Cotizalia, 12 de diciembre de 2009
La conclusión de expertos de toda Europa es clara: vivimos peor que nuestros padres y nuestros hijos vivirán peor que nosotros. El descenso social está amenazando a unas clases medias airadas y desorientadas que no saben cómo afrontar su futuro. Como subraya José Félix Tezanos, catedrático de sociología de la UNED y director de la Fundación Sistema, nos hallamos ante un cambio de consecuencias imprevisibles. El declive de las clases medias tiene que ver con la crisis (“quien posee mayores recursos siempre tiene reservas para los malos momentos, mientras que las capas medias se caracterizan por vivir al límite de sus posibilidades”), pero también forma parte de un panorama más amplio, el de una movilidad social descendente que resulta novedosa en las sociedades occidentales.
Según Tezanos, hemos entrado en una época en la que los hijos tienen menos oportunidades que sus padres y donde las situaciones de necesidad actuales son paliadas gracias a los recursos familiares, “pero cuando éstos se agoten (porque los padres se jubilen, por ejemplo) vamos a encontrarnos con un fenómeno de gran complejidad y de imprevisibles consecuencias”.
Reyes Calderón, vicedecana de la facultad de Económicas de la Universidad de Navarra, coincide en el diagnóstico sobre el declive que está viviendo el estrato social intermedio en la Vieja Europa. “La consultora Mckinsey publicó un informe intitulado Alemania en el año 2020, en el que aseguraba que la clase media alemana (el 53% de la población) estaba amenazada y caería en la pobreza si no se alcanzaban sostenidamente tasas de crecimiento del PIB superiores al 3%. El ejemplo de Alemania se puede extender a otros países”.
Esa sensación de inseguridad, junto con el deterioro del nivel de vida en el que crecieron, está provocando sentimientos contradictorios en las capas medias. El más frecuente, el del resentimiento: en tanto las promesas en las que se criaron (en esencia, la conservación de un nivel económico a cambio de un esfuerzo formativo) ya no están operativas, y en tanto cumplieron su parte obteniendo los diplomas que se les exigían, buena parte de la clase media vive con una sensación de haber sido estafada. Y se trata de una clase de actitudes que irán en aumento, en parte por la ausencia de mecanismos sociales que las contengan. Como asegura Tezanos, “vivíamos en un mundo con grandes agarraderas vitales, como eran el trabajo y la familia, y con un sistema de identidades fuertes (patria, religión, clase social).
Hoy, por el contrario, las tasas de nupcialidad han caído enormemente, mucha gente no tiene familia a la que recurrir, la mitad de las parroquias en España ya no tienen ni siquiera cura y se descree profundamente de las ideas políticas”. Ese mundo de convicciones firmes ha sido sustituido, afirma Tezanos, por sistemas microscópicos de identidad, “donde imperan pareceres, impresiones y tendencias que proporcionan las tres g: generación, gusto y género. La gente se relaciona con personas de su misma edad, con aficiones similares y de su mismo sexo”. Todos estos factores, pues, hacen que estemos a las puertas de “un cambio de una hondura espectacular”.
Según Tezanos, hemos entrado en una época en la que los hijos tienen menos oportunidades que sus padres y donde las situaciones de necesidad actuales son paliadas gracias a los recursos familiares, “pero cuando éstos se agoten (porque los padres se jubilen, por ejemplo) vamos a encontrarnos con un fenómeno de gran complejidad y de imprevisibles consecuencias”.
Reyes Calderón, vicedecana de la facultad de Económicas de la Universidad de Navarra, coincide en el diagnóstico sobre el declive que está viviendo el estrato social intermedio en la Vieja Europa. “La consultora Mckinsey publicó un informe intitulado Alemania en el año 2020, en el que aseguraba que la clase media alemana (el 53% de la población) estaba amenazada y caería en la pobreza si no se alcanzaban sostenidamente tasas de crecimiento del PIB superiores al 3%. El ejemplo de Alemania se puede extender a otros países”.
Esa sensación de inseguridad, junto con el deterioro del nivel de vida en el que crecieron, está provocando sentimientos contradictorios en las capas medias. El más frecuente, el del resentimiento: en tanto las promesas en las que se criaron (en esencia, la conservación de un nivel económico a cambio de un esfuerzo formativo) ya no están operativas, y en tanto cumplieron su parte obteniendo los diplomas que se les exigían, buena parte de la clase media vive con una sensación de haber sido estafada. Y se trata de una clase de actitudes que irán en aumento, en parte por la ausencia de mecanismos sociales que las contengan. Como asegura Tezanos, “vivíamos en un mundo con grandes agarraderas vitales, como eran el trabajo y la familia, y con un sistema de identidades fuertes (patria, religión, clase social).
Hoy, por el contrario, las tasas de nupcialidad han caído enormemente, mucha gente no tiene familia a la que recurrir, la mitad de las parroquias en España ya no tienen ni siquiera cura y se descree profundamente de las ideas políticas”. Ese mundo de convicciones firmes ha sido sustituido, afirma Tezanos, por sistemas microscópicos de identidad, “donde imperan pareceres, impresiones y tendencias que proporcionan las tres g: generación, gusto y género. La gente se relaciona con personas de su misma edad, con aficiones similares y de su mismo sexo”. Todos estos factores, pues, hacen que estemos a las puertas de “un cambio de una hondura espectacular”.
Pérdida de valores
Esa debilidad de las grandes ideas se manifiesta, asegura Calderón, en dos terrenos. La pérdida de valores es uno de ellos. “La clase media ha sido tradicionalmente identificada con el esfuerzo, la austeridad, la palabra dada, los lazos familiares. Esos valores no han caído en desuso con la crisis económica sino con la larga etapa de prosperidad artificial que hemos vivido. La riqueza, las metas, el éxito parecían estar siempre al alcance de la mano, se lograban sin esfuerzo y producían altos rendimientos”. La consecuencia de este nuevo contexto fue que la clase media cambió su patrón de consumo, su comportamiento económico y su educación en valores, con consecuencias muy negativas: “Enseña ahora a tus hijos, que han vivido accediendo a todos los bienes al instante, que tienen que ser felices con muy poco y, ese poco, obtenido con mucho trabajo”.
El segundo aspecto que explicaría la debilidad de las capas medias, según Calderón, son las deficientes acciones institucionales: “si bien los Estados sabían que eran su principal fuente de ingresos fiscales, no han ajustado sus instituciones para fomentar un desarrollo sostenido de sus clases medias. Ser tendero, autónomo, tener una pequeña empresa o un despacho profesional está tan mal tratado en España que más pareciera que fueran enemigos y no amigos”. Y ese entorno de pérdida de poder adquisitivo, “el mal tratamiento fiscal y la dura competencia global (muchas veces sin las mismas reglas de juego) están haciendo que se desplome un sector de la clase media, lo que puede ser una amenaza política, económica y social. Si no alcanzan unos mínimos, nuestra forma de vivir peligrará”.
Las consecuencias políticas de una situación en la que se mezclan el declive económico con el debilitamiento de los lazos sociales y con un resentimiento creciente están todavía por explorar. Es cierto que tenemos experiencias que nos pueden servir de guía, pero también lo es que este contexto tiene componentes nuevos que pueden producir movimientos inesperados. Históricamente, el resentimiento suele traducirse, según Andrew Richards, profesor de ciencia política en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de la Fundación Juan March, “en apatía política; es decir, en la tendencia de rechazar los partidos políticos con el argumento que ninguno de ellos representa o defiende sus intereses, que todos los políticos son iguales, etc. El resultado de este tipo de sentimiento es la decisión de no votar, generando así mayores niveles de abstención en las elecciones, y también un declive en la proporción del electorado que se identifica fuertemente con un partido político u otro”.
El segundo efecto del resentimiento consiste “en el apoyo (explícito o implícito) para las fuerzas políticas extremas, de izquierda o – sobre todo, en los últimos años – de derecha, y actitudes cada vez más intolerantes y menos liberales sobre temas como la inmigración, el estado de bienestar y la delincuencia. Y quizás menos confianza (por parte de la clase media) en los sistemas públicos de educación y salud que ofrecen, aparentemente, menos beneficios, y funcionan peor que antes”.
En ese sentido, y dado que la irritación con la política y con sus actores principales está creciendo, bien puede sentenciarse, y así lo significa Richards, que “quienes mejor canalicen ese descontento serán los triunfadores electorales”. El tema clave es cómo dirigir, y hacia dónde, ese caudal de emociones negativas. “En muchos países europeos la izquierda ha adoptado posiciones cada vez más derechistas para mantener la lealtad de sus bases tradicionales, disminuyendo así la amenaza electoral de la derecha. Pero eso significa, a largo plazo por lo menos, la derrota de cualquier agenda política progresista e inclusiva”. En este orden, el contexto español es pertinente, según Richards, en la medida en que en él pelean dos discursos opuestos: mientras el PSOE intenta resaltar los aspectos positivos, el PP hace lo mismo con los negativos. Y, en ese combate, las perspectivas negativas están ganando terreno. “Es verdad que el gobierno consiguió la reelección, pero llama la atención el colapso del apoyo para los socialistas en sus baluartes tradicionales de Madrid, por ejemplo”.
Para Calderón, sin embargo, la debilidad de las formaciones políticas no es más que el reflejo “de una clase media atocinada, que produce partidos sin garra, sin programa, casi sin ideología. Eso tendrá que cambiar. Estimo que la secuencia será, más o menos, la siguiente: las clases medias dejarán de votar y la socialdemocracia pagará las consecuencias de su aburguesamiento estéril. Entonces surgirán nuevos partidos con ideología y bandera”.
Pero, asegura Tezanos, el problema va mucho más allá de lo meramente político, puesto que avanzamos hacia un mundo lleno de incertidumbres laborales, económicas y vitales. “Estamos entrando en una nueva era. Se acabó lo conocido”.
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