Foto. Carlo Giuliani. |
14
años del asesinato de Carlo Giuliani
El
20 de julio se han cumplido 14 años de la muerte de Carlo Giuliani
por disparos de la policía italiana durante las luchas contra la
cumbre de Génova del G-8. El disparo con un arma de fuego de un
carabinero acabó con su vida durante una manifestación.
El crimen fue concienzudamente preparado desde el gobierno italiano. A primera hora de la mañana, el vicepresidente del Gobierno, Gianfranco Fini, y otros dirigentes de su partido Alianza Nacional, de corte fascista, mantuvieron una reunión de varias horas en el cuartel de los carabineros. No importó que la manifestación estuviera autorizada y los “radicales” la hubieran pactado con el Ministerio del Interior, tal y como se hacía en aquellos eventos.
Era una encerrona. Los antidisturbios se colocaron estratégicamente en las zonas por donde estaba previsto que pasasen las manifestaciones y cerca de las plazas donde se realizarían concentraciones y asambleas.
Uno de los grupos de manifestantes eran los Desobedientes, que habían salido del Estadio Carlini y desfilaban por el recorrido autorizado, encontrando a su paso contenedores volteados y coches quemados. Algunos manifestantes llevan escudos de PVC transparente, con el cuerpo protegido con polietileno, esponja sintética y botellas de plástico.
Al final del recorrido acordado con el Ministerio de Interior, los carabineros, apoyados por cuatro vehículos blindados, cargan contra ellos. El ataque obliga a los manifestantes a retroceder unos metros, compactándose. Pero les resulta imposible huir porque 10.000 personas siguen tratando de avanzar, sin entender lo que está sucediendo.
Uno de los manifestantes lanza un extintor que estaba tirado en la calle contra la parte trasera de un blindado, contra el que rebota. Desde una de las ventanillas Mario Placanica, uno de los policías, saca la pistola. A cuatro metros de distancia de la ventanilla trasera del blindado, Carlo recoge el extintor y lo levanta a la altura de su cabeza.
Se oye el primer disparo. Carlo cae al suelo hacia adelante. Se escucha un segundo disparo y el blindado de la policía pasa dos veces sobre el cuerpo de Carlo. Una primera vez –de retroceso– sobre la pelvis y la segunda –yendo hacia adelante– sobre las piernas.
Los periodistas que se encontraban cerca del vehículo empiezan a tomar fotos de Carlo en el suelo, agonizando. Unos manifestantes intentan parar la hemorragia pero la policía lo impide disparando gases lacrimógenos. Varios testigos relatarán después que vieron a la policía pateando la cabeza de Carlo antes de que llegaran dos enfermeras.
Luego la policía italiana trató de encubrir los hechos colocando una piedra junto a su cabeza para dar a entender que fue ésta la que provocó el tremendo golpe que tenía en la frente.
Algunos de los carabineros que actuaron sobre el terreno habían participado en las actividades del imperialismo italiano en Somalia en los años noventa. Fue su campo de entrenamiento. Es el caso de John Truglio, teniente coronel y máxima autoridad en las calles de Génova. En África coincidió con Claudio Capello, capitán del pelotón que dirigió la represión contra los manifestantes.
A pesar del empleo de fuego real contra la propia población, hace dos años los jueces enterraron para siempre el crimen y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos rechazó el recurso presentado por la familia. En Europa la policía tiene patente de corso.
La muerte de Giuliani marca también el final de un movimiento seudo-radical contra la globalización que en aquella época llevaba a los jóvenes que pretendían luchar contra el imperialismo a ese tipo de encerronas, pactadas con el Ministerio del Interior e incluso con los propios imperialistas.
El crimen fue concienzudamente preparado desde el gobierno italiano. A primera hora de la mañana, el vicepresidente del Gobierno, Gianfranco Fini, y otros dirigentes de su partido Alianza Nacional, de corte fascista, mantuvieron una reunión de varias horas en el cuartel de los carabineros. No importó que la manifestación estuviera autorizada y los “radicales” la hubieran pactado con el Ministerio del Interior, tal y como se hacía en aquellos eventos.
Era una encerrona. Los antidisturbios se colocaron estratégicamente en las zonas por donde estaba previsto que pasasen las manifestaciones y cerca de las plazas donde se realizarían concentraciones y asambleas.
Uno de los grupos de manifestantes eran los Desobedientes, que habían salido del Estadio Carlini y desfilaban por el recorrido autorizado, encontrando a su paso contenedores volteados y coches quemados. Algunos manifestantes llevan escudos de PVC transparente, con el cuerpo protegido con polietileno, esponja sintética y botellas de plástico.
Al final del recorrido acordado con el Ministerio de Interior, los carabineros, apoyados por cuatro vehículos blindados, cargan contra ellos. El ataque obliga a los manifestantes a retroceder unos metros, compactándose. Pero les resulta imposible huir porque 10.000 personas siguen tratando de avanzar, sin entender lo que está sucediendo.
Uno de los manifestantes lanza un extintor que estaba tirado en la calle contra la parte trasera de un blindado, contra el que rebota. Desde una de las ventanillas Mario Placanica, uno de los policías, saca la pistola. A cuatro metros de distancia de la ventanilla trasera del blindado, Carlo recoge el extintor y lo levanta a la altura de su cabeza.
Se oye el primer disparo. Carlo cae al suelo hacia adelante. Se escucha un segundo disparo y el blindado de la policía pasa dos veces sobre el cuerpo de Carlo. Una primera vez –de retroceso– sobre la pelvis y la segunda –yendo hacia adelante– sobre las piernas.
Los periodistas que se encontraban cerca del vehículo empiezan a tomar fotos de Carlo en el suelo, agonizando. Unos manifestantes intentan parar la hemorragia pero la policía lo impide disparando gases lacrimógenos. Varios testigos relatarán después que vieron a la policía pateando la cabeza de Carlo antes de que llegaran dos enfermeras.
Luego la policía italiana trató de encubrir los hechos colocando una piedra junto a su cabeza para dar a entender que fue ésta la que provocó el tremendo golpe que tenía en la frente.
Algunos de los carabineros que actuaron sobre el terreno habían participado en las actividades del imperialismo italiano en Somalia en los años noventa. Fue su campo de entrenamiento. Es el caso de John Truglio, teniente coronel y máxima autoridad en las calles de Génova. En África coincidió con Claudio Capello, capitán del pelotón que dirigió la represión contra los manifestantes.
A pesar del empleo de fuego real contra la propia población, hace dos años los jueces enterraron para siempre el crimen y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos rechazó el recurso presentado por la familia. En Europa la policía tiene patente de corso.
La muerte de Giuliani marca también el final de un movimiento seudo-radical contra la globalización que en aquella época llevaba a los jóvenes que pretendían luchar contra el imperialismo a ese tipo de encerronas, pactadas con el Ministerio del Interior e incluso con los propios imperialistas.
Foto. Banda musical militar soviética, compuesta sólo por niños españoles. |
Cuando
España siguió haciendo guerra sucia a los niños de la guerra
En
la España franquista, la CIA y el servicio de inteligencia fascista
organizaron conjuntamente un grupo llamado Delegación de
Repatriados de Rusia en la calle Orense de Madrid, que se
encargaba de investigar a cada uno de los 2.000 niños de la guerra
que a finales de los 50 y en los 60 volvieron a España con altos
estudios técnicos o universitarios, para ver si actuaban a las
órdenes del comunismo como topos en la Gloriosa España Nacional.
La Delegación, a cuyo mando estaba el teniente coronel Ricardo
Arozarena (del contraespionaje fascista), el comandante Ibáñez de
Opacua (de la DGS) y Ezequiel Ramírez (de la CIA), dirigía a perros
sabuesos de la guardia civil, policía secreta y contra-espionaje que
realizaron entrevistas personales (con la excusa de encontrar trabajo
a los repatriados) a 2.000 niños republicanos que volvieron
siendo ingenieros, médicos, técnicos en electricidad, electrónica
o radiodifusión, químicos, mecánicos especialistas... La
Delegación abrió expediente por sospechosos a 367 de ellos, acusó
de ser posibles espías soviéticos a 180 del total de 2.000, deportó
a la URSS a 14, encarceló en España a 37 y les negó trabajo alguno
e hizo la vida imposible al resto. Por supuesto, fue la CIA la que
corrió con los abundantes gastos de infraestructura.
Dibujo. (Roque Dalton en el mapa de América del Sur. Una estrella que escribe, sangra) |
Sobre dolores de cabeza
Es
bello ser comunista,
aunque cause muchos dolores de cabeza.
Y es que el dolor de cabeza de los comunistas
se supone histórico, es decir
que no cede ante las tabletas analgésicas
sino sólo ante la realización del Paraíso en la tierra.
Así es la cosa.
Bajo el capitalismo nos duele la cabeza
y nos arrancan la cabeza.
En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba de retardo.
En la construcción socialista planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será, entre otras cosas,
Una aspirina del tamaño del sol.
aunque cause muchos dolores de cabeza.
Y es que el dolor de cabeza de los comunistas
se supone histórico, es decir
que no cede ante las tabletas analgésicas
sino sólo ante la realización del Paraíso en la tierra.
Así es la cosa.
Bajo el capitalismo nos duele la cabeza
y nos arrancan la cabeza.
En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba de retardo.
En la construcción socialista planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será, entre otras cosas,
Una aspirina del tamaño del sol.
Roque
Dalton
Dibujo. "15 años encerrado sin saber lo ke es el Síndrome de Estokolmo". (lo dice un preso cogido a las rejas) |
Dibujo
de J.Kalvellido
Título:
Kárcel
No hay comentarios:
Publicar un comentario