SOLIDARIDAD
La
solidaridad contra la represión del Estado capitalista
(…)
Dentro del Movimiento Comunista del Estado español, son los presos
del PCE(r), GRAPO y SRI los que han sido más violentamente
reprimidos por la maquinaria represiva del Estado burgués. El caso
más conocido y grave es el de Manuel Pérez Martínez, Camarada
Arenas,
secretario general del Partido, que ha sido condenado a cadena
perpetua real sin
haberse demostrado su implicación en acción armada alguna. En este
sentido, ocurre lo mismo que con todos aquellos presos del mundo
abertzale,
que son mantenidos en prisión solo por haber participado en
movimientos sociales y políticos de corte independentista. En el
caso de los presos comunistas, cualquier revolucionario tiene el
deber político y moral de solidarizarse con estos camaradas,
denunciando la represión sistemática del Estado contra estas
organizaciones. Esto no significa, ni mucho menos, compartir la línea
ideológica de esta organización política (ni compartimos su
caracterización política del Estado español, ni concordamos en las
tareas actuales de la vanguardia comunista y en la forma en que debe
reconstituirse el Partido revolucionario de la clase obrera). Pero la
solidaridad revolucionaria y proletaria es precisamente solidaridad
por encima de siglas o líneas que podamos considerar erróneas en
aspectos fundamentales. (…)
Revolución
o barbarie
Denuncias:
Lumpenburguesía
Hemos
oído hablar de lumpenproletariado. Incluso hasta en «El Manifiesto
Comunista» aparece. Se hace alusión a los sectores más marginados
y depauperados de la sociedad. Para un calvinista, escoria, detritus.
Para un católico, cinegéticamente hablando, presa en aguardo para
lavar la mala conciencia mediante la caridad.
No
forman una clase social y Marx no los veía con buenos ojos por su
carácter medroso y medrador a la hora de posicionarse ante una
situación crítica o límite como pudiera ser una transformación
social: o revolucionarios o contrarrevolucionarios. Marx se inclinaba
por lo segundo.
Pero
¿es posible que segmentos de la burguesía se degraden hasta
degenerar en una especie de lumpenburguesía criminal y corrupta? Sí,
por supuesto. Lo estamos viendo en este tiempo de canallas. Ya no es
la burguesía que la prensa a su servicio llama «emprendedora» y
creadora de riqueza -valiente sarcasmo-, dueña de los medios de
producción para extraer la plusvalía de los trabajadores
-verdaderos creadores de la riqueza-, sino que en este tiempo de
granujas quienes parecen mandar son los asaltadores (o salteadores)
de caminos... sin embozo. Son la lumpenburguesía, la hez y
excrecencia de esa burguesía industriosa y eduardiana,
manchesteriana, la especuladora, la que no crea ni un solo céntimo
de riqueza para el PIB de un estado. Una lumpenburguesía parásita y
canalla. Su lema es el del lumpen tabernario: «este mundo es de los
vivos». Zaplana podría ser su líder. Incluso promocionarían, bajo
cuerda, partidos políticos filofascistas que abominarían de una
supuesta «democracia» que, en realidad, ya nació viciada en
origen. Tiempos de canallas, de demagogos. Bastaría con cambiar el
«modelo», el «proyecto», el «diseño» y, los más osados, el
«sistema». Jamás la revolución. Estamos en manos de aparejadores.
«Lumpenburguesía»
es vocablo que hizo fortuna en los años 70 de la mano de A. Gunder
Frank. Se refería este analista a las clases dominantes de América
Latina que, incapaces de implementar un proyecto nacional autónomo y
de articular una conciencia de clase propia -como se supone que
hicieron las burguesías de Europa y EEUU-, devenían meros
sirvientes de los intereses de la potencias dominantes. A esto
llamaba lumpenburguesía. No le daba el carácter cutre y vulgar que
yo le doy.
En
el Estado español de las autonomías, la lumpenburguesía es un
síntoma, epitélico y epidérmico, sí, pero no el carácter ni
diagnóstico de la enfermedad indeleble. El capitalismo, su modo de
producción -ni de destrucción-, no resistiría ni toleraría una
corrupción generalizada, no sobreviviría al no haber plusvalía y
solo fraude. Su supervivencia reside y consiste en la explotación y
el vampirismo sobre la vena del trabajador. La lumpenburguesía no
explota directamente: sólo succiona una cuota de plusvalía -de
beneficio- que otros (la burguesía no lumpen, la «honrada», para
entendernos, la «contribuyente», como se dice en los telefilms
gringos) han extraído a las clases trabajadores. A esta
lumpenburguesía defiende un lumpengobierno que ha conseguido que
hasta las capas mesocráticas -médicos, maestros, funcionarios-
salgan a la calle.
Jon
Odriozola
HUMOR:
¿Habemus
papam? ¿Habemus dios?
IMPRESIONANTE:
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