sábado, 19 de abril de 2014

Carlos Marx defensor de la cerveza. Una curiosidad de la lucha obrera.

Dibujo histórico de Marx y Engels con leyenda "...que se vayan a sus iglesias a rezar y dejen en paz a la clase obrera. Ya ni una cerveza los domingos... Joder joder. Pues pallá que me voy a protestar... Quete crees, igual vamos unos pocos miles...".
Curiosidades de la historia obrera
Carlos Marx defensor de la cerveza

No hace tantos años, la Semana Santa era una tortura (añadida) para el pueblo. Todo estaba prohibido. Todo pequeño placer, curiosidad o entretenimiento popular.
Un lector, Che, nos ha enviado el escaneo de esta preciosa anécdota de la lucha obrera y popular. De las prohibiciones de los pequeñitísimos placeres que se podía permitir (ahora, ayer y siempre) una parte importante del proletariado y la clase obrera.
Pues hasta les prohibieron tomarse una cerveza los domingos...
Y en esa revuelta popular del “Iros a la iglesia!”, ahí le anduvo el barbudo comunista exaltado (como otro medio millón de obreros) contra tan aberrante prohibición.

Fuente: H.M. ENZENSBERGER. Conversaciones con Marx y Engels. Editorial: crónicas anagrama
Crónica escrita por Wilhelm Liebknecht*. AÑO 1850/62.

Nuestros viajes a Hampstead Heath! Aunque llegara a cumplir mil años, no los olvidaría. Los páramos de Hampstead, más allá de Primrose Hill, y al igual que éste conocidos también fuera de Londres gracias a la obra Pickwick Papers de Dickens, todavía continúan siendo hoy en día un páramo, esto es, un terreno de suaves colinas incultas, cubiertas de retama y pequeñas arboledas, con montañas y valles en miniatura, donde cualquier persona puede pasear libremente, sin temor a incurrir en trespassing, esto es: invadir terrenos de propiedad ajena, con el subsiguiente peligro de ser detenido y multado por un guardián de la sagrada propiedad. Todavía ahora, Hampstead Heath sigue siendo el destino de numerosas excursiones, y los domingos soleados todo aparece negro de excursionistas masculinos y multicolor de excursionistas femeninas. Estas últimas tienen predilección por poner a prueba la paciencia de los tan pacíficos caballos y asnos de alquiler.
Hace cuarenta años, sin embargo, Hampstead Heath tenía todavía una extensión mucho mayor y un aspecto y una vegetación mucho más naturales. Un domingo en Hampstead Heath era para nosotros la máxima diversión. Durante toda la semana, los niños no hacían más que hablar de la excursión, pero también los mayores nos preparábamos para ella. El viaje mismo ya constituía una verdadera fiesta. Las chiquillas caminaban muy bien, hábiles e incansables como los felinos.
Desde Dean Street, donde vivían los Marx -a pocos pasos de Church Street, donde yo había echado el ancla- se necesitaban al menos hora y cuarto para llegar a destino, y por lo general partíamos hacia las once de la mañana. Ahora bien, en muchas ocasiones se hacía tarde, pues en Londres no hay costumbre de madrugar, y hasta que todo estaba dispuesto, los niños arreglados y la cesta bien provista, siempre transcurría bastante tiempo.
¡Ay, aquella cesta! Se encuentra, más bien pende, tan vivamente, tan materialmente, tan atractiva y tan apetitosa ante mis «ojos mentales», como si ayer mismo la hubiera visto por última vez en el brazo de Lenchen. Aquella cesta era nuestro almacén de víveres, y cuando uno tiene un estómago sano y fuerte y a menudo le falta el suficiente dinero suelto (en aquella época no pasaban por nuestras manos los billetes grandes), la cuestión alimenticia desempeña un papel preponderante. Y esto lo sabía muy bien la buena de Lenchen, que encerraba en su pecho un corazón compasivo para con nosotros, huéspedes a menudo hambrientos. Un enorme asado de ternera era el tradicional plato fuerte para los domingos de Hampstead Heath. Una cesta de mano de dimensiones desacostumbradas en Londres, y que Lenchen había podido salvar en Tréveris, servía a la santa mujer de lugar de conservación, y en cierto modo de tabernáculo. Contenía también té y azúcar, y en ocasiones algo de fruta. El pan y el queso podían adquirirse en el Heath, donde a semejanza de las terrazas de los cafés de Berlín podía y puede uno conseguir vajilla y agua caliente con leche, así como pan, queso, mantequilla y cerveza además de los shrimps (camarones), watercresses (berros de agua) y periwinkles (caracoles marinos) usuales en aquel lugar. Y también cerveza, con excepción del breve tiempo en que la hipócrita sociedad aristocrática, que en casa y en sus clubs almacena todos los licores imaginables del mundo, para el cual cualquier día es un domingo o festivo, quiso enseñar moral y buenas costumbres al pueblo llano, prohibiendo la venta de cerveza los domingos. Ahora bien, el pueblo de Londres no admite bromas que signifiquen un atentado a su estómago; y así, al domingo siguiente de dicha ley, centenares de miles de personas peregrinaron a Hydepark, donde gritaron a pleno pulmón un irónico Go to church! a los piadosos aristócratas que por allí paseaban a caballo o en coche, de modo que aquellos virtuosos caballeros y virtuosas damas quedaron amedrentados.
Al domingo siguiente ese cuarto de millón se convirtió en medio millón, y el Go to church! sonó todavía con mayor potencia y tono amenazante. Al tercer domingo quedó derogado el decreto.
Nosotros los refugiados colaboramos todo lo que pudimos con aquella «revolución» del Go to church! y Marx, que en tales ocasiones se podía excitar con facilidad, casi fue arrastrado por un agente de policía y conducido ante el juez, pero por fin tuvo éxito un cálido llamamiento a la sed de cerveza del bravo defensor del orden".

*Wilhelm Liebknecht: político revolucionario socialista, amigo de Marx, cursó filósofo, filólogo y teólogo. Padre de Karl y Theodor.

Dibujo de un grupo de esclavos: "¿sin latigazos, dices? Joder, Paco, ya estás con tus putas utopías... ¿Y cómo vamos a trabajar entonces?. Eso sería el caos!. Es muy radical, Tío. Olvídalo".

Humor:
No, ha habido, hay y habrá obrerxs que nunca se han tragao el cuento.

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