sábado, 12 de junio de 2010

Opinión: ¿Los muros de la vergüenza? ¡Ja!

¿Los muros de la vergüenza? ¡Ja!

“Los muros de la vergüenza”. No hace más que un año el actual Lehendakari Patxi López calificaba así en Arrasate una pared en la que se podía ver las fotografías de varios presos políticos vascos.

Desde entonces, toda movilización que se lleva a cabo por parte de organizaciones de la izquierda abertzale con la presencia de sus tíos o tías, primos o primas, hermanos y hermanas, o padres y madres, mediante fotografías, está siendo objeto de un perpetuo atosigamiento y continuas amenazas y grabaciones con video por parte de la Ertzaintza.

No hace tanto, tras poner en las calles de Zarautz la fotografía de la detenida por su presunta militancia en ETA, Itsaso Legorburu, un edil socialista de allí denunció este hecho, diciendo que se sentía amenazado al ver dicha fotografía por las calles de su pueblo.

Resulta que ahora, por ver fotografías de gente que está cumpliendo condena en unas condiciones de vida penosas, con el correo y las conversaciones intervenidos, a cientos (en el mejor de los casos) y a miles (en el peor) de kilómetros de sus casas, sin derecho prácticamente a nada, o con multitud de trabas para conseguirlo, y encima aplicándoseles de facto la cadena perpetua mediante la ya (por desgracia) célebre doctrina Parot, es amenazante e indignante, según los responsables políticos de esta supuesta democracia.

Entonces, ¿cómo deberíamos sentirnos los simpatizantes de la izquierda abertzale, los demócratas, o simplemente los que tenemos sentido de la dignidad y sentido común, al ver no ya las fotos (lo cuál sería un mal menor) si no que premian a los máximos dirigentes represivos con ascensos y más ascensos, o si no, con la casi total reducción de la condena? Véase el caso de Rodríguez Galindo, excarcelado por sufrir no sé qué problema psicológico, eso sí, leve.

Excarcelan a un asesino de la talla de Galindo por una supuesta enfermedad psicológica, y sin embargo hacen oídos sordos a las peticiones que suele hacer el colectivo de presos políticos vascos o el colectivo que aglutina a los militantes del SRI, PCE(r) Y GRAPO, demandando mejoras en las condiciones de vida de las prisiones, o lo que es peor todavía, hacen oídos sordos a las continuas denuncias de tortura que les llegan. Eso, por lo que se ve, no importa.

Se premia con el ascenso a los responsables que han ejercido (y ejercen) la más despiadada y cruel represión en las cárceles, y si esa represión se da contra los integrantes de los colectivos más arriba mencionados, (sin olvidar la salvaje represión que se ejerce también contra los sociales o comunes -a los que el militante de la organización armada GRAPO Marcos Martín Ponce muy acertadamente llamaba “los grandes olvidados”-) mejor que mejor. Asegurado el ascenso.

Veamos unos cuantos ejemplos que nos ilustrarán un poco más:

*Manuel Pérez Martínez, secretario general del PCE(r) detenido por última vez (y parece que definitiva) en Francia en noviembre de 2.000:
Fue largamente expuesto sin ropa a los rigores del invierno, sin que los gendarmes que le detuvieron hicieran lo más mínimo para remediarlo. Encarcelado a pesar de tener enfermedades graves (lo son si no se tratan ni hay el más mínimo interés por hacerlo) tales como hernia de hiato, que se agrava al no darle la dieta especial que requiere este tipo de enfermedad, y enfermedades oculares, que le impiden leer y escribir a parte de generarle horribles e inaguantables dolores de cabeza.
Por si esto fuera poco, se le extraditó a España para ser juzgado por los mismos delitos por lo que lo fue en Francia. En España se le abrieron multitud de sumarios con objeto de perpetuar su estancia en prisión. Pero al ver que esa trama jurídica se les desmontaba a los autores que con tanto cuidado la construyeron al ser absuelto de lo que se le acusaba sumario tras sumario, elevaron una sentencia de la Audiencia Nacional (también absolutoria) al tribunal supremo, para que este le condenara a 7 años. Esto sucedió muy recientemente, el año pasado.

*Dejadez a la hora de hacer análisis a una militante de los GRAPO que tiene que hacérselos continuamente ya que es seropositiva, negación de los más elementales materiales de entretenimiento para los presos políticos, abusos de poder (palizas) por parte de los carceleros, negaciones de visitas de los familiares por excusas absurdas que dependen del estado de ánimo del funcionario de turno, son unos cuantos ejemplos que nos ilustran un poco sobre cómo se trata a los presos políticos (por su condición de políticos) en la cárcel.

Gorka, Irati, Iñaki, Zigor... salvajemente torturados. Decenas de jóvenes independentistas torturados, además de numerosos militantes de ETA.

A todo esto, encima, le dan una justificación: reinserción y aislamiento del entorno que les ha llevado a la cárcel, con objeto de no realimentarles ideológicamente.

Y resulta, que por sacar a la calle las fotografías de estos hombres y mujeres, se ofende, se intimida, se asusta, se agrede a la moral, y demás pamplinas que tenemos que oír.

A los represores, sin embargo, se les premia por su especial virulencia a la hora de sofocar motines, que ellos mismos provocan con su intransigencia. O por saber a quién hay que darle sesión de palos doble, y a quién simple. O por cosas así...

Cada uno que saque sus conclusiones.

Nota:

Más arriba he aludido al trato que reciben no solo los presos políticos, sino también los sociales o comunes. Siendo igual de denunciables e intolerables las agresiones a todo preso, me parece que lo tienen peor los sociales, primero por no estar organizados (aunque se intentó en el pasado -mediados de los 70- con la creación de la COPEL, Coordinadora de presos en lucha y luego con el APRE(r) en los 80) abortadas mediante represión, y segundo por no tener éstos plataformas o altavoces potentes para denunciar su situación. Y aunque las tengan (caso de las plataformas de ayuda a los presos sociales Salhaketa y asambleas contra las cárceles) la cobertura informativa sobre estas es menos que mínima.

Con el objetivo de cambiar (en la medida de mis posibilidades) esta situación, reproduzco un extracto de la carta mandada desde la cárcel de Huelva por el militante de la organización armada GRAPO Marcos Martín Ponce, y a la que hago referencia en una parte del artículo, en el que denuncia precisamente el trato a estos presos:

"En resumen, la permanencia en la galería se caracteriza por existir un ambiente muy tenso. Yo pienso que cualquier día me van a agredir, algunos tienen ganas de desquitarse conmigo. Mi actitud de firmeza les resulta una chulería ya que están acostumbrados a humillar y dar palizas, con mucha frecuencia a los presos comunes.
El 90% de las veces que eso ocurre los funcionarios están borrachos. Antes y después de montarse en esa bacanal de violencia gratuita se les escucha animarse mutuamente con los comentarios más soeces y burdos respecto a su hombría y enorgullecerse de la hazaña de partirle los dientes a un pobre chaval esposado, dándole en la boca con una porra o con los grilletes.
El médico que atiende los casos de estos presos agredidos está en conveniencia con los carceleros; llegan riéndose a la galería comentando la jugada con los verdugos; podría afirmarse que se comporta como un veterinario que trata a patadas a una res moribunda. A los chavales mas rebeldes suministra, a la fuerza, una inyección que les deja babeando durante 2 días, o bien les atan a la cama, o bien las dos cosas.
En la galería escuchamos los lamentos de estos "olvidados" mezclarse con la prepotencia "viril" de los carceleros. Cada vez es tan... no sé cómo definirlo..., tan frustrante oír todo esto que aun siendo consciente de que puedo ser el siguiente, golpeo la puerta en señal de protesta hacia los carceleros, a la vez que muestro mi solidaridad al chaval.
Es lo único que tiene que agarrarse en ese momento, el único hilo que, seguramente (o eso espero) le une a la esperanza en medio de una situación tan surrealista, tan kafkiana, tan repugnante.
Si bien, he de reconocerlo, mis gritos de solidaridad ("dejad al chaval", "esta es la democracia de la tortura") son gritos prudentes y autocensurados (con todo mi pecho les gritaría fascistas, asesinos") por el instinto de supervivencia.
Ya digo que, últimamente, la cosa está más tranquila (si bien, esto último que relato pasó una semana antes de venir a Valdemoro)...”

Joseba. Donostia

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