sábado, 26 de octubre de 2013

Investigación. El asesino DDT y Monsanto.

Cartel en inglés contra Monsanto. (y un campo arrasado con un espantapájaros con calavera)
  Investigación-Denuncia:

El veneno en el cuerpo

Juan Manuel Olarieta

Todas las personas llevamos en el interior de nuestro organismo niveles tóxicos de DDE, la huella del pesticida conocido por las iniciales DDT. Lo ha vuelto a confirmar un artículo publicado en julio por un grupo de investigadores de la Universidad de Granada y de la Escuela Andaluza de Salud Pública.

Una conclusión sorprendente del estudio es que las mujeres acumulan en su organismo niveles de DDE que duplican a los detectados en los hombres. La exposición es especialmente importante en las mujeres que viven en las zonas rurales, con niveles hasta un 40 por ciento superiores al de aquellas que viven en zonas urbanas.

Son los estragos de la “revolución verde” que el capitalismo implementó en la agricultura mundial durante la posguerra para impedir la revolución roja. Hasta hace muy pocos años el DDT fue ampliamente utilizado para fumigar, no solamente en el campo sino también en las viviendas particulares. Los más viejos aún recuerdan que en España todas las familias tenían un aspersor de DDT con el que rociaban las habitaciones, cocinas y baños de las casas para combatir las plagas de cucarachas, hormigas o mosquitos.

Monsanto intoxica al mundo entero

El DDT es un hidrocarburo clorado sintetizado por primera vez en 1874, aunque su aplicación insecticida la descubrió Paul Muller en 1933. En la década siguiente Monsanto lo reconvirtió en un arma de guerra química para el ejército de Estados Unidos. El resto fue lo que los economistas califican como “economías de escala”. Al final de la II Guerra Mundial los laboratorios militares estadounidenses habían sintetizado muchos compuestos químicos nuevos destinados a transformarse en armas letales, tanto para los seres humanos como para las cosechas; con algunas variantes, se podían utilizar también en la agricultura como insecticidas o herbicidas.

La ciencia moderna es inseparable de la guerra y el capitalismo. Por eso a Norman Borlaug, el “científico” que impulsó para los monopolios la “revolución verde”, responsable del envenenamiento de los campesinos, las tierras y las aguas del mundo entero durante la posguerra, le concedieron el Premio Nóbel de la Paz en 1970. Hoy no hay más que alabanzas para describir la tarea que llevó a cabo.

A falta de guerras, en 1945 la industria química tenía que rentabilizar sus inversiones buscando nuevos mercados. La “revolución verde” fue a la química lo que los “átomos para la paz” a la física nuclear. De esa manera el DDT se convirtió en el agrotóxico estelar con el que los monopolios estadounidenses envenenaron a toda la humanidad. Literalmente.

Cuando se conocieron los graves efectos del DDT sobre la salud humana, lo sacaron de las habitaciones de las casas con el mismo sigilo con el que lo metieron. Eliminaron las causas pero no los efectos, porque el organismo no es capaz de degradar ese tóxico. Precisamente se diseñó para ser resistente a la descomposición, lo que ha provocado que, en la actualidad, continúe presente en la cadena alimentaria y, naturalmente, en el medio ambiente.

Un envenenamiento que se transmite de padres a hijos

Desde que en los años sesenta en su obra “Primavera silenciosa” Rachel Carson denunció los estragos del DDT, este compuesto químico es hoy bastante conocido, aunque sólo por sus consecuencias sobre el medio ambiente. Por ejemplo, sigue apareciendo su huella en el tejido adiposo de los pingüinos de la Antártida, en donde no parece que nadie hubiera fumigado. En 1976 se prohibió en Estados Unidos porque el mosquito anófeles, que actúa como vector transmisor de la malaria, había desarrollado resistencia al insecticida, no por otro tipo de razones médicas ni ecológicas.

En la década de los ochenta su uso también se prohibió en España, como en la mayoría de los demás países. La prohibición llegó muy tarde y el DDT se ha convertido en un problema de salud pública de dimensiones mundiales: a la humanidad le han metido concentraciones insalubres de DDE en su cuerpo y habrá que buscar a los responsables de ello.

Pero lo malo puede resultar aún peor. La presencia del tóxico no se ciñe solamente a los adultos, y singularmente a la mujer, sino que se transmite a los hijos recién nacidos durante la lactancia. El DDT es soluble en lípidos, por lo que se concentra en el tejido adiposo (grasa). La leche materna acumula un tres por ciento de grasa mezclada con DDT, que se transmite al recién nacido.

Al pesticida se le ha relacionado con diversos efectos sobre la salud, tanto durante el nacimiento como durante la edad adulta. Cuando una persona intoxicada por el pesticida adelgaza, el DDT pasa al torrente sanguíneo y de ahí al sistema nervioso central. Es muy posible que algunas alteraciones neuroconductuales tengan este origen.

A pesar de ello, la Organización Mundial de la Salud anunció en 2006 que volverá a autorizar el empleo de DDT como insecticida contra la malaria.
Cartel de 1950 vendiendo DDT.
La guerra en el frente interior

Uno de los efectos más ignorados del DDT es la poliomielitis, como demostró el doctor Ralph R. Scobey en los años cincuenta. Según Scobey la causa de la polio no es vírica sino tóxica. En definitiva, la palabra virus procede del latín y significa veneno.

Desde mediados del siglo XIX la medicina viene confundiendo ambas cosas, venenos y virus, y en los años treinta la campaña propagandística contra la polio en Estados Unidos fue el inicio de un giro histórico: la ciencia y la medicina se convirtieron en un espectáculo de feria. No es que a partir de entonces a la ciencia se aplicara las modernas técnicas publicitarias sino que éstas nacen para manipular la ciencia y la medicina. La campaña contra la polio supuso el tránsito de las formas medievales de beneficencia a los requerimientos de la “ciencia” moderna y el capital monopolista.

Para ello no dudaron en explotar a fondo una enfermedad, calificada como parálisis “infantil” con el propósito de multiplicar su impacto mediático, creando una nueva área de negocio, las relaciones públicas, una tarea en la que destacó Carl R.Byoir, con la contribución personal del enfermo de polio más conocido del mundo: el propio presidente F.D.Roosvelt, que no era precisamente un niño.

En Estados Unidos la polio fue considerada como una “guerra en el frente interior”, una auténtica cruzada que estableció un precedente. A partir de entonces las campañas médicas cada vez se parecen más a las militares. Hay una lucha contra el cáncer lo mismo que hay una lucha contra el “terrorismo”, en donde la propaganda y los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental. Toda guerra, militar o médica, arrastra su propia lección.

Las campañas propagandísticas de la posguerra pudieron más que las investigaciones del doctor Scobey, transmitiendo que la polio está causada por un virus, no por un veneno, un principio fundamental de las corrientes dominantes de la medicina actual. Los “pequeños detalles fraudulentos” de esa campaña (y de otras parecidas) quedaron al margen porque una manipulación a gran escala necesita de la histeria colectiva y de su virus correspondiente.

Scobey fue condenado al ostracismo, uno más que añadir a una lista bastante larga que tiene por objeto imputar las enfermedades infecciosas a “causas naturales”, no a lucrativos negocios de los monopolios.

Copiado de:


Dibujo M.P.M. 2012. (rostro de hombre)
Dibujos de Arenas:
M.P.M. 2012. Sin título.

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