miércoles, 6 de abril de 2016

La experiencia histórica del movimiento por la amnistía, por Juanma Olarieta.

Postal de Manuel Arango. "Amnistía". (dos manos se estrechan arropando a un preso)
La experiencia histórica del movimiento por la amnistía
Juan Manuel Olarieta

Durante la transición la lucha por la liberación de los presos políticos marcó el punto cenital del auge de lucha popular contra el fascismo. Supuso el enfrentamiento más importante, más prolongado y más sangriento de las masas contra el régimen por una serie de motivos:

a) porque era una lucha política directamente dirigida contra el fascismo, a diferencia de las huelgas obreras, sectoriales, locales o laborales
b) porque era una denuncia de la continuidad del fascismo
c) porque demostraba la unidad del movimiento de masas, su capacidad para unirse, que empieza siempre por su capacidad de sentirse unidos a los presos políticos. Entonces no había ninguna organización popular que no pusiera la amnistía en primer plano; lo mismo que en 1936, la lucha por la amnistía y contra la represión es el motor de la unidad antifascista
d) porque por vez primera desde el final de la guerra puso al régimen contra las cuerdas, a la defensiva, demostró que las masas, incluso en condiciones de semiespontaneidad y desorganización, podían arrancar importantes conquistas
e) porque el movimiento de masas por la amnistía estaba unido a la lucha armada guerrillera, porque no fue una protesta pacífica, a pesar de los intentos de reconvertirla en unas “medidas de gracia”, en una concesión generosa del régimen o en una payasada pacifista.

A pesar de sus afirmaciones retóricas de democratización, el régimen no cedió jamás ante la exigencia popular de amnistía, nunca quiso liberar a los presos. El periodista José Luis Portell lo dijo así en su libro titulado “ETA, amnistía arrancada”. Si el régimen se democratizaba, ¿por qué no liberar a los presos?, ¿por qué no liberarlos por propia iniciativa, es decir, sin que nadie tuviera que pedírselo?

La lucha no sólo estuvo en la calle sino también en las cárceles, donde hubo importantes protestas y huelgas de hambre de los propios presos. El movimiento popular y los presos políticos formaban una unidad.

La reivindicación de la amnistía es la batalla final. Supone el reconocimiento de la falta de legitimidad del Estado y, por el contrario, el reconocimiento de que la lucha contra el fascismo está criminalizada. Hoy está prohibida por el artículo 62 i) de la Constitución. Es la única Constitución del mundo que prohíbe los indultos generales.

Al mismo tiempo, aprovechando la lucha por la amnistía el régimen se auto-amnistió a sí mismo, es decir, legalizó los
crímenes del fascismo, sus propios crímenes. Lo mismo que los criminales latinoamericanos, para burlarse del movimiento de masas, los fascistas españoles impusieron una ley de punto final.

La lucha por la amnistía no fue impulsada por unos u otros partidos, ni mucho menos por los oportunistas, que lo que
hicieron fue apuntarse al carro. Fue la presión popular la que obligó a los oportunistas a incluir la amnistía en sus agendas respectivas. Por eso a los oportunistas se les llama precisamente oportunistas.

La liberación de los presos políticos fue progresiva, es decir, un proceso largo en el que el fascismo se vio obligado a ceder a regañadientes y a disimular que empezaba a ponerse a la defensiva frente al movimiento popular.
Utilizó artimañas como negociar con los reformistas de la época para camuflar el protagonismo popular y encumbrar a
determinados figurones domesticados, como Felipe González y otros. También aprovechó determinadas celebraciones para
aparentar generosidad. Por ejemplo, el 25 de noviembre de 1975 aprovechó la coronación del nuevo monarca para aprobar un indulto que sacó de las cárceles a casi 700 presos políticos.

Dibujo. "Las rejas no callarán la verdad!". (un puño sale a través de los barrotes de una celda)
Lo mismo hizo el 30 de julio del año siguiente con la llegada de Suárez al gobierno, que aprovechó para sacar a otros 287 antifascistas. Según el diario ABC era “la más amplia que cabía esperar”.

La salida de los presos de las cárceles fue un goteo cuyo momento culminante empieza en el mes de marzo, sigue con
la Semana Pro-Amnistía de junio y acaba en octubre de 1977 en forma de tres salidas de la cárcel.

Lo que este proceso demuestra es que, al mismo tiempo que el régimen liberaba a unos, mantenía a otros dentro. Esta maniobra del gobierno fascista se apoyó en los oportunistas que quisieron dividir al movimiento, sacando a algunos para dejar a los demás dentro. Para ello inventaron la ficción de que existían unos presos “políticos” en sentido estricto, de aquellos otros que habían sido condenados por delitos “de sangre”.

Fue el primer acto de colaboración y complicidad de las organizaciones oportunistas con el fascismo y con la reforma que éste estaba intentando sacar adelante.

Esta discriminación suponía que los oportunistas no sólo admitían la legitimidad del fascismo, sino también la de sus juicios y sus sentencias, en muchos casos impuestos en consejos de guerra, es decir, por tribunales militares.

Por eso no sólo hubo una sino varias amnistías en forma de ampliaciones sucesivas. Por eso en aquella época se hablaba de amnistía “total” (amnistia osoa en euskara) o amnistía “general” (amnistia orokorra en euskara).

Esta maniobra oportunista se reproduce en la actualidad, cuando algunos colectivos tratan de impulsar una amnistía “social” que discrimina a los presos políticos según determinadas categorías y, en especial, afirmando que los “terroristas” no son presos políticos y mucho menos presos que también han contribuido a las luchas sociales.

Esa consigna es repugnante y debe ser combatida con toda la energía que se merece, como se deben combatir todas esas
acciones individualizadas en pro de unos presos, dejando a otros en el olvido. La amnistía no tiene apellidos.

Con la República en 1931 hubo una amnistía y en 1936 hubo otra porque se produjeron cambios políticos importantes.
Sin embargo, en 1977 no hubo ninguna. Como consecuencia del mantenimiento (y reforzamiento) de la legislación represiva, el ejercicio de los derechos políticos seguía siendo delito. Nunca se despenalizaron los delitos por los que habían sido condenados los antifascistas. Por consiguiente, aquellos que continuaron en la lucha siguieron siendo encarcelados por los mismos hechos y los mismos tribunales.

Los farsantes sólo cuentan la mitad de la historia y se olvidan de que en 1977, a medida que unos salían a la calle otros entraban precisamente por luchar por la amnistía, de tal manera que al final de aquel año había más presos políticos que al principio.

Es la demostración de que nada sustancial estaba cambiando. Por ejemplo, en 1977 la manifestación del Primero de Mayo en Madrid fue salvajemente disuelta por la policía, que causó 200 heridos y varios cientos de detenidos.

Para justificar sus devaneos, los oportunistas complican las cosas innecesariamente. Pero la amnistía no es un proceso sino un acto, muy sencillo, que consiste en sacar a todos los presos antifascistas a la calle.

Dibujo. "Libertad presos políticos". (a través de una reja, una mano saca la bandera Popular)
Como no sucedió de esa manera, como las cárceles no se vaciaron, como siempre ha habido presos políticos, el régimen no tiene un punto de ruptura. No hay un día a partir del cual pueda decir que dejaron de ser lo que siempre habían sido: fascistas.

Es muy importante explicar los motivos del goteo, es decir, por qué el régimen liberó a unos primero y a otros después, y finalmente por qué hubo algunos a los que el fascismo jamás liberó. Eso supone aclarar dos cosas:

a) que el régimen empezó por liberar a sus cómplices y colaboradores, a los reformistas porque necesitaba su apoyo para utilizarlos contra el movimiento de masas

b) que los reformistas se dejaron utilizar para introducir la división dentro del movimiento antifascista.

No se trató sólo de algo del tipo “Nosotros ya hemos sacado a los nuestros y los demás que se jodan”. Eso fue muy típico de los oportunistas durante la transición. “Sálvese quien pueda”. Por ejemplo, también ocurrió con la legalización de los partidos: a medida que unos se legalizaban, dejaban a los demás en la estacada.

Pero eso fue sólo una parte. Hubo más. Lo que los oportunistas dijeron entonces es que ellos eran los únicos presos políticos, los verdaderos y los auténticos. Por lo tanto, los que se quedaban dentro de las cárceles era porque tenían “delitos de sangre”. Entonces dejaron de ser presos políticos y se convirtieron en “terroristas”.

De la discriminación, los oportunistas pasaron al aislamiento, a denunciar la lucha antifascista como delito, a decir que la lucha es sólo política, luego que es sólo pacífica y electoral, hasta acabar finalmente con todas las clases de lucha.

Como es fácil entender, la política de aislamiento no fue obra del fascismo sino del reformismo y ha tenido muchas justificaciones ideológicas, a cada cual más pintoresca, que ahora no voy a detallar.

La política de aislamiento se materializó en la teoría del entorno, elaborada para acabar con la solidaridad: la solidaridad con los terroristas te convierte en cómplice del “terrorismo”.

Ésta es exactamente la situación actual: los familiares de los “terroristas” también son “terroristas”, los amigos de los “terroristas” son “terroristas”, los solidarios con los “terroristas” son “terroristas”, los periodistas, los abogados, los actores, los poetas, los músicos e incluso los titiriteros... todos son “terroristas”.

Que nadie se deje engañar ni se llame a engaño. En este país el ejercicio de la libertad de expresión es un delito y quien comete el delito (“enaltecimiento el terrorismo”) es un “terrorista” y es tratado como tal. Le detienen los mismos policías, le aplican las mismas normas, le juzgan los mismos tribunales y en la cárcel le intervienen las comunicaciones exactamente igual que a los demás “terroristas”.

La manipulación política se completa con un viraje de 180 grados que ayuda al lavado de cara del fascismo. Consiste en la autoinculpación: la culpa de la existencia de presos la tienen los propios presos por haber luchado. La culpa de que los titiriteros vayan a la cárcel es de los propios titiriteros y de nadie más.

De esa manera, después de 40 años, aquella farsa fascista que empezó en 1977 ha dado un giro completo y aún nos piden que comulguemos con ruedas de molino.


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