Memoria Histórica del día:
-1897: Hasta esa fecha, 100.000 guajiros (campesinos) muertos en Cuba por la brutal represión del colonialismo español.
-1936: La columna anarquista de Durruti parte de Barcelona hacia Zaragoza.
-1952: Golpe de estado de los “Oficiales Libres” en Egipto.
-1976: Eduardo Moreno Bergaretxe “Pertur”, de 26 años de edad, dirigente de ETA, desaparece en Behobia. Fascistas italianos junto con cuerpos policiales españoles saben su último paradero.
-1980: María Contreras Txabarri, su hermano Antonio y Anastasio Leal Serradillo, civiles y vecinos de Bilbao y Barakaldo, mueren en Bilbao en la explosión de una bomba colocada por la parapolicial Triple A en una guardería infantil.
-1987: Luzia Urigoitia Ajuria, vecina de Otxandiano (Bizkaia) y militante de ETA, muere a manos de la Guardia Civil por disparos en Pasaia (Gipuzkoa).
Cartas de lectores:
Ligeros apuntes y pequeña reflexión acerca de las tesis borreguiles y post-modernistas del pacifismo.
(Soy un joven estudiante y militante comunista. Quisiera realizar un aporte para vuestra web www.presos.org.es con un articulillo que he escrito hace bien poco, este versa sobre la repugnante retórica pacifista burguesa, que ante los últimos fenómenos sociales necesita de una nueva y contundente respuesta, creo, por parte de no solo los marxistas, sino de todos aquellos que defendemos la lucha de clases como motor de la historia. Un abrazo cargado de solidaridad, leo muy a menudo vuestro blog y os envío todos mis ánimos.)
Se ha convertido en una pseudo-moda el sostenimiento de diversas posturas y planteamientos a la luz del actual “proceso” abierto en nuestra nación. No son pocos los que, al ritmo del desarrollo de la situación que va marcando Bildu y toda la corriente reformista que habita en el seno de la IA, empuñan palabros como “antimilitarismo”, “pacifismo”, “negociación”, como llamamiento o reclamo a la paz forzada. Muchos ni siquiera dudan en echar mano de un gandhismo tuneado para la ocasión. Eso si, echando mano de los aspectos más pasivos y facilones de este, dejando de lado, por ejemplo, estrategias bastante más interesantes que planteó el verdadero gandhismo, más relacionadas con la temática de la desobediencia civil (la negación al pago de impuestos, por ejemplo).
Lo que busca esta humilde inducción a la crítica es cargar contra el ahora tan sonado “pacifismo” y sus más convencidos (y hippies fumados) seguidores, dejando de lado el otro asunto que por otra parte ha sido el que me ha impulsado a escribir sobre el tema, que son las aventuras de Bildu y compañía, que considero oportuno tratar de forma separada.
Es evidente que la estrategia “pacifista” de Bildu gira entorno a los ejes de una lucha nacional, el problema viene cuando también intentan vestir con los ropajes de la “no-violencia” a la lucha social. Es allí cuando los comunistas debemos de saltar y no achantarnos por el qué dirán, porque ese es precisamente el momento en el que se distingue a la vanguardia de unos vulgares seguidistas, que más que dirigir a la masa, van a remolque.
La historia parece empeñarse en refrendar la teoría dialéctica de la historia, que a veces se traduce en forma de círculos. El pacifismo ya fue planteado hará más de un siglo, y tras algunas transformaciones (podemos afirmar que el “pacifismo primigenio” se ha desglosado en una extensa variedad de “ismos” que parecen no tener fin, por ejemplo el antimilitarismo antes mencionado), este vuelve a ser adaptado a la coyuntura de turno, de la mano siempre del reformismo y oportunismo más descarados y presentados como lo último de lo último, cuando no han hecho más que limpiar el polvo rancio que cubre a ese pensamiento y mostrárnoslo en una bandeja nuevecita y reluciente.
La corriente de pensamiento pacifista pilló bastante de lleno a varios clásicos marxistas, también a Lenin, quien dedicó una de sus obras precisamente a esta (“Pacifismo burgués y pacifismo socialista”, de obligada lectura para los interesados en este tema).
El pensamiento pacifista eclosionó entre finales del siglo XIX y principios del XX, podemos definir ese periodo como el tiempo en el que finalizaba la fase de “transito y desarrollo pacífico” capitalista y empezaba a perfilarse el surgimiento del conocido como “imperialismo”. Este etapa histórica, dentro del propio desarrollo capitalista, encuentra sus más genuinas características en la exportación de capitales a terceros países (lo que deriva en colonización y expolio), la formación de monopolios, la concentración de capital y de los medios de producción en cada vez menos manos y la progresiva socialización en la producción. Todo ese proceso estaba destinado a producir roces y fricciones entre las distintas potencias imperialistas y por lo tanto a ocasionar la deflagración de sucesos tan sangrientos e imborrables como la pronta Primera Guerra Mundial (y una larga lista posterior que continúa hasta hoy).
El leninismo, definió desde el primer momento al imperialismo como la etapa de la “revolución socialista”, es decir, el capitalismo se ha expandido y ha madurado al máximo y a partir de cierto punto este entra en una crisis permanente. En continua decadencia, el sistema ya putrefacto solo puede dar paso a una revolución que termine con la competencia inter-capitalista y que concentre en manos de los trabajadores de todo el planeta todos los medios de producción que ha centralizado el propio monopolismo (en manos de cuatro, claro). Dicho de otro modo, nos hallamos en la época fielmente ilustrada por la proclama de “Socialismo o barbarie”.
En medio de toda esta situación, lo que a la burguesía monopolista le preocupaba era el estallido de una revolución socialista ante la agudización de las contradicciones del sistema, que terminase con su modelo de desarrollo económico sustentado en la explotación asalariada más bestial. Surgió pues, el pacifismo, un mensaje embadurnado en opio con un clarísimo destinatario: el proletariado y las clases más populares.
De la mano de sus primeros teóricos (fieles sirvientes de la burguesía, consciente o inconscientemente) las ideas pacifistas comenzaron a ser divulgadas entre las masas. Tanto ayer, como hoy, los llamamientos a la violencia revolucionaria organizada o los movimientos más férreamente contrarios a la dictadura de los monopolios eran fuertemente castigados por los Estado capitalistas mientras que las célebres figuras pacifistas y sus más reconocidos adalides era dulcemente acogidos en las Universidades y Escuelas filosóficas y políticas de todo Europa sin problema alguno.
Esto, a poco que se pare uno a analizar la cuestión, tiene una clara razón de ser. El pacifismo es una doctrina política que, obviamente, promulga la paz. Pero, ¿Paz para quien?
Esa es la cuestión definitiva, porque el principal problema del pacifismo, es que como conjunto de ideas no es que no comprenda, en que IGNORA PREMEDITADAMENTE la lucha de clases. La burguesía nos vende el cuento de la igualdad y la paz entre clases, no hay monopolistas que nos explotan, hay “emprendedores” que “nos dan trabajo”, y “todos somos individuos con las mismas oportunidades y derechos”, y quien es pobre y no prospera es porque no quiere (vamos el típico discursito capitalista para disminuidos mentales y alienados). Visto ese escenario tan “bonito” que nos pintan, ¿Quién opondría resistencia a solucionar cualquier conflicto capaz de perturbar tan apacible armonía?
Que nadie nos malinterprete a los comunistas (o a los anticapitalistas, en general, a todos los que creemos en la teoría de la lucha de clases, en la división social clasista): el pacifismo es una tesis cojonuda, que todo el mundo haríamos nuestra (hasta el más revolucionario) si partiésemos de la base de que nos encontramos en un mundo exento de propietarios individuales, en el que la propiedad de los medios productivos fuese COLECTIVA y el mercado y circulación de mercancías estuviese PLANIFICADA. Un mundo en el que unos pocos no fuesen dueños de lo que trabajan unos muchos ni se apropiasen de los frutos del trabajo de esa mayoría social para especular con ella hasta reventar. Vamos, si no existiese ni el capitalismo, ni el imperialismo monopolista de hoy.
Desgraciadamente para nosotros y para todos los habitantes del mundo sin excepción, nos encontramos en un sistema en el que una clase muy minoritaria es la propietaria de la práctica totalidad de los instrumentos productivos de riqueza social a nivel mundial. Nos encontramos con que esta clase, como todas las anteriores clases dominantes en la historia de las sociedades humanas antes de la llegada del capitalismo y de su ultima fase imperialista (como el esclavismo y el feudalismo), no quiere ceder sus propiedades pacíficamente, sino que, mira tú por donde, les da por hacerse con el control de todos los aparatos estatales (ejército, policía, cárceles, audiencias y tribunales, leyes…) y ejercer una violencia sistemática y brutal contra todo intento de expropiación o movimiento con aspiraciones semejantes que amenace su existencia como clase dominante. Parece que en ese sentido, el capitalismo tan cosmopolita que vemos no es muy diferente a otros modos productivos de hace siglos o milenios.
Ante este percal, nos encontramos con un pacifismo que nos dice que depongamos nuestra actitud de enfrentamiento (más bien resistencia, porque los ataques al orden establecido perfectamente pueden ser enmarcados dentro de la “defensa propia”) y abandonemos cualquier expresión o pretensión de violencia. Cojonudo. Solo queda preguntar, ¿A quien beneficia esta paz sino a los explotadores?
Como no podía ser de otra manera, Lenin y todo el movimiento comunista internacional tardaron poco en catalogar al pacifismo como lo que desde sus orígenes fue y, lógicamente, viene siendo hasta nuestros días. Es decir, una amalgama amorfa de pensamientos y creencias de procedencia burguesa, lógicamente encomendada a preservar los dominios de su clase creadora, como no podía ser de otra manera. Lo que los voceros del capital exaltan mediante los medios de comunicación masiva y nos fuerzan a adoptar no es sino lo que los marxistas-leninistas siempre hemos denominado como “pacifismo burgués”. Un pacifismo de procedencia burguesa que sirve a la propia clase burguesa y a sus intereses.
Frente al pacifismo burgués, los marxistas-leninistas proclamamos la necesidad de un pacifismo antagónico, un pacifismo proletario u obrero, de los trabajadores. Pacifismo presupone paz. Pero para los trabajadores nunca habrá paz mientras que exista explotación, que no es otra cosa que una guerra silenciosa, sin bombas, pero con millones de víctimas que sufren desde muerte por inanición hasta paro, mil lacras producidas por este sistema de apropiación y distribución destructor, desigual e injusto.
Los motivos que provocan nuestras penurias como clase mundial, no pueden encontrar una respuesta que no sea la violenta. Para los comunistas, solo la propia sociedad comunista podrá traer un pacifismo verdadero, que sirva al interés de todos por igual, y no al de los cuatro opresores hipócritas de turno y disfrazados de Gandhis modernos que utilizan la memoria de este como caricatura para desarmar a toda una clase a la que no paran de encañonar con sus fusiles y medios de represión.
¡No a la paz entre clases!
Guillermo. Gipuzkoa
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