jueves, 14 de enero de 2016

Arantza Díaz, ¡otra vez hospitalizada!, y artículo Olarieta "infiltración policial en las manis".

Foto. Arantza, a su llegada a Vitoria.
Arantza Díaz, ingresada en el hospital de nuevo

En la noche del día 12 de enero Arantza se sintió de nuevo con fuertes dolores y molestias y tras ingresar en urgencias del Hospital de Santiago en Vitoria-Gasteiz, quedó ingresada de nuevo, por nueva oclusión intestinal. Parece ser que el problema radica en que los intestinos le siguen sin responder a la ingestión de ningún tipo de sólido, y le han dejado hospitalizada sin fecha, con sonda nasogástrica desde ayer 13, con suero y calmantes. Le realizaron placas, escáner y otras varias pruebas complementarias.
Parece ser tendrá de nuevo para unos cuantos días de ingreso, a ver la evolución de esta problemática que se viene repitiendo una vez tras otra. El cirujano de urgencias le dijo que quisiera descartar nuevas intervenciones quirúrgicas, pero dependerá de la evolución en los siguientes días. Se suspende el abrazo que la peña solidaria le tenía reservado para mañana en Gasteiz.


Foto. Policías infiltrados en una manifestación.
¿Para qué se infiltra la policía en las manifestaciones?
Juan Manuel Olarieta

El 18 de diciembre se celebró una manifestación en Montreal, Canadá, contra las políticas de austeridad. Como ocurre con el ejercicio de cualquier derecho fundamental en ese tipo de países “civilizados” la policía ocupaba los dos lados de la barricada: estaba a favor y estaba en contra. Tenía antidisturbios para aporrear a los participantes e infiltrados para provocarles.

Se agruparon unos 100 manifestantes, estudiantes la mayor parte de ellos. Cuatro de los que marchaban encapuchados eran policías infiltrados dentro del grupo anarquista “Black Bloc”.

Durante la marcha algunos manifestantes lanzaron fuegos artificiales contra los antidisturbios, a lo que estos respondieron lanzando botes humo y de ruido en la dirección opuesta. De repente lo que hasta entonces había sido un desfile pacífico se convirtió en una batalla campal en la calle.

Una estudiante que participaba en la manifestación, Katie Nelson, se fijó en uno de los “anarquistas” cuando en un momento dado se quitó el pasamontañas: era un policía que le había detenido durante una manifestación anterior. Al verse reconocido, el policía volvió a bajarse la capucha precipitadamente, al tiempo que murmuraba algo a otros cuatro encapuchados, policías infiltrados como él.

Al entablarse la batalla campal, dos de los policías infiltrados detuvieron a un manifestante que también les había descubierto y le estamparon la cabeza contra el asfalto. Un periodista que se acercó para fotografiar la escena, también fue golpeado de mala manera. Lo mismo le ocurrió a Katie Nelson cuando trataba de abandonar el escenario en previsión de males mayores: uno de los policías infiltrados le golpea por detrás y le tienen que trasladar a urgencias en una ambulancia con un esguince en el cuello y una posible conmoción cerebral.

Ante la agresión policial, los manifestantes les rodean, exigiéndoles que se identifiquen. En ese momento uno de los infiltrados saca su arma y les apunta de forma amenazadora. Afortunadamente no dispara y los policías huyen despavoridos.

A partir de ahí, los políticos toman el relevo de los policías. Primero, niegan los hechos. La policía no se infiltra en las manifestaciones y mucho menos provoca a los manifestantes para que hagan lo mismo que ellos: atacar a otros policías. Los policías tuvieron que sacar sus armas porque fueron acorralados y amenazados por los manifestantes, etc.

¿Derecho de manifestación? Nadie se acuerda de eso. Las manifestaciones son sinónimo de desórdenes, disturbios, destrozos, vandalismo, etc., actos cuya responsabilidad incumbe a las personas, no a los policías.

En 2011, como consecuencia de un juicio contra 17 manifestantes, se descubrió que 12 policías se habían infiltrado entre los grupos que habían organizado las protestas en Toronto contra la cumbre del G-20 el año anterior.

También se descubrió que al menos dos de los policías habían desempeñado un papel fundamental en la organización de dichas protestas como miembros de colectivos anarquistas y que habían indicado a los manifestantes los objetivos del centro de Toronto que debían ser destruidos al paso de las manifestaciones.

Uno de los asuntos más conocidos de infiltración policial fue el Caso Germinal, surgido en Quebec en abril de 2001 durante la Cumbre de las Américas. Unos días antes de dicha cumbre la policía detuvo a siete personas que iban a Quebec con palos, granadas, bombas y máscaras antigás.

La prensa aplaudió la previsora actuación de la policía frente a tan peligrosos sujetos, así como el cúmulo de medidas preventivas, típicas de un estado de guerra, que padeció Quebec aquellos días.

Todo se vino abajo cuando se descubrió que era la típica farsa policial. El peligroso jefe del Grupo Germinal era un antiguo miembro de las Fuerzas Armadas canadienses, otros dos también eran militares y al menos otros dos miembros de la Gendarmería Real de Canadá, la famosa “Policía Montada de Canadá”. De los 15 miembros del peligroso grupo, al menos cinco no parecían anarquistas para nada.

Fueron los gendarmes los que enseñaron a los demás “anarquistas” del grupo a fabricar cócteles Molotov y a lanzarlos en Quebec, lo que la mayoría del grupo rechazó porque podía causar daños importantes y lesiones a las personas.

En 2007 se destapó otro tinglado policial parecido en Montebello, cerca de Quebec, gracias al vídeo de un aficionado que lo difundió en internet. El vídeo muestra a tres policías de la capital canadiense mezclándose entre los manifestantes que protestan contra una cumbre de Canadá con Estados Unidos y México. Los policías se hacen pasar por integrantes de un grupo anarquista. Uno de los policías infiltrados lleva una pancarta con la consigna “Por el fin de la guerra y de la mundialización”. Otro lleva una piedra en la mano. Los tres tratan de desatar una batalla campal contra otros policías: los antidisturbios.

En un momento dado uno de los organizadores se encara con los infiltrados. Al que lleva la piedra en la mano le pide que la deje en el suelo y luego quiere que se quiten las capuchas. Los policías se enfrentan con él y entonces los manifestantes comienzan a gritarles: “¡Policías!, ¡Policías!”. A un manifestante se le oye decir: “Nos quieren engañar. Son provocadores”.

Entonces los policías se acercan a sus colegas antidisturbios. A pesar de que van enmascarados, se conocen entre sí. Uno de ellos le dice algo al oído del infiltrado cuando pasa a su lado y luego, para seguir encubriendo la trampa, les esposan con una delicadeza impropia. A un manifestante no se le escapa el detalle: tanto los antidisturbios como los infiltrados portan el mismo tipo de botas.

Entonces los políticos siguieron haciendo lo mismo que los policías: encubrir ese tipo de acciones. La Policía Montada del Canadá no se infiltra en las manifestaciones. La farsa les duró hasta que el vídeo apareció en internet. A partir de entonces ya es oficial en el país norteamericano: la policía juega en ambos bandos. En un lado tiran las piedras y en la otra ponen los escudos para protegerse.

¿Os lo habéis preguntado alguna vez?, ¿para qué se infiltra la policía en las manifestaciones?, ¿con qué fin?

La policía no lucha contra el extremismo; es el extremismo, o mejor dicho, está en los dos extremos. La policía no lucha contra la violencia; es la violencia porque es quien la provoca.

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