Cartas
de lectorxs:
Nos
queda mucho trabajo por hacer, ¡pero conocemos la fórmula!
Hace poco, en una mini excursión que hicimos para todo el día unos amigos, cómo no, salió el tema de "la crisis". "Crisis", esa palabra que últimamente está de moda, por desgracia. Esa palabra a la que nos referimos para hablar del conjunto de desgracias humanas, económicas, políticas y sociales que lleva aparejado consigo el sistema actual, el capitalismo.
Pero de ahí se pasa rápidamente a señalar los responsables. "el Estado". Esa palabra que sirve para identificar al conjunto de dirigentes políticos y económicos a los que hacemos muy fácilmente responsables de la susodicha crisis, pero a los que sin embargo nos cuesta un mundo juzgar y pedir cuentas.
Y este es el verdadero meollo de la cuestión. He aquí el porqué esta situación todavía no ha saltado por los aires, y he aquí igualmente la respuesta a la pregunta de "porqué siguen mandando los mismos, y sigue imperando el mismo sistema, el capitalismo". Ese sistema para el que prima el bien para una privilegiada clase a costa de la mayoría, y que se sustenta en base a la explotación y el miedo, además de en el saqueo ininterrumpido e indiscriminado de los más pobres.
Porqué la cosa no cambia? Porqué no les ajustamos cuentas? Pues porque como ya nos advertían los clásicos del marxismo-leninismo, la clase dominante es la que dispone de la totalidad de los medios a su servicio, por los cuales nos traspasa su igualmente podrida ideología y valores. Hay que pensar que son muchos años seguidos (en España desde 1939 al que precedió un breve paréntesis de tres años) imponiéndosenos una única versión: el Estado es el bueno, y los que le enfrentan son los malos, los bandidos, los terroristas, los monstruos, los asesinos, los hijoputas, los desalmados, los desgraciados, y todos los adjetivos peyorativos que se quiera.
Así de simple es la respuesta a la pregunta formulada más arriba. Por eso pueden producirse 500 desahucios al día y no pasar nada, habiendo total impunidad para los promotores y ejecutores de los mismos. Por eso puede haber sin ningún riesgo para el poder más de 6 millones de parados. Por eso nos pueden subir el número de horas laborables y al mismo tiempo bajarnos los sueldos, y nosotros seguir tan tranquilos. Porque no queremos pertenecer a ese mundo de los desgraciaos, a ese mundo habitado por los que de una manera consecuente decidieron decir basta un buen día y enfrentar al Estado con todas las consecuencias y de una manera totalmente desinteresada. Por eso mismo pueden permitirse
el que haya familias enteras buscando algo que comer en la basura, mientras ellos tienen tres sueldos. Eso, ¡eso sí es violencia!
Pero,
al contrario de lo que pudiera parecer, la fórmula que deshaga este
absurdo es bien sencilla, o al menos es conocida. Romper. Sí. Romper
con el miedo, con el miedo de enfrentarse a lo establecido, que no
por establecido es justo. Romper con la intoxicación informativa que
nos vende a los que enfrentan al Estado como "terroristas",
y no como luchadores por nuestros derechos, que es lo que realmente
son. En estos mismos momentos hay en las cárceles españolas y
francesas (y también de todo el mundo) gente cuyo único delito es
emplear las mismas herramientas que utiliza el Estado contra nosotros
para sojuzgarnos y someternos.
Esto se asemeja mucho a la frase dicha por el dirigente inglés Winston Churchill: "La Historia se portará bien conmigo porque pienso estar entre los que la escriben".
Pues eso es lo que el Estado pretende conseguir. Levantar un monopolio informativo en el que todo el que le enfrente entre en el saco de los totalitarios, violentos, terroristas, y demás.
Los malos son los que nos enfrentan, no nosotros por dejar diariamente a 500 familias en la calle, ni por reducir sistemáticamente el poder adquisitivo de las clases obreras y populares hasta tornarlo en anécdota, ni por engordar nuestros beneficios explotando a nuestros ciudadanos y a los del tercer mundo mediante nuestras empresas, ni por autoimponernos tres sueldos, ni por robar a manos y bolsas de basura llenas, ni por incrementar las dificultades de acceso a un trabajo digno, a la educación o a la vivienda, ni por privatizar la sanidad, ni por acabar de cuajo con sectores enteros como la minería o astilleros, ni por nada de eso.
Por eso es muchísima la rabia e indignación cuando en conversaciones como esta que relato sacas a relucir a los presos políticos, que son los que están pagando en primera persona las consecuencias por intentar cambiar todas esas situaciones de tremenda injusticia, e inmediatamente se les coloca los epítetos que nos meten hasta en la sopa desde el poder.
La posición generalizada es: “Ya, tío... nos parece increíblemente injusta la situación, pero no todo vale para cambiarla”. O ese otro discurso de: “Yo no admito la violencia por ninguna de las partes ni en aras de ningún fin”.
Esto se asemeja mucho a la frase dicha por el dirigente inglés Winston Churchill: "La Historia se portará bien conmigo porque pienso estar entre los que la escriben".
Pues eso es lo que el Estado pretende conseguir. Levantar un monopolio informativo en el que todo el que le enfrente entre en el saco de los totalitarios, violentos, terroristas, y demás.
Los malos son los que nos enfrentan, no nosotros por dejar diariamente a 500 familias en la calle, ni por reducir sistemáticamente el poder adquisitivo de las clases obreras y populares hasta tornarlo en anécdota, ni por engordar nuestros beneficios explotando a nuestros ciudadanos y a los del tercer mundo mediante nuestras empresas, ni por autoimponernos tres sueldos, ni por robar a manos y bolsas de basura llenas, ni por incrementar las dificultades de acceso a un trabajo digno, a la educación o a la vivienda, ni por privatizar la sanidad, ni por acabar de cuajo con sectores enteros como la minería o astilleros, ni por nada de eso.
Por eso es muchísima la rabia e indignación cuando en conversaciones como esta que relato sacas a relucir a los presos políticos, que son los que están pagando en primera persona las consecuencias por intentar cambiar todas esas situaciones de tremenda injusticia, e inmediatamente se les coloca los epítetos que nos meten hasta en la sopa desde el poder.
La posición generalizada es: “Ya, tío... nos parece increíblemente injusta la situación, pero no todo vale para cambiarla”. O ese otro discurso de: “Yo no admito la violencia por ninguna de las partes ni en aras de ningún fin”.
A
esas proclamas pacifistas de "la violencia nunca es
justificable", "han hecho cerdadas tanto los unos como los
otros", tenemos que contraponerles la pura y dura realidad
objetiva, persuasivamente, con paciencia, ya que tenemos que
comprender que estamos luchando contra siglos de monopolio
informativo, y, sobre todo, contra algo mucho más fuerte que eso: el
miedo.
A través de ese monopolio (y de ese miedo) se ha llegado a un trastorno tal de la realidad, ha calado hasta tal punto en lo hondo de la gente ese discurso, ese falso, podrido, e interesado discurso de "hacernos los buenecitos", que hemos llegado a equiparar en nuestro subconsciente las dos violencias. Es tan malo uno como el otro, porque los dos pegan. Ya, pero uno te domina gracias precisamente a la violencia que tanto repudias, y el otro intenta responder, de una forma más o menos adecuada o acertada, a ella.
Lanzo unas preguntas: ¿Es delito romperle las piernas al que te está pisando conscientemente y en su único beneficio? La chica que responde al tipo que le está violando dándole una patada en los huevos es una "violenta terrorista"?
Son estos motivos para que dejemos de intentar aclarar el camino a seguir por los explotados y oprimidos? Todo lo contrario, son momentos para redoblar esfuerzos y acelerar la suministración de ese discurso clarificador, que explica los porqués de la situación actual, por una parte, y nos indica los medios para resolverla, por otra. Y nada mejor para ello que lucir con orgullo la bandera viva, el ejemplo que encarnan los presos políticos.
Los que todavía no quieran ver, no quieran entender, se van a ver obligados a hacerlo, pero no por nosotros. NO. Sino por la cruda realidad.
Se me viene a la cabeza una pintada colgada hace varios días en este blog, que dice: "te sentirás muy buena persona, pero tu conformidad con el sistema y el Estado está matando ahora mismo".
A las que se agregan otras dos, portadoras de los siguientes mensajes, que van a servirme, además, para acabar esta reflexión.
Texto de la primera pintada a la que aludo: "Si cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma. Creer es Crear". Texto de la segunda: "No podría mirar a mis hijos a los ojos y decirles que ellos viven así porque yo no me animé a luchar".
A través de ese monopolio (y de ese miedo) se ha llegado a un trastorno tal de la realidad, ha calado hasta tal punto en lo hondo de la gente ese discurso, ese falso, podrido, e interesado discurso de "hacernos los buenecitos", que hemos llegado a equiparar en nuestro subconsciente las dos violencias. Es tan malo uno como el otro, porque los dos pegan. Ya, pero uno te domina gracias precisamente a la violencia que tanto repudias, y el otro intenta responder, de una forma más o menos adecuada o acertada, a ella.
Lanzo unas preguntas: ¿Es delito romperle las piernas al que te está pisando conscientemente y en su único beneficio? La chica que responde al tipo que le está violando dándole una patada en los huevos es una "violenta terrorista"?
Son estos motivos para que dejemos de intentar aclarar el camino a seguir por los explotados y oprimidos? Todo lo contrario, son momentos para redoblar esfuerzos y acelerar la suministración de ese discurso clarificador, que explica los porqués de la situación actual, por una parte, y nos indica los medios para resolverla, por otra. Y nada mejor para ello que lucir con orgullo la bandera viva, el ejemplo que encarnan los presos políticos.
Los que todavía no quieran ver, no quieran entender, se van a ver obligados a hacerlo, pero no por nosotros. NO. Sino por la cruda realidad.
Se me viene a la cabeza una pintada colgada hace varios días en este blog, que dice: "te sentirás muy buena persona, pero tu conformidad con el sistema y el Estado está matando ahora mismo".
A las que se agregan otras dos, portadoras de los siguientes mensajes, que van a servirme, además, para acabar esta reflexión.
Texto de la primera pintada a la que aludo: "Si cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma. Creer es Crear". Texto de la segunda: "No podría mirar a mis hijos a los ojos y decirles que ellos viven así porque yo no me animé a luchar".
Un
solidario
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