sábado, 23 de febrero de 2013

Solidaridad contra la represión // Lumpenburguesía // Cosas de la iglesia.

SOLIDARIDAD

La solidaridad contra la represión del Estado capitalista

(…) Dentro del Movimiento Comunista del Estado español, son los presos del PCE(r), GRAPO y SRI los que han sido más violentamente reprimidos por la maquinaria represiva del Estado burgués. El caso más conocido y grave es el de Manuel Pérez Martínez, Camarada Arenas, secretario general del Partido, que ha sido condenado a cadena perpetua real sin haberse demostrado su implicación en acción armada alguna. En este sentido, ocurre lo mismo que con todos aquellos presos del mundo abertzale, que son mantenidos en prisión solo por haber participado en movimientos sociales y políticos de corte independentista. En el caso de los presos comunistas, cualquier revolucionario tiene el deber político y moral de solidarizarse con estos camaradas, denunciando la represión sistemática del Estado contra estas organizaciones. Esto no significa, ni mucho menos, compartir la línea ideológica de esta organización política (ni compartimos su caracterización política del Estado español, ni concordamos en las tareas actuales de la vanguardia comunista y en la forma en que debe reconstituirse el Partido revolucionario de la clase obrera). Pero la solidaridad revolucionaria y proletaria es precisamente solidaridad por encima de siglas o líneas que podamos considerar erróneas en aspectos fundamentales. (…)
Revolución o barbarie


Denuncias:

Lumpenburguesía

Hemos oído hablar de lumpenproletariado. Incluso hasta en «El Manifiesto Comunista» aparece. Se hace alusión a los sectores más marginados y depauperados de la sociedad. Para un calvinista, escoria, detritus. Para un católico, cinegéticamente hablando, presa en aguardo para lavar la mala conciencia mediante la caridad.
No forman una clase social y Marx no los veía con buenos ojos por su carácter medroso y medrador a la hora de posicionarse ante una situación crítica o límite como pudiera ser una transformación social: o revolucionarios o contrarrevolucionarios. Marx se inclinaba por lo segundo.
Pero ¿es posible que segmentos de la burguesía se degraden hasta degenerar en una especie de lumpenburguesía criminal y corrupta? Sí, por supuesto. Lo estamos viendo en este tiempo de canallas. Ya no es la burguesía que la prensa a su servicio llama «emprendedora» y creadora de riqueza -valiente sarcasmo-, dueña de los medios de producción para extraer la plusvalía de los trabajadores -verdaderos creadores de la riqueza-, sino que en este tiempo de granujas quienes parecen mandar son los asaltadores (o salteadores) de caminos... sin embozo. Son la lumpenburguesía, la hez y excrecencia de esa burguesía industriosa y eduardiana, manchesteriana, la especuladora, la que no crea ni un solo céntimo de riqueza para el PIB de un estado. Una lumpenburguesía parásita y canalla. Su lema es el del lumpen tabernario: «este mundo es de los vivos». Zaplana podría ser su líder. Incluso promocionarían, bajo cuerda, partidos políticos filofascistas que abominarían de una supuesta «democracia» que, en realidad, ya nació viciada en origen. Tiempos de canallas, de demagogos. Bastaría con cambiar el «modelo», el «proyecto», el «diseño» y, los más osados, el «sistema». Jamás la revolución. Estamos en manos de aparejadores.
«Lumpenburguesía» es vocablo que hizo fortuna en los años 70 de la mano de A. Gunder Frank. Se refería este analista a las clases dominantes de América Latina que, incapaces de implementar un proyecto nacional autónomo y de articular una conciencia de clase propia -como se supone que hicieron las burguesías de Europa y EEUU-, devenían meros sirvientes de los intereses de la potencias dominantes. A esto llamaba lumpenburguesía. No le daba el carácter cutre y vulgar que yo le doy.
En el Estado español de las autonomías, la lumpenburguesía es un síntoma, epitélico y epidérmico, sí, pero no el carácter ni diagnóstico de la enfermedad indeleble. El capitalismo, su modo de producción -ni de destrucción-, no resistiría ni toleraría una corrupción generalizada, no sobreviviría al no haber plusvalía y solo fraude. Su supervivencia reside y consiste en la explotación y el vampirismo sobre la vena del trabajador. La lumpenburguesía no explota directamente: sólo succiona una cuota de plusvalía -de beneficio- que otros (la burguesía no lumpen, la «honrada», para entendernos, la «contribuyente», como se dice en los telefilms gringos) han extraído a las clases trabajadores. A esta lumpenburguesía defiende un lumpengobierno que ha conseguido que hasta las capas mesocráticas -médicos, maestros, funcionarios- salgan a la calle.

Jon Odriozola


HUMOR:

¿Habemus papam? ¿Habemus dios?


IMPRESIONANTE:


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