La
fabricación de patologías
César
Manzanos Bilbao. Doctor en Sociología y miembro de Salhaketa
Durante
las últimas décadas se han consolidado los dispositivos para
extirpar del cerebro la capacidad de pensar, disentir y rebelarse a
las grandes mayorías sociales. Esto se ha hecho mediante la acción
intensiva de las empresas mediáticas transnacionales que operan a
escala local, instalando en las sociedades y en las personas una
realidad virtual que asesina lo real. Ahora, en nuestra sociedad,
estamos en un fase en la cual esas corporaciones artífices de la
civilización audiovisual que controlan el capital financiero
especulativo han organizado la recesión económica con el único fin
de precarizar irreversiblemente a las clases subalternas y dilapidar
los ahorros de las clases medias haciéndolas así desaparecer.
Las
consecuencias son además altamente rentables en términos de
negocio. Se están disparando las diversas formas de enfermedad
mental: suicidios, depresiones, crisis de ansiedad, fobias, estrés,
etc. Se están disparado las diversas formas de adicción: al juego,
al alcohol, a las drogas ilegalizadas, a la comida, etcétera. Se
están disparando diversas patologías sociales: violencia contra las
mujeres, intrafamiliar, abandono encubierto de la infancia,
insolidaridad, aislamiento social, etc.. Pero estas patologías no
surgen de la nada, están disparadas por quienes fabrican la
violencia invisible. Su finalidad es potenciar las industrias del
tratamiento con el fin de hacer un negocio con la desesperación
humana, haciéndonos creer que quienes las han provocado son quienes
nos van a liberar de ellas.
Nada
se puede esperar de una sociedad de sujetos sociópatas clonados
mentalmente mediante el enganche a las pantallas de televisiones,
ordenadores o teléfonos móviles, que no hablamos de lo que vivimos,
entre otras cosas, porque ya no vivimos nuestra propia vida, sino que
vivimos la vida a través de su espejo. Vivimos de rumores, cuentos,
tópicos y acontecimientos del circo político, personajes mediáticos
y deportivos que si algo tienen que ver con nuestra vida real es que
se han instalado como virus infecciosos que carcomen nuestro cerebro,
impidiendo a las personas pensar en sí mismas y en quienes tenemos a
nuestro alrededor. Ya lo decía aquel viejo chiste: la diferencia
entre el amor de ahora y antes es que antes nos mirábamos a los ojos
y ahora, miramos los dos en la misma dirección: a la televisión.
Las
vacunas sociales y los antídotos colectivos son recetas altamente
eficaces; darnos cuenta de ello, rebelarnos, ser solidarios con
quienes peor lo están pasando, no despilfarrar recursos naturales y
energéticos, liberarnos del consumismo, no usar a las cosas y a las
personas como objetos de usar y tirar, no individualizar nuestros
problemas colectivos, no recurrir a entidades financieras o
empresariales, ni a profesionales y políticos cuya intencionalidad
es enfermarnos para luego cobrarnos por recetas que tan solo combaten
los síntomas inmediatos y cuyos efectos iatrogénicos nos destruyen
a larga. Pero sobre todo hacer de la protesta y la acción colectiva
nuestra forma de vida, la única manera de hacer presente esa
sociedad justa e igualitaria en la que creemos.
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