CANDELAS
DEL PINO:
UNA
VIDA DE TOTAL DEDICACIÓN A LA SOLIDARIDAD CON LOS PRESOS
POLÍTICOS
Alfredo Grimaldos, en El Otro País de este mundo.com
Alfredo Grimaldos, en El Otro País de este mundo.com
http://www.elotropais.com/index.php?option=com_content&task=blogcategory&id=22&Itemid=37
La figura menuda y entrañable de Candelas del Pino Ruiz, su pelo blanco, su permanente y serena sonrisa, que no borraba ni en los momentos más difíciles, resultaban muy familiares para quienes, desde 1977, han participado en actos de solidaridad con los presos políticos, marchas contra la OTAN o cualquier tipo de manifestación de carácter progresista. Sobre todo en Madrid, pero también en otros muchos lugares del Estado español. Porque esta madre infatigable, que falleció el pasado 11 de octubre de 2012, a los 85 años, prodigó por los sitios más insospechados su trabajo de apoyo a los militantes antifascistas encarcelados. Consideraba hijo suyo a cualquier luchador que sufriera la represión del estado. Y como tal lo trataba.
Visitó con asiduidad dos docenas de prisiones, reclamó la amnistía en mítines celebrados incluso en Francia y Alemania, y no faltó nunca a sus citas semanales con “los chicos”. Candelas era madre de la militante de los GRAPO Isabel Santamaría, fallecida el 7 de abril de 1993, en Zaragoza, cuando un comando de la organización intentaba abrir un furgón blindado.
Candelas ha sido la cabeza más visible de la Asociación de Familiares de Presos Políticos (AFAPP) y ella misma fue víctima de la persecución policial, golpeada, insultada, interrogada y detenida en numerosas ocasiones. Por orden del “justiciero” juez Garzón, fue detenida, en octubre de 1990, acusada de “colaboración con banda armada”, con motivo de la denuncia de un miembro arrepentido de los GRAPO dispuesto a negociar su propia libertad.
Tras pasar un día en la cárcel de Carabanchel, su enorme honestidad y fuerza moral quedaron patentes durante el careo al que le sometió Garzón, donde dejó en evidencia al delator, quien, hundido y con la cabeza baja, no se atrevió a mirarla a la cara.
Candelas tenía cinco hijos, cuatro varones y una chica, Isabel. Y fue ella precisamente, la menor de los hermanos, cuando resultó detenida por primera vez, quien cambió la vida de su madre, que, hasta entonces, había sido la de un ama de casa tradicional del barrio obrero madrileño de Carabanchel.
“En 1977 nuestra hija se fue de casa”, recordaba Candelas. Tenía 19 años y nunca habíamos sabido nada de sus actividades políticas. Había terminado el bachiller y estaba matriculada en Banca y en alemán. Isabel no salía casi nunca de casa, era muy estudiosa y las matemáticas se le daban muy bien. Luego, en la cárcel, hizo Económicas”.
La figura menuda y entrañable de Candelas del Pino Ruiz, su pelo blanco, su permanente y serena sonrisa, que no borraba ni en los momentos más difíciles, resultaban muy familiares para quienes, desde 1977, han participado en actos de solidaridad con los presos políticos, marchas contra la OTAN o cualquier tipo de manifestación de carácter progresista. Sobre todo en Madrid, pero también en otros muchos lugares del Estado español. Porque esta madre infatigable, que falleció el pasado 11 de octubre de 2012, a los 85 años, prodigó por los sitios más insospechados su trabajo de apoyo a los militantes antifascistas encarcelados. Consideraba hijo suyo a cualquier luchador que sufriera la represión del estado. Y como tal lo trataba.
Visitó con asiduidad dos docenas de prisiones, reclamó la amnistía en mítines celebrados incluso en Francia y Alemania, y no faltó nunca a sus citas semanales con “los chicos”. Candelas era madre de la militante de los GRAPO Isabel Santamaría, fallecida el 7 de abril de 1993, en Zaragoza, cuando un comando de la organización intentaba abrir un furgón blindado.
Candelas ha sido la cabeza más visible de la Asociación de Familiares de Presos Políticos (AFAPP) y ella misma fue víctima de la persecución policial, golpeada, insultada, interrogada y detenida en numerosas ocasiones. Por orden del “justiciero” juez Garzón, fue detenida, en octubre de 1990, acusada de “colaboración con banda armada”, con motivo de la denuncia de un miembro arrepentido de los GRAPO dispuesto a negociar su propia libertad.
Tras pasar un día en la cárcel de Carabanchel, su enorme honestidad y fuerza moral quedaron patentes durante el careo al que le sometió Garzón, donde dejó en evidencia al delator, quien, hundido y con la cabeza baja, no se atrevió a mirarla a la cara.
Candelas tenía cinco hijos, cuatro varones y una chica, Isabel. Y fue ella precisamente, la menor de los hermanos, cuando resultó detenida por primera vez, quien cambió la vida de su madre, que, hasta entonces, había sido la de un ama de casa tradicional del barrio obrero madrileño de Carabanchel.
“En 1977 nuestra hija se fue de casa”, recordaba Candelas. Tenía 19 años y nunca habíamos sabido nada de sus actividades políticas. Había terminado el bachiller y estaba matriculada en Banca y en alemán. Isabel no salía casi nunca de casa, era muy estudiosa y las matemáticas se le daban muy bien. Luego, en la cárcel, hizo Económicas”.
SU
HIJA, TORTURADA EN BARCELONA
La joven se marchó de la casa de sus padres el 5 de enero de 1977 y, poco después, el día 14 del mes siguiente, fue detenida en Barcelona, tras la desarticulación de la “Operación Cromo”, en la que habían sido secuestrados por los GRAPO Oriol y Villaescusa. Candelas reconocía que la detención les sorprendió mucho a ella y a su marido, Pedro. “Sin embargo, enseguida entendí bastante bien lo que había ocurrido y lo primero que pensé fue ayudar a mi hija en todo lo que pudiera”, recordaba. “Cuando me la enseñaron, tenía los botones de la camisa rotos, toda la cara y los pies hinchados por las torturas. Y eso que la habían preparado para intentar que yo no notase nada”.
“En el momento que una madre ve a su hija torturada, siente rabia, odio y de todo”, afirmaba Candelas. “Me sorprendió mucho que le hiciesen eso a ella, porque, en realidad, sólo llevaba un mes fuera de casa. Otros detenidos me explicaron que los policías habían dejado fatal a Isabel cuando terminaron de interrogarla. Desde entonces arrastró una lesión grave en la columna”.
El contacto con los grupos de apoyo a los presos y las conversaciones que mantuvo con su hija en la cárcel abrieron a Candelas una nueva perspectiva del mundo, como ella misma explicaba: “Yo iba a verla todas las semanas a la prisión de la Trinidad. También tomé contacto con unos abogados del despacho de Esther Cánovas, que se portaron de maravilla conmigo. Me emociono cuando recuerdo la solidaridad tan tremenda que tuve. En aquellos momentos, que me encontraba completamente perdida y sin saber qué hacer. Desde entonces, cuando iba a Barcelona y había alguna manifestación o algún acto a favor de la amnistía, me quedaba allí. Tuve que correr mucho por Las Ramblas. Así fue como empecé a trabajar en la solidaridad con los presos políticos. Conocí al cura Xirinacs, que me dio chapas y pegatinas, y yo las vendía en Madrid. Aquí me puse en contacto con otras madres de presos del PCE(r) y de los GRAPO y empezamos a ir juntas a las cárceles para ver a nuestros hijos”.
Isabel permaneció cinco meses encarcelada en Barcelona y, tras salir en libertad bajo fianza, enseguida fue de nuevo objeto de la persecución policial y judicial. “Nada más llegar a Madrid, empezaron a atosigarla y a citarla, cada dos por tres, en Las Salesas (aún no existía la Audiencia Nacional, heredera del Tribunal de Orden Público franquista)”, relataba Candelas. “El juez Gómez Chaparro le mandó una citación, para que se presentase un 23 de diciembre, precisamente. Pensamos que sería para ponerla en libertad de forma definitiva, pero lo que hizo fue dejarla encerrada e incomunicada. Después de año y medio volvió a salir, y en el juicio quedó absuelta”.
Durante meses, la policía estuvo deteniendo, cada dos por tres, a todos los miembros de la familia para interrogarlos, después de que Isabel se volviera a ir. “Ella no pudo hacer otra cosa”, recordaba Candelas. “Estaba haciendo vida normal y un día, cuando salía de trabajar, la detuvieron y le pegaron otro palizón. Yo creo que estaban preparados para dármela dos tiros. En otra ocasión, cuando venía hacia casa, desde un coche le agarraron del abrigo, se lo rajaron y le arrancaron el cinturón”.
La joven se marchó de la casa de sus padres el 5 de enero de 1977 y, poco después, el día 14 del mes siguiente, fue detenida en Barcelona, tras la desarticulación de la “Operación Cromo”, en la que habían sido secuestrados por los GRAPO Oriol y Villaescusa. Candelas reconocía que la detención les sorprendió mucho a ella y a su marido, Pedro. “Sin embargo, enseguida entendí bastante bien lo que había ocurrido y lo primero que pensé fue ayudar a mi hija en todo lo que pudiera”, recordaba. “Cuando me la enseñaron, tenía los botones de la camisa rotos, toda la cara y los pies hinchados por las torturas. Y eso que la habían preparado para intentar que yo no notase nada”.
“En el momento que una madre ve a su hija torturada, siente rabia, odio y de todo”, afirmaba Candelas. “Me sorprendió mucho que le hiciesen eso a ella, porque, en realidad, sólo llevaba un mes fuera de casa. Otros detenidos me explicaron que los policías habían dejado fatal a Isabel cuando terminaron de interrogarla. Desde entonces arrastró una lesión grave en la columna”.
El contacto con los grupos de apoyo a los presos y las conversaciones que mantuvo con su hija en la cárcel abrieron a Candelas una nueva perspectiva del mundo, como ella misma explicaba: “Yo iba a verla todas las semanas a la prisión de la Trinidad. También tomé contacto con unos abogados del despacho de Esther Cánovas, que se portaron de maravilla conmigo. Me emociono cuando recuerdo la solidaridad tan tremenda que tuve. En aquellos momentos, que me encontraba completamente perdida y sin saber qué hacer. Desde entonces, cuando iba a Barcelona y había alguna manifestación o algún acto a favor de la amnistía, me quedaba allí. Tuve que correr mucho por Las Ramblas. Así fue como empecé a trabajar en la solidaridad con los presos políticos. Conocí al cura Xirinacs, que me dio chapas y pegatinas, y yo las vendía en Madrid. Aquí me puse en contacto con otras madres de presos del PCE(r) y de los GRAPO y empezamos a ir juntas a las cárceles para ver a nuestros hijos”.
Isabel permaneció cinco meses encarcelada en Barcelona y, tras salir en libertad bajo fianza, enseguida fue de nuevo objeto de la persecución policial y judicial. “Nada más llegar a Madrid, empezaron a atosigarla y a citarla, cada dos por tres, en Las Salesas (aún no existía la Audiencia Nacional, heredera del Tribunal de Orden Público franquista)”, relataba Candelas. “El juez Gómez Chaparro le mandó una citación, para que se presentase un 23 de diciembre, precisamente. Pensamos que sería para ponerla en libertad de forma definitiva, pero lo que hizo fue dejarla encerrada e incomunicada. Después de año y medio volvió a salir, y en el juicio quedó absuelta”.
Durante meses, la policía estuvo deteniendo, cada dos por tres, a todos los miembros de la familia para interrogarlos, después de que Isabel se volviera a ir. “Ella no pudo hacer otra cosa”, recordaba Candelas. “Estaba haciendo vida normal y un día, cuando salía de trabajar, la detuvieron y le pegaron otro palizón. Yo creo que estaban preparados para dármela dos tiros. En otra ocasión, cuando venía hacia casa, desde un coche le agarraron del abrigo, se lo rajaron y le arrancaron el cinturón”.
LA
TRANSFORMACIÓN DE UN AMA DE CASA EN LUCHADORA INFATIGABLE
A lo largo de 35 años, Candelas no dejó de ayudar a lo presos políticos. El ama de casa metida en la lucha hizo pintadas, confeccionó pancartas y participó en infinidad de manifestaciones. Durante los años 80 estuvo presente en todas las marchas contra la OTAN que transcurrieron desde el barrio madrileño de Canillejas hasta las puertas de la base norteamericana de la localidad de Torrejón. Y todos los domingos instalaba un puesto, en el Rastro madrileño, para recaudar fondos de ayuda a los presos.
“Me ha cambiado la vida completamente”, afirmaba orgullosa. “Yo era una mujer que estaba siempre en casa, con mis hijos, haciendo mis labores, y ahora soy otra persona. Me di cuenta de que los presos políticos no quieren nada para ellos, sino cambiar la sociedad, hacerla más justa, arreglar esto, que cada día está peor”.
Han sido innumerables los episodios protagonizados por las madres de las AFAPP en la lucha por la amnistía. En 1983, poco después de la primera victoria del PSOE en las elecciones generales, comenzaron a manifestarse en la madrileña plaza de la Villa, todos los martes, reclamando la libertad de los presos, pero enseguida vieron que la voluntad política del nuevo gobierno no iba por ese camino. “Cuando ‘salió’ Felipe González, yo pensé que podía haber algún cambio, aunque mi hija siempre me dijo que no esperara demasiado”, explicaba Candelas.
“En los carteles con los que nos manifestábamos, frente al Ayuntamiento, habíamos escrito ‘Sin amnistía no hay cambio’. Y así estuvimos durante bastantes semanas, hasta que un día se presentaron varios policías, faltándonos al respecto y amenazándonos. En aquella ocasión, Tierno, que era el alcalde, se portó bien, bajó del despacho y se enfrentó con ellos. Pero el gobernador civil nos impidió volver a manifestarnos allí. Mi hermano Nicolás fue miembro del PSOE y, durante la Guerra Civil, carabinero. Murió en Francia, después de haber luchado contra los alemanes, en el maquis. Si levantara la cabeza y viera a estos socialistas…”
Junto con otras madres y miembros de las AFAPP, la participación de Candelas también tuvo una extraordinaria importancia durante la prolongada huelga de hambre que mantuvieron, en 1989 y 1990, los presos del PCE (r) y los GRAPO para conseguir la reunificación en un sola cárcel. A lo largo de la protesta murió José Manuel Sevillano y muchos de los que participaron en ella arrastraron después graves e irreversibles secuelas. “En esa ocasión lo pasamos muy mal, las madres y todos”, decía Candelas. “En aquella época, yo no tenía ningún familiar preso, pero para mí todos eran hijos míos. Estuvimos encerrados en el local de la Cruz Roja de Madrid casi un año, fuimos a encarcelarnos frente al ministerio de Justicia y, buscando una mediación, nos presentamos en el Obispado, en la Oficina del Defensor del Pueblo, en la Asociación de Derechos Humanos, en Amnistía Internacional… Pero el gobierno de Felipe González no estaba dispuesto a dar nada, sólo quería represión y represión. Los presos no ocasionaban problemas en la cárcel, llevaban muchos años juntos, en Soria, cuando empezó la política de dispersión. Y eso es una canallada, trastorna a las familias y nos hace que odiemos a todos los que ponen en práctica los métodos inhumanos de exterminio”.
Durante las décadas que trabajaron a favor de los presos políticos, Candelas y Pedro vivieron todo tipo de situaciones tensas y comprometidas. Un 20-N los fascistas le apalearon a él, en el puesto del Rastro, y le hicieron una brecha en la cabeza. Candelas no era capaz de recordar cuántas detenciones había protagonizado, pero se refería de forma especial a la “garzonada”: “En otras ocasiones era distinto y puedo asegurar que me han detenido muchas veces. Pero nunca había pasado por el juzgado ni por la cárcel. Nos llevaban a la Dirección General de Seguridad y nos tenían cinco, seis o siete días; después no soltaban desde allí, directamente, sin presentarnos siquiera ante el juez. Hubo una época en la que nos detenían casi todos los meses y nos interrogaban sobre el paradero de nuestra hija. Una vez, Billy el Niño se dedicó a tirarme del pelo, levantándome de la silla. Después me soltaba y me daba un golpe de conejo en la nuca. Así una y otra vez. En esa ocasión me pegaron bastante, aunque no me torturaron como les hacen a los chicos”.
“Esa vez lo pasé fatal, salí con la cabeza llena de chichones y las cervicales me quedaron mal desde entonces”, señalaba. “Pero la detención de Garzón fue aún peor. En lugar de ir a mi casa, esperaron a detenerme en la calle, me esposaron las manos a la espalda, algo que nunca había sufrido, y me taparon la cara con una chaqueta”.
A lo largo de 35 años, Candelas no dejó de ayudar a lo presos políticos. El ama de casa metida en la lucha hizo pintadas, confeccionó pancartas y participó en infinidad de manifestaciones. Durante los años 80 estuvo presente en todas las marchas contra la OTAN que transcurrieron desde el barrio madrileño de Canillejas hasta las puertas de la base norteamericana de la localidad de Torrejón. Y todos los domingos instalaba un puesto, en el Rastro madrileño, para recaudar fondos de ayuda a los presos.
“Me ha cambiado la vida completamente”, afirmaba orgullosa. “Yo era una mujer que estaba siempre en casa, con mis hijos, haciendo mis labores, y ahora soy otra persona. Me di cuenta de que los presos políticos no quieren nada para ellos, sino cambiar la sociedad, hacerla más justa, arreglar esto, que cada día está peor”.
Han sido innumerables los episodios protagonizados por las madres de las AFAPP en la lucha por la amnistía. En 1983, poco después de la primera victoria del PSOE en las elecciones generales, comenzaron a manifestarse en la madrileña plaza de la Villa, todos los martes, reclamando la libertad de los presos, pero enseguida vieron que la voluntad política del nuevo gobierno no iba por ese camino. “Cuando ‘salió’ Felipe González, yo pensé que podía haber algún cambio, aunque mi hija siempre me dijo que no esperara demasiado”, explicaba Candelas.
“En los carteles con los que nos manifestábamos, frente al Ayuntamiento, habíamos escrito ‘Sin amnistía no hay cambio’. Y así estuvimos durante bastantes semanas, hasta que un día se presentaron varios policías, faltándonos al respecto y amenazándonos. En aquella ocasión, Tierno, que era el alcalde, se portó bien, bajó del despacho y se enfrentó con ellos. Pero el gobernador civil nos impidió volver a manifestarnos allí. Mi hermano Nicolás fue miembro del PSOE y, durante la Guerra Civil, carabinero. Murió en Francia, después de haber luchado contra los alemanes, en el maquis. Si levantara la cabeza y viera a estos socialistas…”
Junto con otras madres y miembros de las AFAPP, la participación de Candelas también tuvo una extraordinaria importancia durante la prolongada huelga de hambre que mantuvieron, en 1989 y 1990, los presos del PCE (r) y los GRAPO para conseguir la reunificación en un sola cárcel. A lo largo de la protesta murió José Manuel Sevillano y muchos de los que participaron en ella arrastraron después graves e irreversibles secuelas. “En esa ocasión lo pasamos muy mal, las madres y todos”, decía Candelas. “En aquella época, yo no tenía ningún familiar preso, pero para mí todos eran hijos míos. Estuvimos encerrados en el local de la Cruz Roja de Madrid casi un año, fuimos a encarcelarnos frente al ministerio de Justicia y, buscando una mediación, nos presentamos en el Obispado, en la Oficina del Defensor del Pueblo, en la Asociación de Derechos Humanos, en Amnistía Internacional… Pero el gobierno de Felipe González no estaba dispuesto a dar nada, sólo quería represión y represión. Los presos no ocasionaban problemas en la cárcel, llevaban muchos años juntos, en Soria, cuando empezó la política de dispersión. Y eso es una canallada, trastorna a las familias y nos hace que odiemos a todos los que ponen en práctica los métodos inhumanos de exterminio”.
Durante las décadas que trabajaron a favor de los presos políticos, Candelas y Pedro vivieron todo tipo de situaciones tensas y comprometidas. Un 20-N los fascistas le apalearon a él, en el puesto del Rastro, y le hicieron una brecha en la cabeza. Candelas no era capaz de recordar cuántas detenciones había protagonizado, pero se refería de forma especial a la “garzonada”: “En otras ocasiones era distinto y puedo asegurar que me han detenido muchas veces. Pero nunca había pasado por el juzgado ni por la cárcel. Nos llevaban a la Dirección General de Seguridad y nos tenían cinco, seis o siete días; después no soltaban desde allí, directamente, sin presentarnos siquiera ante el juez. Hubo una época en la que nos detenían casi todos los meses y nos interrogaban sobre el paradero de nuestra hija. Una vez, Billy el Niño se dedicó a tirarme del pelo, levantándome de la silla. Después me soltaba y me daba un golpe de conejo en la nuca. Así una y otra vez. En esa ocasión me pegaron bastante, aunque no me torturaron como les hacen a los chicos”.
“Esa vez lo pasé fatal, salí con la cabeza llena de chichones y las cervicales me quedaron mal desde entonces”, señalaba. “Pero la detención de Garzón fue aún peor. En lugar de ir a mi casa, esperaron a detenerme en la calle, me esposaron las manos a la espalda, algo que nunca había sufrido, y me taparon la cara con una chaqueta”.
MICRÓFONOS
POLICIALES EN SU CASA
La policía llegó a instalar micrófonos en casa del matrimonio Santamaría del Pino, para controlar sus conversaciones. Entre el comedor y su dormitorio, camuflado en el rodapié, aparecieron en 1983 dos micrófonos y una emisora. “Yo tenía la luz a 125 –se reía Candelas cuando lo relataba- y tuvieron que hacer una chapuza espantosa para colocar los micros. Los descubrimos porque un vecino nos oía hablar en su radio. Los tuve guardados en casa hasta que, diez años después, en una de las detenciones, la policía se los llevó”.
Candelas era muy popular en su barrio, donde vivió desde que tenía trece años, y siempre recibió numerosas muestras de solidaridad personal de sus vecinos. Su casa era un centro de acogida y referencia humana y política. Pedro, madrileñísimo, compraba gallinejas y entresijos en la casquería de un amigo suyo y algunos tuvimos la suerte de disfrutar de muchas meriendas castizas con él y Candelas. Y con nuestra añorada amiga la abogada Paquita Villalba.
Hasta el último momento, Candelas conservó su estado de ánimo intacto. A pesar de los golpes de la vida, de la pérdida de su hija y de Pedro. Aseguraba estar dispuesta a seguir luchando por los presos “hasta que me muera o les den la amnistía”.
“Me siento todavía fuerte para seguir recorriendo cárceles”, afirmaba. “He viajado mucho y en esos recorridos he conocido a gente maravillosa, que apoya a los chicos. Aunque preferiría que no los tuvieran desperdigados, estoy dispuesta a ir donde haga falta para verlos”.
De cárcel en cárcel, de visita en visita, Candelas dio muchas veces la vuelta a la península. De Carabanchel a Barcelona, Segovia, Zamora, Herrera de la Mancha, Meco, Soria, Cartagena, Basauri… “A mi edad, me gustaría tener una vida tranquila, pero mi conciencia y mi corazón no me van a dejar quedarme en casa sin hacer nada, mientras haya presos. Después de haberlos conocido, y también a sus familias, me debo a ellos”.
La policía llegó a instalar micrófonos en casa del matrimonio Santamaría del Pino, para controlar sus conversaciones. Entre el comedor y su dormitorio, camuflado en el rodapié, aparecieron en 1983 dos micrófonos y una emisora. “Yo tenía la luz a 125 –se reía Candelas cuando lo relataba- y tuvieron que hacer una chapuza espantosa para colocar los micros. Los descubrimos porque un vecino nos oía hablar en su radio. Los tuve guardados en casa hasta que, diez años después, en una de las detenciones, la policía se los llevó”.
Candelas era muy popular en su barrio, donde vivió desde que tenía trece años, y siempre recibió numerosas muestras de solidaridad personal de sus vecinos. Su casa era un centro de acogida y referencia humana y política. Pedro, madrileñísimo, compraba gallinejas y entresijos en la casquería de un amigo suyo y algunos tuvimos la suerte de disfrutar de muchas meriendas castizas con él y Candelas. Y con nuestra añorada amiga la abogada Paquita Villalba.
Hasta el último momento, Candelas conservó su estado de ánimo intacto. A pesar de los golpes de la vida, de la pérdida de su hija y de Pedro. Aseguraba estar dispuesta a seguir luchando por los presos “hasta que me muera o les den la amnistía”.
“Me siento todavía fuerte para seguir recorriendo cárceles”, afirmaba. “He viajado mucho y en esos recorridos he conocido a gente maravillosa, que apoya a los chicos. Aunque preferiría que no los tuvieran desperdigados, estoy dispuesta a ir donde haga falta para verlos”.
De cárcel en cárcel, de visita en visita, Candelas dio muchas veces la vuelta a la península. De Carabanchel a Barcelona, Segovia, Zamora, Herrera de la Mancha, Meco, Soria, Cartagena, Basauri… “A mi edad, me gustaría tener una vida tranquila, pero mi conciencia y mi corazón no me van a dejar quedarme en casa sin hacer nada, mientras haya presos. Después de haberlos conocido, y también a sus familias, me debo a ellos”.
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