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Foto. (Teclado de ordenador con unas esposas encima) |
Cómo
se organiza un montaje policial de largo alcance
Con fecha de
20 de mayo de 2011, es decir, hace cuatro años, un juzgado de
instrucción de Gijón emitía un auto por el que autorizaba la
entrada a un domicilio de un operativo especial de 7 policías
nacionales venidos a Asturias desde Madrid ex profeso para ello.
Según ese auto judicial, en aquel domicilio de Gijón estaba alojado
un servidor desde el que se realizaban ataques informáticos a nivel
internacional, se hospedaban páginas para distribución de malware,
e incluso se realizaban actividades ilícitas por Internet que
conllevaban un lucro económico.
En torno a las 3 de la tarde
de aquel 20 de mayo, dicho operativo policial se presentaba en mi
antiguo domicilio a fin de arrestarme y apagar el mencionado
servidor. El resultado de aquella intervención fue el incautado de 2
servidores y 5 ordenadores, amen de varios routers, una videoconsola,
un decodificador de televisión por cable, objetos medievales
decorativos, una papelera, diversos objetos personales cuyo interés
aún hoy desconozco, y hasta un tupperware y un colador (solo porque
tenían un cable usb anexado). También conllevó una extraña -y a
día de hoy hasta hilarante- reacción policial, cuya desinformación
sobre mi persona era tal que desconocía que, desde hacía más de 20
días, yo ya ni estaba en la región, sino a mil kilómetros de
distancia, trabajando.
Todo venía a cuento de una denuncia
presentada por un becario de la Junta Central Electoral que afirmaba
que, dos días antes, el 18 de mayo de 2011, no había sido capaz de
entrar a la web de la JCE porque presuntamente estaba siendo atacada
como represalia por la negativa de dicha institución a permitir las
acampadas del movimiento 15M que estaban formándose por toda la
geografía. Aquel auto fue el inicio, las primeras páginas, de lo
que posteriormente se conoció públicamente como el primero de los
casos #Anonymous (pues ha habido al menos dos más posteriormente,
hasta donde yo sé).
No voy a describir que emociones
experimenté durante aquellos días, pues, aunque el año pasado,
también por estas fechas, concedí la única entrevista que he dado
nunca sobre el tema a Radio Kras (una pequeña emisora local y
autogestionada, narrando cómo ocurrieron algunas de aquellas cosas
durante esos días -entrevista que para sorpresa mía, acabó siendo
algo de lo más comentado durante días posteriores en muchas redes
sociales-), apenas si llegué a narrar la mitad de lo que ha sucedido
en este procedimiento judicial, guardándome el resto para cuando
todo este entuerto finalice: El desconcierto y la desorientación que
una persona que, hasta entonces, tenía una ficha policial en blanco
puede experimentar al verse arrollado por esta vorágine
criminalizadora no creo que se pueda describir con palabras. Hay que,
desgraciadamente, vivirlo: No sabes a quien acudir/consultar, ni
dónde buscar asesoramiento.
Finalmente, y varios días
después del asalto a mi domicilio, el desconcierto se disipó y
mediante el consejo y mediación de una muy buena amiga hacktivista,
y de “Angeloso”, conocido personaje de la scene hispana de los
90, conseguí contactar con el abogado David Maeztu que, desde el
primer momento, se destapó como un auténtico Hacker del código
penal, así como una persona con una exquisita comprensión de la
informática y la tecnología en general, al punto de que, gracias a
sus avanzados conocimientos de la materia, pude mantener
conversaciones técnicas sobre todos aquellos acontecimientos con una
fluidez asombrosa.
Hasta tal punto resultaron asombrosamente
buenas, técnicamente hablando, aquellas conversaciones que ni la
policía, que escuchaba y grababa mis conversaciones telefónicas, ni
la propia juez instructora del caso, que había autorizado el
pinchazo “debido a la gravedad de los hechos que se me imputaban”,
tuvieron reparos en analizarlas e incluirlas en el sumario en su
empeño de demostrar lo elevado de mis conocimientos técnicos -algo
que, parece ser, les obsesionaba desde el principio-, aun a sabiendas
de que él era mi abogado, que es una violación de derechos
fundamentales que, en otros casos, ha acarreado el final de la vida
profesional de algún que otro afamado juez, y pese a que yo mismo y
en todo momento -pensando que, efectivamente, eran conversaciones
privadas– negaba en las mismas la autoría de los hechos que se me
imputaban.
Pero sin duda, quizás lo más interesante de esas
conversaciones por las cuales aquellos que, presuntamente, defienden
la ley, se la pasaban por el arco del triunfo, fue el pormenorizado
análisis de la estrategia de defensa y las diversas irregularidades
que sufría el caso, que David planteó desde el primer momento, y
que me explicaba vía telefónica con una sencillez que aún hoy le
agradezco, teniendo en cuenta mi total desconocimiento de temas
judiciales. No les resultó suficiente con saber a ciencia cierta que
estaban quebrantando la ley que ellos mismos decían defender, sino
que se basaron en el contenido de aquellas conversaciones para
asegurarse que, en posteriores investigaciones e imputaciones, no
cometerían de nuevo todos esos errores que hacía peligrar el caso.
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Dibujo. (un código de barras, roto) |
Que
la capacidad de hackear la ley que David demostró desde un primer
momento fuera un verdadero incordio para la instrucción del caso
resultó ya evidente cuando compañeros de trabajo míos, que
tuvieron a bien testificar que, el día y hora del afamado ataque, yo
estaba a su lado desempeñando mi trabajo, y no desatando un infierno
digital por sobre la JCE, fueron amenazados por la policía con ser
llevados a Moratalaz para tomarles allí declaración (en vez de en
Asturias, donde residían), advertidos telefónicamente de la pena
que conlleva dar falsos testimonio, y asesorados sobre lo poco
conveniente que resultaría para ellos tener trato conmigo o con
David para hablar del caso.
Si hay algo que he apreciado en
este caso, es que a la policía se le da bien es el “copiar/pegar”,
y lo que era una simple denuncia por un delito de daños, se había
visto rápidamente engordada por un montón de dossieres sobre las
actividades de todo el colectivo Anonymous a nivel internacional,
relacionándome, pero no imputándome, con ataques a gobiernos,
multinacionales y entidades financieras de medio mundo -como a título
informativo para quien quiera que fuera a juzgarme-. La táctica del
“cuanto más, mejor” se ve que en la vía judicial funciona, al
menos en esta ocasión, y pese a que no había indicio alguno.
No
obstante, el bochorno policial más grande vino semanas después: un
10 de junio de 2011, cuando dos comisarios en jefe de la policía
nacional (a los que la opinión pública bautizó como “Los del
Rio”), y no los portavoces de prensa habituales, salieron a dar una
-a sus ojos- exitosa y multitudinaria rueda de prensa ante todos los
medios, que se emitió en directo por varios canales de televisión,
y que en días posteriores tuvo una tremenda repercusión a nivel
nacional e internacional. En aquella rueda de prensa, Los del Rio
afirmaban que habían “desmantelado el principal servidor de
Anonymous en España”, e informaban de mi arresto junto con el de
otras dos personas a las que, a día de hoy y cuatro años después,
ni conozco, ni la propia instrucción del caso ha sido capaz de
vincular de manera alguna conmigo, y que junto a mi persona, formaban
presuntamente la cúpula del colectivo Anonymous en habla
hispana.
Recuerdo perfectamente aquel momento, cuando empecé
a recibir decenas de llamadas telefónicas de sorprendidos amigos que
no daban crédito a lo que estaban oyendo o leyendo. Sin duda, y
aunque el shock de ver como alguien, amparado en la ley, arrasa tu
domicilio sin saber tú a donde acudir en busca de consejo o ayuda
fue algo duro de tragar, el ver tu vida personal expuesta en prensa,
como un trofeo policial, no solo fue lo peor del caso, fue lo peor
que he sufrido en mi vida
De las MENTIRAS que la policía no
tuvo inconveniente en inventarse aquel día, hubo muchas
especialmente sangrantes, tales como mi vinculación con Al-Qaeda o
la banda terrorista ETA, pero sin duda, lo que más daño me hizo,
fue la propia creatividad de los medios de prensa mayoritarios ante
una película policial que les sirvió para llenar páginas y páginas
con historias de lo más variopinto sobre mi vida (muchas de ellas
aún hoy desconozco de donde han podido salir por lo falso de las
mismas), y cuyas consecuencias aún sigo pagando a día de hoy en
todos los aspectos, el personal y el profesional (Arcadi Espada llegó
incluso a hablar en su columna periodística de “Banda Terrorista
Anonymous”), provenientes de una sociedad crédula a pies juntillas
de todo lo que sale en prensa, y que ya me juzgó y condenó muchos
años antes de que siquiera se cerrara la instrucción judicial en
base a un tratamiento informativo que en muchas ocasiones no se
aplica ni a criminales confesos de la peor calaña
Es evidente
que jamás nadie será capaz de explicar públicamente quien y porqué
tomó la decisión de darle tamaño bombo a un caso que sigue siendo
un simple delito de daños, que tuvo cobertura periodística por
parte de medios como el New York Times, el Washington Post, la BBC o
Al Jazeera, solo por citar algunos, y que fue utilizado a nivel
político para intentar criminalizar al 15M, tal y como relataron en
su momento eminentes plumas del panorama nacional como Enrique Dans o
Carlos Sánchez Almeida en sus respectivos espacios de opinión. Sin
duda, y aunque una gran parte de la sociedad se tragó el bulo, hubo
personas que no se lo creyeron, y que hasta reaccionaron de manera
inesperada:
Era tal la importancia de mi persona como parte de
la cúpula de Anonymous, y de mis servidores para la estabilidad de
su infraestructura que, incluso aunque habían transcurrido varias
semanas desde la entrada a mi domicilio, nadie dentro del colectivo
Anonymous parecía haberse percatado de nuestra ausencia mientras
seguían haciendo sus operaciones. Es más: incluso tan descabezados
y desprovistos de infraestructura como la policía afirmaba que
estaban las personas que conformaban por aquel entonces el colectivo,
fueron capaces, apenas horas después de aquella patética rueda de
prensa, de coordinar un ataque a modo de represalia que dejó la web
de la policía nacional tumbada durante horas. Se ve que, después de
todo, había mucho más ruido que nueces en aquella rueda de
prensa
A lo largo de estos cuatro años ha habido otros
momentos también duros, tales como cuando el sistema judicial quiso,
fallidamente, incluirme también en las causas de otros casos
relacionados con Anonymous, a fin de elevar mi nivel de imputación,
acusándome de delitos de revelación de secretos por, según ellos,
ser yo quien filtró el sumario de mi caso a la misma prensa que me
había sacado los ojos como buitres (un sinsentido que finalmente
terminó archivado gracias a otra brillante intervención de David).
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Pintada a molde. "Peligro policía". (en forma de señal de stop, un policía dispara a dos siluetas con las manos levantadas) |
Cada
vez que algún periodista sin escrúpulos intentaba colarse en mi
domicilio diciéndole a mis padres que SI QUE TENÍA UNA CITA
CONMIGO, o me llamaba al móvil para preguntar mi opinión sobre el
arresto de Topiary, la traición de Sabu a Lulzsec, o la caída en
desgracia de Jeremy Hammond sentía cómo la pesadilla resurgía
pues, pese a que cambiaba frecuentemente de número y operadora
siempre acaban encontrándome. Me supongo que es lo que tiene la
corrupción institucional, que infecta incluso los estamentos más
bajos del sistema, donde siempre habrá un funcionario pelagatos
dispuesto a pasar un dossier o información sobre un caso a algún
periodista amigo, de otro modo no soy capaz de explicarme muchas de
las cosas que me han sucedido.
David, desde el principio, dijo
dos cosas que, personalmente, no olvidaré, la primera fue sobre la
duración del caso: “esto va para largo”, me comentó ya en las
primeras semanas aunque en su momento él estimó unos dos años
largos -Nadie en su sano juicio podría creer que llegaríamos a
cumplir cuatro años esperando por un delito tan ínfimo-, y la
segunda fue sobre el caso en sí, y es que, según él, la policía
tenía un culpable y unas conclusiones ya al empezar, y todo parecía
que, talmente, habían intentado construir los hechos en base a eso,
cuando en realidad es al revés como se debe hacer.
A lo largo
de estos años tanto él como yo hemos asistido a episodios kafkianos
que, en algunos momentos rozaban lo surrealista, como cuando la
policía terminó el análisis del contenido de mis discos duros y me
enteré que, por negligencia en su manejo, habían dañado algunos de
ellos, otros les habían resultado directamente ilegibles, y en los
que habían sido capaces de encontrar algo de información (uno de
ellos, el del afamado servidor), ninguno de ellos contenía ni
herramientas de cracking, ni malware de ninguna clase, ni de
registros que evidenciaran mi relación con ningún delito
informático. Que el precinto judicial de mis ordenadores y discos
duros no incluía proteger los puertos de conexión (dejando al
alcance de cualquiera con mala intención la posibilidad de
conectarlo e introducir lo que quisiera, o que David tuviera que
desplazarse a Madrid única y exclusivamente para asistir a un acto
en el que dos policías desprecintaban mi papelera trituradora de
papel, volcaban su contenido en una mesa y, durante horas, se dejaban
los ojos tratando de darle forma a los millares de tiras de papel que
allí había almacenados, “por si había impreso logs de
conversaciones incriminatorias y luego las había triturado”.
Pero
de todos los episodios chusqueros y hasta hilarantes que podría
contar y que, de momento me guardo, acerca de mi experiencia sobre la
capacidad del sistema judicial español, yo creo que el que se lleva
la palma es el de haber montado un caso mediático, una investigación
de varios miles de páginas de paja inservible y vacía de contenido
incriminatorio útil para darse cuenta en marzo de 2015, casi cuatro
años después, de que nadie había realizado una valoración de los
daños económicos de todos aquellos delitos graves, de índole
internacional, que querían endosarme. ¿Cómo se puede montar
semejante película sin saber siquiera a ciencia cierta cuál es la
cuantía económica de las presuntas trastadas de un imputado? El
colmo del asunto resultó ser una estimación de 700 euros en daños,
calculados mediante un informe proveniente de la propia junta central
electoral que ocupa un folio por una cara, donde declaran que sí,
que aquellos días los atacaron, pero que ni incluye facturas,
gráficas de ancho de banda o registros del servidor que sirvan para
respaldar su tesis de una manera técnica y real (más paja
inservible).
A día de hoy, cuatro años después, seguimos
esperando que el ministerio fiscal se decida a realizar, bien un
escrito de acusación contra mi persona (el paso previo para un
juicio) o bien, el archivado de la causa y posterior escarnio público
(no, no pienso dejar que nadie se vaya “de rositas”). Desde mi
posición, y con mis mínimos
conocimientos jurídicos,
entiendo que, en una situación normal cualquier fiscal con dos dedos
de frente no se atrevería a ir a una sala con toda esa paja, porque
con aún con todos esos miles de página de nada, le daríamos de
hostias hasta en el cielo de la boca (legal y verbalmente hablando),
pero este es un caso utilizado políticamente, así que la lógica
que, se supone, impera en el resto de la justicia, no es de
aplicación en esta ocasión, con lo cual solo nos queda eso: seguir
esperando...
Aún hoy hay algunos periodistas que, de cuando
en cuando, me intentan contactar para hacerme una entrevista, pero de
momento, y aunque hay mucho más para contar, con lo que hablé el
año pasado en Radio Kras, y con esta pequeña carta abierta que mis
amigos de elbinario me han invitado a publicar, me es suficiente (por
el momento). En verdad me gustaría que llegara, de una vez, la hora
de que todo esto termine, independientemente de cual sea el final, ya
me da lo mismo: para poder hablar completamente en libertad y no
seguir guardándome tanto en la mochila que este caso ha terminado
siendo para mi, y que parece ser que aún llevo a la espalda tanto
cuando gente conocida por la calle me evita, como cuando sucede
cualquier “cosa rara” con ordenadores en mi trabajo.
Hace
unos días, viendo una tertulia política en TV, varios de los
participantes se escandalizaban que macrocausas de corrupción
política, con decenas de años de cárcel de por medio, tardaran más
de tres años en llevarse a juicio. Sin duda nunca han oído hablar
del caso #Anonymous.