Portada "A un latido de distancia. Adelaida Artigado". (dibujo de mano con lápiz que sombrea 5 pisadas, esto a través de una alambrada) |
Historias
del negro presidio
Libro
“A un latido de distancia”
La
crisis del libro (cierta o exagerada), la hegemonía de las grandes
editoriales y la jungla en que se ha convertido el sector (si no lo
ha sido siempre) convive con una floración de pequeñas iniciativas
que publican extraordinaria literatura. No sólo por más original,
sino sobre todo porque el contenido -sanguíneo, vital y apegado a la
calle- desprende una rebeldía y unas pulsaciones que ponen en
evidencia la rutina mercantil de grandes corporaciones y autores
consagrados. Un notorio ejemplo es el libro “A un latido de
distancia”, de Adelaida Artigado, publicado en noviembre 2014 por
Tokata (Ediciones para el debate y la lucha social). Se trata de una
antología de relatos muy breves (a lo sumo cinco páginas) que
fotografían la negra y cruda realidad de las cárceles, la sevicia
del sistema que las controla, y la penosa vida a la que se ven
condenados los presos.
Los relatos son muy simples y directos, como un pedazo de realidad a la que nada se pudiera quitar ni añadir. Dicen que de ese modo se distinguen los grandes cuentos. Ni siquiera es fácil hacer una selección entre estas pequeñas narraciones bien documentadas. “Estos ochenta y pico relatos cortos, proverbiales, poéticos, perpetúan el latir de ese corazón, evocan la existencia de ese genio popular, con sencillez, sobriedad, incuso laconismo. Al fin y al cabo, lo que señalan es evidente, quienes lo sufrimos lo sabemos”, explica Fernando “Alcatraz” en el prólogo.
En “La Incógnita” se relata cómo en las cárceles uruguayas con grandes narcotraficantes aumentaron los sobornos, por lo que se introdujo a la policía con el fin de que controlara a los funcionarios. Pero aumentó la corrupción, la venta de droga y la presencia de armas de fuego en las prisiones, motivo por el que entró la guardia republicana. Dado que tampoco mejoró la situación, se completó la cadena de vigilancia con el ejército, que terminó por controlarlo todo. Pero “¿Quién vigila a los militares?”, termina la pieza. A pesar de que Estados Unidos abolió la esclavitud en 1865, cuenta “Esclavos encubiertos”, el departamento de Agricultura de Alabama y los empresarios de la agricultura pidieron en 2012 mano de obra barata (por ejemplo, la de los presos) para sustituir a los 120.000 inmigrantes que abandonaron el estado. Pero “los granjeros de Alabama no tuvieron suerte, porque las industrias penitenciarias ya tenían empleados a los reos en las grandes multinacionales”.
Según la autora del libro, “las injusticias, las torturas y otras miserias que el sistema judicial y los ´poderes públicos' fomentan, están mucho más allá del aquí y ahora. De ahí que los relatos de este libro se extiendan a diferentes lugares, ámbitos y tiempos”. Así ocurre con “El pecado es un placer y no un delito”, donde se recuerda que corresponde a Sor Magdalena de San Jerónimo el honor de diseñar en el siglo XVII el proyecto de la primera cárcel para mujeres en España. Así, en 1608, Felipe III estrenaba en Madrid y Valladolid las primeras Casas Galera para la población femenina.
“Libertad con billete de ida y vuelta” recrea la historia de “el Chacho”, golpeado de niño en el cuartelillo por un sargento de la guardia civil, tras una pelea de pandillas, aquello fue el prólogo de lo que vendría después. A los 17 años (en 1970) le capturó la policía y “el Chacho” no fue sino una víctima más de la Ley de Vagos y Maleantes. En agosto de 1975, otra detención, esta vez por llevar 20 gramos de hachís. Trasladado a la Modelo de Valencia y condenado a cuatro años de prisión, salió a la calle con otros casi 9.000 presos por el indulto real de noviembre de 1975. Pero entonces su destino estaba escrito: “Sin ayudas sociales, sin casas, sin trabajo...no tenían otra opción que delinquir para sobrevivir y sus billetes de vuelta al presidio estaban, ya de antemano, previstos, pagados y asegurados”.
“A un latido de distancia” se detiene a veces en personajes bien conocidos, a quienes la historia ha concedido titulares. Como Sócrates (“Sentencia a un librepensador”), que bebió con decisión de la cicuta que le portó el carcelero y así impartió una postrera lección: “Los ideales hay que defenderlos hasta el último aliento”. O el ejemplo de Óscar Wilde, acusado de sodomita y condenado a dos años de trabajos forzados en diferentes prisiones. Murió sin blanca y como un proscrito, pese al éxito anterior de su literatura. O Miguel Hernández (“el poeta revolucionario estuvo preso de cárcel en cárcel, asesinándole de hambre y olvido). O Salvador Puig Antich, miembro del MIL-GAC, ejecutado en marzo de 1974 en el patio de la cárcel Modelo de Barcelona, tras ser condenado en un Consejo de Guerra.
Los relatos son muy simples y directos, como un pedazo de realidad a la que nada se pudiera quitar ni añadir. Dicen que de ese modo se distinguen los grandes cuentos. Ni siquiera es fácil hacer una selección entre estas pequeñas narraciones bien documentadas. “Estos ochenta y pico relatos cortos, proverbiales, poéticos, perpetúan el latir de ese corazón, evocan la existencia de ese genio popular, con sencillez, sobriedad, incuso laconismo. Al fin y al cabo, lo que señalan es evidente, quienes lo sufrimos lo sabemos”, explica Fernando “Alcatraz” en el prólogo.
En “La Incógnita” se relata cómo en las cárceles uruguayas con grandes narcotraficantes aumentaron los sobornos, por lo que se introdujo a la policía con el fin de que controlara a los funcionarios. Pero aumentó la corrupción, la venta de droga y la presencia de armas de fuego en las prisiones, motivo por el que entró la guardia republicana. Dado que tampoco mejoró la situación, se completó la cadena de vigilancia con el ejército, que terminó por controlarlo todo. Pero “¿Quién vigila a los militares?”, termina la pieza. A pesar de que Estados Unidos abolió la esclavitud en 1865, cuenta “Esclavos encubiertos”, el departamento de Agricultura de Alabama y los empresarios de la agricultura pidieron en 2012 mano de obra barata (por ejemplo, la de los presos) para sustituir a los 120.000 inmigrantes que abandonaron el estado. Pero “los granjeros de Alabama no tuvieron suerte, porque las industrias penitenciarias ya tenían empleados a los reos en las grandes multinacionales”.
Según la autora del libro, “las injusticias, las torturas y otras miserias que el sistema judicial y los ´poderes públicos' fomentan, están mucho más allá del aquí y ahora. De ahí que los relatos de este libro se extiendan a diferentes lugares, ámbitos y tiempos”. Así ocurre con “El pecado es un placer y no un delito”, donde se recuerda que corresponde a Sor Magdalena de San Jerónimo el honor de diseñar en el siglo XVII el proyecto de la primera cárcel para mujeres en España. Así, en 1608, Felipe III estrenaba en Madrid y Valladolid las primeras Casas Galera para la población femenina.
“Libertad con billete de ida y vuelta” recrea la historia de “el Chacho”, golpeado de niño en el cuartelillo por un sargento de la guardia civil, tras una pelea de pandillas, aquello fue el prólogo de lo que vendría después. A los 17 años (en 1970) le capturó la policía y “el Chacho” no fue sino una víctima más de la Ley de Vagos y Maleantes. En agosto de 1975, otra detención, esta vez por llevar 20 gramos de hachís. Trasladado a la Modelo de Valencia y condenado a cuatro años de prisión, salió a la calle con otros casi 9.000 presos por el indulto real de noviembre de 1975. Pero entonces su destino estaba escrito: “Sin ayudas sociales, sin casas, sin trabajo...no tenían otra opción que delinquir para sobrevivir y sus billetes de vuelta al presidio estaban, ya de antemano, previstos, pagados y asegurados”.
“A un latido de distancia” se detiene a veces en personajes bien conocidos, a quienes la historia ha concedido titulares. Como Sócrates (“Sentencia a un librepensador”), que bebió con decisión de la cicuta que le portó el carcelero y así impartió una postrera lección: “Los ideales hay que defenderlos hasta el último aliento”. O el ejemplo de Óscar Wilde, acusado de sodomita y condenado a dos años de trabajos forzados en diferentes prisiones. Murió sin blanca y como un proscrito, pese al éxito anterior de su literatura. O Miguel Hernández (“el poeta revolucionario estuvo preso de cárcel en cárcel, asesinándole de hambre y olvido). O Salvador Puig Antich, miembro del MIL-GAC, ejecutado en marzo de 1974 en el patio de la cárcel Modelo de Barcelona, tras ser condenado en un Consejo de Guerra.
Pero
Adelaida Artigado escoge la mayoría de las veces a personajes
anónimos, cuyo recuerdo da vida a una tragedia personal o bien
testimonia, en un puñado de palabras, toda una época. Isabel
Aparicio “fue una presa política del PCE(r) que vivió media vida
en la clandestinidad y la otra media encarcelada”. Murió en la
prisión de Zuera (Zaragoza), en régimen FIES, “víctima de la
cárcel y del abandono sanitario” (en 2008 salió del quirófano
con el útero y los ovarios extirpados sin su consentimiento, al
contrario de lo establecido en el protocolo). Patxi Zamoro, uno de
los primeros presos FIES, fue detenido tras un intento de atraco y
condenado a once años de prisión. Cuatro años después de salir
del “talego”, donde protagonizó motines e intentos de fuga, “el
cuerpo de Patxi se dio por vencido. Lo había consumido la tortura”.
A Iwao Hakamada se le condenó a la pena capital en 1966 en Japón,
ya que se le declaró culpable de un triple asesinato. Uno de los
jueces, 39 años después, se arrepintió del veredicto, a lo que se
añadía la falta de pruebas. Hace años que Iwao Hakamada perdió el
raciocinio.
El libro también se adentra en el territorio de la memoria histórica (de las prisiones). No hay aquí espacio para medias tintas ni lenitivos, pues la realidad se ofrece en toda su despiadada crudeza. “En espera de no recibir noticias” relata cómo en las prisiones del franquismo, “los presos eran amontonados como el ganado destinado al matadero”. Bebían en charcas estancadas, sin higiene, condenados a pasar hambre, sed o por epidemias como el tifus, el cólera o la tuberculosis. Las ejecuciones se realizaban de un día para otro. Otra de las pequeñas crónicas se sitúa en Guatemala, entre los años 1946 y 1948, y tiene como protagonista al doctor John Cutler, quien se dedicaba a los ensayos con cobayas humanas (reclusos y enfermos mentales de psiquiátricos guatemaltecos) financiados por el Servicio Público de Salud Estadounidense. El objetivo de estos criminales experimentos era comprobar los efectos de la penicilina en el tratamiento de la sífilis y la gonorrea. Obama y Hillary Clinton pidieron perdón muchos años después a las víctimas de Cutler.
Y así suma el libro unos 80 relatos que componen un fresco de la ignominia humana pero también de la capacidad de rebeldía. Uno de estos ejemplos de tenacidad y perseverancia es la biografía de la autora, Adelaida Artigado. Hija de campesinos migrantes de la Sierra de Segura, con sólo 6 años le clasificaron en la escuela como “deficiente intelectual” e “indisciplinada”. Dejó las aulas, ya que prefería la calle como hábitat en el que desarrollar su vida. Nacida en 1966 fue precoz en muchas cosas (aunque quizá no tanto para los pobres de la época: con 14 años trabajaba “como sirvienta de los servidos” y a los 18 ya tenía dos hijos). Aprendió lo mejor, dice con orgullo, de su madre, una pastora de cabras que nunca aprendió a leer ni escribir. Adelaida aprendió... a los 27 años y “A un latido de distancia” es su tercer libro (antes escribió “Ligeras como plumas” además de “Y me escondo entre colores”).
Tokata (Ediciones para el debate y la lucha social) edita el libro “A un latido de distancia”, pero anteriormente ha lanzado otros como “Un resquicio para levantarse. Historia subjetiva del APRE (Asociación de Presos en Régimen Especial)”, de Javier Ávila Navas, quien pasó casi treinta años de su vida en la prisión, muchos de ellos en “régimen especial”, el de mayor crueldad, aunque logró fugarse y encabezar luchas intramuros. Tokata edita asimismo boletines en los que se abordan, por ejemplo en el número de noviembre de 2014, cuestiones como la huelga de hambre iniciada este verano en la prisión de A Lama (Pontevedra) por Emilio Sánchez del Peso; o el castigo de aislamiento impuesto en la prisión de Soto del Real (Madrid) a cinco presos por una huelga de hambre, además de artículos como “La gran falacia de la justicia” o “La imposible reconciliación con la dictadura del capital”. El boletín se define como instrumento de comunicación de los presos en lucha, con los reclusos y con el exterior de las cárceles. Además emiten un programa semanal, “Tokata y fuga”, a través de las radios libres.
El libro también se adentra en el territorio de la memoria histórica (de las prisiones). No hay aquí espacio para medias tintas ni lenitivos, pues la realidad se ofrece en toda su despiadada crudeza. “En espera de no recibir noticias” relata cómo en las prisiones del franquismo, “los presos eran amontonados como el ganado destinado al matadero”. Bebían en charcas estancadas, sin higiene, condenados a pasar hambre, sed o por epidemias como el tifus, el cólera o la tuberculosis. Las ejecuciones se realizaban de un día para otro. Otra de las pequeñas crónicas se sitúa en Guatemala, entre los años 1946 y 1948, y tiene como protagonista al doctor John Cutler, quien se dedicaba a los ensayos con cobayas humanas (reclusos y enfermos mentales de psiquiátricos guatemaltecos) financiados por el Servicio Público de Salud Estadounidense. El objetivo de estos criminales experimentos era comprobar los efectos de la penicilina en el tratamiento de la sífilis y la gonorrea. Obama y Hillary Clinton pidieron perdón muchos años después a las víctimas de Cutler.
Y así suma el libro unos 80 relatos que componen un fresco de la ignominia humana pero también de la capacidad de rebeldía. Uno de estos ejemplos de tenacidad y perseverancia es la biografía de la autora, Adelaida Artigado. Hija de campesinos migrantes de la Sierra de Segura, con sólo 6 años le clasificaron en la escuela como “deficiente intelectual” e “indisciplinada”. Dejó las aulas, ya que prefería la calle como hábitat en el que desarrollar su vida. Nacida en 1966 fue precoz en muchas cosas (aunque quizá no tanto para los pobres de la época: con 14 años trabajaba “como sirvienta de los servidos” y a los 18 ya tenía dos hijos). Aprendió lo mejor, dice con orgullo, de su madre, una pastora de cabras que nunca aprendió a leer ni escribir. Adelaida aprendió... a los 27 años y “A un latido de distancia” es su tercer libro (antes escribió “Ligeras como plumas” además de “Y me escondo entre colores”).
Tokata (Ediciones para el debate y la lucha social) edita el libro “A un latido de distancia”, pero anteriormente ha lanzado otros como “Un resquicio para levantarse. Historia subjetiva del APRE (Asociación de Presos en Régimen Especial)”, de Javier Ávila Navas, quien pasó casi treinta años de su vida en la prisión, muchos de ellos en “régimen especial”, el de mayor crueldad, aunque logró fugarse y encabezar luchas intramuros. Tokata edita asimismo boletines en los que se abordan, por ejemplo en el número de noviembre de 2014, cuestiones como la huelga de hambre iniciada este verano en la prisión de A Lama (Pontevedra) por Emilio Sánchez del Peso; o el castigo de aislamiento impuesto en la prisión de Soto del Real (Madrid) a cinco presos por una huelga de hambre, además de artículos como “La gran falacia de la justicia” o “La imposible reconciliación con la dictadura del capital”. El boletín se define como instrumento de comunicación de los presos en lucha, con los reclusos y con el exterior de las cárceles. Además emiten un programa semanal, “Tokata y fuga”, a través de las radios libres.
Enric
Llopis. Rebelión.
Citas del 30 y 31 de marzo. F.Castro y Khalil Gibran. |
Aprender
y luchar, luchar y aprender.
Citas
del 30 y 31 de marzo.
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