martes, 11 de diciembre de 2012

"Qué, todavía estás vivo, comunista hijo de puta!", relato de la paliza a Marcos Martín en Morón de la Frontera.

Marcos Martín Ponce

Relato de la paliza salvaje que le dieron los carceleros de la prisión de Morón de la Frontera (Sevilla)

“Qué, todavía estás vivo, comunista hijo de puta!”

Morón, 16 de Noviembre de 2012

¡Hola! Espero que ya sepáis lo que me ha ocurrido en el Módulo de Aislamiento de ésta prisión, a pesar de que la dirección de la cárcel está haciendo todo lo posible por mantenerme completamente aislado, pues dos días después de lo sucedido, me han puesto en una galería solo y no me han activado los teléfonos para que no pueda avisar a nadie de lo que han hecho conmigo. Aunque, a pesar de todo este aislamiento, la Solidaridad ha hecho llegar a vuestros oídos mi situación desde el primer día, lo sé a ciencia cierta. Así pues, ya sabéis que me dieron una paliza tremenda y que estoy en Huelga de Hambre.

Intentaré ser breve para no perderme en detalles (ya he denunciado ante el JCVP) y os podéis hacer una idea de lo más importante.

Desde mi llegada a esta prisión (hace tres años y medio), ya he denunciado las constantes provocaciones de carácter político que se traducen en: buscar hacernos la vida imposible a los Presos Políticos, creando esto constantes tensiones que se han ido acumulando y que he sabido ir toreando, con paciencia y en compañía de los P.P. Vascos; al menos, hasta el 14-XI-2012, cuando los carceleros de turno venían decididos a que ese día se terminaría de romper “el jarrón”.

Desde que llegué, me he destacado por exigir que se cumplan nuestros escasos derechos en éste módulo de aislamiento: Conseguí que nadie se tuviera que poner de pié en los recuentos, que dieran bata para cubrirnos en los cacheos integrales; que distribuyesen productos y material de limpieza todos los días; que se respetasen las cuatro horas de patio integras que tenemos al día; poder utilizar un ordenador todos los días (fuera de las horas de patio) para los que estuviéramos estudiando alguna carrera universitaria por la UNED..., y otras cuantas cosas más relativas al día a día en aislamiento.

Pero, a la vez que iba consiguiendo que se respetasen estos avances, se ha ido acumulando el odio en una parte de los carceleros, los que unidos bajo los sindicatos de prisiones hacen del odio fascista una militancia activa contra los Presos Políticos, y no han podido soportar ver que, a pesar de sus putadas, me mantengo un hombre íntegro, esmerado en contacto con los obreros, con la juventud antifascista; haciendo deporte, cultivándome intelectualmente y mostrando siempre una amplia sonrisa ante las habituales adversidades.
 Así pues, ese 14 de Noviembre, a las 9 de la mañana vino a sacarme al patio una de esas guardias de militantes fascistas. Tenían muy claro a qué venían y no se iban a ir sin conseguirlo. Abrieron la puerta de la celda, me pusieron contra la pared; mientras uno me pasaba la “raqueta” detectora de metales, otro cacheaba mi mochila y otros dos mi celda, la rutina diaria. Pero el que cacheaba mi bolsa, saca de ella una tartera donde siempre llevo mi almuerzo (se me quedó la costumbre de los albañiles), y me dice que a partir de ahora eso está prohibido; le digo que es mi almuerzo y me insulta, diciendo que ya no lo es. Le digo que me trate con respeto y, sin más preámbulos, me coje y me empuja hacia dentro de la celda, pues no quería que lo que iban a hacer lo vieran las cámaras de seguridad del pasillo. Así es como supe desde el primer momento que la cosa se iba a poner fea. Al entrar en la celda los cuatro funcionarios, el de la tartera me da un bofetón y los otros se echan a por mí, yo me cubro la cabeza con manos y brazos. Enseguida oigo a uno decir: “Aquí no, Carlos, que están los otros golpeando las puertas”, y es que los P.P. vascos estaban haciendo ruido para protestar y mostrar su solidaridad.

Así es que me ponen los grilletes y me sacan a rastras mientras oigo los gritos de ánimo y reprobación de los compañeros. Me llevan al cuarto de cacheos, donde tampoco hay cámara, y me piden que me quite la ropa. Me quito todo menos el pantalón de deporte y pido la bata; en ese momento me dan otro guantazo y sacan las porras. Me patean y me aporrean hasta que caigo al suelo y, una vez en el suelo, me hago un ovillo y siguen dándome patadas en la cabeza y porrazos por todo el cuerpo. Pasan los minutos y continúan dándome si bajar ni la intensidad ni la cadencia, uno de ellos me separa los brazos de la cabeza mientras otro me da un puñetazo en la cara; me logro soltar y me vuelvo a tapar, entonces me dan un pisotón en la cabeza y empiezo a perder el conocimiento... Mi cuerpo se va relajando mientras noto que se convulsiona con los golpes que me siguen dando.

Cuando recobro el conocimiento, estoy esposado a la espalda y dos carceleros me arrastran por el pasillo; parece que se me van a desencajar los brazos. Me llevan a una celda donde veo que solo hay una cama con correas, me arrojan a ella y me atan de pies, manos y cintura. Yo empiezo a vomitar y uno de ellos me tira del pelo para sacarme la cabeza de la cama; veo que solo echo babas mezcladas con sangre y un trozo de diente. ¡Estoy casi entero!

Solo llevo encima los pantalones cortos de deporte, el torso desnudo y sin zapatillas; veo que abren la ventana y el frío de la mañana alivia un poco mis extremidades, que están empezando a amoratarse por lo fuerte que han apretado las correas. Estoy boca abajo y los carceleros me insultan: “Ahora qué, GRAPO cabrón” y lindezas por el estilo; la mayoría de ellas en referencia a mi militancia política y los avances conseguidos en los derechos de esta prisión. Al rato se van y me dicen que cuando me haya hecho mis necesidades encima, volverán para desatarme. Estoy atado unas 15 horas, con la ventana abierta y medio desnudo. El frío que al principio aliviaba mi maltrecho cuerpo, a las dos horas martiriza mis músculos haciéndome temblar de frío y de dolor. Durante ese tiempo pierdo la conciencia de nuevo un par de veces más. Es el único descanso que encuentro: cuando estoy consciente el dolor es puntiagudo y generalizado por todo el cuerpo.

Habrían pasado 3 o 4 horas desde que estoy allí atado. Cada cierto tiempo entraban los carceleros: “Qué, todavía estás vivo, comunista hijo de puta”, me tiraban del pelo, me daban algún manotazo y se iban.

El frío terminó deshinchando un poco mis muñecas y tobillos, y así pude luchar contra las correas durante un buen rato, hasta que me solté de la mano izquierda, del resto de extremidades no pude soltarme. Así logré colocarme de medio lado y con esa mano suelta pude maniobrar para orinar fuera del colchón, en el suelo. Afortunadamente, tengo la costumbre de hacer deporte en ayunas y no había comido nada, por lo que no tuve necesidad de defecar. Eso sí, cada movimiento que hacía creía que me estaba rompiendo algún hueso.

A las 23 horas de la noche, cuando ya había cambiado la guardia que me hizo eso, entraron 7 u 8 carceleros y me dijeron que, ya que había orinado en el suelo, me iban a soltar y cambiar de celda. Cuando me soltaron, yo no me podía mover, mi único gesto fué encogerme en posición fetal; le dije al Jefe de Servicios que estoy operado de hernia discal y que ellos me habían vuelto a herniar. Llamaron al médico, esta hizo un informe a vuelapluma, visiblemente impresionada de las torturas marcadas en mi espalda, y me puso una inyección de diclofenaco. Al rato me llevaron en volandas a la celda de al lado, me tiraron en un colchón lleno de suciedad y me tiraron una manta. Allí pasé el resto de la noche y medio día posterior. Eso sí, cada dos horas, durante toda la noche, se preocuparon de no dejarme dormir, golpeando la puerta, insultándome, amenazándome y dejando la luz encendida... Yo me enrosqué en la manta y dormí lo que pude y lo que me dejaron.

Al día siguiente me comunicaron que estaría en aislamiento total hasta que la DGIP decidiera si me cambiaban de prisión, o me aplicaban la 1ª Fase (el aislamiento absoluto); al final me aplicarán ambas medidas, y en la cárcel donde aterrice estarán esperándome los carceleros del sindicato, para recordarme que cuando el sistema capitalista se ve al borde del precipicio, es tiempo para volver a los orígenes más fascistas, para defender sus privilegios.

En esas cosas he estado pensando durante todo este maltrato, durante, por qué no decirlo, la aplicación del Estado de Derecho que la burguesía tiene reservado para los revolucionarios. También pensaba en mis camaradas, en mi compañera, en el libro “El Estado y la Revolución” de Lenin, que me estoy volviendo a releer, en el auge del Movimiento de Resistencia Antifascista y en la reconstrucción de la Solidaridad obrera con los presos políticos. Todo eso me ha hecho aguantar estas torturas, sabiendo que cada golpe tenía un significado político, que la lucha de clases había marcado en mi espalda más de 25 porrazos y patadas que, al mirarlos en el espejo, me recuerdan que sin sacrificios no obtendremos ni uno solo de los objetivos revolucionarios a los que los obreros estamos llamados.

Mi ánimo se resume en esta cita del Che: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bien venida sea, siempre que nuestro grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar cantos luctuosos con tableteos de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de Victoria”. ABRAZOS COMBATIVOS.

Marcos Martín Ponce.


¿Recuerdan la versión que dieron los carceleros y el bombo que le dio la prensa fascista?

Este brutal, salvaje e impune palizón tiene responsables directos y acólitos papagallos.

A día de hoy Marcos sigue en su nuevo “destino”, PUERTO III.

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