Dibujo. Tortura con drogas. (una cabeza con monstruos) |
Los
métodos de tortura de la CIA
El siniestro informe que el Senado de Estados Unidos presentó durante la semana sería apenas el último de los descubrimientos de un proceder reñido con la humanidad justificado en el combate de enemigos reales o supuestos.
A fines de la década del '40 y comienzos de los '50, los oficiales de la CIA se topaban frecuentemente con una frase de San Juan escrita sobre un vestíbulo de la base en Langley, Virginia: "La verdad los hará libres".
Eran años en que regía el fantasma de la Guerra Fría y las potencias amenazantes de la Unión Soviética y de China, y lo que realmente preocupaba a la agencia de inteligencia más poderosa y rica del planeta era tratar de quebrar la voluntad humana y sustituir por completo la personalidad del enemigo hasta convertirlo en un infante impotente.
Es decir: tenían que lograr la ruptura de la personalidad adulta de sus víctimas hasta crear un estado que inevitablemente las llevara a la esquizofrenia inducida y a la muerte. O en algunos casos, a la invalidez mental luego de someternos a extensas sesiones de torturas con picana eléctrica. Si las personas no morían en el acto se les realizaba una lobotomía. El fin también era aniquilar la memoria.
El programa para lograr el dominio absoluto de la mente humana se llamó MK-ULTRA y comenzó a funcionar formalmente el 13 de abril de 1953 con un presupuesto inicial de 300 mil dólares y un equipo de científicos y médicos de la CIA en clínicas de Estados Unidos y Canadá.
El motor de semejante germen fue la Guerra de Corea y la fuerte crítica de los combatientes propios que regresaban del frente. La CIA comenzó a dudar y llegó a la conclusión de que el enemigo utilizaba técnicas de lavado de cerebro contra sus soldados. La preocupación se hizo carne con informaciones periodísticas de la época. Y la respuesta fue inmediata. Como siempre.
La siniestra idea había surgido de uno esos personajes patrióticos estadounidenses con quien ningún espía de otra trinchera se habría querido enfrentar jamás. El quinto hombre en dirigir la agencia, Allen Welsh Dulles, dispuso: "Busquen la clave del control de la mente humana". Lo que sobrevino después fue una auténtica cacería de cobayos –muchos de ellos agentes y militantes del enemigo ruso a quienes drogaban con LSD, les impedían conciliar el sueño durante días y después los ejecutaban de un balazo en operaciones secretas realizadas en Europa; otros, fueron simples empleados neuróticos y enfermeras con trastornos de ansiedad–; lo opuesto a los preceptos de San Juan. Nunca hubo tumbas para llorar a nadie: quemaban los cuerpos sin rastros.
El siniestro informe que el Senado de Estados Unidos presentó durante la semana sería apenas el último de los descubrimientos de un proceder reñido con la humanidad justificado en el combate de enemigos reales o supuestos.
A fines de la década del '40 y comienzos de los '50, los oficiales de la CIA se topaban frecuentemente con una frase de San Juan escrita sobre un vestíbulo de la base en Langley, Virginia: "La verdad los hará libres".
Eran años en que regía el fantasma de la Guerra Fría y las potencias amenazantes de la Unión Soviética y de China, y lo que realmente preocupaba a la agencia de inteligencia más poderosa y rica del planeta era tratar de quebrar la voluntad humana y sustituir por completo la personalidad del enemigo hasta convertirlo en un infante impotente.
Es decir: tenían que lograr la ruptura de la personalidad adulta de sus víctimas hasta crear un estado que inevitablemente las llevara a la esquizofrenia inducida y a la muerte. O en algunos casos, a la invalidez mental luego de someternos a extensas sesiones de torturas con picana eléctrica. Si las personas no morían en el acto se les realizaba una lobotomía. El fin también era aniquilar la memoria.
El programa para lograr el dominio absoluto de la mente humana se llamó MK-ULTRA y comenzó a funcionar formalmente el 13 de abril de 1953 con un presupuesto inicial de 300 mil dólares y un equipo de científicos y médicos de la CIA en clínicas de Estados Unidos y Canadá.
El motor de semejante germen fue la Guerra de Corea y la fuerte crítica de los combatientes propios que regresaban del frente. La CIA comenzó a dudar y llegó a la conclusión de que el enemigo utilizaba técnicas de lavado de cerebro contra sus soldados. La preocupación se hizo carne con informaciones periodísticas de la época. Y la respuesta fue inmediata. Como siempre.
La siniestra idea había surgido de uno esos personajes patrióticos estadounidenses con quien ningún espía de otra trinchera se habría querido enfrentar jamás. El quinto hombre en dirigir la agencia, Allen Welsh Dulles, dispuso: "Busquen la clave del control de la mente humana". Lo que sobrevino después fue una auténtica cacería de cobayos –muchos de ellos agentes y militantes del enemigo ruso a quienes drogaban con LSD, les impedían conciliar el sueño durante días y después los ejecutaban de un balazo en operaciones secretas realizadas en Europa; otros, fueron simples empleados neuróticos y enfermeras con trastornos de ansiedad–; lo opuesto a los preceptos de San Juan. Nunca hubo tumbas para llorar a nadie: quemaban los cuerpos sin rastros.
Foto. Preso con los tobillos con cadenas. |
El
primer antecedente criminal con este sello se produjo en 1952 cuando
el jefe Dulles y su científico de confianza, Sidney Gottlieb,
viajaron con el equipo de torturadores mentales, entre los cuales
estaba el médico psiquiatra escocés Donald Ewen Cameron, a un campo
de prisioneros en Europa. La orden fue seleccionar hombres "de
lealtad dudosa, sospechosos de ser agentes dobles o miembros de la
Waffren SS. Individuos prescindibles, aptos para nuestros
experimentos." En el invierno de 1953 llevaron a decenas de
estas personas "prescindibles" a campos de tortura
especialmente acondicionados en zonas francas. Se les suministró
todo tipo de drogas para lograr alterar sus personalidades y los
sometieron a "una terapia con la aplicación de electricidad en
todo el cuerpo". Los hombres no podían dormir porque se los
mantenía parados durante horas sobre un piso de cemento mojado. El
resultado fue un fracaso y tuvieron que quemar todos los cuerpos. No
lograron ninguna transferencia válida de conocimiento de los nazis.
Tan sólo la muerte.
De regreso a Langley comenzaron a desarrollar mejor la administración de LSD. Tan es así que al comienzo los médicos y científicos quedaban tan colocados por el consumo de drogas, que no podían estudiar los patrones de conducta de los "pacientes".
Durante una de esas sesiones, experimentaron con introducirle un micrófono en la cóclea de un gato (una estructura en forma de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno) con la intención de usar al animal como si fuera una radio grabadora con parlantes dentro de su cuerpo. Totalmente drogados con LSD, lo científicos durmieron al pobre gato y le realizaron un cableado interno perfecto. Luego lo cosieron y lo despertaron con oxígeno. El gato fue puesto en la casa que ellos querían investigar. Se encontraron con el problema de que había demasiado ruido ambiente y los micrófonos de pared no eran eficientes para captar las conversaciones. Esperaban con ansiedad que el gato les trajera una solución. Pero algo falló. El gato sentía hambre, iba a comer y se desconcentraba retirándose del espacio a vigilar. No tuvieron más remedio que operarlo de nuevo para suprimirle la sensación de tener hambre en el cerebro. A los pocos días, el gato murió con los cables en el cuerpo, el receptor en el oído y el cerebro totalmente deshecho.
Los médicos vivían dentro de una lógica paranoica sin límites. Aunque en público se mostraban amables y perfectamente educados. Cameron –el Mengele de la CIA– solía saludar a sus víctimas de esta forma: "¿Está usted bien, muchacha?" Nada bueno podía llegar después de esa frase. Significaba que Cameron capturaría como ratón de laboratorio a esa mujer hasta quebrarla por completo y dejarla hecha harapos. "¿Siente algo, muchacha?", decía mientras les abría la cabeza como una lata de arvejas.
De regreso a Langley comenzaron a desarrollar mejor la administración de LSD. Tan es así que al comienzo los médicos y científicos quedaban tan colocados por el consumo de drogas, que no podían estudiar los patrones de conducta de los "pacientes".
Durante una de esas sesiones, experimentaron con introducirle un micrófono en la cóclea de un gato (una estructura en forma de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno) con la intención de usar al animal como si fuera una radio grabadora con parlantes dentro de su cuerpo. Totalmente drogados con LSD, lo científicos durmieron al pobre gato y le realizaron un cableado interno perfecto. Luego lo cosieron y lo despertaron con oxígeno. El gato fue puesto en la casa que ellos querían investigar. Se encontraron con el problema de que había demasiado ruido ambiente y los micrófonos de pared no eran eficientes para captar las conversaciones. Esperaban con ansiedad que el gato les trajera una solución. Pero algo falló. El gato sentía hambre, iba a comer y se desconcentraba retirándose del espacio a vigilar. No tuvieron más remedio que operarlo de nuevo para suprimirle la sensación de tener hambre en el cerebro. A los pocos días, el gato murió con los cables en el cuerpo, el receptor en el oído y el cerebro totalmente deshecho.
Los médicos vivían dentro de una lógica paranoica sin límites. Aunque en público se mostraban amables y perfectamente educados. Cameron –el Mengele de la CIA– solía saludar a sus víctimas de esta forma: "¿Está usted bien, muchacha?" Nada bueno podía llegar después de esa frase. Significaba que Cameron capturaría como ratón de laboratorio a esa mujer hasta quebrarla por completo y dejarla hecha harapos. "¿Siente algo, muchacha?", decía mientras les abría la cabeza como una lata de arvejas.
Infograma torturas de la CIA. |
Había
sido uno de los expertos psiquiatras que envió el gobierno de
Estados Unidos a los juicios de Nuremberg entre 1946 y 1947 para
entrevistar al criminal nazi Rudolf Hess. Según el escritor y
periodista especialista en asuntos de inteligencia global, Gordon
Thomas, Cameron creía que el verdadero Hess ya había sido ejecutado
por orden de Winston Churchill. La paradoja del asunto es que Cameron
se convirtió en un ser que sentía un placer morboso al cortar con
su bisturí el cerebro de las víctimas que captaba en la Universidad
McGill y en la clínica Memorial Institute de Canadá, donde era el
director y experimentaba con el dinero de la CIA.
Naomi Klein describió en detalle en su libro "La doctrina del shock", los padecimientos de una mujer llamada Gail Kastner, una de las víctimas del doctor Cameron. Kastner era incapaz de recordar casi nada de lo que le había sucedido antes de los 20 años. Tampoco comprendía por qué una simple chispa eléctrica le producía un ataque de pánico furioso y le temblaban las manos cada vez que quería hacer funcionar el secador de pelo. Kastner sabía que, de joven, había sufrido depresiones, había sido adicta a medicamentos y había llegado a sufrir crisis nerviosas tan fuertes que había terminado en estado de coma en un hospital. Ya en su casa, se chupaba el dedo y trataba de quitarle el biberón a su sobrino. Cameron le borró de cuajo la memoria y la convirtió en una babosa humana.
Un día se encontró con una noticia que describía una investigación pagada por la CIA que se realizó en Montreal. Las víctimas del experimento sufrían unos síntomas muy similares a los suyos. Eran más de cien pacientes y a todos les destruyeron el sistema nervioso. Con esta pista, Gail Kastner y su familia comenzaron a recuperar el pasado. Fueron al archivo del Allan Memorial Institute y Gail se encontró con textos que hablaban de ella en circunstancias que había vivido pero era incapaz de recordar. Por ese entonces, tenía apenas 18 años y era una estudiante de enfermería brillante. El doctor Cameron dijo sobre su primera entrevista con Kastner que se trataba de una chica "razonablemente bien equilibrada" que sufría ataques psicológicos de un padre "demasiado autoritario".
Cameron captaba a sus potenciales cobayos de grupos de personas "normales". Su afán siempre fue suprimirles el sentido de lo real para dirigir la conciencia a voluntad. ¿Cómo lo lograba? Tenían que ser sanos. Los drogaba permanentemente no los dejaba dormir, rotaba el horario de las comidas provocando la falta de noción de tiempo y espacio, torturaba a sus víctimas con electricidad y las obligaba a escuchar mensajes negativos durante más de 16 horas al día por tres meses en aislamiento.
Otro de sus métodos predilectos era hacerlos escuchar voces de personas en diferentes circunstancias. Llantos de bebés a todo volumen y frases como esta: "Tú eres una mala persona". Así, en tono monocorde durante semanas enteras. Al mes, las personas hablaban con seres imaginarios y sufrían pánico, temblando de miedo en posición fetal.
Kastner entró en el Allan Memorial Institute con síntomas de ansiedad y siendo descripta como una persona "alegre, sociable y simpática". Apenas unas semanas después escribirían que mostraba "un comportamiento infantil, expresaba ideas extrañas y aparentemente estaba en estado de alucinación y era destructiva". Era inteligente pero no podía contar hasta seis. Después se volvió "manipuladora, hostil y muy agresiva". Más tarde "pasiva y apática, incapaz de reconocer a los miembros de su familia". Finalmente, fue diagnosticada con "esquizofrenia" y "con claros rasgos histéricos". Un cuadro muy distinto de los "ataques de ansiedad" con los que había entrado al consultorio del doctor Cameron.
Gail intentó fugarse del hospital y en sus ratos de lucidez decía que el tratamiento era "erróneo y nocivo", sin que nadie le prestara ninguna atención. "Tienes que calmarte, muchacha, tienes que calmarte", le repetía Cameron al oído en la camilla.
El Mengele de la CIA, el doctor Cameron, murió en 1967. Sus técnicas de supresión de la personalidad del programa MK-ULTRA perduraron hasta la Guerra de Vietnam y fueron perfeccionadas por las dictaduras militares de Argentina y Chile. Gail fue indemnizada con cien mil dólares.
Fuente: http://tiempo.infonews.com/nota/140258/la-tenebrosa-historia-del-mengele-de-la-cia-y-sus-metodos-de-tortura
Naomi Klein describió en detalle en su libro "La doctrina del shock", los padecimientos de una mujer llamada Gail Kastner, una de las víctimas del doctor Cameron. Kastner era incapaz de recordar casi nada de lo que le había sucedido antes de los 20 años. Tampoco comprendía por qué una simple chispa eléctrica le producía un ataque de pánico furioso y le temblaban las manos cada vez que quería hacer funcionar el secador de pelo. Kastner sabía que, de joven, había sufrido depresiones, había sido adicta a medicamentos y había llegado a sufrir crisis nerviosas tan fuertes que había terminado en estado de coma en un hospital. Ya en su casa, se chupaba el dedo y trataba de quitarle el biberón a su sobrino. Cameron le borró de cuajo la memoria y la convirtió en una babosa humana.
Un día se encontró con una noticia que describía una investigación pagada por la CIA que se realizó en Montreal. Las víctimas del experimento sufrían unos síntomas muy similares a los suyos. Eran más de cien pacientes y a todos les destruyeron el sistema nervioso. Con esta pista, Gail Kastner y su familia comenzaron a recuperar el pasado. Fueron al archivo del Allan Memorial Institute y Gail se encontró con textos que hablaban de ella en circunstancias que había vivido pero era incapaz de recordar. Por ese entonces, tenía apenas 18 años y era una estudiante de enfermería brillante. El doctor Cameron dijo sobre su primera entrevista con Kastner que se trataba de una chica "razonablemente bien equilibrada" que sufría ataques psicológicos de un padre "demasiado autoritario".
Cameron captaba a sus potenciales cobayos de grupos de personas "normales". Su afán siempre fue suprimirles el sentido de lo real para dirigir la conciencia a voluntad. ¿Cómo lo lograba? Tenían que ser sanos. Los drogaba permanentemente no los dejaba dormir, rotaba el horario de las comidas provocando la falta de noción de tiempo y espacio, torturaba a sus víctimas con electricidad y las obligaba a escuchar mensajes negativos durante más de 16 horas al día por tres meses en aislamiento.
Otro de sus métodos predilectos era hacerlos escuchar voces de personas en diferentes circunstancias. Llantos de bebés a todo volumen y frases como esta: "Tú eres una mala persona". Así, en tono monocorde durante semanas enteras. Al mes, las personas hablaban con seres imaginarios y sufrían pánico, temblando de miedo en posición fetal.
Kastner entró en el Allan Memorial Institute con síntomas de ansiedad y siendo descripta como una persona "alegre, sociable y simpática". Apenas unas semanas después escribirían que mostraba "un comportamiento infantil, expresaba ideas extrañas y aparentemente estaba en estado de alucinación y era destructiva". Era inteligente pero no podía contar hasta seis. Después se volvió "manipuladora, hostil y muy agresiva". Más tarde "pasiva y apática, incapaz de reconocer a los miembros de su familia". Finalmente, fue diagnosticada con "esquizofrenia" y "con claros rasgos histéricos". Un cuadro muy distinto de los "ataques de ansiedad" con los que había entrado al consultorio del doctor Cameron.
Gail intentó fugarse del hospital y en sus ratos de lucidez decía que el tratamiento era "erróneo y nocivo", sin que nadie le prestara ninguna atención. "Tienes que calmarte, muchacha, tienes que calmarte", le repetía Cameron al oído en la camilla.
El Mengele de la CIA, el doctor Cameron, murió en 1967. Sus técnicas de supresión de la personalidad del programa MK-ULTRA perduraron hasta la Guerra de Vietnam y fueron perfeccionadas por las dictaduras militares de Argentina y Chile. Gail fue indemnizada con cien mil dólares.
Fuente: http://tiempo.infonews.com/nota/140258/la-tenebrosa-historia-del-mengele-de-la-cia-y-sus-metodos-de-tortura
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