sábado, 22 de marzo de 2014

Artículo "Corrupción y crimen organizado".

Dibujo. "¿Preparados para hacer el reajuste económico?. (4 mafiosos con armas y un maletín)
Corrupción y crimen organizado

Antiguamente el Derecho consistía en un conjunto de normas que regulaban las relaciones sociales, la vida y la muerte, la propiedad, etc. De forma que se puede reconstruir la historia de un pueblo partiendo de las normas por las que se regía. Las leyes formaban parte de la «superestructura» política de un Estado. Un cambio en la correlación de fuerzas ocasionaba cambios legislativos inmediatos. Incluso bajo el capitalismo premonopolista, en Francia y España se modificaban las constituciones cada diez años, y con ellas toda una serie de disposiciones fundamentales.
Hoy la legislación no forma parte de la «superestructura» política, sino de la ideología. Todo el Derecho burgués aparece en una forma fetichista, o sea falsa; destila hipocresía por todos sus poros; nos habla de «independencia» de los jueces, de prohibición de la tortura, de la tarea de «rehabilitación» de las cárceles, etc. Nada de esto existe ni ha existido nunca, pero ¿qué otra cosa puede afirmar? ¿Acaso podría decir que los jueces condenan al dictado de una clase, de «su» clase? ¿Que los trabajadores carecen de derechos? ¿O que las cárceles son centros de exterminio? El Derecho burgués no puede decir otra cosa que lo que dice, o sea falsedades.
Pero la legalidad no sólo se distancia de la realidad, sino que procede a su ocultación. La verdad y la realidad son también objeto de expropiación por las clases dominantes, que sitúan en su lugar a los símbolos que ellos mismos han creado, dominan y controlan.
En el ámbito criminal el principio de «igualdad ante la ley» significa que todos pueden ser delincuentes y víctimas del delito. Sin embargo, la corrupción proviene precisamente de la inexistencia de igualdad y del funcionamiento de un conjunto de instituciones penales que aseguran la represión contra la clase trabajadora, por un lado, y la impunidad de la clase dominante, por el otro. La corrupción, en consecuencia, no es un caso aislado de disfuncionalidad, sino el modo de ser y funcionar del sistema penal burgués. Como ha escrito el criminólogo británico Frank Pearce, «la corrupción y la parcialidad existentes dentro de la policía, los prejuicios de clase de los jueces y el empleo del hostigamiento, el terror y la violencia, tanto de tipo legal como implícita contra los socialistas, constituye una manifestación más exacta del funcionamiento del derecho en estas sociedades».
Dibujo. (dos perros rabiosos trajeados se estrechan las manos)
No obstante, es algo obvio y conocido hasta la saciedad, que no explica determinados fenómenos recientes de corrupción «de cuello blanco». Puede decirse, sintéticamente, que si antes la corrupción estaba ligada a la acumulación originaria de capital y a los problemas de la revolución burguesa, actualmente la corrupción está ligada al capitalismo monopolista de Estado bajo el que vivimos.
El intervencionismo del Estado marca el fin del capitalismo competitivo y autorregulado, que no necesitaba de injerencias extrañas al mercado para funcionar automáticamente y expandirse de modo ilimitado y creciente. Un mercado autorregulado significa una sociedad plural y abierta que resuelve de manera autónoma sus propias fricciones a través de la competencia. Un mercado intervenido por el Estado le confunde con la misma sociedad y requiere de otros instrumentos: necesita adhesión, legitimidad, consenso, pacto y acuerdo de «todos» para funcionar.
El mercado capitalista, al que se califica míticamente de «libre», está dominado por los sectores financieros más fuertes y minuciosamente regulado por normas administrativas, de modo que los capitalistas más débiles se ven desplazados progresivamente y se refugian en el mercado «negro» en el que escapan del control de los más fuertes. «El capital -decía Marx- tan pronto como se ve sujeto al control del estado en unos cuantos puntos de la periferia social, se venga en los demás de un modo mucho más desenfrenado». Pero finalmente uno y otro no compiten, sino que ambos se combinan y se prestan mutuo apoyo, en tanto en cuanto el mercado «negro» se mantenga, a su vez, controlado, ilegalmente controlado podría decirse. De este modo, unos y otros obtienen pingües beneficios y plusvalías.
La contraposición económica entre un mercado «libre» y legalizado, y otro «negro» pude trasladarse al plano político, al Estado mismo que, por un lado despliega una actividad legal y sometida a reglas, mientras por el otro desarrolla el crimen organizado, el terrorismo de Estado, lo que Felipe González llamó «desagües» y otros «cloacas». Ambas esferas tampoco se contraponen sino que se complementan perfectamente: por un lado los presupuestos generales del Estado y por el otro los fondos reservados; por un lado la portavoz del gobierno y por el otro los secretos oficiales y las materias reservadas. Si en Estados Unidos se calcula que un 15% del presupuesto de los partidos políticos para las campañas electorales lo pagan las distintas organizaciones criminales, en España vamos sabiendo cómo se financian ilegalmente a través del juego, la especulación inmobiliaria y los contratos fraudulentos con el Estado.
Dibujo. (cementerio del que surge un puño con billetes)
Por tanto, hablar de crimen organizado es no decir nada si al mismo tiempo no queda claro que se organiza precisamente desde el Estado, que el «Estado de Derecho» y el crimen organizado son las dos caras de la misma moneda. El capitalismo monopolista de Estado supone una creciente regulación del mercado y es casi un principio universal que a mayor legislación mayor infracción de la misma: cuanto más se legisla, más se aparta la realidad de la legalidad, mayor es el volumen de capital que se desplaza hacia el mercado «negro».
Identificar al Estado capitalista con el crimen organizado no puede, sin embargo, conducir a un simplismo, a una ecuación que reduce uno a otro. Por el contrario, significa que entre ambos existen contradicciones y colisiones de intereses, que pueden conducir a verdaderos enfrentamientos bélicos, pero que tales contradicciones no son antagónicas, sino que se desenvuelven en un mismo marco de referencia. Para el Estado, dice Catanzaro, «los mafiosos son enemigos en su calidad de representantes de un poder rival, y aliados en la medida en que contribuyen a mantener el orden».
No obstante también aquí la imagen que se ha creado y la que más se utiliza es la inversa. La opinión más difundida es la que se cree, por ejemplo, que Al Capone tenía «comprados» y «sobornados» a los policías, jueces, fiscales y políticos de Chicago en los años veinte, cuando en realidad sucedía todo lo contrario: Al Capone, como todo el hampa norteamericano, fue un instrumento de los grandes capitalistas para transformar un sistema de mercado competitivo en otro monopolista. No es en absoluto casualidad que la mafia y el «New Deal» coincidan en el tiempo y se planifiquen desde las mismas oficinas. Como tampoco es coincidencia que la mafia actúe precisamente en aquellos sectores económicos más competitivos y más reacios a la monopolización (lavanderías, confección, estibadores de Nueva York, etc.) por no entrar en la otra faceta más conocida de los mafiosos: el asesinato de los dirigentes obreros, la disolución de manifestantes y reuniones sindicales, la organización del esquirolaje, etc. La mafia no actuaba contra «todos» los ciudadanos en general, ni en todos los sectores económicos, de manera que no se conocen actuaciones suyas en la siderurgia o la química, por ejemplo.
Dibujo. (en una bota militar el símbolo OTAN, en la otra el de Europa)

Desde sus mismos orígenes, en Italia el hampa aparece vinculada con el Estado y los propietarios rurales. Luego la mafia siciliana fue reorganizada y reorganizada por el Ejército norteamericano en la Segunda Guerra Mundial, cuando se preparó el desembarco en aquella isla. Su objetivo era impedir que los comunistas tomaran el poder tras la liberación y situar como cargos públicos a los mafiosos. En esta función colabora Vito Genovese, gánster conocido y fascista apenas disimulado, de modo que tras la guerra pudo regresar a Estados Unidos, donde se le exculparon asesinatos que había cometido, reconociendo expresamente el Ejército en el juicio «los servicios prestados a la nación». Lo mismo puede decirse de Lucky Luciano, a quien el gobierno agradeció también el esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial en pleno juicio en 1954, al haber sido el principal organizador de la importa de heroína a los Estados Unidos entre 1946 y 1957, cuando fue relevado por el clan de los Greco. Hoy, según Catanzaro, «la mafia se define con arreglo a varios objetivos, que consisten esencialmente en la obtención de posiciones de monopolio en el mercado económico y en el plano político».
La mafia marsellesa tiene el mismo origen y el mismo objetivo. Marsella era en los años cuarenta la segunda ciudad, después de París, de Francia y tenía el núcleo obrero más importante. La organización de la mafia en la postguerra corrió a cargo también de los Estados Unidos con vistas a las elecciones generales, en la que el Partido Comunista aparecía como la primera fuerza política. En Marsella se instalaron con total impunidad los antiguos contrabandistas corsos, entre ellos los hermanos Guerini, que comenzaron a organizar el transporte de heroína a Estados Unidos a través de Cuba, la famosa «French connection» .
El tráfico de drogas se inició en China en el siglo pasado, costó una guerra que duró bastantes años, ya que las autoridades locales querían mantener la prohibición, mientras que los británicos pretendían legalizarla para financiar la administración colonial. Lo mismo hicieron los franceses en Indochina: sufragaban los gastos de su aparato colonial con el dinero del narcotráfico, y de ahí este método pasó al gobierno de Vietnam del sur, que hizo lo mismo. Cuando los norteamericanos sustituyeron a los franceses en esa región difundieron la heroína por todo el mundo.

Juan Manuel Olarieta
Editado en el último número de la revista “Area Crítica”, nº 45, de E-F de 1993.

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