Poster. "Victoria Gómez, presa antifascista de los GRAPO". |
Cartas
desde prisión
Victoria
Gómez Méndez
Cáceres
II
OCTUBRE
2015
Querida
E:
Aquí
me tienes, volviendo a retomar la contestación a tu cara de agosto…
que había dejado en espera cuando me avisaron de que, el 14 de
Octubre, tenía diligencias judiciales en Madrid. Espera que te
espera, en este caso el traslado, trascurrieron casi tres semanas sin
que la Guardia Civil apareciese para la conducción. El mismo día en
que, se suponía, tendría que estar declarando, la Audiencia
Nazional llamó para comunicar que “se habían olvidado de dar
aviso para el traslado” y que las diligencias se harían por vídeo
conferencia. En fin, me ahorraron el viaje paliza (las conducciones
me suelen dejar para el arrastre. En esto sí que noto yo que me voy
haciendo mayor); pero no la paliza de tener que empaquetar todas mis
pertenencias y tener la celda cual camarote de los hermanos Marx
(cajas y bolsas por doquier) durante el tiempo de espera. Así que
tras poner “orden y concierto” volviendo a desempaquetar todo,
vuelvo a retomar mis tareas habituales… y la contestación a tu
carta, que va a ser “monográfica”: el tema de la mujer, ya que
quería charlar contigo sobre algunos aspectos del mismo a raíz de
los comentarios que haces en tu carta.
Decir,
primero, que veo que tienes muy claro que el mundo no se divide en
sexos sino en clases. Por cierto, muy acertado lo que copias del
artículo sobre la necesidad de luchar codo con codo con nuestros
compañeros de clase.
Dejando
sentado esa compresión fundamental paso a un párrafo de tu carta en
el que textualmente dices “el patriarcado oprime, por su puesto que
sí, pero no por sí sólo […] es una herramienta del sistema
económico (en este caso del capitalismo para oprimir a la clase
obrera)” Lo que me lleva a preguntarte, aunque te parezca una
pregunta tonta ¿qué entiendes por patriarcado y en qué terreno
sitúas esa opresión?
Por
otro lado, ya más adelante en relación con “el verdadero origen
de nuestra opresión” situar este en “la hegemonía y
omnipresencia de la oligarquía financiera que controla a través de
sus múltiples brazos”. Pienso que sería conveniente profundizar
en esto para llegar a la raíz, a los fundamentos de dicha opresión
sobre lo que, dicho sea de paso, el feminismo burgués ha tejido una
maraña de confusionismo que impide llegar al fondo de un asunto que
repito, es de vital importancia para nosotras.
Empiezo
por decir que las reivindicaciones del feminismo burgués de
“igualdad para las mujeres” de “acceso de las mujeres a los
cargos públicos” etc, etc, etc, hay que situarlas en el marco de
“derecho de explotar y de oprimir en igualdad de condiciones que
los hombres”. En ese terreno se puede afirmar que no pueden
quejarse en demasié dado que sus reivindicaciones de clase son
asumibles por el sistema capitalista. De hecho ya les ha abierto las
puertas de la enseñanza en las Universidades, de la Magistratura,
del gobierno y, cómo no, del Ejército y de los cuerpos represivos.
Por el contrario, y aunque el capitalismo incorporó a la mujer
trabajadora a la producción social hace siglos, la plusvalía, base
y sustento de dicho sistema, sigue produciendo su cortejo de
explotación y miseria, de paro y de trabajo esclavista por las ETTs.
Es
cierto que las feministas burguesas nunca niegan que las trabajadoras
se ven más afectadas que sus compañeros de explotación por las
plagas del capitalismo. De vez en cuando necesitan ondear la bandera
del mal llamado “feminismo de la pobreza”, eso sí, sin hacer
muchos aspavientos. En todo caso utilizan el reclamo de las tasas del
paro, del empleo precario de las contrataciones en las ETTs, tasas
más elevadas entre las trabajadoras que entre los trabajadores, para
reforzar su tesis de “la opresión masculina”. Tampoco tendría
sentido que denunciasen que el culpable de esas diferencias es
precisamente el capitalismo y no “los hombres”, así en
abstracto. ¿para qué lo habrían de hacer si sus reivindicaciones
de clase son asumibles por el sistema capitalista? Dado que sus
intereses de clase coinciden con los de los hombres de la burguesía
tampoco van a poner al descubierto la verdadera explotación que
sufre la mujer (1) bajo el capitalismo (ni la doble explotación que
sufre la mujer trabajadora): su mantenimiento como reproductora
privada de la fuerza de trabajo.
Veamos
eso con más detalle. “En todo proceso productivo, la fuerza de
trabajo (2) desempeña un papel fundamental. Con ella, las mujeres y
los hombres labran y en el curso de esta actividad se consume, se
desgasta y debe ser repuesta de nuevo. Diariamente las mujeres y los
hombres realizan sus tareas consumiendo energía, deben, pues, comer,
vestirse, descansar, para poder seguir produciendo al día siguiente.
En el capitalismo esa labor de subsistencia está desligada al
trabajo social y se va circunscribiendo y limitando al trabajo
invisible, definido socialmente como “femenino” que produce los
siguientes bienes y servicios: alimentos preparados, ropa en buenas
condiciones, vivienda limpia y niños educados de acuerdo con las
normas exigidas a la nueva generación de trabajadores” (3)
Dibujo. (mujer ondea bandera roja) |
Esa
labor no forma parte de la producción social pero es imprescindible
para el propio desarrollo del sistema. Aunque los capitalistas no
tienen relación directa con ella, sí la explotan ¡y de qué forma!
“Gracias a todas las actividades y servicios realizados por la
mujer en el hogar se puede liberar y gastar la fuerza productiva de
los hombres en el proceso productivo. De no recaer ese trabajo en la
mujer, al capitalista no le quedaría más que dos opciones: reducir
sensiblemente las horas de trabajo de los hombres o poner en marcha
toda una serie de servicios colectivos (guarderías, comedores,
lavanderías…) para suplir las tareas domésticas y liberar a la
mujer de esta pesada carga(4). En ambos casos el resultado sería el
mismo: un descenso de las ganancias que resultaría incompatible con
la esencia misma del capitalismo.
Si
bien es cierto que este ha “industrializado” una parte de dichos
servicios resulta irrisorio pensar que pueda servir para descargar a
las trabajadoras del trabajo del hogar. La inmensa mayoría de la
población femenina del planeta encuentra dificultades para
sobrevivir con unos salarios de miseria o paradas. Así que la
finalidad de lucro con que han sido concebidos estos servicios
(comedores, autoservicios, guarderías, jardines de infancia,
lavanderías…) los vuelve inservibles o inaccesibles para la mujer
trabajadora.
Cabe
concluir por tanto que la reproducción privada de la fuerza de
trabajo es una condición previa, imprescindible, al sistema
económico capitalista. En tanto que las tareas de subsistencia se
sigan desarrollando en el ámbito de lo privado, la mujer seguirá
estando atada a las tareas del hogar y explotada. Una explotación
que se dobla en el caso de la mujer trabajadora.
En
su obra “El origen de la Familia, la propiedad privada y el
Estado”, Engels sentaba las premisas del camino que conduce a la
emancipación de la mujer. A este respecto afirmaba que “la
manumisión de la mujer exige, como condición previa, la
reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo
que a su vez requiere que se suprima la familia individual como base
económica de la sociedad”. Pues bien, eso último requiere entre
otras cosas, que se confiera un carácter social a la reproducción
de la fuerza de trabajo, socializar dicha reproducción de la fuerza
de trabajo… socialización que sólo ha visto la luz del día en
los antiguos países del área socialista, países donde también “se
incorporó a todo el sexo femenino a la producción social” (1)
dicho sea de paso.
A
pesar de toda la intoxicación que la burguesía ha extendido sobre
el socialismo, a pesar de que las exigencias prácticas de dicha
socialización han sido cubiertas con un muro de silencio hay hechos,
cifras datos que no pueden ocultarse. La participación activa de la
mujer en todas las esferas de la sociedad soviética, por ejemplo,
ponen de manifiesto que su ocupación principal no era precisamente
“las tareas del hogar”. Así, en las elecciones generales de
1939, había 457.000 mujeres diputadas de los Soviests Superiores de
las Repúblicas socialistas que configuraban la URSS, y 227 se
encontraban en el Soviet Supremo.
Los
dos sindicatos contaban con más de 10 millones de miembros
femeninos. Por otro lado y ya en el terreno de la producción, el 40%
de la totalidad de los trabajadores del Estado Soviético eran
mujeres y trabajadoras en las ramas de la producción
tradicionalmente masculinas: metalurgia minería, ferrocarril… La
igualdad de salarios entre hombres y mujeres estaba plenamente
conseguido (cifras y datos extraídos del libro de Simone de Beaovoir
“Politique des sexes”)
También
hablan por sí solas la legislación del Estado Soviético y las
precisiones de la Internacional Comunistas relativas a facilitar, en
la práctica diaria, la incorporación de la mujer a las tareas
productivas. La maternidad pasó se considerada una función social,
y en consonancia con ello, el Estado asumió la responsabilidad de
los cuidados y de la educación de los niños y jóvenes, llamando a
“una lucha organizada contra la ideología y las tradiciones que
hacen de la mujer una esclava” El 16 de noviembre de 1936(2), la
Asamblea Plenaria de la Internacional Comunista proclamaba que “la
revolución es importante mientras subsista la noción de la familia
y de las relaciones familiares”. Ejemplo de ello es la realidad de
la unión libre, la facilidad para el divorcio, la reglamentación
legal del aborto, se promulgaron leyes sobre las vacaciones para el
período del embarazo, la creación de guarderías, jardines de
infancia, etc, que aligeraran a la mujer de la pesada carga de la
maternidad.
Ya
no sólo que la aligerara, sino que protegiera su salud. En 1918 se
incorporó al primer Código de Trabajo que antes mencionaba, una
reglamentación especial que disponía, entre otras cosas, que la
mujer estaba exenta del trabajo obligatorio durante las ocho semanas
anteriores y posteriores al parto. Durante esas dieciséis semanas
recibía el salario completo. Las mujeres que amamantaban a sus hijos
contaban con un subsidio especial durante los 9 meses posteriores al
parto para procurarse alimentos adecuados al periodo de lactancia.
Las
experiencias concretas de socialización del trabajo doméstico
llevadas a cabo en la China de la época de Mao resultan más
conocidas para nosotras. En las comunas fabriles o en los barrios de
las ciudades industriales, las soluciones encontradas para suplir el
trabajo doméstico de la mujer consistía en la organización de
piquetes formados por las personas ausentes del trabajo productivo en
función de su edad, que iban de apartamento en apartamento
realizando tareas caseras. Otra solución era crear equipos de
trabajadores, pagados por la comuna. Las lavanderías instaladas en
los bajos de los inmuebles permitían a los trabajadores depositar la
ropa antes de dirigirse a su centro de trabajo para recogerla limpia
y planchada a la vuelta. Los comedores, también colectivos,
llegaban a abarcar a todo un grupo de edificios. En ellos se podía
comer, escogiendo entre dos o tres platos al día o bien dejar los
alimentos que cada uno quería que le preparasen pagando en este caso
una cantidad mayor.
Foto. (mujeres prenden fuego a barricada) |
Son
estas experiencias de trabajo doméstico, socializado, despojado del
carácter embrutecedor que le confiere el ámbito de lo privado, y
concebido como un servicio remunerado, las únicas que pueden liberar
a la mujer de la opresión que sufre, bajo el capitalismo, como
reproductora privada de la fuerza de trabajo. Claro está que ya no
se inscriben en el marco de dicho sistema económico sino en el marco
de una sociedad socialista. Una realidad que, dicho sea de paso el
feminismo burgués se niega a reconocer, tergiversando bajo el manto
de la intoxicación.
Para
finalizar -ya me darás tu opinión sobre esta larga charla a través
de boli- te adjunto dos anexos de Engels y de Lenin, que quizás ya
conozcas… pero en estos casos cabe aplicar el dicho “más vale
que sobre a que falte”
Una
última cuestión en relación “colateral” con el tema. Me
interesa lo que salga, a nivel de octavillas o folletines, sobre la
mujer, ya sea de algún colectivo de mujeres o de las feministas,
etc, etc, para estar informada al día (lo que tengo yo es “viejo”).
Así que lo que caiga en tus manos, si no es mucho pedir, me lo vas
haciendo llegar.
ANEXO
1.
No
hemos dejado piedra sobre piedra de las vergonzosas leyes que
establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían
obstáculos al divorcio, de los odiosos requisitos que se exigían
para él, de la ilegitimidad de los hijos naturales, de la
investigación de la paternidad, etc. En todos los países
civilizados subsisten numerosos vestigios de estas leyes, para
vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Tenemos mil veces
razón para estar orgullosos de lo que hemos realizado en este
sentido. Pero cuanto más nos deshacemos del fárrago de la viejas
leyes e instituciones burguesas, tanto más claro vamos viendo que
sólo se ha descombrado el terreno para la construcción pero no se
ha comenzado todavía la construcción misma.
La
mujer continúa siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes
liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada
por los pequeños quehaceres domésticos, que la convierten en
cocinera y en niñera, que malgastan su actividad en un trabajo
absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y
fastidioso. La palabra emancipación de la mujer no comenzará sino
en el país y en el momento en que empiece la lucha en masa (dirigida
por el proletariado dueño del Poder del Estado) contra esta pequeña
economía doméstica, o más exactamente, cuando empiece su
transformación en masa en una gran economía socialista
Lenin.
“Una gran iniciativa” 1919.
ANEXO
2.
Según
la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin
de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata.
Pero esta producción y reproducción son de dos clases. De una
parte, la producción de medios de existencia, de productos
alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para
producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del
hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que
viven los hombres en una época o en un país dados, está
condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de
desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra.
Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la
cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la
sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia
dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social. Sin
embargo, en el marco de este desmembramiento de la sociedad basada en
los lazos de parentesco, la productividad del trabajo aumenta sin
cesar, y con ella se desarrollan la propiedad privada y el cambio, la
diferencia de fortuna, la posibilidad de emplear fuerza de trabajo
ajena y, con ello, la base de los antagonismos de clase: los nuevos
elementos sociales, que en el transcurso de generaciones tratan de
adaptar el viejo régimen social a las nuevas condiciones hasta que,
por fin, la incompatibilidad entre uno y otras no lleva a una
revolución completa. La sociedad antigua, basada en las uniones
gentilicias, salta al aire a consecuencia del choque de las clases
sociales recién formadas; y su lugar lo ocupa una sociedad
organizada en Estado y cuyas unidades inferiores no son ya
gentilicias, sino unidades territoriales; se trata de una sociedad en
la que el régimen familiar está completamente sometido a las
relaciones de propiedad y en la que se desarrollan libremente las
contradicciones de clase y la lucha de clases, que constituyen el
contenido de toda la historia escrita hasta nuestros días. […] la
domesticación de los animales y la cría de ganado habían abierto
manantiales de riqueza desconocidos hasta entonces, creando
relaciones sociales enteramente nuevas. Hasta el estadio inferior de
la barbarie, la riqueza duradera se limitaba poco más o menos a la
habitación, los vestidos, adornos primitivos y los enseres
necesarios para obtener y preparar los alimentos: la barca, las
armas, los utensilios caseros más sencillos. El alimento debía ser
conseguido cada día nuevamente. Ahora, con sus manadas de caballos,
camellos, asnos, bueyes, carneros, cabras y cerdos, los pueblos
pastores […] habían adquirido riquezas que sólo necesitaban
vigilancia y los cuidados más primitivos para reproducirse en una
proporción cada vez mayor […] Pero, ¿a quién pertenecía aquella
nueva riqueza?. No cabe duda alguna de que, en su origen, a la gens.
Pero muy pronto debió de desarrollarse la propiedad privada de los
rebaños […]
"Cartas desde prisión". (sobre, papel y boli) |
Nada
sabemos hasta ahora acerca de cuándo y cómo pasaron los rebaños de
propiedad común de la tribu o de las gens a ser patrimonio de los
distintos cabezas de familia; pero, en lo esencial, ello debió de
acontecer en este estadio. Y con la aparición de los rebaños y las
demás riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La
industria había sido siempre asunto del hombre; los medios
necesarios para ella eran producidos por él y propiedad suya. Los
rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al
principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el
ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que
obtenía a cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la
producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su
consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad. El
"salvaje", guerrero y cazador, se había conformado con
ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el pastor,
"más dulce", engreído de su riqueza, se puso en primer
lugar y relegó al segundo a la mujer. Y ella no podía quejarse. La
división del trabajo en la familia había sido la base para
distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división
del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora
trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la
mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había
cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior
supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores
domésticas-, aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el
hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia
comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era
todo; aquél, un accesorio insignificante. Esto demuestra ya que la
emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán
siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo
social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo
privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando
ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la
producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo
insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran
industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en
vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a
transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública.
Su
desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales
anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de
la mujer. En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas
parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a
las mujeres, era una industria pública y tan necesaria socialmente
como la obtención de los víveres por los hombres. Las cosas
cambiaron con la familia patriarcal y todavía más con la familia
individual monogámica.
El
gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no
tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en
servicio privado y la mujer se convirtió en la criada principal, sin
tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria
moderna le ha abierto de nuevo —aunque sólo a la mujer proletaria—
el camino a la producción social. Pero esto se ha hecho de tal
suerte que, si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado
de la familia, queda excluida de la producción social y no puede
ingresar nada.
Y
si quiere tomar parte en la industria social y tener sus propios
ingresos, le es imposible cumplir con los deberes familiares. En
cualquier tipo de actividad, incluidas la medicina y la abogacía, le
ocurre a la mujer lo mismo que en la fábrica. La familia individual
moderna se funda en la esclavitud doméstica, franca o más o menos
disimulada, de la mujer; y la sociedad moderna es una masa cuyas
moléculas son las familias individuales.
Hoy,
en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de
vida, tiene que alimentar a la familia, por lo menos entre las clases
poseedoras, lo que le da una posición preponderante que no necesita
ser privilegiada de un modo especial por la ley. En la familia, el
hombre es el burgués y la mujer representa al proletario.
Pero
en el mundo industrial, el carácter específico de la opresión
económica que pesa sobre el proletariado sólo se manifiesta con
total nitidez una vez suprimidos todos los privilegios legales de la
clase capitalista y establecida la plena igualdad jurídica de ambas
clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre
las dos clases; al contrario, no hace más que suministrar el terreno
en que llega a su máxima expresión la lucha por resolver dicho
antagonismo.
De
igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre
la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de
establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se
manifestarán con toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan,
según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que
la liberación de la mujer exige, como primera condición, la
reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo
que a su vez requiere que se suprima la familia individual como
unidad económica de la sociedad.
De
El origen de la Familia, la Propiedad y el Estado. F. Engels.
Victoria
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