Japón elimina las conquistas sociales de los obreros
Diagonal, 30 de abril de 2010
El 30 de agosto tenía lugar un vuelco electoral sin precedentes en la historia de Japón. Por primera vez un solo partido (el Partido Democrático del Japón) derrotaba al sempiterno Partido Liberal Democrático. La incapacidad del partido del carismático Junichiro Koizumi para superar más de una década de crisis es una de las claves que explican el cambio de Gobierno.
Durante muchos años las relaciones laborales en Japón se caracterizaron por una dedicación exclusiva, vitalicia y devota del trabajador a su empresa. A cambio de horas extras y fines de semana impagados, no disfrutar de muchas de sus vacaciones por contrato y no tener vida fuera del trabajo, los japoneses disfrutaban de una cobertura por parte de la empresa casi tan completa como la del Estado en muchos países europeos: guarderías, vacaciones subvencionadas, hasta seguros de desempleo corrían a cargo de la propia empresa, que además tenía un compromiso no escrito de no despedir a sus empleados.
La crisis de los años ‘90 rompió con este modelo. Durante esta década las grandes empresas debieron prescindir de algunos de sus proveedores de menor tamaño y muchos de estos pequeños negocios quebraron. Más aún, las grandes corporaciones despidieron a gran cantidad de trabajadores.
Pero más allá de este efecto sobre una gran mayoría de población ‘estándar’, la crisis ha dejado tras de sí un número inusitado de japoneses en una precariedad absoluta. El caso más extremo son los miles de sin techo que pueblan los parques de las grandes ciudades con sus chabolas de lonas azules y que son en general gente de mediana edad que quedó totalmente fuera del sistema durante la crisis, al perder su medio de vida. Esta problemática es ignorada por las autoridades y la sociedad japonesas, que no proporcionan a estas personas en situación de extrema necesidad la más mínima cobertura social, acostumbrados a que fueran las empresas las que se encargaban de las necesidades sociales de la población.
En un escalón sólo ligeramente superior se encuentran los "day workers": personas sin empleo fijo que solían obtener trabajos precarios que duraban en general sólo un día en la construcción o similares, y cuya situación, ya precaria a priori, quedó extremada con el aumento del desempleo que los afectó especialmente y del que nunca se han recuperado.
Y en los últimos años se ha añadido toda una nueva categoría de precarios, los denominados "friitaa" (palabra creada a partir del inglés "freelance"), que se ha cebado en las generaciones jóvenes que salieron al mercado laboral en medio de la crisis. Estos jóvenes saltan de un trabajo parcial y temporal a otro, bajo contratos conocidos comúnmente como baito (del alemán "arbeit"), que no proporcionan cotización a la Seguridad Social ni ningún tipo de cobertura médica o de otro tipo. Estos contratos fueron creados durante la crisis para “flexibilizar” el mercado laboral, y permitían a los estudiantes ganar algún dinero compatibilizando sus clases con trabajos en los que podían fijar libremente el horario de común acuerdo con el empleador, incluso los días y duración de su jornada. Pero con el tiempo muchos de estos jóvenes (gran parte de ellos, como decimos, incluso graduados universitarios) han ido dándose cuenta de que no había un “más allá” de los baito. En torno a los 30 años gran cantidad de japoneses han acabado por descubrir que nunca conseguirán uno de esos trabajos fijos, bien remunerados y con seguro médico que sus padres tenían asegurados y quedan estancados en estos empleos ultraflexibles, como dependientes de cadenas de comida rápida, cafés o tiendas 24 horas. En los casos más extremos, como se viene denunciando en los últimos años la existencia de “refugiados de cibercafé”: precarios friitaa cuyos ingresos no llegan para costearse una vivienda y se ven obligados a dormir en dichos negocios, que en Japón permanecen abiertos 24 horas y proporcionan un pequeño habitáculo privado con un cómodo sillón, bebidas frías y calientes gratis e incluso, en no pocos, duchas de agua caliente que se accionan con monedas.
Y es de las interacciones entre estos grupos de nuevos y viejos desplazados del sistema de donde está surgiendo una nueva dinámica social en Japón. Ya existe en Tokio la sede de un sindicato de friitaa, por supuesto totalmente ajeno a los conservadores sindicatos tradicionales. Sus miembros se entremezclan en gran parte con jóvenes activistas que realizan actividades de apoyo a los day workers o a los sin techo. Los "day workers" siempre ha sido un grupo conflictivo que han protagonizado los escasos enfrentamientos con la policía desde los ‘80. En el caso de los sin techo, los activistas realizan actividades que en Occidente serían consideradas mera caridad, como proporcionarles comida semanalmente o asesorarlos legalmente, pero que en Japón suponen toda una acción reivindicativa, dada la visibilización que supone de un problema que la sociedad japonesa no quiere ver. De ahí que estos grupos estén fuertemente politizados y lleven a cabo, junto con sus comidas y reuniones, labores de movilización y organización del colectivo. Será quizás por esto que en Japón se encuentren escenas curiosas como la de los sin techo cocinando para los activistas que participan en movilizaciones en los últimos años, o sus portavoces dando conferencias en foros donde normalmente uno está acostumbrado a la presencia de sesudos intelectuales progresistas.
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