MÓDULO 13
Esta mañana, cuando me sacaron al patio, observé que desde una de las ventanas enrejadas de las celdas que dan al patio del módulo, alguien me hacía señales con una mano para que me acercara. En aquel momento me encontraba solo en el patio (los carceleros habían subido al segundo piso para abrir otras celdas), así que me encaminé en aquella dirección. Aún no había yo llegado al pie de la ventana, que se alza como a un metro del suelo, cuando el que se hallaba detrás de la reja entre penumbras, me preguntó arrastrando las palabras:
- ¿Qué perraa se metió las papelinas?
Me quedé paralizado, dudando si seguir adelante o dar la vuelta y marcharme. Finalmente decidí acercarme más a la reja para ver mejor al sujeto: un hombre de unos cuarenta años (aunque parecía tener más edad), con la nariz rota y el rostro surcado de cicatrices emergió de la sombra mientras me miraba fijamente a los ojos. Le reconocí enseguida (le llaman “Ronco”), pero hice como si no le reconociera.
- ¿Quién robó la pelota de tenis que lanzamos el jueves para Toni desde el módulo 12 -volvió a preguntar.
- Mira kolega –repuse, recuperado ya de la sorpresa- yo me mantengo al margen de todas esas vainas. Pero ya que muestras tanto interés en saber quién se apropió de esa mierda, te diré que has llegado tarde, pues como aquí todo el mundo sabe, fue “el Paisa”, y da la puta casualidad que mismamente ayer por la tarde se lo llevaron expulsado a su tierra, o sea, a Marruecos.
- Me cago en la puta madre que parió a todas esas ratas ¡les voy a cortar a todas el cuello…! Aquellas papelinas eran para el Toni, que estaba enmonao ¡y ya las tenía pagadas!
- No te precipites, kolega –le aconsejé- a los otros moros que están ahora en el módulo los acaban de traer y no han participado en ese mangoneo de que hablas. Claro que a ti te han traído hace media hora y no podías saberlo. O quizás te han informado mal intencionadamente. ¿No te has enterado de la pelea que hubo hace un par de días en el módulo 11, el de menores, donde una pandilla de dominicanos fueron a por los moros y al final pillaron más de lo que buscaban, acabando algunos de ellos con graves heridas en el hospital? Sí, hombre, lo tienes que saber porque ¡ha salido hasta los papeles! Buen, pues los moros de marras son esos chavales que están ahora aquí pagando la sanción que les han impuesto por esa pelea.
- Yo me encontraba en el módulo 7 y cuando me enteré de la faena que le han hecho al Toni, que está ahora allí, sin pensarlo dos veces me fui derecho a por los moros que hay en aquel módulo… yo puedo pelear con tres a la vez y sacarles a todos las tripas…
No había terminado el Ronco la frase cuando vi aparecer en el patio, entre otros presos, a los moritos de quienes estábamos hablando. Así que me dirigí a uno de ellos, que ayer me pareció el más formal y maduro (un joven de mediana estatura, con la cabeza rapada), y que, además, hablaba correctamente el castellano.
-¿Te acuerdas de lo que comentábamos ayer? -le pregunté, y proseguí sin esperar respuesta- bueno, pues mucho ojo chaval, porque vienen a por vosotros… Diles a tus paisanos del segundo turno que hoy no salgan al patio, que se queden en el chabolo.
* * *
Yo conocí al Ronco hace dos años, cuando lo trajeron al módulo 13 entre cuatro o cinco carceleros y le encerraron en la celda contigua a la que yo ocupo. Inmediatamente el Ronco comenzó a bramar -¡Hijos de puta, perras, mamonas… me las vais a pagar!- Lo habían esposado con las manos a la espalda al tubo de la calefacción, lo que le obligaba a permanecer tumbado o en cuclillas, en una postura imposible.
El Ronco gritaba, maldecía, amenazaba con quitar la vida a media humanidad y en joder a la otra media. Y cuando parecía que se había cansado (pues se mantuvo en silencio durante unos minutos) reanudó los gritos, con voz plañidera, para pedir tabaco -¡un cigarro por fa…! Yo oía sus gritos y el trastabilleo de las esposas en el tubo de la calefacción e imaginé la tortura que el Ronco estaba sufriendo. Y lo que era peor para mí: no podía hacer nada para ayudarle.
Al rato llegaron de nuevo los carceleros en tropel. Nada más oírse el ruido del cerrojo al abrir y la corredera de la puerta metálica, comenzó lo que no dudé sería otra cosa que un forcejeo brutal, con gritos entrecortados y resuellos.
- ¡Quieto, que va a ser peor!
- ¡Que me la trago… ¡ ¡¡Aaahh!!
- ¡Suelta maricón!
- ¡Que me la trago!
- ¡Abre la boca, hijo de puta!
- ¡Perras me las vais a pagar… algún día me las vais a pagar todas juntas!
- ¿¡Dónde tienes la otra cuchilla!? ¡Venga, dilo, cacho cabrón!
- ¡Sólo tenía ésa!
- ¿¡Dónde la tienes!?
- ¡¡Aaaayyy!! ¡Que sólo tenía una, perras, que sois todos unas perras guarras-mamonas! ¡¡Aaayyy!!
- Déjalo ya… en cuanto te calmes te quitaremos las esposas. Vámonos.
Cerraron de un fuerte golpe la puerta y se marcharon como habían llegado. La estrecha galería de las celdas de castigo quedó sumida en un silencio denso, espeso, insoportable… Pero no habían transcurrido ni cinco minutos cuando el Ronco comenzó de nuevo a gritar.
- ¡Sacadme de aquí! ¡Por fa…! ¡Me estoy desangrando…! ¡¡Joder que me desangro!!
Alarmados, esta vez los carceleros no tardaron en acudir. Quitaron las esposas al Ronco y lo llevaron a la enfermería de la cárcel. A los treinta minutos lo trajeron cosido y sedado. Ya sólo le quedaba fuerza al Ronco para pedir tabaco. Al día siguiente pude verlo y hablar un rato con él en el patio, antes de que lo llevaran a otro módulo.
* * *
Continuaba yo mi paseo diario aparentando despreocupación (los carceleros vigilan constantemente nuestros movimientos y no pierden ningún detalle), pero en realidad no dejaba de prestar atención a lo que estaba sucediendo en la ventana del Ronco. Hacía unos momentos que dos jóvenes marroquíes se habían aproximado a ella y ya estaban enzarzados, lanzándose amenazas e insultos. Como más tarde aclaró uno de los jóvenes, todo comenzó cuando, en un momento de la discusión que mantenían, el Ronco le escupió en la cara y, en respuesta, él lo agarró de la camisa y tiraba de ella hacia fuera con el propósito de golpearle con el puño. El incidente no fue a más por la interposición de la reja que los separaba, pero exaltó los ánimos de los marroquíes hasta el punto que hizo saltar la alarme entre los carceleros.
- ¡Apartaos todos de la ventana! ¡Al primero que se acerque a ella le ponemos un parte y va inmediatamente pa’dentro! –advirtieron los boquis desde la garita.
Yo reanudé mi paseo como el que no se entera de nada y cuando me pareció que los marroquíes se habían serenado me senté junto a ellos.
- Lo que hacía aquí “el Paisa” –les dije- no estaba nada bien. Y los carceleros se lo permitían. Claro que vosotros no sois como ese fulano, y los boquis lo saben. Pero ya los estáis viendo: os quieren meter en el mismo saco que a él y eso puede añadir nuevos problemas a los que ya tenéis por el mero hecho de ser jóvenes e inmigrantes. Por ese motivo no debéis permitir que os lleven a donde están intentando llevaros. Tenéis que evitar caer en la trampa que os han tendido y no hacer caso de las provocaciones. Yo conozco al Ronco y puedo deciros que es un hombre acabado. Tiene más de veinte años de cárcel encima y ya le da igual ocho que ochenta. Vosotros, en cambio, tenéis toda una vida por delante. Os han metido en la cárcel, como quien dice, “por la cara” y si nos os cae aquí algún marrón, antes de que pase mucho tiempo, tendrán que poneros en libertad. Y eso es lo que no quieren hacer, porque ahora les sobra mano de obra barata y en la calle les creáis más problemas que aquí, en la cárcel.
Además, chavales –añadí-, haceros el farruco ante un tipo como el Ronco es una tontería que os puede costar muy cara. Porque, supongamos que lográis darle una paliza (cosa que dudo mucho) ¿qué sucederá después? ¿qué haréis cuando alcancéis la mayoría de edad, os lleven a módulos de mayores y allí os estén esperando el Ronco, el Toni y todos sus kolegas para haceros el pasillo? Más vale que utilicéis el coco, le deis un cigarro al Ronco e intentéis arreglar las cosas amistosamente con él. Este hombre se avendrá a razones si no os subís a su chepa y le mostráis “respeto”; de otra manera no, pues el respeto, en la cárcel, lo es todo.
* * *
Los dejé discutiendo entre ellos en su lengua y, a riesgo de que los carceleros me ordenaran volver a la celda antes de tiempo, me acerqué por segunda vez a la ventana de la celda donde se hallaba el Ronco.
- ¡Ese kolega! ¿¡Passa contigo!? Le dije cuando le vi aparecer detrás de la reja.
- ¿Me das un cigarro tronco?
- Lo siento, kolega, yo no fumo. Ahora van a venir los marroquíes. Ellos te pueden dar de fumar… Les he leído la cartilla ¿sabes? Porque son unos críos y todavía no saben estar en la cárcel. Por lo demás, no son mala gente. “El Paisa” sí es una mala persona. Pero no se les puede comparar. Ten en cuenta que la mayor parte de estos chavales llegan a España (después de arriesgar muchas veces su vida) con la esperanza de poder ayudar a su familia a salir del abismo de miseria, y se ven solos, sin trabajo, sin papeles y teniendo que escapar al continuo acoso policial. Y claro, al final tienen que robar o dedicarse al trapicheo para poder sobrevivir, y acaban en la cárcel. “El Paisa”, ya te digo, sí es una mala persona. Yo he tenido la mala fortuna de conocerlo, porque me he visto obligado a compartir con él y otros presos este espacio, y ya ves, son 40 pasos por 12… Puedo asegurarte que lo único que tienen en común “el Paisa” y esos chavales, aparte de su condición de presos, es su nacionalidad de origen. “El Paisa” robaba, abusaba, pegaba y abucharaba a todos los presos comunes que han pasado por aquí a cumplir sanción en los últimos meses. O sea, que el Toni ha sido una más de sus víctimas, como otros muchos. Si “el Paisa” pedía un cigarro a algún pringao y éste no se lo daba, le insultaba -¡payaso! ¡maricón! ¡chivato! ¡luego hablaremos!- utilizaba la intimidación y la amenaza directa, y cuando éstas no le reportaban el resultado apetecido, pasaba a mayores. Y no podíamos hacer nada para impedírselo, pues como tú sabes mucho mejor que yo, aquí impera la ley de la selva y el sálvese quien pueda… aunque si te digo la verdad, a mi todos me respetan. Por eso he podido mantener siempre las distancias con “el Paisa” y decirle más de una vez lo que no le gustaba oír.
En ese momento el Ronco levantó la mano y se la llevó a la boca para escupir sobre la palma una cuchilla de afeitar. Y la tuvo en la mano cerrada mientras yo continuaba.
- Un día “el Paisa” le quitó a un rumano una pastilla, y al día siguiente le pegó una paliza delante de todos con el pretexto de que se había chivado a lo boquis. Entonces yo no me pude contener y le dije: “Lo que acabas de hacer es una canallada… El rumano no es un chivato, y tú lo sabes. Tan sólo pidió otra pastilla (su “medicina”) a los carceleros porque es un hombre enfermo y no puede dormir por las noches si no la toma. Y ahora vas tú, y no conforme con haberle arrancado la pastilla de sus manos, le pegas, le vejas y le humillas delante de todos. Eso no se hace… si tienes tantos cojones como pretendes ¿por qué no lo demuestras lanzándote contra los carceleros? En realidad son ellos (las autoridades), los que te han metido en la cárcel y te privan hasta de lo más necesario, y no esos pobres infelices de los que abusas porque te crees más fuerte que ellos. Pero ten cuidado chaval, porque algún día vas a encontrar la horma de tu zapato… Yo he visto en la cárcel a más de un valentón como tú doblarse ante ese tipo de “cobardes”. ¿No te das cuenta de que hasta el más rilao te la puede dar cuando menos lo esperes y dejarte más tieso que un palo…? Que un tío abucharao, herido en su orgullo, puede llegar a tomar la determinación de darte cachichi sin avisar”.
Cosas como éstas le decía a menudo al “el Paisa” mientras él permanecía en silencio; algunas veces asentía y me daba la razón. Después, durante unos días yo notaba que hacía esfuerzos para contenerse. Pedía -por favor, un cigarro- y no ofendía a nadie. Pero esto duraba poco y pronto volvía a comportarse como una mala bestia. Y es que ese tipejo, yo ya estoy convencido, no tiene cura. Está tan deformado por la vida que ha llevado, y por la cárcel, por las necesidades insatisfechas, la falta de afectos y otras carencias y castigos, que en fin… a mí me daba pena oírle decir a gritos, para que todos pudiéramos escucharlo: “¡Me da todo igual. Si tengo que robar, robo; si tengo que matar a alguien, pues lo mato y ya está…! ¡Me da todo igual!”. Desde luego hay que estar completamente perdido o muy desesperado para hacer esa proclama…
- ¿Quién me da un cigarro? –me interrumpió el Ronco. Se habían ido acercando algunos jóvenes marroquíes, situándose a mis espaldas y como a mí me estaba resultando un tantico forzada aquella conversación (más bien monólogo de mi parte), aproveché el momento para retirarme y reemprender mi “larga marcha”.
* * *
Mientras caminaba de un extremo a otro del patio, recordaba yo el día no lejano en que habían traído al Módulo 13 a “el Paisa” desde la enfermería, donde fue asistido de unas heridas que le habían ocasionado en una pelea en otro módulo. Así que llegó (como casi todos los presos que traen al 13 a “pagar sanción”), con la cara deformada por los golpes recibidos en la pelea y una parte del pecho y otra de la espalda cosidos con grapas. Se comprende que, en tales condiciones, no le quedaran muchas ganas de gallear.
Por aquellos días se hallaba en el módulo un senegalés de piel oscura, casi negra, que medía poco menos de dos metros.
- Hermano ¿dónde está el economato? –me preguntó a modo de presentación, nada más poner la planta de sus pies en el patio.
- Aquí no tenemos economato -le respondí. Una vez por la mañana y otra por la tarde aparece un tío en la puerta del patio al que puedes hacer tu pedido de compras. Naturalmente le tienes que dar tu tarjeta de peculio. ¿Te han informado de que en este módulo no se puede tener ninguna lata de conserva o de coca-cola en la celda? Tampoco te permiten tener la maquinilla de afeitar, ni el cortauñas…
- ¿Y cuando tenga necesidad de cortarme las uñas, qué hago, me las muerdo? – se le ocurrió decir al moreno.
- No hombre, le pides el cortaúñas al boqui de turno y, si no está de mal humor, no te hará esperar mucho y te lo dará. Pero después de usarlo, se lo tienes que entregar. Lo mismo sucede con las latas: tú las pagas al recadero, el recadero se las entrega a los carceleros, los carceleros las guardan bajo llave, y cuando tú sientes la necesidad de consumir, pongamos, una lata de mejillones, se la pides al carcelero, él te la pasa, tú la consumes e inmediatamente tienes que entregarle al carcelero el envase.
- Es como para quitarte las ganas de comer mejillones.
- Así es, chaval.
- ¿Qué piensan que puedo hacer con un cortaúñas? –volvió a preguntarme el gigantón.
-Nada más que cortarte muy malamente las uñas –respondí. Aparte de que si te quieres rallar, puedes hacerlo con cualquier otra cosa mucho mejor que con un cortaúñas. Yo he visto en este mismo patio a un pirao coger la chapita de un encendedor y ponerse como un cristo. En realidad, a los carceleros les importa un carajo que te ralles todo el cuerpo o que te ahorques. Tampoco les importa una mierda que ataques o pinches a otro preso. Lo que no permiten en este módulo es que puedas hacer algo por propia iniciativa. Por eso no tenemos ninguna posibilidad de hacernos ni un café… nada, chaval. Es como si te estuvieran vaciando el cerebro: nada de actividad, nada de salidas al campo de fútbol ni al polideportivo, nada de salidas al cine. Tienes que estar dos horas por la mañana y dos horas por la tarde en el patio y eso, aunque llueva, haga frío o a pleno sol de agosto… que parece que nos hallamos en las arenas de un desierto. Ya ves chaval, aquí no tenemos ni donde protegernos del sol… un verdadero “sol de justicia”, torturante. O este sol o el chabolo. No tenemos otra alternativa… que la justicia en este país es todo lo que se quiera decir de ella, menos justa.
- ¿Fumas? – me ofreció un cigarro.
- No, no fumo… Es la primera vez que veo llegar a un tío ofreciendo tabaco. En este módulo el tabaco escasea más que en ningún otro módulo de la cárcel y eso porque, entre otros motivos, la gente no cobra ni encuentra la manera de buscarse la vida. Y esto es motivo de continuas grescas… No te hablo de otros vicios porque, como comprenderás, aquí no hay ni dinero ni lugar para ellos; aparte de que los cuatro pringaos que permanecemos fijos aquí, como si fuéramos de la plantilla, no los permitimos… Así que toma nota y no te hagas el tontorrón.
- Y ya que hemos entrado –continué- en el capítulo de las normas no escritas que nos hemos fijado por consenso y algún que otro machacón (a fin de evitar que este inmundo agujero se convierta en un verdadero infierno), te informo, por si aún no has reparado en las dimensiones de este patio, que si te sobran energías y sientes la apremiante necesidad de quemarlas, digamos, de una manera civilizada o pacífica, puedes correr, hacer otro tipo de ejercicio e incluso dar patadas a un balón que tenemos depositado allí, en aquel cubo de basura, siempre que nos dejes espacio a los demás para que podamos caminar y no me rompas a mí las gafas de un balonazo porque, en fin, no es plan… ¿lo pillas? Lo que no puedes pretender es que nos quedemos los demás en la celda para que tú puedas patear el balón a tutiplén. Y otra más: a partir de las doce de la noche, silencio, se acaba la juerga en el Módulo 13: nada de voces por la ventana, ni puñetas de carros, ni loros desenfrenados. Esto se tiene que parecer a lo que realmente es: un cementerio de muertos suspirantes.
- Por lo demás –finalicé- has de saber coleguilla que aquí todos somos iguales; es decir, entre nosotros, los presos del Módulo 13, no hay ni blancos ni negros. Todos somos del mismo color: azules, porque ser rojos no nos lo permiten…
* * *
Pese al giro jocoso que quise dar al final de mi improvisado discurso, el moreno se lo tomó muy en serio y no tuvo a mal que desde aquel día todos le llamáramos “Azul” y que poco después yo le nombrara “mi secretario particular”, ya que durante los paseos por el patio, pocas veces se apartaba de mi lado.
Con un hombretón como “Azul” guardándome la cara, era poco probable que los demás presos incumplieran nuestras propias y elementales normas. Y así pareció comprenderlo “el Paisa” cuando lo trajeron al Módulo 13 desde la enfermería. De manera que durante un tiempito estuvo comportándose decentemente. Pero una vez que “Azul” hubo pagado la sanción y fue trasladado de módulo, “el Paisa”, ya restablecido de sus heridas, comenzó a mostrarse en su verdadero ser “natural”, hasta llegar últimamente a los extremos que ya he comentado.
Sólo a mí me tenía excluido de sus insultos, amenazas y arremetidas violentas. Es como si se hubiera fijado ese límite. Por lo visto, al muy desgraciado, aún le quedaba un resto de conciencia.
Mientras iba de un lado para otro del patio, para dar la vuelta y seguir caminando sobre mis pasos, sumido en mis pensamientos, no dejaba de prestar atención a los que se hallaban en la ventana de el Ronco. Tampoco perdía de vista a los carceleros, que ahora parecían más sosegados. Observé que varios chavales giraban sus cabezas hacia mí y me aproximé a ellos.
- Este es un tío enrollao –alcancé a oír que les decía el Ronco- aquí pides prestao un paquete de tabaco a cualquiera y le tienes que devolver dos; y este hombre me lo regaló. Y es que en esta puta cárcel no te encuentras más que a guarras que se dedican a limpiar la mierda del culo a los boquis… Antes eso no pasaba. Si querían que hicieras algún servicio, te lo tenían que pagar. Explique usted, Don Manuel, a estos niños lo que hemos tenido que pelear y sufrir en las cárceles para que ahora no se los follen entre tres o cuatro… Cuénteles las palizas, las huelgas de hambre, los motines, las muertes… ¡Sí, las muertes! Pa’que venga ahora una rata de cuello largo y se los coma… ¡Mucho cuidado con el Toni! Porque el Toni no está sólo en la cárcel, está también su hermano, que no veas… es como un tanque. Te da un puñetazo y te destroza… Está su primo, su cuñao… Esa familia forma un clan, son una superpotencia aquí en la cárcel y el que se les ponga por delante va aviao, seguro que la palma. Porque viven de lo que viven, es su vida lo que está en juego y, si hace falta, van a por todas… que tienen ya varias muertes… y si ellos no pueden les sobra el dinero para pagar a un sicario pa’que les haga el trabajo… Sí, niños, tenéis que tomar en serio lo que os estoy diciendo. Porque estoy hablando de hombres, de gente mayor que no juega con esas cosas. Y os digo que en este momento esos hombres están muy cabreaos. Pero, claro, si resulta que a la rata esa se la han llevao pa’Marruecos, pues habrá que comprobarlo…
Suena la llave del carcelero en el bastidor de la puerta metálica del patio. Es la señal de retirada a las celdas. El Ronco pide un último cigarro (“un garro, por favor”). Me comenta en corto que le han traído al Módulo 13 sólo por unas horas, de manera que se le van a llevar después del segundo turno de paseo. Me despido de él dándole la mano -¡suerte chaval!
Manuel Pérez Martínez
C.P Alcalá-Meco, Módulo 13