jueves, 29 de junio de 2017

¿Dónde está la clase obrera?. Artículo de Juan García Martín.

Cartel sobre Juan García Martín.
¿Dónde está la clase obrera?

Juan García Martín / Preso político del PCE(r)

Desde su aparición en los años 20 del pasado siglo, el fascismo, la fuerza de choque del gran capital, tuvo como una de sus señas de presentación la supuesta “abolición de la lucha de clases”. Bajo su denominación ya no habría más patrones y obreros, todos unidos e iguales en aras de las supremas ideas de la Nación, la defensa de la Patria, los planes desarrollistas, los destinos imperiales y bla bla bla; objetivos éstos a los que habría que supeditar cualquier reivindicación económica y social, borrando el menor asomo de identidad y conciencia de clase... del proletariado, claro, porque los capitalistas siguieron gozando de todos sus privilegios como propietarios de los medios de producción.

Sin embargo, los obreros tenían -y siguen teniendo- la irrefrenable tendencia a unirse con sus iguales que son los que no tienen más riqueza que su fuerza de trabajo; a organizarse al margen de los tinglados que les ofrecen sus enemigos de clase y a luchar persistentemente por sus derechos por medio de huelgas, manifestaciones, piquetes, barricadas, etc.
De ahí que el Estado fascista, junto con su demagogia, tuviera que recurrir permanentemente a la represión: prohibición de las organizaciones netamente obreras, especialmente las sindicales y políticas, persecución y encarcelamiento, tortura y asesinato de sus componentes y con especial saña de los comunistas como los más significados organizadores, orientadores y luchadores salidos de sus filas.

Naturalmente todos estos esfuerzos estaban condenados al fracaso. Los obreros eran necesarios y siguieron existiendo y reproduciéndose. Siguieron, además, con sus malos hábitos de unirse, organizarse, reivindicar, declararse en huelga y manifestarse.

Por ceñirnos al caso de España, no podemos extrañarnos por tanto de que Franco -de quien no cabe duda de que se empeñó concienzudamente en esa tarea “abolicionista”- se encontraba al final de su dictadura con un movimiento huelguístico sin igual en la Europa de entonces en cuanto a extensión, radicalidad y duración, así como con una nueva generación de comunistas dispuesta a encabezarlo

El fascismo tomó nota y... ¡llegó la reforma! Superó aquel infantilismo de camisas azules y se vistió con modernas ydemocráticas” camisas de corte italiano; aprendió a dosificar y hacer más selectiva la represión al tiempo que avanzaba en el control asfixiante y preventivo de la población y en la utilización masiva de los sofisticados medios de comunicación a su servicio.

De la mano de todo ello llegaron las ilusiones reformistas, la domesticación e integración de sindicatos y partidos “de izquierda” y los Pactos de la Moncloa, las reconversiones del PSOE, el espejismo del estado del bienestar y las diferentes burbujas y su momentáneo auge económico. Todo lo cual, junto a la persistencia de la represión contra todo aquel que se saliera de su norma y otros factores externos, como la caída del muro de Berlín, han hecho que en los últimos años las expresiones de la lucha de clases hayan disminuido cuantitativa y cualitativamente, al tiempo que se iban extendiendo prácticas productivas como la dispersión y deslocalización de centros de trabajo o el abuso de las subcontratas que han favorecido la división entre los propios obreros.

Dibujo. Manifestación con puños alzados.
Hemos llegado a un punto en que hoy parece que el sueño de los ideólogos del fascismo se ha hecho realidad: la clase obrera parece haberse esfumado. ¿Quién habla desde los medios o tribunas de los obreros? ¿Qué partido “oficialista” utiliza el término proletariado en su propaganda? ¿Quiénes sostienen la vigencia de la lucha de clases? Buscar la noticia de una huelga –y haberlas haylas- se convierte en una labor detectivesca por las redes locales donde han quedado arrinconadas.
Y si hay que hablar de obreros se usan eufemismos como clase trabajadora, los trabajadores, asalariados, empleados, etc.

Hay que señalar, para vergüenza de algunos, que en los últimos decenios una determinada y autodenominada “izquierda” ha acompañado a la burguesía en su nueva etapa de “abolicionismo” basando sus programas y proclamas el sello “de clase”, la referencia a la lucha de clases y, por supuesto, a los objetivos del socialismo adoptando también el lenguaje ambiguo de los “académicos” del Poder. Todo ello sacrificado en aras de lograr mejores resultados electorales. Y claro, se han estrellado. Curiosamente también los hay que recién llegados al estrellato político institucional empiezan a hacer el mismo viaje... No aprenden.

¿Ha desaparecido con todo ello el temor de los capitalistas a un resurgir del movimiento obrero consciente, combativo y organizado? Los hechos dicen que no. Basta ver como los medios de comunicación se echan como fieras sobre todo lo que huela a huelga, solidaridad, reivindicación de clase y organización autónoma de los obreros, para minimizarlos, desfigurarlas, falsearlas y desnaturalizarlas. El Primero de Mayo del año pasado 2016, se oyeron en algunas manifestaciones gritos que parecían olvidados: “Viva la clase obrera”, “Adelante la lucha obrera”. Inmediatamente fueron tildados de “minoritarios” en los medios, cuando no ridiculizados por trasnochados. Otro ejemplo de estas masivas campañas de intoxicación las tenemos en el reciente conflicto de los estibadores.

Igualmente la represión contra los trabajadores y sus familias ha aumentado significativamente en los últimos años; son ya miles los piqueteros, huelguistas, escrachistas y manifestantes condenados o sobre los que penden condenas de cárcel y fuertes multas.

Los capitalistas y sus acólitos siguen soñando –y actuando en consecuencia- con unos obreros dóciles, desconcienciados, desclasados, insolidarios; una masa amorfa, dividida, desorganizada, inculta, embrutecida, sin más horizonte ni destino que trabajar como burros, consumir, votar cada cuatro años, acudir a las “procesiones” y lo más alejada posible de cualquier veleidad revolucionaria.
Dibujo. Manifestacion levanta enormes puños.
¿Qué obrero/a quiere un futuro así para sí mismo o para sus hijos? Es verdad que durante un tiempo su conciencia de clase puede verse nublada y retroceder por ilusiones de todo tipo, sobretodo si van acompañadas de una cierta bonanza económica. Pero el estado de bienestar se terminó; se acabó la bonanza, se fueron al traste incluso las conquistas alcanzadas por las generaciones anteriores; y la realidad de la miseria y la explotación extremas se impone y extiende. Y si en los años 50-60 del pasado siglo, tras sufrir una brutal derrota y en medio de una no menos sangrienta represión franquista, se logró levantar un poderoso movimiento obrero ¿cómo no va a ocurrir de nuevo?. Experiencias y motivos no faltan.

No es cuestión de voluntad o de voluntarismo esta predicción. La clase obrera no tiene más bien que su fuerza de trabajo y está obligada, por las propias reglas del capitalismo, a hacerla valer como cualquier mercancía; al mismo tiempo su fuerza como clase no se deriva de las instituciones de un Estado hecho a la medida de sus explotadores: su fuerza es su número, la unidad y la solidaridad entre iguales, entre desposeídos; y su ventaja estratégica viene dada por el lugar que ocupa en la producción capaz de paralizar por medio de la huelga la economía de todo un país.

Es cuestión de tiempo, no lo dudemos, que los obreros eleven su nivel de conciencia como clase explotada y diferenciada, que superen su actual desorganización, desorientación y división, para encontrar formas organizativas propias y acordes con las nuevas condiciones laborales al margen de los tinglados que ofrece la burguesía. Y, por último, que así recupere su protagonismo como clase revolucionaría para lo cual encontrarán la ayuda inestimable de los comunistas.

Esto no es optimismo histórico, es pura necesidad. Es una ley de la sociedad regida por clases antagónicas donde la clase cuya esencia es colectivista, la clase obrera, está inevitablemente obligada a enfrentarse a la otra, la burguesía que se basa en la propiedad privada y la expropiación de la fuerza del trabajo ajeno.


Publicado en Opinión de “El Otro País” nº 82, de junio 2017.

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