Dibujo. S.C. (El Quijote ataca con la lanza a un monstruo de varias cabezas) |
Lecturas
para el verano:
Cultura. Cervantes,
como no nos lo habían contado antes
Revista
CRASH nº 2, julio 1978.
Entre
los escritores españoles considerados como clásicos, Miguel de
Cervantes es uno de los que más ha visto desenfocada su imagen por
la óptica cultural del franquismo: se nos ha querido presentar un
Cervantes ortodoxo hasta la médula, aburrido de puro bueno y
ejemplar, apto para reflejar un idealismo que ha marcado durante
siglos a los españoles y que -supuestamente- nos ha llevado a
espiritualizar toda nuestra historia en aras del quijotismo. Nada más
alejado de la realidad: ni Cervantes es como nos lo han querido
presentar, ni el Quijote es ese idealista, modelo y patrón del
espíritu español. Cervantes fue, ante todo, un hombre de su tiempo,
un hombre que escribió para el pueblo y que para el pueblo debe ser
recuperado. Ni practicó el precepto de «el arte por el arte», ni
fue representante de esa pléyade de escritores famosos a costa de
adular a la aristocracia; Cervantes creó a sus personajes para que
sirvieran de portavoces de su propia concepción de la vida, y para
ofrecer un marco a estos personajes inventó un nuevo género
literario: la novela moderna. No la novela de caballerías, ni la
novela pastoril, ni la novela sentimental, ni la bizantina, todas
ellas artificiosas y radicalmente divorciadas de la realidad.
Cervantes creó un género literario en el que tuvieran cabida las
fábulas y la historia, la poesía y el teatro, la autobiografía y
la sátira; un género, en fin, que le permitiera moverse con entera
libertad para expresar lo que quisiera y como quisiera. Una vez
encontrado el género (en las Novelas Ejemplares hizo los ensayos
estilísticos del Quijote, y es donde, por primera vez, aparece la
forma dialogada en relatos cortos, originales) el problema consistía
en superar las rígidas barreras impuestas por la España de la
Contrarreforma. La sociedad que rodeaba al escritor era una amalgama
de miseria en los campos y boato en las cortes, de lucha por la
crítica-racionalista más allá de los Pirineos y fanatismo
imperante en España. Todos estos contrastes se presentaron más
claramente ante Cervantes cuanto que él mismo formaba parte de
ellos. Después de pasar sus años de juventud dedicado a las armas,
recorriendo el imperio español en Europa mantenido a costa de la
fuerza, y después de perder un brazo en Lepanto, tiene que
enfrentarse al cautiverio en Argel. Una vez rescatado intenta, sin
conseguirlo, encontrar un puesto en la sociedad, pero todos los
caminos están cerrados a los que como él, ni pertenecen a la
nobleza ni están integrados en las altas esferas. Tiene una hija
natural, doña Isabel de Saavedra, y termina casándose con una dama
de algunos dineros, pero que no bastan para liberarle de una miseria
que le perseguiría a lo largo de casi toda su vida. Establecido en
Madrid, intenta salir adelante como autor de comedias, pero Lope de
Vega era el rey de los escenarios; aparte de gozar del favor del
público, contaba con un aparato de clac y de reventadores
profesionales que le aseguraban el primer puesto. No había, por
tanto, sitio para el soldado manco. Esta experiencia le sirve, sin
embargo, para introducir más tarde la estructura dramática en sus
novelas; así, los personajes gozan de la viveza y agilidad que les
confiere el haber sido concebidos primeramente para moverse sobre un
escenario.
Después
de su fracaso teatral, Cervantes se encuentra con más de cuarenta
años, sin oficio, frustradas sus ambiciones artísticas y expuesto a
la murmuración a causa de la vida libre que tenían las mujeres de
su familia; exceptuando a su esposa, que permaneció siempre en su
pueblo de Esquivias, sin acompañarle en sus forzadas correrías por
la Mancha y Andalucía, las demás «Cervantes» -su hija, su tía,
sus hermanas- recibían amantes en su casa. En estas circunstancias,
era imposible que Cervantes ostentara el concepto de la honra
calderoniana tan al gusto de los escritores de la época; Cervantes
sabe contemplar la realidad en la que se mueve, y considera a la
mujer como algo más que la simple depositaria de la honra de su
familia y a la que es preciso encerrar bajo siete llaves. Así vemos
en El celoso extremeño cómo el ridículo y la muerte son el
castigo merecido por el viejo ricachón que quiere apartar a su joven
esposa de los ojos de todos para que no viva sino para él. Cervantes
hace ver al lector cómo esto es imposible, cómo una mujer no es una
simple muñeca que pueda ser dominada por un marido. También en La
fuerza de la sangre, se presenta a la joven Leocadia aduciendo
razones llenas de sensatez y sentido común, mientras que su
violador, Rodolfo, no dice más que tres o cuatro necedades en toda
la obra. Todas las figuras femeninas están tratadas con gran respeto
por parte de Cervantes; no sucede igual con clérigos, alguaciles,
jueces y gobernantes.
Dibujo S.C. (El Quijote preso, con guardias civiles vigilándole) |
Por
propia experiencia sabía Cervantes que la misión de estos
personajes no era defender al pueblo, al cual debían prestar apoyo y
protección, sino esquilmarlo. El escritor, como proveedor de la
Armada Invencible y como comisario de abastos, recorrió durante
muchos años los pueblos de la Península, y dio incluso con sus
huesos en la cárcel por unas cuentas no muy claras y por la malicia
de un juez; conocía la venalidad de los funcionarios, los abusos de
los alguaciles, el soborno de los jueces y la miseria de los pueblos
que debían pagar- tributos para sostener las guerras imperiales, que
proporcionarían beneficios económicos a la alta clase y arruinarían
en cambio los hogares humildes. Y todo esto Cervantes lo ve con ojos
muy críticos, porque no en vano tuvo en su mocedad un maestro
erasmista, don Juan López de Hoyos, que le inició en las lecturas
del filósofo más leído en la Europa de entonces, y más aborrecido
por las altas jerarquías de los estados y de la Iglesia. Erasmo de
Rotterdam era partidario del libre examen, de la libertad de
conciencia y del juicio crítico y racionalista; fue un despiadado
fustigador de los monjes ociosos, holgazanes y. corrompidos, del
dogma aceptado ciegamente, de los falsos milagros, de los votos, de
las procesiones, de las rogativas, de la piedad externa... Dice
Américo Castro que el erasmismo tenía mucho de común con Lutero, y
hasta iba más lejos que éste en ocasiones; sin embargo, había una
gran oposición dentro de la misma Iglesia con respecto a Erasmo:
hasta que no se puso de manifiesto con claridad la consecuencia que
saldría de él, encontró apoyo en muchos sectores; dentro de la
misma corte española había muchos erasmistas. Cuando se perfiló
que tras Erasmo venía la libertad de pensamiento, la tolerancia, la
emancipación del yugo teológico, fue cuando se desencadenó con
toda su fuerza la Contrarreforma. Pero ya la semilla estaba sembrada,
y para Cervantes, la máxima enseñanza que se podía sacar de Erasmo
fue que era preciso disimular y decir las Cosas suavemente, con
dobleces, por medio de juegos de palabras. La sátira y la ironía
fueron las dos armas que el ilustre manco afiló con cuidado. En El
coloquio de los perros, la más completa y densa de todas las
Novelas Ejemplares, Cervantes nos presenta la sociedad de
entonces vista por los ojos de un perro, personaje escogido con toda
intención por ser espectador de todos los abusos, pero mudo por
imperativos ajenos a su voluntad, tal y como le sucedía al propio
Cervantes y a cualquier otro hombre salido del seno del pueblo. El
perro Berganza trabaja con unos pastores encargados de cuidar al
rebaño por orden de sus señores; muy pronto descubre que son los
propios pastores los que matan y devoran al ganado puesto bajo su
custodia. La alusión no puede ser más transparente; dice Berganza:
¡Válame Dios! ¿Quién podrá remediar esta maldad? ¿Quién será
poderoso a dar a entender que la defensa ofende, que los centinelas
duermen, que la confianza roba y el que os guarda os mata? Más
adelante habla claramente de los jueces cohechados o sobornados por
medio de dádivas y de los alguaciles y escribanos que se aprovechan
de su autoridad para obtener dinero de los detenidos. El episodio
central de la novela, el retablo de las Camachas, es una muestra más
de la fina ironía cervantina. Por aquellos años eran muy frecuentes
los procesos de la Inquisición en los cuales se quemaba vivas a las
supuestas brujas tras hacerles declarar, bajo tormento, que asistían
en cuerpo y alma a diabólicos aquelarres. En el Coloquio de los
perros, Berganza nos cuenta cómo asiste a los preparativos de una
hechicera que se dispone a ir a una de estas celebraciones. Tras
untarse el cuerpo con una droga (parece ser que usaban, entre otros
ingredientes, belladona, un fuerte alucinógeno que aplicado al
cuerpo da inmediata sensación de ligereza y de levitación) la bruja
cae desvanecida al suelo y allí permanece toda la noche, sin
levantarse un palmo, ante los ojos del perro. Cervantes no puede
dejar más clara su opinión: los aquelarres son sólo producto de la
imaginación de las brujas, y la Santa Inquisición emplea la piadosa
arma del tormento para obtener confesiones falsas que llevarán a la
hoguera a unas pobres mujeres. Esto, dicho sin ambages, le hubiera
costado la vida, pero ya sabe que por medio de la ironía y la sátira
puede dejar traslucir sus propias ideas. Un ejemplo muy evidente lo
encontramos en la doble redacción de El celoso extremeño. En la
primera versión, que hoy conocemos gracias a la recopilación hecha
por Porras de la Cámara, se comete adulterio; en la segunda,
aparecida tras la salida de la primera parte del Quijote, Cervantes
debió pensar que más le valía no salirse demasiado de los senderos
establecidos, y sustituyó el adulterio por un juego de palabras que
quieren dar a entender que no sucedió nada, mientras que el resto de
los acontecimientos señalan con claridad que Leonora cayó en brazos
de Loaysa.
Dibujo. S. C. (Sancho visita al Quijote preso y en ayuno) |
Las
Novelas Ejemplares son doce pequeños relatos que no han sido
apreciados en todo su justo valor dentro de la totalidad de la
producción cervanina. Cervantes no es solamente El Quijote, y
vale la pena, antes de emprender la lectura de éste, pasar por las
Novelas. Cada una de ellas tiene un sabor diferente al de las otras,
tanto por la historia narrada como por el estilo literario empleado.
De Rinconcete y Cortadillo poco se puede decir que no sea
conocido: es espléndida la pintura que hace Cervantes de los bajos
fondos sevillanos por medio de los dos pícaros; todos los elementos
usados por el autor ayudan a dar colorido a las escenas: Monipodio,
con su cofradía de ladrones; la Gananciosa, la Cariharta y la
Pipota, con sus peleas y sus rezos, y el lenguaje mismo recreado por
Cervantes, mezcla de dialecto barriobajero y de argot de germanía,
contribuyen a trazar una imagen fresca y simpática de este ejercito
de pícaros, los parados de entonces, que luchaban por sobrevivir
entre las ruinas del imperio.
Las
demás novelas (La señora Cornelia, La gitanilla, El licenciado
Vidriera, La ilustre fregona...) se leen con placer y en todas
late la crítica social que hace su autor, y que va desde ofrecer, en
La señora Cornelia, la visión realista que tenía el pueblo
italiano de las tropas españolas, fanfarronas y avasalladoras, hasta
poner la verdad en boca de un loco en El licenciado Vidriera, recurso
tomado de Erasmo -Elogio de la locura- y que Cervantes desarrolló
más tarde en el Quijote.
Esta
obra, la más comentada y conocida a lo largo de toda la literatura
española, es probablemente la que menos se lee hoy día, quizá por
temor de encontrarse el posible lector ante el Cervantes anquilosado
y moralista que nos ha presentado siempre la propaganda franquista,
ávida de apropiarse y desvirtuar todas las creaciones del pueblo.
Don
Quijote es un loco que a veces dice la verdad, pero que presenta
también otra faceta no menos interesante. Por medio de él,
Cervantes ataca la caballería no sólo material, sino la cultural o
ideológica, la caballería azuzada por la Contrarreforma, que
encontraba herejes donde sólo había molinos de viento. En el
episodio de los mercaderes, en la primera parte, Don Quijote quiere
obligar a éstos a que declaren, sin haberla visto nunca, que
Dulcinea es la más hermosa doncella del mundo. Los mercaderes le
replican con toda cordura: “Señor caballero, nosotros no conocemos
quien sea esa buena señora que decís; mostrádnosla: que si ella
fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin
apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es
pedida.”
—“Si
Os la mostrara -replicó don Quijote-, ¿qué hiciérades vosotros en
confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin
verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender.”
Nótese
que todos los términos usados por don Quijote (creer, confesar,
afirmar, jurar y defender) son los empleados para referirse a los
dogmas de la fe católica, y que ésta exige, como el hidalgo a los
mercaderes, creencia ciega. Además, don Quijote acusa a los pobres
comerciantes de «blasfemos» por negarse a declarar sobre algo que
no han visto. Cervantes presenta al lector, de esta forma, la
irracionalidad y el absurdo derivados de pretender hacer un dogma de
algo que no puede ser comprobado.
En
el episodio del encuentro entre Sancho y el morisco Ricote, dice este
último: “Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció
que se podía vivir con más libertad, porque sus habitantes no miran
en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor
parte della se vive con libertad de conciencia.”
Las
opiniones de este tipo son numerosísimas a lo largo de todas las
páginas del Quijote. Cervantes recurre a un imaginario narrador
moro, Cide Hamete Benengeli, que es quien va contando las aventuras
del caballero y su escudero; pudiéramos pensar que este moro es un
pretexto que permite a Cervantes exponer veladamente sus opiniones
sin comprometerse él, ya que cabe esperar de un moro que sus juicios
no sean del todo ortodoxos; también proporciona así la visión
objetiva que un narrador no español da de los acontecimientos:
Toda
la obra está llena de pasajes tan interesantes como amenos: el de
los galeotes, donde don Quijote libera a unos forzados que por orden
real iban a galeras, o el dela Cueva de Montesinos, todavía no
descifrado con claridad, en el que se suceden una serie de aventuras
que parecen mezcla de sueños y de alucinaciones, o el archiconocido
de Clavileño.
Lo
que es importante, es situar a Cervantes en las coordenadas de su
tiempo, como hombre de su época y corno novelista popular; en vida
vio imprimirse numerosas ediciones del Quijote, varias de ellas en
otros idiomas; la obra se comentaba y leía en todas partes, en los
pueblos y en las ciudades, y los personajes pasaron a formar parte
del acervo popular, especialmente la figura de Sancho Panza, por ser
la que con más verismo representaba al pueblo trabajador.
Para
leer el Quijote no hace falta comprar una edición de lujo, de esas
que sirven para adornar las vacias estanterías de las salas
burguesas; basta y sobra con ediciones simples. Lo que es necesario
es que la obra de la que más ediciones se han hecho a lo largo de la
historia, sea leída de veras, y que sus páginas se vean manoseadas
e incluso subrayadas: en suma, leídas. Porque para eso las escribió
Cervantes.
M.
C. MACHADO
Las
tres láminas, de la serie de Sánchez Casas dedicada al Quijote
3 comentarios:
Lunacharski ofrece en este drama una versión actualizada del episodio de la liberación de los galeotes por Don Quijote. Aquí unos soldados del Duque llevan presos a tres personajes (pienso que uno de ellos el estudiante de Salamanca Baltasar de Salas es con quien se identifica el autor). Don Quijote provoca su liberación, por lo que los soldados le apresan y conducen, junto con Sancho, al palacio del Duque, donde acaban siendo encerrados en las mazmorras del castillo. De pronto estalla una revolución. Aquellos presos liberados han tomado el castillo y ponen en libertad a Don Quijote y su escudero.
Aunque su discurso principal se centra en comprender la violencia revolucionaria, de pasada toca un tema que le era muy querido, la actuación de Dios. En el primer cuadro, Baltasar y un soldado dialogan "y si todo se produce por la voluntad de Dios, resultará entonces que los crímenes serán también obra suya" "¿Está todo bien dispuesto en el mundo?" "Lo dudo" "Entonces, siendo Todopoderoso, quiere que todo vaya mal" " Muchas veces pienso que. no es tan infinitamente bueno como dicen".
Hay que recordar que Lunacharski, recién nombrado Comisario de Instrucción, escenificó el juicio de los Soviets contra Dios, su imputación de crímenes contra la humanidad, su condena a muerte y su ejecución mediante el disparo de varias ráfagas contra el cielo de Moscú por un pelotón de fusilamiento
Pero el núcleo de la obra se centra en el enfrentamiento posterior de Don Quijote, defensor de cualquier victima, con los cabecillas de la revolución, en especial con el ideólogo Baltasar. Llega a decirles Don Quijote "Si habéis empezado el movimiento, llevadlo por el camino justo. Tenéis que anteponer a la violencia del antiguo régimen la justicia y la bondad del nuevo. Pero con vosotros rebosan las cárceles de presos, vertéis sangre, reina la tortura y la muerte, y yo, caballero antiguo, me veo obligado a enfrentaros a vosotros, porque sois vosotros ahora los que os servís de la violencia y ellos los oprimidos"
Y ni corto ni perezoso ayuda a que se fugue el Conde Mauricio quien se convertirá en el líder de un ejercito contra-revolucionario: Baltasar le reprocha su actuación que ha dado lugar a la extensión de la guerra, y le hace ver que no cabe la filantropía en un momento revolucionario: "No servís para ciudadano de un país que, hambriento, vierte su sangre, de un país dirigido por unos hombres que quieren dar la victoria al pueblo, conducirlo a la tierra prometida. Cuando entremos en ese soñado Canaan, entonces os diremos ¡Venid, caballero blanco, cread el bien! Con qué satisfacción podrán respirar vuestros pulmones en aquel libre albedrío. Sólo entonces podréis llamaros Don Quijote libertado"
Y cae el telón.
el Quijote, cuya interpretación histórica es, según Castro, una pieza importante en la concepción global de la historia de la civilización española, al margen de la cual y de su peculiar estructura social casticista, es incomprensible, sólo deviene inteligible en conexión con las circunstancias histórico-sociales de las que es un producto y reflejo. La novela es fruto de la forma intercastiza de vida de los cristianos nuevos judeoconversos, la del intercastizo Cervantes, cuya vida sería, pues, al menos tácitamente, un compendio de la vida española de la llamada por Castro «Edad conflictiva» o época de agudos conflictos castizos, que él data entre 1492, fecha de expulsión de los judíos, y 1609-13, fecha de expulsión de los moriscos. Y como, según ya vimos, don Quijote es, en el fondo, el propio Cervantes, podemos decir que la pareja don Quijote-Cervantes se erige como un símbolo perfecto de una España caracterizada por la convivencia y la pugna de tres castas y a la vez de la condena de esta España de castas.
Aunque admite momentos de convivencia armónica en el medievo, el rasgo más permanente de la sociedad española castiza, desde fines del siglo XV hasta comienzos del XVII, sería el conflicto, que es el aspecto de la misma que el Quijote dramatiza. Por ello la tesis fundamental de la interpretación histórica ofrecida por Castro es que la novela cervantina recrea literariamente la oposición entre don Quijote y la sociedad en torno, de tal modo que este conflicto del héroe con su sociedad es un reflejo a su vez del conflictivo enfrentamiento, no sólo social sino también ideológico, entre los cristianos nuevos y la mayoría de la sociedad compuesta de cristianos viejos (véase Cómo veo ahora el Quijote, pág. 340). En la novela es don Quijote, y con él Cervantes, quien representa a la casta de conversos judíos, sus aspiraciones, valores e ideales; y don Diego de Miranda, a la casta mayoritaria de cristianos viejos con su correspondiente ideario, mientras su hijo don Lorenzo, estudiante en Salamanca de las humanidades literarias, estaría del lado de don Quijote. Y Dulcinea, a quien Castro por razones pintorescas considera de origen morisco, viene a ser el símbolo de la casta neocristiana de este origen.
Castro llega a presentar a don Quijote-Cervantes y a don Diego como emblemas de concepciones contrapuestas de la cultura española: mientras éste último, ejemplo de señor bien acomodado, se erige como paradigma del conservadurismo cultural propio de la España cristiano-vieja, en cuyo seno los juristas y los teólogos acapararían la casi totalidad de las actividades culturales en el siglo XVII, don Quijote y don Lorenzo, por el cual toma partido el hidalgo manchego, constituyen un símbolo del progresismo cultural que Castro adjudica a la España cristiano-nueva de judeoconversos, una España culturalmente dinámica en la que prevalecerían las actividades culturales seculares, sin asomo de teología. No se ve muy bien cómo don Lorenzo, un cristiano viejo, se nos presenta como un valedor de la visión de la cultura cristiano-nueva; al hacer esto, Castro está invalidando su tesis sobre la existencia de las castas como grupos sociales homogéneos y disyuntos; por otro lado, no es verdad que don Quijote o Cervantes se inclinen por el punto de vista de don Lorenzo, cuyo desinterés por las leyes y la teología, en contra de los deseos paternos, no equivale, contra Castro, a desdén por estas materias, que don Quijote tampoco desdeña, sino que las ensalza en su discurso acerca de la ciencia de la caballería andante.
Como tantos otros, Castro descubre también en el Quijote un mensaje para la regeneración de España. Este mensaje contiene una doble vertiente, social y cultural, en consonancia con su concepción de la escisión de la sociedad española en castas disyuntas y conflictivas con sus respectivas actitudes y posiciones culturales. En lo social, el mensaje es esperanzador, ya que el Quijote contiene una condena de la sociedad casticista y la propuesta de un nuevo tipo de español, que, al igual que don Quijote-Cervantes, sea desdeñoso de los linajes y de la obsesión cristiano-vieja. Hasta Sancho apoyaría esta posición, pues, según Castro, a través del escudero se zahiere la presunción cristiano-vieja y la del antijudaísmo. Pero esto no es verdad, ni se zahiere lo uno ni lo otro a través de Sancho: don Quijote no censura a su criado cuando alardea de cristiano viejo o de antijudío.
En lo cultural, el mensaje no es menos esperanzador. Castro asigna a Cervantes un propuesta renovadora para España y una visión prometedora de su porvenir cultural. Frente a una España mal regida política y culturalmente, en la que la casta mayoritaria, la de don Diego, coloca en primer plano a abogados y teólogos, Cervantes, adalid de la dinámica actitud cultural cristiano-nueva, pugna, en cambio, por una España en que las profesiones más importantes sean las seculares, sin nada de teología, tales como la astronomía o las materias de Estado, que son las profesiones más gratas al cura (I, 47).
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