jueves, 3 de noviembre de 2011

Opinión ¿son iguales todas las víctimas?

 
Memoria Histórica del día:



-1917: En España, Gobierno de Concentración Nacional para hacer frente al movimiento revolucionario de la clase obrera.


-1936: Franco declara a toda la población madrileña “objetivo de guerra”.


-1977: El civil y vecino Fermín María Gómez Mata, muerto a disparos de la policía en Bilbao.


-1981: El civil y vecino de Vitoria, Vicente Berrio Pargarai, muere en Donostia a tiros de la policía.


-1988: Milagros López Anta, civil y vecina, muerta a disparos de la policía en Bilbao.


-1995: 15 detenidos en Barcelona, Valencia, Paterna y Cádiz, acusados de militar en los GRAPO. A Enrique Kuadra le interrogó el mismo inspector fascista que en los años 70, “para nosotros no ha cambiado nada, ya ves”.



¿Son iguales todas las víctimas?


Iñaki EGAÑA. Presidente de Euskal Memoria

Mal empezamos en la cuestión de las víctimas del conflicto cuando las reducimos sólo a las ocasionadas por ETA desde 1968. ETA es una expresión del conflicto y no su origen, por lo que comprimir la tragedia a las consecuencias provocadas por la organización que nació diez años antes de esa fecha es una manipulación. Memoricidio, según el argot más moderno.

 
Tampoco es de recibo reducir la responsabilidad del Estado español a cuatro excesos de funcionarios a sueldo y tapar, como es tendencia atávica, decenas, cientos de víctimas a las que se esconde bajo la alfombra para trampear la realidad. En algunos casos, además, se convierte una ejecución en un acto difuminado de enfrentamiento o de casualidad. Un ejercicio, por otro lado, dedicado a condimentar con perejil democrático otro memoricidio de signo similar al anterior.

Y no creo que sea de recibo partir del análisis que hace el Estado de tiempos, situaciones, espacios e, incluso, modos de matar y de morir. Si hasta ahora ese mismo Estado ha negado su evidencia, ¿va a cambiar de perspectiva de la noche a la mañana? La experiencia nos dice que, en la medida en que pueda -y para ello no importa quién esté en el poder- seguirá eludiendo responsabilidades. Le ha sucedido al PSOE, víctima en la guerra civil y del franquismo, que ha sustituido a los victimarios en la ocultación de la verdad de las épocas citadas en cuanto llegó a tener responsabilidad de gestión política.

El camino que debe hacer la sociedad vasca en el tema de las víctimas, según mi opinión, tiene que ser ajeno a los acotamientos que marca el Estado y en el que precisamente ha caído alguna de las asociaciones que han querido mostrar un perfil más neutral. La sociedad vasca debe tener su propia iniciativa y, para ello, rodearse de los instrumentos necesarios.
 
Algunos ejemplos servirán para ilustrar la idea. Quienes comienzan el recuento en 1968 (primera víctima mortal de ETA) lo hacen para evitar la evidencia de ejecuciones extrajudiciales de los años anteriores producidas, precisamente, por funcionarios españoles. Javier Batarrita fue muerto en marzo de 1961 en Bolueta porque la Policía lo confundió con un militante de ETA. Batarrita tenía, y el recuento es de la misma prensa franquista, 49 balazos a quemarropa. Un fusilamiento en toda regla.

Sobre la niña Begoña Urroz, muerta por una bomba del DRIL en la estación de Amara de Donostia en junio de 1960, se ha escrito tendenciosamente. Hoy, el Ministerio español del Interior y homónimo en la CAV reconocen que fue un hecho ajeno a ETA. Probablemente, porque la Policía estaba infiltrada en el comando que colocó la bomba y mejor no menear más el tema, no vaya ser que salpique a funcionarios del Estado. Pero, ¿por qué ahora no se reconoce a Begoña Urroz como víctima en las listas oficiales aunque no fuera originada por ETA?

Si de lo que estamos tratando es tanto de un espacio, el vasco, como de unos sujetos, vascos, las víctimas del conflicto deben ser reconocidas en su totalidad, no exclusivamente por interés político. La relación es por un conflicto (lo han dicho, de una u otra manera, desde Aznar-Mayor Oreja hasta Rodríguez Zapatero y Pierre Joxe), no por ETA.

Me llama la atención, por ejemplo, que en estas lecturas interesadas se achaquen a ETA muertes ocasionadas por organizaciones liquidadas como la poli-mili, que ya hicieron su recorrido, incluso el de arrepentimiento público del daño causado, hace 30 años. Bombas en Madrid como las de Atocha y Chamartín (6 muertos) o las de la cafetería Rolando (12 muertos) son nuevamente imputadas ahora a ETA. Si se trata de víctimas del conflicto, la referencia es lógica, pero si de lo que se trata es de recabar la lista de las originadas por ETA, la duplicidad es notoria. Si valen, y perdónenme la expresión tratándose de víctimas, lo son para todo.

Me llama la atención, asimismo, que en la lista de organizaciones que han actuado en tierra vasca desde el nacimiento de ETA no están todas, a pesar de haber causado víctimas mortales. Y no aparecen por motivos estrictamente mediáticos o, lo que es lo mismo, intereses políticos. A ETA se le suman los atentados poli-milis, de Iraultza, Iparretarrak, DRIL... lo que, si se trata en referencia al conflicto me parece, como decía, lógico. Pero se descartan los del maquis, que ocasionaron bajas a la Guardia Civil en Irati, en 1961, cuando ya la Policía había matado en Bilbo a Batarrita o ETA ya había cometido su primer atentado. ¿Por qué? Obviamente por diferenciar a ETA del sentimiento romántico que impregna hoy en día al recuerdo de la guerrilla antifranquista.


Delimitar en el tiempo de ETA a las víctimas mortales (1968-2010), más que un error, es una manipulación. ¿Por qué negar a los muertos por torturas en los años 50, entre ellos, por ejemplo, al jeltzale Txomin Letamendi o al comunista bilbaino Manuel Fernández? Ésa fue, precisamente, una de las razones por las que nació ETA. ¿Por qué ocultar la muerte del obrero donostiarra Antonio Goñi también torturado (1971) y, en cambio, ensalzar la de un torturador como Melitón Manzanas (1968) por ser víctima de ETA?

Es sintomático, siguiendo con los ejemplos, que no se recuerde que en ese tiempo posterior a la muerte de Franco (ya en democracia según el estatus político) las fotos de la torturada Amparo Arangoa se convirtieran en la imagen de la transición. ``Zeruko Argia'' fue secuestrada por publicarlas y ella, salvajemente torturada, denunciada por la Guardia Civil por «delito de injurias y calumnias».


En cuanto a la credibilidad, el punto negro del Estado, la misma parece no importar a los protagonistas que marcan el límite entre víctimas. No voy a referirme ni a la AVT ni a Covite, porque sus listas están contaminadas por otros intereses bien distintos a los asistenciales o memorialísticos. Mantienen abierta la hipótesis de atentado de ETA en la masacre de Madrid el 11 de marzo de 2004; incluyen a los fallecidos en el incendio de un hotel en Zaragoza (1979); incluso, entre las «singularidades», atribuyen un atentado a Jarrai en Itsasondo en diciembre de 1995, con el resultado de dos ertzainas muertos. No es ninguna sorpresa.

Sí, en cambio, me produce estupor la renovada lista del Ministerio del Interior español (829 víctimas de ETA) en la que se refugian instituciones, medios de comunicación y hasta alguna que otra asociación vasca pro derechos humanos. La lista, confeccionada por la Subdirección General de Atención al Ciudadano y de Asistencia a las Víctimas del Terrorismo, contiene errores de tal calibre que anulan su imparcialidad. Obviamente no ha ejercido el papel de notario cuando ha imputado a ETA (y aquí el error supone definitivamente alineamiento con la manipulación), muertes originadas y reivindicadas por grupos parapoliciales.

Me produce también cierto desasosiego el hecho de que se den por buenos datos ofrecidos por el juez Baltasar Garzón en lo relativo a muertos, acciones de ETA, de sabotaje, etcétera, en aquel auto del 26 de agosto de 2002. Desasosiego porque Garzón se atreve -además de acusar a ETA, HB, EH y Batasuna de «crímenes contra la Humanidad»- a ofrecer números, efectivamente, para desdecirse en un auto posterior, el del 16 de octubre del mismo año (35/2002). En esta nueva ocasión, los pediría.

Ese auto, por cierto, es de gran recuerdo en el mundo judicial, porque Garzón confundió una práctica habitual de los hospitales vascos a la hora de la inscripción en el Registro Civil (el derecho a inscribir a los recién nacidos en la localidad de residencia de la familia y no en la del hospital) con «limpieza étnica de baja intensidad».

¿Por qué, en consecuencia, validar lo que el propio Garzón invalidó unas semanas después? La respuesta es muy sencilla: para lograr esa credibilidad que le falta al Estado. El juez ejercería en la actualidad de «tonto útil». No pudo juzgar al franquismo como deseaba, fue procesado incluso por ello... su acercamiento a Izquierda Unida, su denuncia del hambre en el mundo, su defensa por las causas perdidas... darían esa credibilidad que los cavernícolas tiran por la borda un día sí y otro también. Pero no la tiene.


El gran tema que subyace junto a las víctimas tiene que ver con las mismas y su reconocimiento, con quién las causó. Y, por extensión, con la impunidad. El Estado español no ha reconocido jamás su daño, porque todos sus funcionarios implicados, desde torturadores hasta asesinos, han sido respaldados, cuando no felicitados y recompensados, por sus violaciones de derechos humanos. Ejemplos para todos los gustos hay a la vuelta de la esquina.

José Martínez Salas, el guardia civil que mató a la ecologista Gladys del Estal, recibió el día de la Fiesta Nacional española de 1992 la medalla al mérito militar. J. Antonio Gil Rubiales, condenado por haber infringido a Joxe Arregi las torturas que le produjeron la muerte, ascendió ininterrumpidamente en la escala policial hasta llegar hace cinco años a ser comisario general de Tenerife. Las muertes en comisaría de Mikel Zabalza, Gurutze Iantzi, Xabier Galparsoro... siguen a la espera de esclarecimiento, como las de Josu Zabala, José Luis Geresta... He citado el caso de Amparo Arangoa, pero es que en 2003, cuando cerraron “Egunkaria” y los detenidos denunciaron torturas, el Gobierno español también presentó una denuncia contra ellos por «colaboración», por realizar denuncias de tortura «por indicación de ETA para socavar las instituciones democráticas».

En cambio, la otra parte del conflicto ha pagado de forma notoria su condición. Por ser victimarios. Cientos de presos condenados según la legislación penal más severa de Europa. Lo han pagado, según una estrategia evidente de exterminio: aislados entre ellos y del resto. ¿No es el suicidio de un preso una consecuencia del conflicto? ¿No es la confirmación palmaria de la estrategia represiva del Estado español? Por supuesto.


La cuestión de las víctimas es espinosa. No me cabe la menor duda. Pero es evidente que si abordamos el conflicto en su complejidad, las cifras, espacios temporales, líneas divisorias, etcétera, no se corresponden con las que nos ofrecen las agrupaciones e instituciones españolas. Tampoco con las ofrecidas por alguna asociación vasca. Ni de lejos. Miles de vascas y vascos han sido desplazados del lugar que les corresponde, también como víctimas. Han sido nuevamente ninguneados.

La solución es compleja, pero el camino está desbrozado en otros lugares: Comisión de la Verdad. Si hay voluntad, la mitad del camino estará hecho. El resto, con paciencia y esfuerzo compartido, rodará hasta alcanzar sus objetivos.

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