Cambiar
algo para que todo siga igual
Artículo
de Juan Manuel Olarieta
El
materialismo histórico es una concepción científica acerca de la
sociedad y de la historia que, como cualquier otra, tiene sus
propiosconceptos, uno de los cuales es el fascismo, que fue acuñado
por la Internacional Comunista sobre la base de las tesis que Lenin
dejó establecidas acerca del imperialismo, y que él mismo resumió
de la siguiente manera:
"El viraje de la democracia a la
reacción política constituye la superestrucutra política de la
nueva economía, del capitalismo monopolista (el imperialismo es el
capitalismo monopolista). La democracia corresponde a la libre
competencia. La reacción política corresponde al monopolio […]
"Tanto en la política exterior como en la interior, el
imperialismo tiende por igual a conculcar la democracia, tiende a la
reacción. En este sentido resulta indiscutible que el imperialismo
es la 'negación' de la democracia en general, de toda la democracia"
(1).
Naturalmente quienes están al margen del materialismo
histórico no están de acuerdo con esa y otras tesis leninistas, ni
utilizan los mismos conceptos científicos, ni son capaces tampoco de
criticar a Lenin, Dimitrov y la Internacional Comunista, el núcleo
de cuyas posiciones es que el imperialismo es la negación de la
democracia.
Una burda falsificación del
parlamentarismo
Además de legalidad, los Estados se rodean de
legitimidad, tanto más en cuanto que la dominación de clase se
impone sobre una base social muy estrecha, como es el caso de la
burguesía monopolista, cuya legitimación reposa sobre la
democracia. Por consiguiente, en la época
imperialista la burguesía entra en contradicción con los propios
fundamentos de su dominación y trata de esconderlos bajo diferentes
disfraces que, en última instancia, como decía Dimitrov, son otras
tantas falsificaciones
burdas del parlamentarismo (2), es decir, del binomio pluripartidismo
y elecciones, lo cual conduce a ese lema tan extendido de que
"tenemos el gobierno que nos merecemos" (3). En definitiva,
que la responsabilidad es nuestra, como siempre, porque no votamos
a la opción correcta, que siempre suele ser reformista.
Esas
concepciones son intolerables. Derivan de la confusión de la
legitimidad con la legalidad, que corre paralela con la del Estado y
el gobierno, olvidando que lo que habitualmente se conoce como
"cuestiones de Estado" están por encima de los gobiernos,
los partidos y las elecciones. Es más, no cambian (casi) nunca y,
sin embargo, no suelen ser objeto de atención. En palabras de
Dimitrov, el fascismo no concierne al gobierno sino al Estado; no
es un simple cambio de gobierno sino de la "forma estatal de la
dominación de clase de la burguesía" (4).
En 1935 Dimitrov
tituló su informe a la Internacional Comunista como la "ofensiva
del fascismo" porque en aquel momento ese era su rasgo más
característico. Históricamente el fascismo nace por la manera
brutal en que la burguesía enfrenta una situación de crisis
provocada por el desafío del movimiento obrero tras la Revolución
de Octubre. La ofensiva fascista de la burguesía supuso,
correlativamente, la defensiva del movimiento obrero, por no decir su
derrota y aplastamiento, con las conocidas secuelas represivas,
campos de concentración, clandestinidad,
exilio, etc.
Esa situación explica los motivos por los que el
fascismo nace históricamente, así como sus consecuencias, pero no
la esencia del fascismo mismo como superestructura política del
Estado burgués característica de la época del imperialismo. Por lo
tanto, el fascismo no se identifica ni con aquella etapa, ni tampoco
con alguna de las formas concretas que ha revestido en alguno de los
países, por ejemplo, con el corporativismo italiano.
Ahora bien,
afirma Dimitrov, no se puede establecer un esquema general sobre el
desarrollo del fascismo (5) y, en cualquier caso, el partido
comunista debe prever el paso de las formas defensivas a las
ofensivas (6). Con tanta más razón en aquellos países, como España
y Portugal, en los que el fascismo ha tenido una historia larga, que
no coincide con la experiencia política de otros países, como
Alemania o Italia, donde fue derrotado en 1945, es decir, en donde
la experiencia fue relativamente breve, lo que ha contribuido a su
mixtificación al presentarlo como un régimen excepcional, un
paréntesis político, tras el cual el Estado burgués vuelve siempre
a su forma "normal", que es la democracia burguesa.
Sobre
la base de la experiencia de esos países, los oportunistas
consideran que el materialismo histórico está equivocado y que la
historia es reversible, que la tendencia general del imperialismo es
hacia la democracia burguesa. Cuando Lenin habla de una "ley
histórica", como el viraje de la democracia hacia la reacción
política en la época del imperialismo, se refiere a una "tendencia"
sobre la cual actúan fuerzas que operan ese sentido y fuerzas que
operan en el opuesto y, aunque se pueden poner ejemplos opuestos, la
tendencia dominante es la que Lenin, Dimitrov y la Internacional
Comunista establecieron correctamente.
El caso de España así lo
demuestra y es inconcebible que el regreso a la democracia burguesa
se traslade a nuestro país, en donde el fascismo ni ha sido
derrotado, ni ha tenido una historia corta. Del mismo modo que Marx y
Engels pudieron desentrañar la esencia del capitalismo en aquel
país, Inglaterra, el que había tenido una trayectoria más larga,
la naturaleza política del fascismo se debe analizar en países como
España, que es su modelo más acabado y teniendo en cuenta, como
exigía Dimitrov, su evolución a lo largo del tiempo, sus cambios
históricos y, muy especialmente, la transición.
¿Obstaculiza
el fascismo el desarrollo de las fuerzas productivas?
En
España el análisis del fascismo empieza con una vieja batalla
ideológica contra las concepciones eurocomunistas de Carrilllo,
según las cuales el fascismo no le interesa a la burguesía, o al
capital financiero, porque impide el desarrollo de las fuerzas
productivas. Pero la evidencia histórica al respecto no puede ser
más contundente: el fascismo es la más poderosa palanca de
acumulación de capital porque somete al movimiento obrero a un
régimen brutal de terror y a unas condiciones laborales leoninas.
Así sucedió en España en la posguerra, donde miles de trabajadores
fueron explotados en un régimen de semi-esclavitud y en donde tras
el Plan de Estabilización de 1959 millones de campesinos tuvieron
que emigrar, bien al exterior o bien a las ciudades. Los planes de
desarrollo posteriores que el fascismo implementó convirtieron a
España de un país semi-feudal a otro de capitalismo monopolista.
A
veces esa misma tesis revisionista presenta otro formato, según el
cual el fascismo impedía el desarrollo de las fuerzas productivas
porque en la Europa democrática no admitían el ingreso de un
régimen fascista como España. Esto también es rotundamente falso.
Para justificar su claudicación, Carrillo y los eurocomunistas
invirtieron la relación causal. Según ellos la incorporación
económica formal a la Unión Europea era la causa y no la
consecuencia de la integración económica. Pero España ya formaba
parte integrante del mercado europeo antes del ingreso de España en
la Unión Europea. En 1959 el capitalismo español se incorporó
plenamente al mercado mundial y, específicamente, al europeo. La
transformación monopolista de los años sesenta fue acelerada
precisamente por esa inserción de España en los mercados exteriores
y, más exactamente, por tres palancas fundamentales: la emigración
al exterior, las inversiones de capital extranjero y el turismo.
Para
llegar a dicha conclusión no es necesaria ninguna argumentación
alambicada, porque es más que evidente que el capitalismo no aparca
un buen negocio con un país por la naturaleza de su régimen
político. Es sabido que los capitalistas de las democracias más
relucientes no tienen escrúpulos en firmar sabrosos contratos con
los criminales más sanguinarios, y lo mismo hizo la Unión Europea
con el franquismo. Por ejemplo, el 29 de junio de 1970 la
Comunidad Económica Europea, como se llamaba entonces, firmó con el
gobierno franquista lo que se llamaba "un acuerdo
preferencial".
No se trata sólo del vínculo de España con
Europa, sino con cada uno de los países europeos. Uno de los
ejemplos más llamativos fue la construcción en 1969 de la central
nuclear de Vandellós I, prevista para la fabricación de armas
atómicas. El capital de la central no sólo era propiedad de una
empresa mixta hispano-francesa, sino que su tecnología también
era francesa. A un país capitalista como Francia, cuna de los
derechos humanos, no sólo no le importaba la naturaleza fascista del
régimen español sino que estaba dispuesto a dotarle de armamento
nuclear.
El
fascismo es consecuencia de la crisis general del capitalismo
Entre
los rasgos con los que Lenin caracterizó al imperialismo destaca que
en dicha fase el capitalismo entra en una etapa de crisis
generalizada, que no sólo es económica sino también política. Le
dedica un capítulo completo a analizar este fenómeno, que le parece
"muy importante" (7). El parasitismo, la descomposición,
el estancamiento, son otras tantas "tendencias" actuales
del capitalismo a las que también se le pueden encontrar excepciones
que confirman la regla. Las crisis económicas, como la actual, no
son cíclicas, por lo que no van a encontrar salida dentro del propio
capitalismo. El fascismo es la adaptación del Estado burgués a
esa situación de descomposición y crisis general, es decir, tanto
económica como política, que en España alcanza cotas de verdadera
degeneración, como estamos comprobando a diario.
La transición
española fue uno de esos ejemplos de crisis general, a la vez
económica y política, del sistema de dominación burgués que el
franquismo pretendió resolver no suicidándose sino sucediéndose a
sí mismo. La naturaleza de un régimen político, como cualquier
fenómeno social
y político, no se puede estudiar recurriendo a los
tópicos seudo-marxistas sobre "hegemonía", "bloques
de clases", "alianzas entre fracciones de clase" y
demás. Ese tipo de recursos vacíos lo que pretenden es encubrir los
hechos que hay que poner encima de la mesa: si España fue en un
tiempo un régimen fascista y actualmente es democrático burgués es
porque hubo un momento en el cual se produjo una modificación en la
naturaleza Estado, tan profunda que se puede caracterizar como una
excepción a las leyes del materialismo histórico, e incluso más:
se puede decir que el materialismo histórico ha vuelto a equivocarse
de nuevo y que la historia marcha en la dirección contraria de la
prevista por Lenin, Dimitrov y la Internacional Comunista.
Salvo
los más recalcitrantes reformistas, hoy no hay ninguna organización
antifascista -que yo sepa- que reivindique el Estado actual como una
conquista propia, es decir, que afirme: "Desde 1939 nosotros
estuvimos luchando por este Estado". Más bien lo que dicen es
lo contrario: "Desde 1939 nosotros estuvimos luchando contra
este Estado". Por lo tanto, el cambio producido durante la
transición no fue una conquista de ninguna organización popular
sino una maniobra interna del propio régimen. La historia no muestra
el caso de un régimen político que se suicide, es decir, deje de
ser lo que es para convertirse en otra cosa distinta. De ello se
desprende que a partir de 1975 la reforma política la dirigieron los
propios fascistas y que el objetivo que perseguían con ella no era
el de debilitar su dominación sobre las masas populares, sino
reforzarla. Por último, si los fascistas hicieron algún tipo de
cambio no fue porque dejaran de ser lo que siempre habían sido,
fascistas, sino porque se vieron obligados a ello por el movimiento
popular que durante la transición les había puesto en una situación
de crisis muy peligrosa.
Al exponer quién estaba detrás del
cambio y para qué hizo el cambio, con qué propósitos actuó, hay
que descartar lo obvio: efectivamente, es verdad, hubo un cambio.
Ante una crisis, el régimen dominante tiene que hacer algo para
salir de ella, tiene que introducir innovaciones.
Lo que se trata
de saber es si esos cambios tuvieron una entidad cualitativa
suficiente como para alterar la naturaleza política del Estado y,
además, invertir la "tendencia" política del imperialismo
hacia la reacción, la destrucción de las organizaciones de clase y
la liquidación
de las libertades. Eso es lo que tienen que mostrar.
En ese
sentido el posicionamiento de las organizaciones revolucionarias
hacia la transición es significativo porque, si el materialismo
histórico no se equivoca, deberíamos suponer que quienes consideran
que la transición supuso una transformación cualitativa del Estado
a la democracia burguesa es porque han analizado al detalle aquella
época y pueden mostrar muchos ejemplos de que en España la historia
se volvió del revés. Pero no es eso lo que está ocurriendo, sino
más bien al contrario, la transición está fuera de la agenda de
los grupos comunistas y antifascistas en España; incluso lo
consideran algo superado y exótico y, por decirlo más claramente,
para ellos la transición es un tabú. No han explicado lo que
deberían.
El materialismo histórico no admite vacíos
ideológicos, y menos en la historia más reciente, porque favorecen
la penetración de la ideología burguesa entre las filas del
proletariado, que es lo que viene sucediendo actualmente en España.
Al no replantear la transición, el movimiento antifascista en España
ha asumido como propia la argumentación de la burguesía, que
habla a través de los periodistas, los historiadores y sus políticos
profesionales. No es que las organizaciones revolucionarias no tengan
una posición propia sobre la transición, sino algo peor: han
asumido y aceptado la de la burguesía. El discurso de unos
(fascistas) y otros (antifascistas) coincide plenamente: durante la
transición se produjo un cambio sustancial en la naturaleza del
Estado.
Esa coincidencia con la ideología dominante conduce al
abandono de las armas antes de empezar el combate y le está
sirviendo en bandeja a la burguesía española lo que para ella es lo
más importante, su gran coartada. Los fascistas escuchan de los
labios de sus enemigos de clase lo que querían oír:
que son demócratas. Incluso algunos comunistas legitiman a un
Estado como el español que carecía de legitimidad hasta la
transición. Sin embargo, no son capaces de responder a la pregunta:
¿qué ocurrió durante la transición que fuera capaz de legitimar a
un Estado que hasta entonces carecía de ella? ¿dónde está esa
legitimidad? ¿en qué se fundamenta?
Esas preguntas se
multiplican con las recientes propuestas reformistas acerca de la
necesidad de una "segunda transición", que seguramente
pretenden que sea igual (de fraudulenta) que la primera. ¿No será
que reivindican la segunda precisamente porque no ha habido una
primera, es decir, porque nada cambió entonces y quieren que nada
cambie tampoco ahora? El hecho es que la transición, que creían
olvidada o que querían olvidar, retorna de nuevo. Está otra vez en
las calles, donde se oyen cosas como "Lo llaman democracia y no
lo es". Pues si España no es una democracia, ¿qué es
entonces?
La
naturaleza de la represión fascista
La asimilación del
fascismo a la represión es otro estereotipo erróneo: un régimen no
es democrático cuando reprime poco, ni es fascista cuando reprime
mucho. En España este argumento tan absurdo es reiterativo en los
momentos de represión intensa, como los actuales, o cuando saltan
los casos de torturas. Parece que los días que no hay detenidos
se puede hablar de democracia y cuando los hay lo que corresponde es
tildar al régimen de "franquista" o protestar por el
"regreso a la dictadura". Naturalmente es una frase
retórica y oportunista cien por cien que demuestra que para ellos el
fascismo es un arma arrojadiza, no un concepto fundamental del
materialismo histórico. Como explicó Dimitrov, es un error
calificar como fascismo cualquier medida reaccionaria de la burguesía
(8).
La identificación del fascismo por el volumen de represión
nace del propio origen del fascismo como fuerza de choque de la
burguesía en la época del imperialismo para frenar el auge del
movimiento obrero y revolucionario. Dado que en algunos países esa
primera ofensiva del fascismo fue derrotada en la Segunda Guerra
Mundial, el fascismo se identifica con sus formas coyunturales
originarias, especialmente con Hitler y Mussolini, los campos de
concentración, las torturas brutales o la liquidación de los
derechos fundamentales.
Pero el fascismo no es consecuencia de la
represión, sino al revés. Las formas de represión cambian con las
formas de dominación. Hay tribunales, cárceles y policías en todos
los Estados, de donde los oportunistas deducen que los tribunales,
las cárceles y los policías funcionan de la misma manera. Es una
opinión muy extendida que se apoya sobre comodines selectos, el
principal de los cuales es la manoseada "naturaleza de clase del
Estado burgués", que acude al empleo de una represión que, en
ocasiones, es incluso brutal, a pesar del carácter democrático del
Estado, como ocurrió tras la Comuna de París.
Aquí hay un
profundo error metodológico. El marxismo-leninismo es, como repitió
Lenin, un análisis de lo concreto, de lo diferencial y, por lo
tanto, de lo histórico. En todos los países capitalistas el
capitalismo no es el mismo. El análisis empieza a partir del momento
en el que se identifica a un país como capitalista y, sin embargo,
se diferencia de otros países que también son capitalistas, es
decir, cuando es capaz de establecer tanto la unidad como la
diferencia de cada país.
El materialismo histórico no conoce
argumentaciones que estén por encima de la historia, es decir, que
se refieran a cualquier país en cualquier época. Es lo que sucede
con la represión, que en este país padece el mismo vacío
ideológico que la transición: también está fuera de la agenda de
las organizaciones comunistas, seguramente porque la represión pasa
a su lado pero no va contra ellas. Consideran preferible discutir los
planes quinquenales, la coexistencia pacífica o los koljoses en la
URSS que la ley de seguridad ciudadana, la ley de partidos, la de
videovigilancia, la doctrina Parot, el régimen FIES, Interpol,
Schengen, Echelon o las órdenes europeas de detención.
Cuando no
se analiza la represión, no se analiza la historia. Donde hay una
manifestación, al lado hay un policía antidisturbios. No se puede
hablar de una cosa sin mencionar la otra. Una organización que no es
capaz de analizar la represión, sus formas y su historia, no conoce
al Estado contra el que pretende enfrentarse. Pero a esa organización
no sólo le debería interesar conocer a fondo el contenido de la
represión sino la naturaleza de la misma, las formas concretas que
adopta porque, a veces, la represión es un acto extraordinariamente
formalizado, mientras que otras los aparatos del Estado se sumergen
en el funcionamiento paralelo, la tortura, las desapariciones y,
en fin, los demás crímenes de Estado.
Pondré
un ejemplo: en 1956 se prohibió en la República Federal de Alemania
al Partido Comunista, algo que parece idéntico a la prohibición en
España del PCE(r) en 2003. Sin embargo, no hay paralelismo posible,
ambos fenómenos tienen poco que ver entre sí; ni Alemania es
España, ni 1956 es 2003. Como corresponde a dos acontecimientos
distintos, las formas no son las mismas. El KPD se prohibió tras un
largo juicio ante el Tribunal Constitucional, con la parafernalia
propia del caso; el PCE(r) lo prohibió un auto, es decir, una
decisión de ínfimo rango de un único juez, en el que no hubo ni
juicio, ni defensa, ni recurso de ninguna clase. El KPD había
sido legal y luego cambió sus siglas por las de DKP y recuperó
su legalidad; el PCE(r) nunca ha sido legal. El KPD nunca tuvo
detenidos ni presos; el PCE(r) ha tenido unos 3.000 aproximadamente.
Al KPD no le han asesinado militantes; el PCE(r) le han asesinado
unos 30 aproximadamente. En fin, la prohibición del KPD responde a
una situación coyuntural; la del PCE(r) es definitiva.
No
creo necesario abundar en que para un comunista estudiar la represión
es una práctica que consiste en luchar contra ella, y no sólo en
denunciar su existencia. Tampoco me parece necesario repetir que para
luchar contra un Estado hay que luchar también contra la represión
de ese Estado.
Notas:
(1) Lenin, Sobre la caricatura del
marxismo, Obras Completas, tomo 30, pg.98.
(2) Dimitrov, Obras
Escogidas, tomo I, pg.581.
(3) "Los dirigentes que tenemos
reflejan cómo somos", dice en una
entrevista el grupo
musical Deff con Dos, que titula un reciente disco
"España
es idiota":
(4) Dimitrov, Obras Escogidas, tomo I,
pg.581.
(5) Dimitrov, Obras Escogidas, tomo I, pg.664.
(6)
Dimitrov, Obras Escogidas, tomo I, pg.604.
(7) Lenin, El
imperialismo fase superior del capitalismo, Obras
Escogidas, tomo
I, pgs.762 y stes.
(8) Dimitrov, Obras Escogidas, tomo I, pg.666.