sábado, 15 de agosto de 2015

Fascismo y exterminio en Alicante.

Portada libro de Francisco Gonzálbez.
Así preparó el fascismo el exterminio, y lo llevó a cabo, en Alicante

Del libro de Francisco Gonzálbez “Yo he creído en Franco, proceso de una gran desilusión”. 1937.

En los días siguientes a su primera detención en Sevilla, el abogado Francisco Gonzálbez Ruiz (que fue gobernador civil de Murcia con el gobierno de Portela Valladares antes del triunfo electoral del Frente Popular) encontró a un conocido, policía en Alicante, que provisionalmente estaba en Sevilla al haber sido destinado como comisario en Madrid una vez fuera ocupado.
El policía, cuya familia permanecía en la ciudad levantina, comentó que los componentes del comité de Falange de la provincia de Alicante (que se estaba organizando en esos días de abril de 1937) le habían prometido llevarlo, pues sus servicios serían imprescindibles; enseñando a Francisco Gonzálbez Ruiz una lista con los nombres de más de trescientas personas que había que fusilar.

El policía le preguntó entonces si quería darle el de «algún enemigo suyo».
Hago la prueba y pregunto:
¿Está Manuel Senante?
... No, pero... ya estoy tomando nota.
No, hombre, no. Senante es tradicionalista. Me he permitido esta broma para persuadirme de las garantías con que se confeccionan esas listas.
¡Hay que servir a la Patria y acabar con los marxistas!
Pero es que si ellos siguen el mismo criterio acabaremos con España.
Es guerra de exterminio, don Francisco, convénzase usted. ¡Qué le vamos a hacer!

Era conocido en el café en que coincidieron como “Don ... el de las listas”.

Certificado fascista de ejecución de José Sanchís Gracia.
Del libro de Salomé Moltó “Retazos históricos de la postguerra 1939 – 1953”. 2011.

Siguiendo nuestro empeño de poder recabar una serie de relatos que, a pesar del tiempo y del empeño en silenciarlos, han marcado nuestra historia, hemos entrevistado a Jaurés, hijo de José Sanchís Gracia que fue fusilado el 28 de enero de 1941, sin acusación ni juicio, según reza el documento adjunto.
Este sería uno de los ejemplos, entre tantos muchos, en que la represión se manifestó en su aspecto más siniestro.
A Jaurés le cuesta hablarnos del pasado. Resulta sorprendente que el sistema franquista pudiera imponer la ley del silencio a las familias en donde había recabado la represión, más atroz y además, conseguir que sintieran, para más inri, un sentimiento de culpabilidad. Avergonzase de tener algún parentesco con el ejecutado, calificándolo de todo lo peor, e imponer un completo silencio, ha sido la estrategia dominante; que tuviera aceptación, algo más sorprenderte, pero el miedo siempre ha sido un buen colaborador de los regímenes represivos.
Los niños crecen con ese miedo en el cuerpo, que recaban del ambiente familiar, sienten en el aire no sólo lo que ya han sufrido, sino la amenaza de que otras personas de su familia puedan sufrir tales desgracias. Y el silencio lo cubre todo, hasta se cree que hablar de "aquello" es deshonroso. Hasta aquí podemos calibrar el enorme sufrimiento y hasta dónde puede llegar el miedo en unos niños y en unas mujeres desamparadas.
Nos cuenta Jaurés que su padre partió al frente siendo él muy pequeño.
-Figúrate, yo nací el 22 de octubre de 1932, y en 1936 estalló la guerra. Poco después él marchó al frente.
-¿Cuántas veces llegaste a ver a tu padre?
-No sé, unas tres o cuatro. Una vez fuimos a Alpera y otra vez a Hinojosa del Duque, lo recuerdo vagamente.
Jaurés nos habla de todo su sentir de aquellos tiempos tan difíciles, vemos unas fotos de la familia y ayudado por su esposa, va recordando.
-Mi padre pertenecía a la UGT, era un poco idealista, sabía que tenía que defender... bueno, luchar por la dignidad de los trabajadores. Terminada la guerra, volvió confiado en que su cuñado, casado con una hermana suya y que era Director General de la Policía, le ayudaría.
-¿Fue denunciado por alguien?
-Sí, uno que era droguero.
Sobre este particular declinamos averiguar más detalles, pues no se tienen pruebas reales que lo corroboren. A pesar de ello, Jaurés tiene la íntima convicción de quién fue el delator de su padre.
Hay momentos en nuestras vidas que marcan indeleblemente nuestro subconsciente. En el recuerdo guarda Jaurés la visita que hicieron a la cárcel, para visitar a su padre. Observaba atentamente el edificio, compuesto de varios pisos, las familias se agrupaban contentas de poder comer en el patio libremente. El niño correteaba, podía jugar a sus anchas, abrazar a su padre, de algún modo resarcirse de tanto tiempo sin poderlo ver o verlo solamente a través de las rejas, de unos guardias o de mil obstáculos.
-Ese día fui muy feliz, pero fue el último, unas semanas después lo fusilaron.
-Han sido muchos años de sufrimiento, muchos años de vivir con el silencio impuesto y con la sensación de ser culpable sin saber muy bien de qué, y esta es la gran añagaza del sistema, no culpabilizar directamente, pero que el oprimido así se sienta - Jaurés asiente.
-Recuerdo, ya por los años sesenta, que tuve que ir a la Jefatura de Policía, a por un certificado de buena conducta. Me acompañó una persona y se reunieron en el despacho contiguo largo rato, cuando al fin salieron discutiendo, uno decía que sí, el otro que no. Que yo merecía el certificado de buena conducta y el otro que no por ser hijo de un rojo. ¿Qué te parece?
En el rostro de Jaurés hay una tristeza enorme. Todas las personas, hoy mayores, que tuvieron en su infancia que soportar aquellas vejaciones, han guardado en su fuero interno un sufrimiento que el paso del tiempo no ha podido borrar.
Confraternizando complemento la charla con algo personal:
-Pues para que veas, a pesar de que en el posfranquismo, ya hablaban de la "dicta blanda", en el sesenta y seis, y en París, fui a pedir empleo a la Citroén. Pues bien, el encargado de recabar el personal, me interrogó. Ten en cuenta que una de las mayores accionistas de esta multinacional, tal y como se decía, era la mujer de Franco. Lo primero que me preguntó, fue en qué bando había luchado mi padre durante la guerra.
- Verá usted, cuando estalló la guerra mi padre tenía catorce años y no fue a la guerra - le contesté en castellano, pues se trataba de un español que supongo tenían empleado para este menester.
Hizo un gesto de abandono y ya no me preguntó más (...)

(Un monumento a la "Libertad". La figura de un torturado)
Dibujo de J.Kalvellido
Título: A la libertad

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