Dibujo. "¿Preparados para hacer el reajuste económico?. (4 mafiosos con armas y un maletín) |
Corrupción
y crimen organizado
Antiguamente
el Derecho consistía en un conjunto de normas que regulaban las
relaciones sociales, la vida y la muerte, la propiedad, etc. De forma
que se puede reconstruir la historia de un pueblo partiendo de las
normas por las que se regía. Las leyes formaban parte de la
«superestructura» política de un Estado. Un cambio en la
correlación de fuerzas ocasionaba cambios legislativos inmediatos.
Incluso bajo el capitalismo premonopolista, en Francia y España se
modificaban las constituciones cada diez años, y con ellas toda una
serie de disposiciones fundamentales.
Hoy
la legislación no forma parte de la «superestructura» política,
sino de la ideología. Todo el Derecho burgués aparece en una forma
fetichista, o sea falsa; destila hipocresía por todos sus poros; nos
habla de «independencia» de los jueces, de prohibición de la
tortura, de la tarea de «rehabilitación» de las cárceles, etc.
Nada de esto existe ni ha existido nunca, pero ¿qué otra cosa puede
afirmar? ¿Acaso podría decir que los jueces condenan al dictado de
una clase, de «su» clase? ¿Que los trabajadores carecen de
derechos? ¿O que las cárceles son centros de exterminio? El Derecho
burgués no puede decir otra cosa que lo que dice, o sea falsedades.
Pero
la legalidad no sólo se distancia de la realidad, sino que procede a
su ocultación. La verdad y la realidad son también objeto de
expropiación por las clases dominantes, que sitúan en su lugar a
los símbolos que ellos mismos han creado, dominan y controlan.
En
el ámbito criminal el principio de «igualdad ante la ley»
significa que todos pueden ser delincuentes y víctimas del delito.
Sin embargo, la corrupción proviene precisamente de la inexistencia
de igualdad y del funcionamiento de un conjunto de instituciones
penales que aseguran la represión contra la clase trabajadora, por
un lado, y la impunidad de la clase dominante, por el otro. La
corrupción, en consecuencia, no es un caso aislado de
disfuncionalidad, sino el modo de ser y funcionar del sistema penal
burgués. Como ha escrito el criminólogo británico Frank Pearce,
«la corrupción y la parcialidad existentes dentro de la policía,
los prejuicios de clase de los jueces y el empleo del hostigamiento,
el terror y la violencia, tanto de tipo legal como implícita contra
los socialistas, constituye una manifestación más exacta del
funcionamiento del derecho en estas sociedades».
Dibujo. (dos perros rabiosos trajeados se estrechan las manos) |
No
obstante, es algo obvio y conocido hasta la saciedad, que no explica
determinados fenómenos recientes de corrupción «de cuello blanco».
Puede decirse, sintéticamente, que si antes la corrupción estaba
ligada a la acumulación originaria de capital y a los problemas de
la revolución burguesa, actualmente la corrupción está ligada al
capitalismo monopolista de Estado bajo el que vivimos.
El
intervencionismo del Estado marca el fin del capitalismo competitivo
y autorregulado, que no necesitaba de injerencias extrañas al
mercado para funcionar automáticamente y expandirse de modo
ilimitado y creciente. Un mercado autorregulado significa una
sociedad plural y abierta que resuelve de manera autónoma sus
propias fricciones a través de la competencia. Un mercado
intervenido por el Estado le confunde con la misma sociedad y
requiere de otros instrumentos: necesita adhesión, legitimidad,
consenso, pacto y acuerdo de «todos» para funcionar.
El
mercado capitalista, al que se califica míticamente de «libre»,
está dominado por los sectores financieros más fuertes y
minuciosamente regulado por normas administrativas, de modo que los
capitalistas más débiles se ven desplazados progresivamente y se
refugian en el mercado «negro» en el que escapan del control de los
más fuertes. «El capital -decía Marx- tan pronto como se
ve sujeto al control del estado en unos cuantos puntos de la
periferia social, se venga en los demás de un modo mucho más
desenfrenado». Pero finalmente uno y otro no compiten, sino que
ambos se combinan y se prestan mutuo apoyo, en tanto en cuanto el
mercado «negro» se mantenga, a su vez, controlado, ilegalmente
controlado podría decirse. De este modo, unos y otros obtienen
pingües beneficios y plusvalías.
La
contraposición económica entre un mercado «libre» y legalizado, y
otro «negro» pude trasladarse al plano político, al Estado mismo
que, por un lado despliega una actividad legal y sometida a reglas,
mientras por el otro desarrolla el crimen organizado, el terrorismo
de Estado, lo que Felipe González llamó «desagües» y otros
«cloacas». Ambas esferas tampoco se contraponen sino que se
complementan perfectamente: por un lado los presupuestos generales
del Estado y por el otro los fondos reservados; por un lado la
portavoz del gobierno y por el otro los secretos oficiales y las
materias reservadas. Si en Estados Unidos se calcula que un 15% del
presupuesto de los partidos políticos para las campañas electorales
lo pagan las distintas organizaciones criminales, en España vamos
sabiendo cómo se financian ilegalmente a través del juego, la
especulación inmobiliaria y los contratos fraudulentos con el
Estado.
Dibujo. (cementerio del que surge un puño con billetes) |
Por
tanto, hablar de crimen organizado es no decir nada si al mismo
tiempo no queda claro que se organiza precisamente desde el Estado,
que el «Estado de Derecho» y el crimen organizado son las dos caras
de la misma moneda. El capitalismo monopolista de Estado supone una
creciente regulación del mercado y es casi un principio universal
que a mayor legislación mayor infracción de la misma: cuanto más
se legisla, más se aparta la realidad de la legalidad, mayor es el
volumen de capital que se desplaza hacia el mercado «negro».
Identificar
al Estado capitalista con el crimen organizado no puede, sin embargo,
conducir a un simplismo, a una ecuación que reduce uno a otro. Por
el contrario, significa que entre ambos existen contradicciones y
colisiones de intereses, que pueden conducir a verdaderos
enfrentamientos bélicos, pero que tales contradicciones no son
antagónicas, sino que se desenvuelven en un mismo marco de
referencia. Para el Estado, dice Catanzaro, «los mafiosos son
enemigos en su calidad de representantes de un poder rival, y aliados
en la medida en que contribuyen a mantener el orden».
No
obstante también aquí la imagen que se ha creado y la que más se
utiliza es la inversa. La opinión más difundida es la que se cree,
por ejemplo, que Al Capone tenía «comprados» y «sobornados» a
los policías, jueces, fiscales y políticos de Chicago en los años
veinte, cuando en realidad sucedía todo lo contrario: Al Capone,
como todo el hampa norteamericano, fue un instrumento de los grandes
capitalistas para transformar un sistema de mercado competitivo en
otro monopolista. No es en absoluto casualidad que la mafia y el «New
Deal» coincidan en el tiempo y se planifiquen desde las mismas
oficinas. Como tampoco es coincidencia que la mafia actúe
precisamente en aquellos sectores económicos más competitivos y más
reacios a la monopolización (lavanderías, confección, estibadores
de Nueva York, etc.) por no entrar en la otra faceta más conocida de
los mafiosos: el asesinato de los dirigentes obreros, la disolución
de manifestantes y reuniones sindicales, la organización del
esquirolaje, etc. La mafia no actuaba contra «todos» los ciudadanos
en general, ni en todos los sectores económicos, de manera que no se
conocen actuaciones suyas en la siderurgia o la química, por
ejemplo.
Dibujo. (en una bota militar el símbolo OTAN, en la otra el de Europa) |
Desde
sus mismos orígenes, en Italia el hampa aparece vinculada con el
Estado y los propietarios rurales. Luego la mafia siciliana fue
reorganizada y reorganizada por el Ejército norteamericano en la
Segunda Guerra Mundial, cuando se preparó el desembarco en aquella
isla. Su objetivo era impedir que los comunistas tomaran el poder
tras la liberación y situar como cargos públicos a los mafiosos. En
esta función colabora Vito Genovese, gánster conocido y fascista
apenas disimulado, de modo que tras la guerra pudo regresar a Estados
Unidos, donde se le exculparon asesinatos que había cometido,
reconociendo expresamente el Ejército en el juicio «los servicios
prestados a la nación». Lo mismo puede decirse de Lucky Luciano, a
quien el gobierno agradeció también el esfuerzo bélico de la
Segunda Guerra Mundial en pleno juicio en 1954, al haber sido el
principal organizador de la importa de heroína a los Estados Unidos
entre 1946 y 1957, cuando fue relevado por el clan de los Greco. Hoy,
según Catanzaro, «la mafia se define con arreglo a varios
objetivos, que consisten esencialmente en la obtención de posiciones
de monopolio en el mercado económico y en el plano político».
La
mafia marsellesa tiene el mismo origen y el mismo objetivo. Marsella
era en los años cuarenta la segunda ciudad, después de París, de
Francia y tenía el núcleo obrero más importante. La organización
de la mafia en la postguerra corrió a cargo también de los Estados
Unidos con vistas a las elecciones generales, en la que el Partido
Comunista aparecía como la primera fuerza política. En Marsella se
instalaron con total impunidad los antiguos contrabandistas corsos,
entre ellos los hermanos Guerini, que comenzaron a organizar el
transporte de heroína a Estados Unidos a través de Cuba, la famosa
«French connection» .
El
tráfico de drogas se inició en China en el siglo pasado, costó una
guerra que duró bastantes años, ya que las autoridades locales
querían mantener la prohibición, mientras que los británicos
pretendían legalizarla para financiar la administración colonial.
Lo mismo hicieron los franceses en Indochina: sufragaban los gastos
de su aparato colonial con el dinero del narcotráfico, y de ahí
este método pasó al gobierno de Vietnam del sur, que hizo lo mismo.
Cuando los norteamericanos sustituyeron a los franceses en esa región
difundieron la heroína por todo el mundo.
Juan
Manuel Olarieta
Editado
en el último número de la revista “Area Crítica”, nº 45, de
E-F de 1993.
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