Cartel sobre Juan García Martín. |
¿Dónde
está la clase obrera?
Juan
García Martín / Preso político del PCE(r)
Desde
su aparición en los años 20 del pasado siglo, el fascismo, la
fuerza de choque del gran capital, tuvo como una de sus señas de
presentación la supuesta “abolición de la lucha de clases”.
Bajo su denominación ya no habría más patrones y obreros, todos
unidos e iguales en aras de las supremas ideas de la Nación, la
defensa de la Patria, los planes desarrollistas, los destinos
imperiales y bla bla bla; objetivos éstos a los que habría que
supeditar cualquier reivindicación económica y social, borrando el
menor asomo de identidad y conciencia de clase... del proletariado,
claro, porque los capitalistas siguieron gozando de todos sus
privilegios como propietarios de los medios de producción.
Sin
embargo, los obreros tenían -y siguen teniendo- la irrefrenable
tendencia a unirse con sus iguales que son los que no
tienen más riqueza que su fuerza de trabajo; a organizarse al margen
de los tinglados que les ofrecen sus enemigos de clase y a luchar
persistentemente por sus derechos por medio de huelgas,
manifestaciones, piquetes, barricadas, etc.
De
ahí que el Estado fascista, junto con su demagogia, tuviera que
recurrir permanentemente a la represión: prohibición de las
organizaciones netamente obreras, especialmente las sindicales y
políticas, persecución y encarcelamiento, tortura y asesinato de
sus componentes y con especial saña de los comunistas como los más
significados organizadores, orientadores y luchadores salidos de sus
filas.
Naturalmente
todos estos esfuerzos estaban condenados al fracaso. Los obreros eran
necesarios y siguieron existiendo y reproduciéndose. Siguieron,
además, con sus malos hábitos de unirse, organizarse, reivindicar,
declararse en huelga y manifestarse.
Por
ceñirnos al caso de España, no podemos extrañarnos por tanto de
que Franco -de quien no cabe duda de que se empeñó concienzudamente
en esa tarea “abolicionista”- se encontraba al final de su
dictadura con un movimiento huelguístico sin igual en la Europa de
entonces en cuanto a extensión, radicalidad y duración,
así como con una nueva generación de comunistas dispuesta a
encabezarlo
El
fascismo tomó nota y... ¡llegó la reforma! Superó aquel infantilismo de camisas azules y se vistió con modernas y “democráticas”
camisas de corte italiano; aprendió a dosificar y hacer más
selectiva la represión al tiempo que avanzaba en el control
asfixiante y preventivo de la población y en la utilización masiva
de los sofisticados medios de comunicación a su servicio.
De
la mano de todo ello llegaron las ilusiones reformistas, la
domesticación e integración de sindicatos y partidos “de izquierda”
y los Pactos de la Moncloa, las reconversiones del PSOE, el espejismo
del estado del bienestar y las diferentes burbujas
y su momentáneo auge económico. Todo lo cual, junto a la
persistencia de la represión contra todo aquel que se saliera de su
norma y otros factores externos, como la caída del muro de Berlín,
han hecho que en los últimos años las expresiones de la lucha de
clases hayan disminuido cuantitativa y cualitativamente, al tiempo
que se iban extendiendo prácticas productivas como la dispersión y
deslocalización de centros de trabajo o el abuso de las subcontratas
que han favorecido la división entre los propios obreros.
Dibujo. Manifestación con puños alzados. |
Hemos
llegado a un punto en que hoy parece que el sueño de los ideólogos
del fascismo se ha hecho realidad: la clase obrera parece haberse
esfumado. ¿Quién habla desde los medios o tribunas de los obreros?
¿Qué partido “oficialista” utiliza el término proletariado en
su propaganda? ¿Quiénes sostienen la vigencia de la lucha de
clases? Buscar la noticia de una huelga –y haberlas haylas- se
convierte en una labor detectivesca por las redes locales donde han
quedado arrinconadas.
Y
si hay que hablar de obreros se usan eufemismos como clase
trabajadora, los trabajadores, asalariados, empleados, etc.
Hay
que señalar, para vergüenza de algunos, que en los últimos
decenios una determinada y autodenominada “izquierda” ha
acompañado a la burguesía en su nueva etapa de “abolicionismo”
basando sus programas y proclamas el sello “de clase”,
la referencia a la lucha de clases y, por supuesto, a los objetivos
del socialismo adoptando también el lenguaje ambiguo de los
“académicos” del Poder. Todo ello sacrificado en aras de lograr
mejores resultados electorales. Y claro, se han estrellado.
Curiosamente también los hay que recién llegados al estrellato
político institucional empiezan a hacer el mismo viaje... No
aprenden.
¿Ha
desaparecido con todo ello el temor de los capitalistas a un resurgir
del movimiento obrero consciente, combativo y organizado? Los hechos
dicen que no. Basta ver como los medios de comunicación se echan
como fieras sobre todo lo que huela a huelga, solidaridad,
reivindicación de clase y organización autónoma
de los obreros, para minimizarlos, desfigurarlas, falsearlas y
desnaturalizarlas. El Primero de Mayo del año pasado 2016, se oyeron
en algunas manifestaciones gritos que parecían olvidados: “Viva la
clase obrera”, “Adelante la lucha obrera”. Inmediatamente
fueron tildados de “minoritarios” en los medios, cuando no
ridiculizados por trasnochados. Otro ejemplo de estas masivas
campañas de intoxicación las tenemos en el reciente conflicto de
los estibadores.
Igualmente
la represión contra los trabajadores y sus familias ha aumentado
significativamente en los últimos años; son ya miles los
piqueteros, huelguistas, escrachistas y manifestantes condenados o
sobre los que penden condenas de cárcel y fuertes multas.
Los
capitalistas y sus acólitos siguen soñando –y actuando en
consecuencia- con unos obreros dóciles, desconcienciados,
desclasados, insolidarios; una masa amorfa, dividida, desorganizada,
inculta, embrutecida, sin más horizonte ni destino que trabajar como
burros, consumir, votar cada cuatro años, acudir a las “procesiones”
y lo más alejada posible de cualquier veleidad revolucionaria.
Dibujo. Manifestacion levanta enormes puños. |
¿Qué
obrero/a quiere un futuro así para sí mismo o para sus hijos? Es
verdad que durante un tiempo su conciencia de clase puede verse
nublada y retroceder por ilusiones de todo tipo, sobretodo si van
acompañadas de una cierta bonanza económica. Pero el estado de
bienestar se terminó; se acabó la bonanza, se fueron al traste
incluso las conquistas alcanzadas por las generaciones anteriores; y
la realidad de la miseria y la explotación extremas se impone y
extiende. Y si en los años 50-60 del pasado siglo, tras sufrir una
brutal derrota y en medio de una no menos sangrienta represión
franquista, se logró levantar un poderoso movimiento obrero ¿cómo
no va a ocurrir de nuevo?. Experiencias y motivos no faltan.
No
es cuestión de voluntad o de voluntarismo esta predicción. La clase
obrera no tiene más bien que su fuerza de trabajo y está obligada,
por las propias reglas del capitalismo, a hacerla valer como
cualquier mercancía; al mismo tiempo su fuerza como clase no se
deriva de las instituciones de un Estado hecho a la medida de sus
explotadores: su fuerza es su número, la unidad y la solidaridad
entre iguales, entre desposeídos; y su ventaja estratégica
viene dada por el lugar que ocupa en la producción capaz de
paralizar por medio de la huelga la economía de todo un país.
Es
cuestión de tiempo, no lo dudemos, que los obreros eleven su nivel
de conciencia como clase explotada y diferenciada, que superen su
actual desorganización, desorientación y división, para encontrar
formas organizativas propias y acordes con las nuevas condiciones
laborales al margen de los tinglados que ofrece
la burguesía. Y, por último, que así recupere su protagonismo como
clase revolucionaría para lo cual encontrarán la ayuda inestimable
de los comunistas.
Esto
no es optimismo histórico, es pura necesidad. Es una ley de la
sociedad regida por clases antagónicas donde la clase cuya esencia
es colectivista, la clase obrera, está inevitablemente obligada a
enfrentarse a la otra, la burguesía que se basa en la propiedad
privada y la expropiación de la fuerza del trabajo ajeno.
Publicado
en Opinión de “El Otro País” nº 82, de junio 2017.
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