Portada libro de Francisco Gonzálbez. |
Así
preparó el fascismo el exterminio, y lo llevó a cabo, en Alicante
Del
libro de Francisco Gonzálbez “Yo he creído en Franco, proceso de
una gran desilusión”. 1937.
En
los días siguientes a su primera detención en Sevilla, el abogado
Francisco Gonzálbez Ruiz (que fue gobernador civil de Murcia con el
gobierno de Portela Valladares antes del triunfo electoral del Frente
Popular) encontró a un conocido, policía en Alicante, que
provisionalmente estaba en Sevilla al haber sido destinado como
comisario en Madrid una vez fuera ocupado.
El
policía, cuya familia permanecía en la ciudad levantina, comentó
que los componentes del comité de Falange de la provincia de
Alicante (que se estaba organizando en esos días de abril de 1937)
le habían prometido llevarlo, pues sus servicios serían
imprescindibles; enseñando a Francisco Gonzálbez Ruiz una lista con
los nombres de más de trescientas personas que había que fusilar.
El
policía le preguntó entonces si quería darle el de «algún
enemigo suyo».
Hago
la prueba y pregunto:
–¿Está
Manuel Senante?
–...
No, pero... ya estoy tomando nota.
–No,
hombre, no. Senante es tradicionalista. Me he permitido esta broma
para persuadirme de las garantías con que se confeccionan esas
listas.
–¡Hay
que servir a la Patria y acabar con los marxistas!
–Pero
es que si ellos siguen el mismo criterio acabaremos con España.
–Es
guerra de exterminio, don Francisco, convénzase usted. ¡Qué le
vamos a hacer!
Era
conocido en el café en que coincidieron como “Don ... el de las
listas”.
Certificado fascista de ejecución de José Sanchís Gracia. |
Del
libro de Salomé Moltó “Retazos históricos de la postguerra 1939
– 1953”. 2011.
Siguiendo
nuestro empeño de poder recabar una serie de relatos que, a pesar
del tiempo y del empeño en silenciarlos, han marcado nuestra
historia, hemos entrevistado a Jaurés, hijo de José Sanchís Gracia
que fue fusilado el 28 de enero de 1941, sin acusación ni juicio,
según reza el documento adjunto.
Este
sería uno de los ejemplos, entre tantos muchos, en que la represión
se manifestó en su aspecto más siniestro.
A
Jaurés le cuesta hablarnos del pasado. Resulta sorprendente que el
sistema franquista pudiera imponer la ley del silencio a las familias
en donde había recabado la represión, más atroz y además,
conseguir que sintieran, para más inri, un sentimiento de
culpabilidad. Avergonzase de tener algún parentesco con el
ejecutado, calificándolo de todo lo peor, e imponer un completo
silencio, ha sido la estrategia dominante; que tuviera aceptación,
algo más sorprenderte, pero el miedo siempre ha sido un buen
colaborador de los regímenes represivos.
Los
niños crecen con ese miedo en el cuerpo, que recaban del ambiente
familiar, sienten en el aire no sólo lo que ya han sufrido, sino la
amenaza de que otras personas de su familia puedan sufrir tales
desgracias. Y el silencio lo cubre todo, hasta se cree que hablar de
"aquello" es deshonroso. Hasta aquí podemos calibrar el
enorme sufrimiento y hasta dónde puede llegar el miedo en unos niños
y en unas mujeres desamparadas.
Nos
cuenta Jaurés que su padre partió al frente siendo él muy pequeño.
-Figúrate,
yo nací el 22 de octubre de 1932, y en 1936 estalló la guerra. Poco
después él marchó al frente.
-¿Cuántas
veces llegaste a ver a tu padre?
-No
sé, unas tres o cuatro. Una vez fuimos a Alpera y otra vez a
Hinojosa del Duque, lo recuerdo vagamente.
Jaurés
nos habla de todo su sentir de aquellos tiempos tan difíciles, vemos
unas fotos de la familia y ayudado por su esposa, va recordando.
-Mi
padre pertenecía a la UGT, era un poco idealista, sabía que tenía
que defender... bueno, luchar por la dignidad de los trabajadores.
Terminada la guerra, volvió confiado en que su cuñado, casado con
una hermana suya y que era Director General de la Policía, le
ayudaría.
-¿Fue
denunciado por alguien?
-Sí,
uno que era droguero.
Sobre
este particular declinamos averiguar más detalles, pues no se tienen
pruebas reales que lo corroboren. A pesar de ello, Jaurés tiene la
íntima convicción de quién fue el delator de su padre.
Hay
momentos en nuestras vidas que marcan indeleblemente nuestro
subconsciente. En el recuerdo guarda Jaurés la visita que hicieron a
la cárcel, para visitar a su padre. Observaba atentamente el
edificio, compuesto de varios pisos, las familias se agrupaban
contentas de poder comer en el patio libremente. El niño correteaba,
podía jugar a sus anchas, abrazar a su padre, de algún modo
resarcirse de tanto tiempo sin poderlo ver o verlo solamente a través
de las rejas, de unos guardias o de mil obstáculos.
-Ese
día fui muy feliz, pero fue el último, unas semanas después lo
fusilaron.
-Han
sido muchos años de sufrimiento, muchos años de vivir con el
silencio impuesto y con la sensación de ser culpable sin saber muy
bien de qué, y esta es la gran añagaza del sistema, no culpabilizar
directamente, pero que el oprimido así se sienta - Jaurés
asiente.
-Recuerdo,
ya por los años sesenta, que tuve que ir a la Jefatura de Policía,
a por un certificado de buena conducta. Me acompañó una persona y
se reunieron en el despacho contiguo largo rato, cuando al fin
salieron discutiendo, uno decía que sí, el otro que no. Que yo
merecía el certificado de buena conducta y el otro que no por ser
hijo de un rojo. ¿Qué te parece?
En
el rostro de Jaurés hay una tristeza enorme. Todas las personas, hoy
mayores, que tuvieron en su infancia que soportar aquellas
vejaciones, han guardado en su fuero interno un sufrimiento que el
paso del tiempo no ha podido borrar.
Confraternizando
complemento la charla con algo personal:
-Pues
para que veas, a pesar de que en el posfranquismo, ya hablaban de la
"dicta blanda", en el sesenta y seis, y en París, fui a
pedir empleo a la Citroén. Pues bien, el encargado de recabar el
personal, me interrogó. Ten en cuenta que una de las mayores
accionistas de esta multinacional, tal y como se decía, era la mujer
de Franco. Lo primero que me preguntó, fue en qué bando había
luchado mi padre durante la guerra.
-
Verá usted, cuando estalló la guerra mi padre tenía catorce años
y no fue a la guerra - le contesté en castellano, pues se trataba de
un español que supongo tenían empleado para este menester.
Hizo
un gesto de abandono y ya no me preguntó más (...)
(Un monumento a la "Libertad". La figura de un torturado) |
Dibujo
de J.Kalvellido
Título:
A la libertad
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