. Y sabe que otros lo saben, que lo sabemos quienes vivimos intramuros y que los saben los que viven en las calles y casas de Euskal Herria. Que lo saben en las redacciones de los periódicos, radios y televisiones de la «gran España nacional», que lo saben los redactores y sus jefes de sección, los redactores jefes, los directores y los editores. Sabe también el Gobierno que el domado mundo de la comunicación, su mejor «negro» al que dictar su historia impresentable, está expectante, a la espera de sus filtraciones, de sus azucarillos e historietas infumables con los que tejer volatines, digresiones e inventos con los que levantar castillos en el aire, ruidos sin nueces y repartir pan sin chocolate.
Sin chistar, el periodismo español y sus palmeros tertulianos vuelven al indecoroso razonamiento contradictorio, a sembrar el despiste de la lógica. Desde sus atalayas, siguen con esto de crear la realidad de consola Nintendo: anunciar el fin de ETA antes de que la realidad real les gane por la mano y les hurte la gloria histórica y, sobre todo, un montón de votos y quizás el cetro del poder.
Creen también que nunca es tarde si la insistencia es buena, y, por esto, desde el interior de Interior ruge el taller de las fantasías (en román paladino: «contrainfomación») que reparte efectos especiales como churros con detenciones de números «uno» por docenas, zulos por centenas, base logística do Lisboa, comandos dormidos, transportistas despistados, militantes viajeros, parejas desterradas, forofos de la «roja», bicicletero sin control, desembarco en Normandía y ya, en el paroxismo informativo por entregas entregadas, el gran bombazo mundial: la complicidad de Tirofijo al alimón con el «niche» Hugo, heredero de aquel oriundo de Bolibar que mandó a la porra a la madre patria.
El Gobierno español, tarde -como siempre en la historia-, quiere declarar mañana la derrota del enemigo a sabiendas de que la batalla ya pasó, y se llama a andanas para mantener una guerra que fue con el fuego a discreción contra un frente que se le esfuma. Pérez, conocido por su segundo Rubalcaba, sigue colgado de su play station sin resignarse a aceptar que su programa guardiacivilero se ha bloqueado, se ha borrado. Pérez, que de tercero podría tener Göebels, mantiene que si las trolas tienen trozos de realidades bélicas, como son los golpes policiales, éstas darán titulares que sostendrán la teoría del éxito en la guerra y ocultarán las batallas que todavía están por venir en un juego que se perpetúa en otro escenario.
Rubalcaba, Zapatero y hasta Patxi y su saxofón saben en definitiva que a partir de casi ya deberán enfrentarse con la idea desnuda, a pelo, ir contra el pensamiento a cuerpo limpio, luchar contra la conciencia nacional y popular, la madurez política. Saben que siguen sin vencer y sin convencer, saben que no han liquidado la inteligencia, que no podrán borrar identidades, que nada podrán contra la experiencia acumulada, saben que el recuerdo de los mejores será siempre referente en los capítulos de nuestra historia.
Pero Pérez y los suyos quieren fotos y acta notarial de la rendición, olvidar Breda, justo cuando no hay quien pose ni quien incline ni lanzas ni picas. No saben -no quieren saber- que no hay números «uno», que sí existen miles de zulos llenos de ideas, miles de bidones repletos de voluntad popular, bases estables, agentes sociales despiertos, apoyos internacionales, formaciones políticas, organismos, instituciones, asociaciones, forofos de la «euskal», bicicleteros con control y miles de personas embarcadas en la ilusión.
Y tampoco quiere saber el Gobierno de Madrid que el campo de batalla tiene nueva sede y que sus cañonazos son salvas baldías y extemporáneas. Creen los gobernantes españoles -quizás esto sí- que les queda un as bajo manga, pero hasta esto se le niega desde aquí.
Los presos políticos vascos siempre hemos sido moneda de cambio, pero esta vez estamos en desuso como fracción y no somos naipe de juego. El colectivo es de inalterable valor-patrón, pero ahora el «mercado» ha cambiado y no hace falta nada a cambio para que el proceso se ponga en marcha. Es más, los presos políticos vascos no nos vamos a convertir en una gran contradicción política para el Estado: no servimos para ejercer un chantaje con el que condicionar o parar el proceso democrático, pues éste seguirá su curso independientemente de lo que decida hacer de nuestras vidas el gobierno de turno; y, sin embargo, nuestro colectivo se convertirá en un combustible poderoso del movimiento político vasco, dado que constituimos un referente activo que duele a la sociedad vasca, y rompe la imagen de la democracia española el mantenimiento de casi ochocientas personas encarceladas bajo unas condiciones de venganza. Y para mayor abundamiento de la incongruencia, nuestro colectivo también puede suscitar, a nada que se nos restituyan nuestros derechos, la furia entre las numerosas organizaciones de damnificados por la violencia política en el Estado. Organismos que viven en permanente actitud de alerta vengadora. Madrid puede acabar preso de sus presos. Y París, como siempre, bien vale una misa.
El otro cantar de sus cantares se sitúa en la Audiencia Nacional, lugar donde se reúnen todos los jugos gástricos de la represión estatal contra el independentismo vasco (y catalán...) donde, como diría el ex ministro canario López Aguilar, se «construyen» las acusaciones-traje de «entornos» imposibles y la doctrinas justicieras del «todo es ETA». Punto neurálgico esta Audiencia Nacional que descubrirá con mayor nitidez si cabe (ya comprobado desde antes de iniciarse el proceso democrático), en la medida en que avance el tiempo, su carácter y personalidad de instrumento político, de tal peso específico en el entramado del Estado que cualquier aureolado con toga puede torpedear la más mínima iniciativa susceptible de ser acartonada por sus códigos y normas.
Si les da la ventolera, sus señorías pueden abanderar la reconquista desde la legalidad fabricada y apabullar a gobiernos, parlamentos y hasta la ONU si de mantener su misión se trata: el negacionismo de la identidad nacional vasca, mediante la represión. De hecho, de aquí a poco, en la misma medida que se registre el presunto decenso de la «carga de trabajo» en tan nacional Audiencia, comprobaremos la voluntad de los togados, de sus mentores y, sobre todo, emergerá su especificidad, su excepcionalidad. Cuanto más se profundice en el proceso democrático, más inútil será la Audiencia Nacional y más se demostrará su inequívoca vocación represora de la disidencia vasca.
Y ellos, sus señorías los jueces, son los primeros y los que mejor saben de qué va el asunto. Hoy por hoy son la fuerza de la que hablara Cánovas del Castillo: El Derecho es la fuerza, la fuerza hace el Derecho. Lo que viene a constatar la subyacente ecuación doctrinal: el estado de derecho, en el Estado español, deviene en el «estado de fuerza».
Menudo marrón para Pérez, a dos años de las elecciones y con lo que llueve. En sus manos está no pasarse en la frenada a la que se verán abocados a no tardar, so riesgo de quedar con sus democráticas vergüenzas al aire.
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