-1933: La derecha española gana las elecciones; comienza el Bienio Negro.
-1937: Los fascistas requisan oro y joyas para rehacer las arcas de guerra falangista. Alemania e Italia reconocen oficial e internacionalmente al “Gobierno de Burgos”. Asaltadas en Madrid sus embajadas.
-1984: En Ziburu (E.H. Norte) es abatido a disparos Christian Olaskoaga. Civil y vecino de esa ciudad, es reivindicado por el GAL. Se hizo desde Intxaurrondo.
-1994: En Peyrehorade (Estado francés), muere en accidente de tráfico el refugiado político vasco vecino de Lakuntza (Navarra), Roberto Martínez Olasagarre.
SUIZA reprime la solidaridad y el antifascismo
Los tribunales de Bellinzona han condenado a la compañera de los Comités por un SRI y acusada de actos de una organización revolucionaria internacionalista suiza a 17 meses de prisión (le pedían 4 años y 6 meses), tras la brutal campaña criminalizadora contra ella. Pero también los actos de solidaridad han sido muchos y con numerosa presencia. Gracias por las solidaridades mutuas, fruto del amor revolucionario.
Cartas de lxs lectores:
“En el mundillo de izquierda, solidarizarse con los presos del único partido comunista del Estado español ilegalizado y verdaderamente criminalizado con grilletes y picana, cuesta, cuesta tanto que aún muchos supuestos rojos, negros, internacionalistas, nacionalistas de izquierda... no lo han hecho ni lo harán. Es más fácil soltar diatribas sobre “solidaridad global”, presos políticos sí, pero en Colombia, que España tiene una democracia burguesa..., libertades colectivas (¿Para los revolucionarios presos no?). Ellos verán, a veces, el tuerto se cree mejor que el ciego voluntario u obligado.
Lo que ya no soporto, es que encima en algunos ambientes se les critique de “desfasados” (jajaja), “viven en otra realidad política” (¿de verdad?), y los cretinos liquidacionistas de las luchas por “españolistas” o “stalinistas”. Sólo con leer una de las cartas escritas y publicadas en esta web, pero también en otras varias (eso es solidaridad, lo demás papanaterías) de los presos políticos comunistas ha abierto más conciencia y análisis que cualquier crítica e insulto de esos sectores. Digan lo que digan.
M. Gipuzkoa”
Escritor cántabro, nacido en 1876
“Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...
Publicado en "El Nacional", 5 de julio de 1910.
Oskar. Cantabria”
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