Agosto de 1936: La sangre de miles de 'rojos' inundó la Plaza de Toros de Badajoz
((Resumen del artículo de investigación de Alfredo Disfeito, Andreu García Ribera y Federico Pérez-Galdós publicado en el periódico EL OTRO PAÍS))
La matanza de “rojos” en la Plaza de Toros de Badajoz entre el 14 y el 15 de agosto de 1936, está en la historia como una auténtica pesadilla: miles de republicanos, comunistas, anarquistas, socia1istas y demócratas, mujeres, hombres y niños, eran 'lidiados' como reses y rematados con el fuego de las ametralladoras emplazadas en el tendido; regulares y falangistas ávidos de sangre dieron satisfacción a su barbarie, mientras para el macabro festín invitaban a señoras falangistas y a los terratenientes de siempre.
En 2002, el Gobierno “socialista” extremeño derribó la Plaza de Toros, auténtico monumento a la dignidad. Dijeron que por “exigencia” del PP, 'sucio-socio' suyo en el parlamento, impidiendo además todo homenaje a los víctimas de tanta atrocidad. Esos “demócratas”, herederos de los asesinos, engrosan las filas no sólo del Partido Popu1ar, sino también del PSOE.
Conocer tan sangrientos acontecimientos ayudará a entender la situación actual de cómo quedó la izquierda revolucionaria española, exterminada entre matanzas, cárcel y exilio.
A raíz de las primeras elecciones generales y de otros sucesos democráticos del final de los setenta, muchos republicanos, anarquistas, comunistas, socialistas y demócratas extremeños recibían amenazas escritas y telefónicas, sentenciándoles a muerte, con afirmaciones del siguiente tipo: “La Plaza de Toros de Badajoz no se llenó de rojos la otra vez: esta vez la llenaremos; si en 1936 acabamos con los rojos como merecían en una plaza, ahora acabaremos con todos en las dos”. Se referían a la nueva plaza de toros inaugurada a finales de los cincuenta.
El recuerdo de los acontecimientos que culminaron en la vieja Plaza de Toros de Badajoz pone los pelos de punta a quienes los conocen; durante años, los hechos fueron premeditadamente silenciados por el franquismo. Sólo se hablaba de ellos en círculos reducidos con mucha cautela. La primera carnicería de la Guerra Civil la produjeron los nacionales en Extremadura; pueblos enteros son masacrados; ancianos mujeres y niños iban al matadero como seres peligrosos.
Las atrocidades cometidas por los fascistas son incontables. Los historiadores señalan los acontecimientos con gran ligereza. Para Hugh Thomas, que escribió un libro sobre la Guerra 20 años después, la cifra de los muertos en la Plaza de Toros de Badajoz “no llegó a dos mil”. Thomas escribió el trabajo apoyándose en fuentes franquistas. Herbert Southworth señala que “la realidad de las matanzas de Badajoz ha sido siempre evidente”. Mario Neves escribía, en el Diario de Lisboa que “Acabo de ser testigo de auténticas escenas de desolación y horror, de las que no me olvidaré mientras viva; cerca de los establos aún pueden verse muchos cuerpos yaciendo, como resultado de la implacable justicia militar; en las avenidas principales, una no muy larga mirada, muestra otra larga hilera de cadáveres insepultos allí tirados; los legionarios extranjeros y la tropa mora, encargados de las ejecuciones, quieren los cuerpos en las calles para que sirva de ejemplo, consiguiendo los efectos deseados”.
“NO PODEMOS DEJAR ROJOS DETRÁS”
Jacques Maritain, filósofo cristiano, protestó contra “los crímenes de muchísimos hombres, mujeres y niños”; mientras James Cleugh, simpatizante fascista rebelde, escribió que “sólo en la Plaza de Toros hubo más de 3.000 ejecuciones”. Pero la confirmación de los horrorosos sucesos la daba el propio teniente coronel Juan Yagüe Blanco (murió en 1952), en una entrevista para New York Herald Tribune, realizada por
John Whitaker:“naturalmente que hemos matado en Badajoz ¿Qué suponía usted, que iba a llevar a esos 6.000 prisioneros rojos en mis columnas teniendo que avanzar contra reloj sobre Toledo, o que los iba a dejar en la retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?”
Aunque las matanzas en Extremadura se repitieron en cada pueblo y cada aldea. Alfonso González Bermejo dice que “la gente no quiere hablar por el pánico que tienen todavía en el cuerpo, 70 años después. Aquella fue la mayor salvajada del mundo. En Extremadura murieron más de 50.000 personas. Legionarios y moros violaban a mujeres y niñas, castraban a hombres y, sin escrúpulo, se ponían los testículos en la boca como trofeos. La sangre corría por las calles como el agua”.
En agosto de 1936, Badajoz tenía 40.000 habitantes; 3.000 milicianos sin preparación militar y 500 soldados, que debían hacer frente a los 3.000 mercenarios de las columnas que mandaba el teniente coronel Juan Yagüe Blanco.
CARNICERIAS HUMANAS
La aviación alemana e italiana bombardeaba, con los Ju-52, despegando de aeródromos portugueses, mientras que parte de las tropas moras entraban ya en Badajoz atravesando la frontera, sorprendiendo a los republicanos por la espalda. El 11 de agosto, la columna que dirigía Tella cortó el ferrocarril y la carretera Madrid-Badajoz después de apoderarse de Mérida. Decía Jorge Mora, quien se exilió en Francia donde vivió hasta los ochenta, que Mérida “resistió la invasión de moros y legionarios durante unas 30 horas, mientras que algunas mujeres, niños y personas mayores sin arma alguna, se refugiaron en las ruinas del teatro Romano. Cuando los moros y legionarios de Tella logran entrar, cortaron el cuello a la mayoría de los que estaban dentro de los ruinas. Muchos fueron colgados y permanecieron varios días expuestos al sol. A las niñas las violaban antes de matarlas metiéndolas las bayonetas por la vagina, abriéndolas en canal. Uno de los más notables asesinos fue el falangista José Luna Meléndez, que luego llegaría a las cimas de la Secretaría General del Movimiento”.
Llerena fue uno de los pueblos que más resistencia ofreció. Sus fosas comunes están aún repletas de muertos. También están repletos de fosas comunes otros muchos pueblos, como Don Benito, Villanueva de la Serena, Herrera del Duque, Guareña o Jerez de los Caballeros.
En Guareña fueron quemados los cuerpos, después de ser asesinados. El cura de Zafra, Juan Galán Bermejo, se encargó de marcar a quienes debían matar. A preguntas de Marcel Dany, de la Agencia Hava, el cura de Zafia respondía que“todavía no hemos tenido tiempo de legislar cómo y de qué manera será exterminado el marxismo en España; por eso, todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos. Y Dios, en su inmenso poder y sabiduría, los aplaudirá”. El cura Juan Galán Bermejo, siempre portaba una pistola de dotación sobre la sotana, y fue el ejecutor directo de unos 750 asesinatos.
Recuerda Jorge Mora que, en Guareña, acababan a puñaladas con quien les daba la gana; muchos quedaban semivivos en el montón. Luego los rociaban de gasolina y les prendían fuego. Cuando llegó octubre de 1936, Guareña ya se había reconvertido en un pueblo vacío y maldito pues los cruzadistas-cristianos, como llamaban los curas a moros y legionarios, lo habían transformado en zona de crímenes continuos.
Las tropas de Yagüe, que llegan a las puertas de Badajoz el 13 de agosto, traían de servicio complementario unos pelotones de requetés, falangistas y voluntarios de derechas que actuaban como policía política en zonas ocupadas. Eran los encargados de señalar a los rojos que luego irían a la Plaza de Toros o eran inmediatamente degollados por las bayonetas de los moros que formaban parte del Tabor de Regulares. La resistencia en la capital extremeña solo pudo durar escasamente un día; inmediatamente después vendría la primera matanza salvaje. Como diría Rafael Tenorio: “los moros, sueltos como perros rabiosos, armados hasta los dientes, caen sobre la ciudad martirizada y asesinan alevosamente a todo aquél que se aventuró a salir a la calle; hubo quien murió acuchillado simplemente por llevar una cadena de oro o un reloj que despertaba la codicia de aquellos mercenarios; en Badajoz. se veían cadáveres esparcidos, con cuchillos clavados hasta la empuñadura; algunos oficiales alemanes, al servicio de los militares golpistas se daban el “gusto” de fotografiar los cadáveres castrados por legionarios y tropas moras. Fue tal la sacudida internacional que produjo alguna publicación, que el propio criminal Franco ordenó a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales 'en público' con 'los enemigos de la patria'; pero seguían haciéndolo; luego, en Toledo. Navarra, Bilbao, Galicia, Aragón, La Rioja, León o Madrid, entrando a sangre y fuego”.
NOMBRES Y APELLIDOS
Entonces continuó un ceremonial de muerte y sangre que parecía no acabar nunca. Conocidos falangistas extremeños se encargan de delatar y localizar a los rojos republicanos. Entre ellos destacan algunos con especial fiereza. Mariano Ramallo, fue uno de los encargados del menester. Su sobrino Luis Ramallo fue presidente de la Junta de Extremadura y en 2002 un personaje mafioso implicado y destacado en el asunto Gescartera. Asimismo, por otro lado, el cura Lomba elaboraba las listas de quienes aún vivían y había que detener para llevarlos a la Plaza de Toros.
Los supervivientes de Badajoz, todavía hoy (en 2007) siguen impresionados por la represión feroz que se desató; los más rigurosos cálculos demuestran que más de 8.000 personas fueron fusiladas, de los que la cuarta parte sería asesinada en la Plaza de Toros. En las paredes de la catedral eran e1iminados para “no dejar atrás focos de rojos”.
Así se distinguirían sanguinariamente varios falangistas, destacando Arcadio Carrasco, que fue nombrado en los 40 Marqués de la Paz, ironías de la vida, y presidente del Sindicato Vertical; Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, era especia1mente sádico con las mujeres, haciéndolas bailar antes de matarlas, abriéndolas en canal y arrancándoles las tripas. Reconocidos matones y pistoleros eran Leopoldo Ríos Lagrimal, Avelino Villalobos, Antonio Ardillas o el “Colorado” de Basajo. Agustín Carandell asesinó a 34 presos, atados entre sí, en la puerta del ayuntamiento, ante todo el mundo, después de una opuesta con el sargento moro Ahmed Mohamed Muley. Guillermo Jorge, otro sádico falangista, organizaba fiestas en plan verbena con los detenidos, para terminar degollándolos con un rito brutal. Eduardo Esquer fue procurador en Cortes en las legislaturas franquistas; y así una larguísima lista reconocible de individuos...
Manuel García Moreno, que vivió 22 años en Francia y después en una residencia de ancianos, decía que “estaba defendiendo la Puerta del Pilar el 14 de agosto y la abandonamos cuando ya estaban encima de nosotros y muchos de nuestros compañeros muertos; salimos por Villanueva del Fresno y les destrozamos la Columna de Castejón. Cuando lo tomaron, mataron a todos los que cogieron. Los que escaparon nos contaban que a los que llevaban a la Plaza de Toros, les colocaban banderillas como a las reses. En el cementerio mataron a dos tíos míos, después de obligarles a cavar su propia tumba, junto con diez mujeres y dieciocho hombres”.
Una orgía imparable de sangre recorría la ciudad de Badajoz y sus alrededores. Perseguían a los republicanos por las azoteas, cazándolos como a moscas, haciendo apuestas entre tropas moras, falangistas y legionarios; los marcaban a hierro como a las vacas. Manuel Ramallo y Antonio A1meida Segura, destacados falangistas, iban a por todas, dirigiendo y ejecutando torturas y asesinatos, mientras la Autoridad Militar jaleaba sus crímenes. En la Plaza de Menacho, los moros que integraban la Columna de Asensio, se divertían abriéndoles el cuerpo a los detenidos antes de matarlos y, aún vivos, les cortaban la cabeza y las metían en el propio cadáver del asesinado.
“MEJOR MUERTO QUE DETENIDO”
“Nosotros vivíamos cerca de la Plaza de Toros; veíamos a los muertos en zaguanes y calles. Mi padre nos llevó a Portugal; allí teníamos mucho cuidado, pues sabíamos que la policía devolvía a Franco a quienes cogieran”.
Marce1 Dany, de Havas, contó como “la sangre corría a ríos por las calles”; Reyno1ds Packard, del Herald Tribune, agregaba que, “tan pronto como los detienen, los presos republicanos son ejecutados en masa”. Muchos intelectuales y funcionarios fieles a la República fueron torturados y asesinados.
Los que conseguían pasar clandestinamente a Portugal, eran devueltos por la policía zalazarista, enviándolos a la muerte.
Recuerda Jorge Morales:“El 19 de agosto se celebró un acto cívico-militar con la presencia de los obispos y las nuevas autoridades, y al final de la misa, ante todos los asistentes, fue fusilado el ex-alcalde republicano de la ciudad junto a otros 12 compañeros. Mientras, la banda militar amenizaba el terrible espectáculo. Los cadáveres de los asesinados estuvieron 3 días expuestos al sol, con un letrero debajo que decía “éstos son los asesinos de Badajoz””.
Los fascistas empiezan a reorganizar la vida civil de Badajoz. Los bandos militares se publican en el periódico que confiscaron al Partido Comunista y se lo ceden a la empresa del obispado: Editorial Católica, por “la contribución y decisivo papel en la detención de las alimañas rojas”.
Las detenciones continuaron, las matanzas se atenúan unos días, pero vuelven a resurgir con más fuerza al poco. El teniente coronel Yagüe ordena el acopio de presos. la mayoría civiles, que van deteniendo en toda la provincia y los que entregaba la policía portuguesa. Así, durante las dos noches siguientes, y en distintas oleadas, llevan a cabo las matanzas más horrorosas que nadie puede imaginar. Son las noches y madrugada del 13 y 14 y toda la jornada del 15 de agosto.
Desde que las columnas de Asensio y Castejón, al mando de Juan Yagüe, salieron de Sevilla; y desde que las tropas al mando de Tella toman Mérida, a la capital extremeña llegaban cada día grupos de personas aterrorizadas y temerosas. Huían de la barbarie de sangre que los fascistas regaban a su paso. Más de 10.000 personas entran en Badajoz antes de114 de agosto. Tras las masacres, muchos de ellos morirían asesinados, otros en la resistencia al enemigo. Otros, al no lograr huir, se disparan un tiro antes de ser detenidos.
(En 2007), hay testigos aún así, supervivientes y familiares, buscando documentos, repasando crónicas periodísticas y, ya por último, asistiendo al levantamiento de cadáveres en las tantas fosas comunes donde, aún hoy, siguen enterrados miles de republicanos.
Nueve años tenía el escritor repub1icano Carlos Espada en 1936. Exiliado en Venezuela, publica Tres en uno; en los capítulos dedicados al mes de agosto de 1936 señala: “La relojería Parra estaba siendo asaltada por marroquíes que depositaban los relojes en sus gorros. Delante, se amontonaban los cadáveres de milicianos. La sangre roja y espesa, se deslizaba por el escalón”. “Aquella noche no dormí; por la ventana entraba el ruido de disparos y olor a carne quemada. El general Queipo de Llano gritaba por radio que las tropas 'sa1vadoras' habían derrotado a todas las hordas marxistas de Badajoz. Al día siguiente nos entregaron un uniforme de flecha (milicias infantiles fascistas) y un fusil de madera, puesto que deberíamos aprender a matar”.
MUCHOS SILENCIOS CÓMPLICES
“En 1979, con motivo del 14 de agosto, quisimos poner un recordatorio en el diario, como publicidad pagada. Cuenta Alfonso González Bermejo, y el único diario que había aquí, de la Editorial Cat6lica y del obispado, no nos lo aceptó por nada del mundo” “Aquellos crímenes y salvajadas no pueden quedar impunes, para... que no se repita, y para que sepamos quienes nos dejaron a todos los legados de lucha por la justicia, la igualdad, la decencia y la so1idaridad. ¡Pueblo que no conoce su historia, está condenada a repetirla”. “En las dos matazas, asesinaron a más de cuatro mil personas, mujeres, ancianos, jóvenes republicanos y gente sin compromiso político, pero que habían sido señalados por los terratenientes y por los falangistas”.
Los moros y los falangistas, sobre todo, seguían con sus atroces diversiones ya caída la noche. El alcohol era un asiduo acompañante de las columnas del teniente coronel Juan Yagüe. En Memorias de un republicano puede leerse que, “los fusilamientos o degol1amientos de los extremeños más significados por la defensa de los trabajadores y la República, los realizaban a las doce del día, y siempre, a los acordes de la 'macha real' y el himno de Falange.. Negarse a presenciar el espectaculo suponía convertirse en actor del mismo; la turba de portugueses que venía de Elvas y acompañaba a los falangistas, gritaba y danzaba, abrazándose a moros y 'cristianos' cuando un beduino segaba con su gumia la vida de cualquier criatura. La cosa se desbordaba cuando un moro cortaba la cabeza de una mujer republicana de renombre político o sindical”.
Mientras, en la Plaza de Toros continuaba la fiesta. En el tendido, junto a la barrera, habían instalado unos focos para iluminar la arena. Allí estaban atemorizados todos los presos republicanos. En el tendido, esperando el horrible espectáculo, esperaban los señoritos falangistas y los terratenientes de la zona, los de siempre, junto a los jefes moros del Tabor de Regulares, alternando 'cristianamente' con las señoritas devotas que eran invitadas. Uno de los jefes moros, Muley Racbid, que se distinguía por su fiereza, se vistió de torero sin quitarse sus sempiternos atuendos. Con la bayoneta a modo de estoque, jaleaba a los prisioneros como si de reses bravas se trataran; y terminaba su faena clavándole el hierro en el cuello o en la cara. Así, bestialmente, acababa con ellos mientras los invitados aplaudían cada faena, careando olés a los asesinos. Eran las primeras horas del 15 de agosto, y el espectáculo seguía. Juan Gallardo Bermejo, miliciano preso, se lanzó sobre un legionario que lo toreaba y, después de arrebatarle la bayoneta, lo mató al1í mismo. Entonces, moros y legionarios se retiraron del coso. Sin esperar un minuto, empezaron a tronar las ametralladoras, mientras se oían el grito colectivo de los milicianos, mezclando los chillidos de horror con vivas a la República y a Extremadura socialista.
INVITAClONES A LOS DE SIEMPRE
“Aquellas ejecuciones (decía Yagüe), eran gratamente presenciadas por respetables y 'piadosas' damas”, escribió Martínez Bande en La marcha sobre Madrid; también aplaudían “los jovencitos de San Luis, ec1esiásticos, virtuosos frailes y monjas de alba-toca”. Las ametralladoras no paraban. Hasta tal punto que, varias veces, fueron reemplazados los tiradores. Entre los que nunca faltaban, el cura Lomba, un gran cazador de rojos. Dos o tres lograron sobrevivir, de casi 5.000. Es el caso del comunista Juan Adriano Albarrán que, con siete balazos pero vivo, logro arrastrarse y esconderse en la casa de uno de sus compañeros. Ahora vive en París y aunque desea recordar tan trágicos momentos, no quiere regresar a Badajoz, “pues si todas las noches sueño con aquella jornada del 14 de agosto, el día que esté allí me moriré de indignación, rabia e impotencia. ¡No puedo volver!”.
Los montones de muertos son enterrados en grandes fosas comunes, abiertas por presos que todavía quedaban vivos.
Antes de que se hiciera de día, una nueva hornada de presos llenaba ya el coso de la Plaza de Toros. Era el amanecer del día 15 de agosto. Badajoz no dormía, mientras aquella orgía sanguinaria continuaba sin parar; a las seis de la mañana ponen en funcionamiento de nuevo las ametralladoras. Eran casi las ocho cuando habían rematado definitivamente su faena; unos moros repasaban los cadáveres uno a uno para arrebatarles todos 1os anillos, 1as medallas, los dientes de oro y cada una de las prendas que les gustaban; cuando no podían sacarles el aro de oro de un dedo, lo cortaban con el machete y, aún ensangrentado, lo guardaban en su mochila. Le abrían la boca al cadáver y si tenía dentadura de oro, se la arrancaban con la hoja de su bayoneta. Muchos de los republicanos que escaparon de Badajoz, y no eran devueltos por la policía portuguesa, volvieron poco después para reagruparse en las guerrillas de Monsalut.
Años más tarde, hasta ya entrados los años 50, cada vez que anunciaban la aparición de una fosa común, se veían auténticas peregrinaciones de familiares enlutados, jóvenes, niños y mayores. Trataban de identificar, entre tantos huesos aparecidos, a sus padres, madres, abuelos, maridos e hijos, a veces al reconocer sus prendas, alguna prótesis o por la dentadura. Fosas comunes en Extremadura siguen existiendo en caminos, veredas, valles y montañas.
“Al hijo de un teniente que mataron los republicanos, le preguntan los moros que quería a cambio de la muerte de su padre, dice Jorge Morales. y él pidió que liquidasen a 400 personas de los pueblos cercanos. En la finca de Los Bonales, fue el fusilamiento; y aunque han pasado 70 años, aún queda alguna que otra señal”.
Empezaban a publicarse en la prensa local los bandos firmados por el teniente coronel Juan Yagüe Blanco; el bando de guerra aparece fechado el día 14 de agosto, aunque se publica días después; con fecha del 15 aparece firmado el bando de defensa antiaérea, mientras que al día siguiente difunden otro referido a los aspectos de la movilización civil. Junto a los bandos y las crónicas patrióticas, publican listas de donantes de joyas, prendas, oro y dinero para apoyar la Santa Cruzada del Ejército Salvador contra la fiera marxista.
La reacción internacional fue progresiva, paralela a la llegada de noticias sobre las matanzas, crónicas escritas por periodistas que entraron en Badajoz y que divulgaban algunas informaciones de tan macabra hecatombe sin precedentes.
Mucho más tarde, en la toma de Bilbao, el ideólogo fascista Ernesto Giménez Caballero decía en La Voz de España que “también ha sido indispensable, en la exinvicta Bilbao, el expurgo postvictoria, la limpieza y la depuración; pero no excusado este deber ni omitido su cumplimiento, estoy seguro que no llegan a mil las `existencias´ eliminadas en un mes; las columnas rescatadoras que Dios guía no tenían que actuar con el ímpetu justiciero y purificador que en Sevilla, en Badajoz y en Málaga”.
“Mataron a nuestro padre de un tiro en la nuca” dicen los hermanos Benigno y Julián López Hernández, “pero nosotros terminamos en zona republicana huyendo de las salvajadas que veíamos. De nuestro pueblo, Talavera La Real, mataron a más de 500 personas; la población era de 3.000 habitantes en aquel tiempo. Nos cogen en Alicante con unos 60.000 republicanos, que querían huir, y nos condenan a muerte; logramos escapamos. Luego, nos detuvieron; yo estuve en El Dueso (Benigno) hasta que me trajeron a la cárcel de Badajoz, el año cincuenta y pico.
León Agama Suero es militante comunista; tenía 14 años cuando tomaron Badajoz; como no tenía salvoconducto, pasó gran parte de la guerra escondido en los melonares de su familia. “Los salvoconductos los entregaba un tal caraquemada”, dice León, que “decía a quienes debían fusilar; otro famoso asesino era Eugenio el de Barcarrota. Juan Diáz Ambrona, padre de Adolfo, que luego fue ministro franquista y que murió a tiro limpio con unos campesinos que tenían tierras de la Reforma Agraria y muchos otros”.
José Hernández Mulero, también un viejo comunista, dijo que “yo estuve en la plaza de Toros de Mérida; y más tarde me llevaron al campo de concentración de Castuera; pasé en la cárcel 10 años; muchos compañeros murieron apaleados; contar lo que nos hacían cada día es hablar de todas las perrerías que nadie pueda imaginar. Uno de los que organizaba las matanzas en Villanueva de la Serena, era Romero Cuerda, después alcalde durante mucho tiempo; pero de los mayores asesinos, hasta años después, fue Agustín Ramos, al que nosotros llamábamos El Lobo”.
MUERTOS ROJOS, FOSAS COMUNES
Después de la muerte en sangre del dictador Franco, uno de los primeros levantamientos de cadáveres en una fosa común se haría cerca de Navas del Madroño. Los enterrados allí eran los huesos de personas naturales de Navas, pequeña localidad extremeña, que en 1936 tenía 600 habitantes. En aquellas fosas estaban los restos de 74 republicanos; como habían previsto los investigadores. La fosa no estaba profunda, los huesos estaban casi a flor de tierra; la segunda fosa estaba inundada de agua a los pocos metros; junto a los cráneos agujereados por las balas, había munición, brazos partidos y prendas personales; en la comitiva de duelo iban más de 3.000 personas. “No eran sindicalistas ni estaban en partidos, dice Santiago Cano, hijo de uno de aquellos asesinados. Casi todos eran unos hombres del pueblo, campesinos pobres que habían visto en nuestra República una salida a la explotación de los caciques”.
Esta es la historia incompleta y sin final de una de las más atroces matanzas de la Guerra Civil española, marcada por tales barbaridades.
“Si cuando hablamos de esos crímenes, ejecuciones sumarias, o desapariciones, hay un sobrecogimiento general, al mencionar las masacres en la Plaza de Toros, estamos refiriéndonos a la cima de la psicopatía, a asesinatos rituales, hasta la saciedad, y a sádicas y morbosas liquidaciones humanas. Un capítulo muy importante y decisivo, es necesario y éticamente obligado reconstruirlo en su totalidad” sentencia el profesor universitario Juan Antonio García Hernández.
((Resumen del artículo de investigación de Alfredo Disfeito, Andreu García Ribera y Federico Pérez-Galdós publicado en el periódico EL OTRO PAÍS))
La matanza de “rojos” en la Plaza de Toros de Badajoz entre el 14 y el 15 de agosto de 1936, está en la historia como una auténtica pesadilla: miles de republicanos, comunistas, anarquistas, socia1istas y demócratas, mujeres, hombres y niños, eran 'lidiados' como reses y rematados con el fuego de las ametralladoras emplazadas en el tendido; regulares y falangistas ávidos de sangre dieron satisfacción a su barbarie, mientras para el macabro festín invitaban a señoras falangistas y a los terratenientes de siempre.
En 2002, el Gobierno “socialista” extremeño derribó la Plaza de Toros, auténtico monumento a la dignidad. Dijeron que por “exigencia” del PP, 'sucio-socio' suyo en el parlamento, impidiendo además todo homenaje a los víctimas de tanta atrocidad. Esos “demócratas”, herederos de los asesinos, engrosan las filas no sólo del Partido Popu1ar, sino también del PSOE.
Conocer tan sangrientos acontecimientos ayudará a entender la situación actual de cómo quedó la izquierda revolucionaria española, exterminada entre matanzas, cárcel y exilio.
A raíz de las primeras elecciones generales y de otros sucesos democráticos del final de los setenta, muchos republicanos, anarquistas, comunistas, socialistas y demócratas extremeños recibían amenazas escritas y telefónicas, sentenciándoles a muerte, con afirmaciones del siguiente tipo: “La Plaza de Toros de Badajoz no se llenó de rojos la otra vez: esta vez la llenaremos; si en 1936 acabamos con los rojos como merecían en una plaza, ahora acabaremos con todos en las dos”. Se referían a la nueva plaza de toros inaugurada a finales de los cincuenta.
El recuerdo de los acontecimientos que culminaron en la vieja Plaza de Toros de Badajoz pone los pelos de punta a quienes los conocen; durante años, los hechos fueron premeditadamente silenciados por el franquismo. Sólo se hablaba de ellos en círculos reducidos con mucha cautela. La primera carnicería de la Guerra Civil la produjeron los nacionales en Extremadura; pueblos enteros son masacrados; ancianos mujeres y niños iban al matadero como seres peligrosos.
Las atrocidades cometidas por los fascistas son incontables. Los historiadores señalan los acontecimientos con gran ligereza. Para Hugh Thomas, que escribió un libro sobre la Guerra 20 años después, la cifra de los muertos en la Plaza de Toros de Badajoz “no llegó a dos mil”. Thomas escribió el trabajo apoyándose en fuentes franquistas. Herbert Southworth señala que “la realidad de las matanzas de Badajoz ha sido siempre evidente”. Mario Neves escribía, en el Diario de Lisboa que “Acabo de ser testigo de auténticas escenas de desolación y horror, de las que no me olvidaré mientras viva; cerca de los establos aún pueden verse muchos cuerpos yaciendo, como resultado de la implacable justicia militar; en las avenidas principales, una no muy larga mirada, muestra otra larga hilera de cadáveres insepultos allí tirados; los legionarios extranjeros y la tropa mora, encargados de las ejecuciones, quieren los cuerpos en las calles para que sirva de ejemplo, consiguiendo los efectos deseados”.
“NO PODEMOS DEJAR ROJOS DETRÁS”
Jacques Maritain, filósofo cristiano, protestó contra “los crímenes de muchísimos hombres, mujeres y niños”; mientras James Cleugh, simpatizante fascista rebelde, escribió que “sólo en la Plaza de Toros hubo más de 3.000 ejecuciones”. Pero la confirmación de los horrorosos sucesos la daba el propio teniente coronel Juan Yagüe Blanco (murió en 1952), en una entrevista para New York Herald Tribune, realizada por
John Whitaker:“naturalmente que hemos matado en Badajoz ¿Qué suponía usted, que iba a llevar a esos 6.000 prisioneros rojos en mis columnas teniendo que avanzar contra reloj sobre Toledo, o que los iba a dejar en la retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?”
Aunque las matanzas en Extremadura se repitieron en cada pueblo y cada aldea. Alfonso González Bermejo dice que “la gente no quiere hablar por el pánico que tienen todavía en el cuerpo, 70 años después. Aquella fue la mayor salvajada del mundo. En Extremadura murieron más de 50.000 personas. Legionarios y moros violaban a mujeres y niñas, castraban a hombres y, sin escrúpulo, se ponían los testículos en la boca como trofeos. La sangre corría por las calles como el agua”.
En agosto de 1936, Badajoz tenía 40.000 habitantes; 3.000 milicianos sin preparación militar y 500 soldados, que debían hacer frente a los 3.000 mercenarios de las columnas que mandaba el teniente coronel Juan Yagüe Blanco.
CARNICERIAS HUMANAS
La aviación alemana e italiana bombardeaba, con los Ju-52, despegando de aeródromos portugueses, mientras que parte de las tropas moras entraban ya en Badajoz atravesando la frontera, sorprendiendo a los republicanos por la espalda. El 11 de agosto, la columna que dirigía Tella cortó el ferrocarril y la carretera Madrid-Badajoz después de apoderarse de Mérida. Decía Jorge Mora, quien se exilió en Francia donde vivió hasta los ochenta, que Mérida “resistió la invasión de moros y legionarios durante unas 30 horas, mientras que algunas mujeres, niños y personas mayores sin arma alguna, se refugiaron en las ruinas del teatro Romano. Cuando los moros y legionarios de Tella logran entrar, cortaron el cuello a la mayoría de los que estaban dentro de los ruinas. Muchos fueron colgados y permanecieron varios días expuestos al sol. A las niñas las violaban antes de matarlas metiéndolas las bayonetas por la vagina, abriéndolas en canal. Uno de los más notables asesinos fue el falangista José Luna Meléndez, que luego llegaría a las cimas de la Secretaría General del Movimiento”.
Llerena fue uno de los pueblos que más resistencia ofreció. Sus fosas comunes están aún repletas de muertos. También están repletos de fosas comunes otros muchos pueblos, como Don Benito, Villanueva de la Serena, Herrera del Duque, Guareña o Jerez de los Caballeros.
En Guareña fueron quemados los cuerpos, después de ser asesinados. El cura de Zafra, Juan Galán Bermejo, se encargó de marcar a quienes debían matar. A preguntas de Marcel Dany, de la Agencia Hava, el cura de Zafia respondía que“todavía no hemos tenido tiempo de legislar cómo y de qué manera será exterminado el marxismo en España; por eso, todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos. Y Dios, en su inmenso poder y sabiduría, los aplaudirá”. El cura Juan Galán Bermejo, siempre portaba una pistola de dotación sobre la sotana, y fue el ejecutor directo de unos 750 asesinatos.
Recuerda Jorge Mora que, en Guareña, acababan a puñaladas con quien les daba la gana; muchos quedaban semivivos en el montón. Luego los rociaban de gasolina y les prendían fuego. Cuando llegó octubre de 1936, Guareña ya se había reconvertido en un pueblo vacío y maldito pues los cruzadistas-cristianos, como llamaban los curas a moros y legionarios, lo habían transformado en zona de crímenes continuos.
Las tropas de Yagüe, que llegan a las puertas de Badajoz el 13 de agosto, traían de servicio complementario unos pelotones de requetés, falangistas y voluntarios de derechas que actuaban como policía política en zonas ocupadas. Eran los encargados de señalar a los rojos que luego irían a la Plaza de Toros o eran inmediatamente degollados por las bayonetas de los moros que formaban parte del Tabor de Regulares. La resistencia en la capital extremeña solo pudo durar escasamente un día; inmediatamente después vendría la primera matanza salvaje. Como diría Rafael Tenorio: “los moros, sueltos como perros rabiosos, armados hasta los dientes, caen sobre la ciudad martirizada y asesinan alevosamente a todo aquél que se aventuró a salir a la calle; hubo quien murió acuchillado simplemente por llevar una cadena de oro o un reloj que despertaba la codicia de aquellos mercenarios; en Badajoz. se veían cadáveres esparcidos, con cuchillos clavados hasta la empuñadura; algunos oficiales alemanes, al servicio de los militares golpistas se daban el “gusto” de fotografiar los cadáveres castrados por legionarios y tropas moras. Fue tal la sacudida internacional que produjo alguna publicación, que el propio criminal Franco ordenó a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales 'en público' con 'los enemigos de la patria'; pero seguían haciéndolo; luego, en Toledo. Navarra, Bilbao, Galicia, Aragón, La Rioja, León o Madrid, entrando a sangre y fuego”.
NOMBRES Y APELLIDOS
Entonces continuó un ceremonial de muerte y sangre que parecía no acabar nunca. Conocidos falangistas extremeños se encargan de delatar y localizar a los rojos republicanos. Entre ellos destacan algunos con especial fiereza. Mariano Ramallo, fue uno de los encargados del menester. Su sobrino Luis Ramallo fue presidente de la Junta de Extremadura y en 2002 un personaje mafioso implicado y destacado en el asunto Gescartera. Asimismo, por otro lado, el cura Lomba elaboraba las listas de quienes aún vivían y había que detener para llevarlos a la Plaza de Toros.
Los supervivientes de Badajoz, todavía hoy (en 2007) siguen impresionados por la represión feroz que se desató; los más rigurosos cálculos demuestran que más de 8.000 personas fueron fusiladas, de los que la cuarta parte sería asesinada en la Plaza de Toros. En las paredes de la catedral eran e1iminados para “no dejar atrás focos de rojos”.
Así se distinguirían sanguinariamente varios falangistas, destacando Arcadio Carrasco, que fue nombrado en los 40 Marqués de la Paz, ironías de la vida, y presidente del Sindicato Vertical; Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, era especia1mente sádico con las mujeres, haciéndolas bailar antes de matarlas, abriéndolas en canal y arrancándoles las tripas. Reconocidos matones y pistoleros eran Leopoldo Ríos Lagrimal, Avelino Villalobos, Antonio Ardillas o el “Colorado” de Basajo. Agustín Carandell asesinó a 34 presos, atados entre sí, en la puerta del ayuntamiento, ante todo el mundo, después de una opuesta con el sargento moro Ahmed Mohamed Muley. Guillermo Jorge, otro sádico falangista, organizaba fiestas en plan verbena con los detenidos, para terminar degollándolos con un rito brutal. Eduardo Esquer fue procurador en Cortes en las legislaturas franquistas; y así una larguísima lista reconocible de individuos...
Manuel García Moreno, que vivió 22 años en Francia y después en una residencia de ancianos, decía que “estaba defendiendo la Puerta del Pilar el 14 de agosto y la abandonamos cuando ya estaban encima de nosotros y muchos de nuestros compañeros muertos; salimos por Villanueva del Fresno y les destrozamos la Columna de Castejón. Cuando lo tomaron, mataron a todos los que cogieron. Los que escaparon nos contaban que a los que llevaban a la Plaza de Toros, les colocaban banderillas como a las reses. En el cementerio mataron a dos tíos míos, después de obligarles a cavar su propia tumba, junto con diez mujeres y dieciocho hombres”.
Una orgía imparable de sangre recorría la ciudad de Badajoz y sus alrededores. Perseguían a los republicanos por las azoteas, cazándolos como a moscas, haciendo apuestas entre tropas moras, falangistas y legionarios; los marcaban a hierro como a las vacas. Manuel Ramallo y Antonio A1meida Segura, destacados falangistas, iban a por todas, dirigiendo y ejecutando torturas y asesinatos, mientras la Autoridad Militar jaleaba sus crímenes. En la Plaza de Menacho, los moros que integraban la Columna de Asensio, se divertían abriéndoles el cuerpo a los detenidos antes de matarlos y, aún vivos, les cortaban la cabeza y las metían en el propio cadáver del asesinado.
“MEJOR MUERTO QUE DETENIDO”
“Nosotros vivíamos cerca de la Plaza de Toros; veíamos a los muertos en zaguanes y calles. Mi padre nos llevó a Portugal; allí teníamos mucho cuidado, pues sabíamos que la policía devolvía a Franco a quienes cogieran”.
Marce1 Dany, de Havas, contó como “la sangre corría a ríos por las calles”; Reyno1ds Packard, del Herald Tribune, agregaba que, “tan pronto como los detienen, los presos republicanos son ejecutados en masa”. Muchos intelectuales y funcionarios fieles a la República fueron torturados y asesinados.
Los que conseguían pasar clandestinamente a Portugal, eran devueltos por la policía zalazarista, enviándolos a la muerte.
Recuerda Jorge Morales:“El 19 de agosto se celebró un acto cívico-militar con la presencia de los obispos y las nuevas autoridades, y al final de la misa, ante todos los asistentes, fue fusilado el ex-alcalde republicano de la ciudad junto a otros 12 compañeros. Mientras, la banda militar amenizaba el terrible espectáculo. Los cadáveres de los asesinados estuvieron 3 días expuestos al sol, con un letrero debajo que decía “éstos son los asesinos de Badajoz””.
Los fascistas empiezan a reorganizar la vida civil de Badajoz. Los bandos militares se publican en el periódico que confiscaron al Partido Comunista y se lo ceden a la empresa del obispado: Editorial Católica, por “la contribución y decisivo papel en la detención de las alimañas rojas”.
Las detenciones continuaron, las matanzas se atenúan unos días, pero vuelven a resurgir con más fuerza al poco. El teniente coronel Yagüe ordena el acopio de presos. la mayoría civiles, que van deteniendo en toda la provincia y los que entregaba la policía portuguesa. Así, durante las dos noches siguientes, y en distintas oleadas, llevan a cabo las matanzas más horrorosas que nadie puede imaginar. Son las noches y madrugada del 13 y 14 y toda la jornada del 15 de agosto.
Desde que las columnas de Asensio y Castejón, al mando de Juan Yagüe, salieron de Sevilla; y desde que las tropas al mando de Tella toman Mérida, a la capital extremeña llegaban cada día grupos de personas aterrorizadas y temerosas. Huían de la barbarie de sangre que los fascistas regaban a su paso. Más de 10.000 personas entran en Badajoz antes de114 de agosto. Tras las masacres, muchos de ellos morirían asesinados, otros en la resistencia al enemigo. Otros, al no lograr huir, se disparan un tiro antes de ser detenidos.
(En 2007), hay testigos aún así, supervivientes y familiares, buscando documentos, repasando crónicas periodísticas y, ya por último, asistiendo al levantamiento de cadáveres en las tantas fosas comunes donde, aún hoy, siguen enterrados miles de republicanos.
Nueve años tenía el escritor repub1icano Carlos Espada en 1936. Exiliado en Venezuela, publica Tres en uno; en los capítulos dedicados al mes de agosto de 1936 señala: “La relojería Parra estaba siendo asaltada por marroquíes que depositaban los relojes en sus gorros. Delante, se amontonaban los cadáveres de milicianos. La sangre roja y espesa, se deslizaba por el escalón”. “Aquella noche no dormí; por la ventana entraba el ruido de disparos y olor a carne quemada. El general Queipo de Llano gritaba por radio que las tropas 'sa1vadoras' habían derrotado a todas las hordas marxistas de Badajoz. Al día siguiente nos entregaron un uniforme de flecha (milicias infantiles fascistas) y un fusil de madera, puesto que deberíamos aprender a matar”.
MUCHOS SILENCIOS CÓMPLICES
“En 1979, con motivo del 14 de agosto, quisimos poner un recordatorio en el diario, como publicidad pagada. Cuenta Alfonso González Bermejo, y el único diario que había aquí, de la Editorial Cat6lica y del obispado, no nos lo aceptó por nada del mundo” “Aquellos crímenes y salvajadas no pueden quedar impunes, para... que no se repita, y para que sepamos quienes nos dejaron a todos los legados de lucha por la justicia, la igualdad, la decencia y la so1idaridad. ¡Pueblo que no conoce su historia, está condenada a repetirla”. “En las dos matazas, asesinaron a más de cuatro mil personas, mujeres, ancianos, jóvenes republicanos y gente sin compromiso político, pero que habían sido señalados por los terratenientes y por los falangistas”.
Los moros y los falangistas, sobre todo, seguían con sus atroces diversiones ya caída la noche. El alcohol era un asiduo acompañante de las columnas del teniente coronel Juan Yagüe. En Memorias de un republicano puede leerse que, “los fusilamientos o degol1amientos de los extremeños más significados por la defensa de los trabajadores y la República, los realizaban a las doce del día, y siempre, a los acordes de la 'macha real' y el himno de Falange.. Negarse a presenciar el espectaculo suponía convertirse en actor del mismo; la turba de portugueses que venía de Elvas y acompañaba a los falangistas, gritaba y danzaba, abrazándose a moros y 'cristianos' cuando un beduino segaba con su gumia la vida de cualquier criatura. La cosa se desbordaba cuando un moro cortaba la cabeza de una mujer republicana de renombre político o sindical”.
Mientras, en la Plaza de Toros continuaba la fiesta. En el tendido, junto a la barrera, habían instalado unos focos para iluminar la arena. Allí estaban atemorizados todos los presos republicanos. En el tendido, esperando el horrible espectáculo, esperaban los señoritos falangistas y los terratenientes de la zona, los de siempre, junto a los jefes moros del Tabor de Regulares, alternando 'cristianamente' con las señoritas devotas que eran invitadas. Uno de los jefes moros, Muley Racbid, que se distinguía por su fiereza, se vistió de torero sin quitarse sus sempiternos atuendos. Con la bayoneta a modo de estoque, jaleaba a los prisioneros como si de reses bravas se trataran; y terminaba su faena clavándole el hierro en el cuello o en la cara. Así, bestialmente, acababa con ellos mientras los invitados aplaudían cada faena, careando olés a los asesinos. Eran las primeras horas del 15 de agosto, y el espectáculo seguía. Juan Gallardo Bermejo, miliciano preso, se lanzó sobre un legionario que lo toreaba y, después de arrebatarle la bayoneta, lo mató al1í mismo. Entonces, moros y legionarios se retiraron del coso. Sin esperar un minuto, empezaron a tronar las ametralladoras, mientras se oían el grito colectivo de los milicianos, mezclando los chillidos de horror con vivas a la República y a Extremadura socialista.
INVITAClONES A LOS DE SIEMPRE
“Aquellas ejecuciones (decía Yagüe), eran gratamente presenciadas por respetables y 'piadosas' damas”, escribió Martínez Bande en La marcha sobre Madrid; también aplaudían “los jovencitos de San Luis, ec1esiásticos, virtuosos frailes y monjas de alba-toca”. Las ametralladoras no paraban. Hasta tal punto que, varias veces, fueron reemplazados los tiradores. Entre los que nunca faltaban, el cura Lomba, un gran cazador de rojos. Dos o tres lograron sobrevivir, de casi 5.000. Es el caso del comunista Juan Adriano Albarrán que, con siete balazos pero vivo, logro arrastrarse y esconderse en la casa de uno de sus compañeros. Ahora vive en París y aunque desea recordar tan trágicos momentos, no quiere regresar a Badajoz, “pues si todas las noches sueño con aquella jornada del 14 de agosto, el día que esté allí me moriré de indignación, rabia e impotencia. ¡No puedo volver!”.
Los montones de muertos son enterrados en grandes fosas comunes, abiertas por presos que todavía quedaban vivos.
Antes de que se hiciera de día, una nueva hornada de presos llenaba ya el coso de la Plaza de Toros. Era el amanecer del día 15 de agosto. Badajoz no dormía, mientras aquella orgía sanguinaria continuaba sin parar; a las seis de la mañana ponen en funcionamiento de nuevo las ametralladoras. Eran casi las ocho cuando habían rematado definitivamente su faena; unos moros repasaban los cadáveres uno a uno para arrebatarles todos 1os anillos, 1as medallas, los dientes de oro y cada una de las prendas que les gustaban; cuando no podían sacarles el aro de oro de un dedo, lo cortaban con el machete y, aún ensangrentado, lo guardaban en su mochila. Le abrían la boca al cadáver y si tenía dentadura de oro, se la arrancaban con la hoja de su bayoneta. Muchos de los republicanos que escaparon de Badajoz, y no eran devueltos por la policía portuguesa, volvieron poco después para reagruparse en las guerrillas de Monsalut.
Años más tarde, hasta ya entrados los años 50, cada vez que anunciaban la aparición de una fosa común, se veían auténticas peregrinaciones de familiares enlutados, jóvenes, niños y mayores. Trataban de identificar, entre tantos huesos aparecidos, a sus padres, madres, abuelos, maridos e hijos, a veces al reconocer sus prendas, alguna prótesis o por la dentadura. Fosas comunes en Extremadura siguen existiendo en caminos, veredas, valles y montañas.
“Al hijo de un teniente que mataron los republicanos, le preguntan los moros que quería a cambio de la muerte de su padre, dice Jorge Morales. y él pidió que liquidasen a 400 personas de los pueblos cercanos. En la finca de Los Bonales, fue el fusilamiento; y aunque han pasado 70 años, aún queda alguna que otra señal”.
Empezaban a publicarse en la prensa local los bandos firmados por el teniente coronel Juan Yagüe Blanco; el bando de guerra aparece fechado el día 14 de agosto, aunque se publica días después; con fecha del 15 aparece firmado el bando de defensa antiaérea, mientras que al día siguiente difunden otro referido a los aspectos de la movilización civil. Junto a los bandos y las crónicas patrióticas, publican listas de donantes de joyas, prendas, oro y dinero para apoyar la Santa Cruzada del Ejército Salvador contra la fiera marxista.
La reacción internacional fue progresiva, paralela a la llegada de noticias sobre las matanzas, crónicas escritas por periodistas que entraron en Badajoz y que divulgaban algunas informaciones de tan macabra hecatombe sin precedentes.
Mucho más tarde, en la toma de Bilbao, el ideólogo fascista Ernesto Giménez Caballero decía en La Voz de España que “también ha sido indispensable, en la exinvicta Bilbao, el expurgo postvictoria, la limpieza y la depuración; pero no excusado este deber ni omitido su cumplimiento, estoy seguro que no llegan a mil las `existencias´ eliminadas en un mes; las columnas rescatadoras que Dios guía no tenían que actuar con el ímpetu justiciero y purificador que en Sevilla, en Badajoz y en Málaga”.
“Mataron a nuestro padre de un tiro en la nuca” dicen los hermanos Benigno y Julián López Hernández, “pero nosotros terminamos en zona republicana huyendo de las salvajadas que veíamos. De nuestro pueblo, Talavera La Real, mataron a más de 500 personas; la población era de 3.000 habitantes en aquel tiempo. Nos cogen en Alicante con unos 60.000 republicanos, que querían huir, y nos condenan a muerte; logramos escapamos. Luego, nos detuvieron; yo estuve en El Dueso (Benigno) hasta que me trajeron a la cárcel de Badajoz, el año cincuenta y pico.
León Agama Suero es militante comunista; tenía 14 años cuando tomaron Badajoz; como no tenía salvoconducto, pasó gran parte de la guerra escondido en los melonares de su familia. “Los salvoconductos los entregaba un tal caraquemada”, dice León, que “decía a quienes debían fusilar; otro famoso asesino era Eugenio el de Barcarrota. Juan Diáz Ambrona, padre de Adolfo, que luego fue ministro franquista y que murió a tiro limpio con unos campesinos que tenían tierras de la Reforma Agraria y muchos otros”.
José Hernández Mulero, también un viejo comunista, dijo que “yo estuve en la plaza de Toros de Mérida; y más tarde me llevaron al campo de concentración de Castuera; pasé en la cárcel 10 años; muchos compañeros murieron apaleados; contar lo que nos hacían cada día es hablar de todas las perrerías que nadie pueda imaginar. Uno de los que organizaba las matanzas en Villanueva de la Serena, era Romero Cuerda, después alcalde durante mucho tiempo; pero de los mayores asesinos, hasta años después, fue Agustín Ramos, al que nosotros llamábamos El Lobo”.
MUERTOS ROJOS, FOSAS COMUNES
Después de la muerte en sangre del dictador Franco, uno de los primeros levantamientos de cadáveres en una fosa común se haría cerca de Navas del Madroño. Los enterrados allí eran los huesos de personas naturales de Navas, pequeña localidad extremeña, que en 1936 tenía 600 habitantes. En aquellas fosas estaban los restos de 74 republicanos; como habían previsto los investigadores. La fosa no estaba profunda, los huesos estaban casi a flor de tierra; la segunda fosa estaba inundada de agua a los pocos metros; junto a los cráneos agujereados por las balas, había munición, brazos partidos y prendas personales; en la comitiva de duelo iban más de 3.000 personas. “No eran sindicalistas ni estaban en partidos, dice Santiago Cano, hijo de uno de aquellos asesinados. Casi todos eran unos hombres del pueblo, campesinos pobres que habían visto en nuestra República una salida a la explotación de los caciques”.
Esta es la historia incompleta y sin final de una de las más atroces matanzas de la Guerra Civil española, marcada por tales barbaridades.
“Si cuando hablamos de esos crímenes, ejecuciones sumarias, o desapariciones, hay un sobrecogimiento general, al mencionar las masacres en la Plaza de Toros, estamos refiriéndonos a la cima de la psicopatía, a asesinatos rituales, hasta la saciedad, y a sádicas y morbosas liquidaciones humanas. Un capítulo muy importante y decisivo, es necesario y éticamente obligado reconstruirlo en su totalidad” sentencia el profesor universitario Juan Antonio García Hernández.
Sintetizado por el SRI
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