domingo, 8 de abril de 2012

Carta desde Herrera de la Mancha de Xaime Simón Quintela


Carta de XAIME SIMÓN QUINTELA



HERRERA DE LA MANCHA, marzo de 2012:



Las condiciones de vida en las cárceles para nosotros no siempre han sido como hoy día de dispersión y aislamiento. Ha habido etapas en las que tras la lucha y resistencia de los presos-as políticos -culminadas en huelgas de hambre indefinidas- combinada con un amplio y fuerte movimiento pro-amnistía dieron como resultado sustanciales mejoras en las condiciones de vida. Y ha habido etapas en las que se han ido perdiendo esas mejoras, dando paso de la dispersión a la actual etapa de aislamiento.
No solo nos encontramos alejados de nuestros seres queridos y desterrados de nuestros entornos sociales, también unos presos-as aislados de otros, en condiciones inhumanas en muchos casos (presos-as gravemente enfermos, continuando en prisión pese a tener la condena ya cumplida, etc.) y en condiciones represivas vejatorias en regímenes de aislamiento, bien en módulos especiales o de “vida normal”.
En lo que a mí respeta, aunque llevo más de 27 años en prisión, mi experiencia carcelaria es mucho más amplia que la propia de la vida en prisión. Se remonta a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando trabajaba en la factoría Vulcano y luchaba por la libertad de los militantes del PCE(r) y de los combatientes de los GRAPO en prisión.
 

En aquellos años, contando yo con 18-19 años de vida me tocó vivir una de las más importantes y trascendentales luchas por las condiciones de vida en las cárceles españolas, desde las calles y centros de trabajo de Vigo. Los militantes del PCE(r) y combatientes de los GRAPO se encontraban presos en la prisión de Zamora; en unas condiciones de vida dignas ya que estaban organizados de manera comunal. No obstante de aquella prisión se fugaron 5 dirigentes de los GRAPO, con el objetivo de fortalecer la organización y dar continuidad a la lucha revolucionaria, ya que la represión policial y el asesinato y la detención de sus dirigentes la había dejado reducida a la mínima expresión.

La respuesta de los aparatos represivos estatales a la fuga no se hizo esperar. De inmediato el gobierno de turno ordenó el traslado de la mitad de los represaliados en Zamora a la prisión de Herrera de La Mancha, en la que se les recibió a palizas y se les llevó al aislamiento haciéndoles pasillo.
A los que quedaron en Zamora, aislados en su celda, se les saca de las mismas a porrazos y tras el “pasillo” se les encierra en un régimen de 24 horas de celda, sometiéndolos a un brutal aislamiento.
Para denunciar esa situación exterminadora, tanto en Herrera como en Zamora, los presos se ven obligados a recurrir a continuas huelgas de hambre. Una dinámica que moviliza a sus familiares y amigos en las principales ciudades del Estado español. En las calles de Madrid, Vigo, A Coruña, Cádiz, Bilbao, etc. se producen todo tipo de actos de protesta, exigiendo condiciones de vida dignas en las cárceles. Por aquel entonces, no hay un día en que no haya un corte de tráfico en calles y lugares céntricos; o encierros de familiares en locales de la cruz roja, de asociaciones de derechos humanos, cáritas, etc; se llevan a cabo asambleas en centros de trabajo y locales de asociaciones de vecinos; se reparten octavillas en los centros de trabajo y lugares de gran concurrencia (plazas, fiestas, manifestaciones) y se llena todo de pintadas denunciando la política de extermino del gobierno. Esa es la constante día tras día, mes tras mes, cada vez que los presos-as tenían que recurrir, en Zamora o en Herrera, a la huelga de hambre para hacer frente a la represión.
Fue tal el movimiento de apoyo que generó esa lucha a nivel nacional como internacional, fue tal mala la imagen que el Estado español estaba dando, que el gobierno de la UCD no le quedó más remedio que poner freno a esa brutal represión y acceder a la reivindicación de condiciones de vida digna en las cárceles. Para los presos-as esa lucha tuvo también un alto coste ya que en ella dejó su vida el militante del PCE(r) Juan José Crespo Galende (KEPA) y otros muchos quedaron con graves secuelas en su salud.
Se puso fin a la política de exterminio de los presos-as y se procedió a su reagrupamiento en la prisión de Soria. Durante casi 5 años se pudo llevar una existencia en condiciones dignas, organizados en la Comuna Carlos Marx. Todas las labores diarias las organizaban los presos y las llevaban a cabo gratamente; también se dedicaban al estudio y a una labor de creación de obras de ensayo político y literario. Realizaban trabajos artesanos para asegurar su manutención. Una situación carcelaria que duró hasta el primer semestre del año 1987.
En los primeros meses de aquel año, los aparatos represivos del Estado (encabezados por los galosos F. González, M. Múgica y A. Asunción) ponen en marca una criminal política contra todos los opositores presos, conocida como “la dispersión”; los primeros en sufrirla fueron los patriotas vascos encarcelados en Herrera y luego meses más tarde se utilizó contra los militantes del PCE(r) y combatientes de los GRAPO presos en Soria. Con la intención de dejar sin rumbo la comuna Carlos Marx y que se impusiese el desánimo, los ministerios de justicia e interior procedieron a dispersar por varias cárceles a destacados y conocidos presos por su trayectoria de lucha y entrega a la causa revolucionaria. Lejos de hundirse, los presos en Soria hicieron frente a la dispersión y los estrategas de la represión procedieron con nuevas dispersiones.
A los pocos meses la situación era convulsiva; allí donde eran dispersados y debido a las condiciones carcelarias, los presos entraban en dinámicas de lucha y resistencia. Por otro lado las acciones represivas del gobierno, recortando más aun las condiciones de vida en la prisión de Soria, encontraba la respuesta de los presos en aquella prisión.


Una situación que dio paso a la huelga más larga desarrollada en las cárceles…(…)…
 

Digamos que lo que voy a decir se aparta bastante de la formula convencional, no obstante por ser novedoso puede resultar interesante:

“Durante estos últimos años en prisión, en más de una ocasión me he encontrado con algún que otro preso social con el que se puede tener una buena conversación y, tras conocer a grandes rasgos y bagaje penitenciario y dado el tiempo que ya llevo preso me ha dicho eso de: [oye, y no sería mejor que digas que te arrepientes, para poder salir a la calle, y una vez en libertad tú a lo tuyo]. También me he encontrado con algún que otro funcionario de prisiones -al que no le parece nada justo que se apliquen medidas restrictivas con carácter retroactivo como la mal llamada doctrina Parot- que medio en serio medio en broma me dijo: “tú te has equivocado de bando. Dicho sea de paso porque en el contrario, por lo mismo no hubieses pagado tantos años de cárcel”. Razón no le faltaba en cuanto a lo segundo, ya que el teniente coronel de la Guardia civil Galindo fue condenado a más de 80 años de cárcel por el asesinato de Lasa y Zabala y cuando llevaba tan solo 5 años de cumplimiento de condena (y menudo cumplimiento) le dieron el tercer grado y a la calle.
Fuera anécdotas lo cierto es que no me he equivocado de bando, eso por un lado; y por el otro, en mi caso es importante mantenerse firme en los principios, aunque las dos cosas (mantenerse firme en los principios y no claudicar venga a suponer años y años de cárcel y en condiciones de dispersión y aislamiento).
Bien estés con camaradas presos, llevando un modo de vida organizado en comuna como nos ocurrió en la prisión de Soria entre los años 1985-87 o bien te encuentres solo en un aislamiento, lo cierto es que en ambas situaciones el preso no se representa a sí mismo, sino que representa a la causa por la que lucha, a la organización en la que está militando y la línea política revolucionaria que defiende, a la clase social de la que es parte y, como decía Julius Fucik, al estar preso defiende todo ello desde una trinchera avanzada de la revolución en las mismas entrañas del enemigo. Somos la primera línea; cada uno de nosotros viene a ser como el abanderado de un equipo o de un país en unos juegos JJ.OO.
Por estas poderosas razones es de sentido común no entrar en un terreno aunque sea para jugar, digamos, una mano tramposa. No. De principio lo rechazamos por antiético. Vamos, que ningún preso-presa comprometido en su lucha, su organización y la clase a la que pertenece, como representante de todas ellas, diría que está arrepentido para salir y continuar la lucha una vez en la calle. El campo de batalla del preso-a es la cárcel. Sin haber cumplido la condena, y a merced del enemigo, no te permitiría salir para seguir en la lucha en el mismo bando. Te permitiría salir para pelear en su bando, contra los que antes eran tus compañeros y camaradas de lucha. Estarías en al calle, pero no volverías jamás a ser un hombre libre y vivir con dignidad.
Cuando nos unimos a la lucha lo hacemos de manera consecuente y conscientemente, sabedores de lo que nos puede llegar a reportar tamaña decisión: persecución, largas condenas de prisión, torturas e incluso la muerte bajo las balas policiales o en huelga de hambre en prisión.
Nos unimos a la lucha y nuestra alforjas no solo están llenas de espíritu de lucha por un modo de vida mejor para todos, también con estas penalidades, como contra peso o equilibrio. Porque lo uno y lo otro nos aportan el equilibrio o la sensatez para salir adelante en tan duro y difícil camino que emprendemos.
Una vez preso la contribución va depender de las mismas condiciones de reclusión. En mi caso, en los primeros años, en la etapa de vida comunal en la prisión de Soria, la contribución de todos y cada uno de nosotros a la causa revolucionaria, dado que nos desarrollábamos en condiciones de vida digna, se centraban en el estudio de los clásicos del Marxismo, de los materiales teóricos elaborados por el Partido, del estudio de la línea política, para seguir siendo militantes activos y contribuir a la solución de los problemas que diaria y constantemente surgen en el camino de la revolución; igualmente participar en la producción artesana de productos que facilitaban la subsistencia de la comuna.
Sin embargo, en la etapa actual, dado que en su totalidad o conjunto, las condiciones no se parecen ni por asomo a las descritas en el párrafo anterior, la contribución del preso-a a la causa revolucionaria es total y enteramente de principios. Defender los principios de la lucha revolucionaria de la organización a la que representas, no olvidar nunca a la clase social a la que perteneces, es la mejor contribución que un preso-a allá donde se encuentre (bien en módulos de aislamiento en Herrera o Morón, o bien en módulos de “vida normal” en Badajoz o en Mansilla) puede hacer a la causa revolucionaria. Llegados a este punto es fácilmente comprensible que esto último está totalmente reñido o enfrentado con lo de decir que sí se está arrepentido para “confundirles” y una vez en la calle seguir en la lucha.


Seamos conscientes de ello o no, lo cierto es que nos toca vivir una etapa crucial en la historia de nuestro país. Sí son conscientes de ello los aparatos represivos estatales. El agravamiento de la crisis que padece el régimen no solo pone en peligro su propia existencia sino que tal y como venimos observando últimamente la crisis de uno de los países capitalistas repercute en la crisis de los países de su entorno socio-político y económico. Los gobiernos quieren salvar sus estados a costa de la población trabajadora, que son a quienes verdaderamente afectan las medidas anticrisis que toman. Para hacer frente a las posibles y previsibles protestas es por lo que últimamente vienen reforzando todos los aparatos represivos de su régimen: promulgando leyes y decretos penales, reforzando su aparato judicial y dotando de más y mejores medios a sus cuerpos represivos (policía, guardia civil y cárceles).
Al tiempo que refuerzan su maquinaria represiva intentan debilitar y deslegitimar a las fuerzas organizadas que luchan por el cambio revolucionario de la sociedad. Con ello pretenden dos objetivos: que ni la clase obrera ni el pueblo trabajador se sumen a la lucha revolucionaria, por lo dura que es y los sacrificios que conlleva; y que las actuales organizaciones revolucionarias claudiquen y/o se rindan reconociendo de ese modo como vencedores a los burgueses y su sistema político y económico.
También de esta lucha es parte el preso-a. No me represento a mi mismo, no nos representamos a nosotros mismos, somos parte de la lucha revolucionaria, desde prisión. Somos conscientes con el tiempo que nos toca vivir y consecuentes con el lugar desde el que nos toca vivir este tiempo. Por todo ello, la importancia de no transigir en los principios, y que la mayor y mejor contribución del preso, en estos momentos, sea la defensa de los mismos.
Rechazo pillar calle poniendo la bota encima de la cabeza de los que quedan presos-as; colaborando de manera que estos fascistas pisoteen a tus camaradas y al pueblo trabajador del que eres parte.
Mi destino está ligado al de mis camaradas, al de la organización y a la clase social a la que pertenezco.
De la actividad revolucionaria que desarrollé en la clandestinidad soy totalmente responsable, ya que la misma la llevé de manera consciente y consecuente. De mi comportamiento en prisión igualmente lo soy, y si por no arrepentirme me van a alargar la condena a 40 años, o me la imponen de por vida (prisión perpetua) no seré yo quien en su día tendrá que rendir cuentas ante la historia, pues, incluso en estos momentos ya he cumplido sobradamente la condena que en su día se me impuso bajo las leyes vigentes… Me retienen en prisión porque dicen que no soy un buen ejemplo social. No soy un corrupto, no me drogo, no estoy preso por violencia de genero, etc. Por todo ello no necesito el perdón ni el reconocimiento de la sociedad burguesa hipócrita y corrupta.


No necesito ni quiero que me colmen de… honores. No lo necesito porque me considero una persona digna, y quiero vivir con dignidad.
Por eso no tengo nada de que arrepentirme, ni mucho menos pedir perdón a nadie.
Ser consecuente y honrado, vivir con dignidad es lo más grande a lo que puede aspirar un ser humano como meta personal.
Serlo, nada de solo aparentarlo. No estoy en el bando equivocado. Sucede que vivimos tiempos bajo el dominio de la más salvaje explotación y represión que sufre el hombre (en momentos como los actuales de gran desarrollo cientifico-técnico, es más bestial incluso que la sufrida en el esclavismo y en el feudalismo), pero llegará el momento en el que el pueblo trabajador aquí y en Rusia o China, se sacudirá ese yugo de la explotación que le imponen los explotadores burgueses. Ya ha habido varios intentos de liberación y cada día que pasa se hace más necesario transformar revolucionariamente la sociedad.


Mientras tanto, como presos-as a contribuir resistiendo, que ¡¡resistir es vencer!!.”

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